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Authors: John Scalzi

Tags: #ciencia ficción

Las Brigadas Fantasma (27 page)

BOOK: Las Brigadas Fantasma
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—Esta estación alberga a otros científicos y trabajadores civiles —dijo Jared—. Hay familias aquí. Él podría haber encontrado o contratado a alguien para cuidar de Zoe mientras trabajaba. No fue una petición irracional, y usted lo sabe. Así que, en serio, ¿por qué no lo dejó traerla?

A esas alturas Robbins, alertado por el secretario de Mattson, había entrado en la habitación. Mattson se revolvió, incómodo.

—Escuche —dijo Mattson—. Boutin era una mente de primera fila, pero era un puñetero inestable. Sobre todo desde la muerte de su esposa. Cheryl era una espita para las excentricidades de ese hombre; lo mantenía equilibrado. Cuando murió, se volvió errático, sobre todo en lo referido a su hija.

Jared abrió la boca; Mattson alzó una mano.

—No le echo la culpa, soldado —dijo—. Su esposa había muerto, tenía una niña pequeña, estaba preocupado por ella. Yo también fui padre. Recuerdo cómo es. Pero eso, junto con sus propias dificultades de organización, creó más problemas. Se retrasaba en sus proyectos. Es uno de los motivos por los que lo traje de vuelta aquí para la fase de pruebas. Quería que hiciera el trabajo sin distraerse. Y funcionó: terminamos las pruebas antes de lo previsto y las cosas salieron tan bien que di permiso para que lo ascendieran a director, cosa que no podría haber hecho antes de la fase de pruebas. Iba a volver a Covell cuando atacaron la estación.

—Él pensaba que rechazó usted su petición porque es un tirano cabrón —dijo Jared.

—Bueno, por supuesto. Es típico de Boutin. Mire, él y yo nunca nos llevamos bien. Nuestras personalidades no cuadraban. A él había que tenerlo controlado, y de no ser porque era un jodido genio, no habrían merecido la pena las molestias. Le fastidiaba que yo o uno de los míos estuviéramos siempre mirando por encima de su hombro. Le fastidiaba tener que explicar y justificar su trabajo. Y le fastidiaba que a mí me importara una mierda que le fastidiara. No me sorprende que pensara que sólo fue porque yo me comportaba como un cabrito.

—Y me está diciendo que no fue eso.

—No lo fue —dijo Mattson, y alzó las manos ante la mirada escéptica de Jared—. De acuerdo. Mire.
Tal vez
nuestra historia de desavenencias influyó. Tal vez yo me mostré menos dispuesto a darle cuartelillo que a otra gente. Bien. Pero mi principal preocupación era que hiciera su trabajo. Y ascendí al hijo de puta.

—Pero él nunca le perdonó por lo que le sucedió a Zoe.

—¿Cree que yo quería que su hija muriera, soldado? —dijo Mattson—. ¿Cree que no fui consciente de que si hubiera aceptado su petición ella estaría viva ahora? Cristo. No le reprocho a Boutin que me odie después de eso. Yo no pretendía que Zoe Boutin muriera, pero acepto que tengo parte de responsabilidad en el hecho. Yo mismo se lo dije a Boutin. Mire a ver si
eso
está en sus recuerdos.

Lo estaba. Jared vio en su mente a Mattson acercarse a él en su laboratorio, ofreciendo torpemente sus condolencias y su compasión. Jared recordó lo escandalizado que se sintió Boutin ante las palabras atropelladas de Mattson, y su sugerencia implícita de que debería ser absuelto de la muerte de su hija. Sintió parte de la antigua ira apoderarse de él ahora, y tuvo que repetirse que aquellos recuerdos eran de otra persona, de una niña que no era suya.

—No aceptó sus disculpas —dijo Jared.

—Soy consciente de ello, soldado —respondió Mattson, y permaneció allí sentado un momento antes de volver a hablar—. Bien, ¿quién es usted ahora? —preguntó—. Está claro que tiene los recuerdos de Boutin. ¿Es él ahora? En el fondo, quiero decir.

—Sigo siendo yo. Sigo siendo Jared Dirac. Pero siento lo que sintió Charles Boutin. Comprendo lo que hizo.

Robbins intervino.

—Comprende lo que hizo —repitió—. ¿Significa eso que está de acuerdo con él?

—¿Con su traición? —preguntó Jared. Robbins asintió—. No. Puedo sentir lo que él sintió. Siento lo furioso que se puso. Siento cómo añoró a su hija. Pero no sé cómo a partir de ahí pudo volverse contra todos nosotros.

—¿No puede sentirlo o no lo recuerda?

—Ambas cosas —dijo Jared. Más recuerdos habían regresado tras su epifanía en Covell, incidentes específicos y datos de todas las partes de la vida de Boutin. Jared podía sentir que lo que había sucedido lo había cambiado y le había convertido en terreno más fértil para la vida de Boutin. Pero los huecos seguían estando ahí. Jared tenía que controlarse para no preocuparse por ellos—. Tal vez aparezcan más cosas cuando piense en ello. Pero ahora mismo no tengo nada más.

—Pero sabe dónde se encuentra ahora —dijo Mattson, sacando a Jared de su ensimismamiento—. Boutin. ¿Sabe dónde está?

—Sé dónde estuvo —dijo Jared—. O al menos sé dónde iba a ir cuando se marchó.

El nombre estaba claro en el cerebro de Jared; Boutin se había concentrado en el cómo en un talismán, marcándolo de manera indeleble en su memoria.

—Fue a Arist.

Hubo un breve instante de pausa mientras Mattson y Robbins accedían a sus CerebroAmigos en busca de información sobre Arist.

—Bueno, mierda —dijo Mattson al cabo de un rato.

El sistema de los obin albergaba cuatro gigantes gaseosos, uno de los cuales (Cha), orbitaba en una «zona de Ricitos Dorados» para la vida basada en el carbono y tenía tres lunas del tamaño de un planeta entre varias docenas de satélites más pequeños. La más pequeña de las lunas grandes, Saruf, orbitaba en el límite de Roche del planeta, y la sacudían enormes fuerzas tectónicas que la convertían en una inhabitable bola de lava. La segunda, Obinur, tenía la mitad del tamaño de la Tierra pero tenía menos masa debido a la pobre composición de sus metales. Era el mundo hogar de los obin. La tercera, del tamaño y la masa de la Tierra, era Arist.

Arist estaba densamente poblada con formas de vida nativa, pero ampliamente deshabitada por los obin, que sólo contaban con unas cuantas avanzadillas en la luna. Sin embargo, su cercanía a Obinur hacía casi imposible un ataque. Las naves de las FDC no podrían colarse; Arist se encontraba sólo a unos pocos segundos-luz de Obinur. Casi en cuanto aparecieran, los obin se pondrían en acción. Nada que no fuera un ataque a gran escala tendría posibilidades de sacar a Boutin de Arist. Y sacar de allí a Boutin sería declarar la guerra, una guerra que la Unión Colonial no estaba preparada para librar ni siquiera contra los obin solos.

—Vamos a tener que hablar de esto con el general Szilard —le dijo Robbins a Mattson.

—No me diga. Si alguna vez hubo un trabajo para las Fuerzas Especiales, es éste. Y por cierto —Mattson se volvió hacia Jared—, cuando dejemos esto en manos de Szilard, volverá usted a las Fuerzas Especiales. Tratar con esto va a ser su problema, y eso significa que usted también será su problema.

—Yo también voy a echarle de menos, general —dijo Jared.

Mattson hizo una mueca.

—Se parece más a Boutin cada día. Y eso no es bueno. Lo que me obliga a pedirle, como mi última orden oficial hacia usted, que vaya a ver al bicho y al teniente Wilson y que le echen otro vistazo a su cerebro. Voy a devolverlo al general Szilard, pero le prometí que no lo rompería. Parecerse demasiado a Boutin podría entrar en la categoría de «roto», según sus baremos. Según los míos, también.

—Sí, señor —dijo Jared.

—Bien. Puede retirarse.

Mattson cogió a Babar y se lo lanzó a Jared.

—Y llévese esto.

Jared cazó el muñeco y lo depositó de nuevo sobre la mesa del general.

—¿Por qué no se lo queda, general? Como recuerdo.

Se marchó antes de que Mattson pudiera protestar, y saludó con la cabeza a Robbins al pasar.

Mattson contempló sombrío el elefante de peluche y luego a Robbins, que parecía dispuesto a decir algo.

—Ni se le ocurra decir nada sobre el puñetero elefante, coronel —dijo Mattson.

Robbins cambió de tema.

—¿Cree que Szilard se lo quedará? —preguntó—. Usted mismo lo ha dicho: cada día se parece más a Boutin.

—¿Y a mí me lo pregunta? —dijo Mattson, y agitó una mano en la dirección que había seguido Jared—. Usted y el general fueron los que quisieron construir a ese hijo de puta a partir de elementos diversos, por si no lo recuerda. Y ahora es suyo. O de Szi. Cristo.

—Así que está preocupado.

—Nunca he dejado de sentirme preocupado. Esperaba que hiciera alguna estupidez mientras estaba con nosotros, para así tener una excusa legítima para mandarlo fusilar. No me gusta haber engendrado un segundo traidor, sobre todo si tiene un cuerpo y un cerebro militar. Si por mí fuera atraparía al soldado Dirac y lo metería en una bonita habitación con lavabo y una rendija para darle de comer, y lo dejaría ahí dentro hasta que se pudriera.

—Sigue estando técnicamente bajo sus órdenes —dijo Robbins.

—Szi dejó claro que lo quiere de vuelta, sean cuales sean sus estúpidos motivos. Él dirige las tropas de combate. Si lo apoyamos en esto, él tomará la decisión —Mattson cogió a Babar, lo examinó—. Espero que sepa lo que hace.

—Bueno —dijo Robbins—. Tal vez Dirac no tenga tanto de Boutin como usted cree.

Mattson bufó con fuerza, y agitó a Babar ante Robbins.

—¿Ve esto? No es sólo un maldito souvenir. Es un mensaje que viene directamente de Charles Boutin. No, coronel. Dirac tiene exactamente tanto de Boutin como creo.

* * *

—No hay ninguna duda —dijo Cainen—. Te has convertido en Charles Boutin.

—Y una mierda.

—Pues una mierda —accedió Cainen, y señaló la pantalla—. La pauta de tu conciencia es ahora casi completamente idéntica a la que nos dejó Boutin. Sigue habiendo algunas variaciones, por supuesto, pero son triviales. A todos los efectos, tienes la misma mente que tenía Charles Boutin.

—No me siento diferente —dijo Jared.

—¿No? —preguntó Harry Wilson, desde el otro extremo del laboratorio.

Jared abrió la boca con la intención de responder, pero se detuvo. Wilson sonrió.

—Te sientes diferente —dijo—. Lo noto. Y Cainen también. Eres más agresivo que antes. Eres más agudo con las réplicas. Jared Dirac era más tranquilo, más reservado. Más inocente, aunque ésa no es probablemente la mejor manera de expresarlo. Ya no eres tranquilo ni reservado. Y desde luego ya no eres inocente. Recuerdo a Charles Boutin. Te pareces mucho más a él que a Dirac.

—Pero no siento que vaya a convertirme en un traidor.

—Por supuesto que no —dijo Cainen—. Compartes la misma conciencia, e incluso algunos de sus mismos recuerdos. Pero has tenido tus propias experiencias, y eso ha determinado la manera en que ves las cosas. Es como con los hermanos gemelos. Comparten los mismos genes, pero no comparten las mismas vidas. Charles Boutin es tu mente gemela. Pero tus experiencias siguen siendo tuyas.

—Así que no crees que me vaya a volver malo —dijo Jared.

Cainen se encogió de hombros al estilo raey. Jared miró a Wilson, quien se encogió de hombros al estilo humano.

—Dices que sabes que la motivación de Charles para volverse malo fue la muerte de su hija —dijo—. Ahora tienes dentro de ti el recuerdo de esa hija y de la muerte, pero nada de lo que hayas hecho o hayamos visto en tu cabeza sugiere que vayas a venirte abajo por eso. Vamos a sugerir que te dejen volver al servicio activo. Que acepten o no nuestra recomendación es otra historia, ya que el científico jefe del proyecto es alguien que hasta hace un año estaba planeando destruir a la humanidad. Pero no creo que ése sea tu problema.

—Claro que es mi problema —dijo Jared—. Porque quiero encontrar a Boutin. No sólo ayudar en la misión, y desde luego tampoco quiero que me dejen fuera. Quiero encontrarlo y traerlo de vuelta.

—¿Por qué? —preguntó Cainen.

—Quiero comprenderlo. Quiero saber qué hace falta para que alguien dé ese paso. Qué lo convierte en traidor.

—Te sorprendería lo poco que hace falta —dijo Cainen—. Algo tan simple como un detalle amable por parte del enemigo.

Cainen se dio la vuelta; Jared recordó de pronto el estatus de Cainen y su compromiso.

—Teniente Wilson —dijo Cainen, todavía mirando hacia otro lado—, ¿quieres por favor dejarnos al soldado Dirac y a mí a solas un momento?

Wilson arqueó las cejas pero no dijo nada y salió del laboratorio. Cainen se volvió de nuevo hacia Jared.

—Quiero pedirte disculpas, soldado —dijo Cainen—. Y advertirte.

Jared le dirigió una sonrisa insegura.

—No tienes que disculparte por nada, Cainen.

—No estoy de acuerdo. Fue mi cobardía la que te llevó a nacer. Si hubiera sido lo bastante fuerte para soportar la tortura a la que me sometió la teniente Sagan, estaría muerto, y los humanos no habríais sabido nada de la guerra contra vosotros ni que Charles Boutin estaba todavía vivo. Si hubiera sido más fuerte, nunca habría habido un motivo para que nacieras ni para cargarte con una conciencia que se ha apoderado de tu ser, para bien o para mal. Pero fui débil, y quise vivir, aunque fuera como prisionero y traidor. Como dirían algunos de vuestros colonos, es mi karma, y tengo que enfrentarme a él yo solo.

»Aunque sin pretenderlo, he pecado contra ti, soldado —continuó Cainen—. Soy tu padre más que ningún otro, porque soy la causa del terrible mal que se ha cometido contra ti. Ya es bastante malo que los humanos creen soldados con mentes artificiales…, con esos malditos CerebroAmigos vuestros. Pero hacerte nacer solamente para que llevaras la conciencia de otro es una abominación. Una violación de tu derecho a ser tu propia persona.

—No es tan malo.

—Oh, claro que lo es. Los raey somos un pueblo espiritual y con principios. Nuestras creencias están en la base de cómo respondemos a nuestro mundo. Uno de los mayores valores es la santidad del yo: la creencia de que debe permitirse a cada persona tomar sus propias decisiones. Bueno —Cainen hinchó el cuello—, a cada raey, en cualquier caso. Como la mayoría de las razas, nos preocupan menos las necesidades de otras razas, sobre todo cuando son enemigas de la nuestra.

»Sin embargo —continuó Cainen—, la posibilidad de escoger cuenta. La independencia cuenta. Cuando viniste por primera vez a nosotros, te dimos la opción de continuar. ¿Recuerdas?

Jared asintió.

—He de confesar que no sólo lo hice por tu bien, sino también por el mío. Como yo fui el responsable de que nacieras sin opciones, era mi deber moral ofrecerte una. Cuanto aceptaste…, cuando hiciste tu elección, sentí que parte de mi pecado se borraba. No completamente. Todavía tengo mi karma. Pero una parte. Te doy las gracias por eso, soldado.

BOOK: Las Brigadas Fantasma
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