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Authors: Jonathan Franzen

Tags: #Narrativa

Las correcciones (7 page)

BOOK: Las correcciones
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—Esa hiedra es algo patético, colega.

—¿De quién son los tulipanes? —preguntó Chip.

—Son del
college
—dijo Melissa.

—La verdad es que ni sé por qué hemos hecho esto, colega —dijo Chad, y a continuación toleró que Melissa le abarcara la nariz con la boca y se la chupara, algo que no pareció desagradarle, aunque reaccionara apartando la cabeza—. Yo diría que ha sido más bien idea tuya que mía, ¿verdad?

—Los tulipanes van incluidos en la tasa de matrícula —dijo Melissa, girando un poco para situar el cuerpo más frente a frente con el de Chad. No había vuelto a mirar a Chip desde que éste encendió la luz de la entrada.

—De modo que Hansel y Gretel se han presentado aquí y han encontrado mi puerta mosquitera.

—Lo limpiaremos todo —dijo Chad.

—Dejadlo —dijo Chip—. El martes nos vemos.

Y entró y cerró la puerta y puso en el tocadiscos una música airada de sus tiempos de
college.

Cuando llegó la última clase de Narrativa de Consumo ya empezaba a hacer calor. Resplandecía el sol en un cielo henchido de polen, mientras las angiospermas del recién rebautizado Arboreto Viacom florecían con todas sus ganas. Para el gusto de Chip, el aire resultaba desagradablemente íntimo, igual que una zona de agua más caliente en una piscina. Ya tenía sintonizado el vídeo y bajadas las persianas del aula cuando entraron Melissa y Chad y se sentaron en un rincón del fondo. Chip recordó a los alumnos que debían mantener el cuerpo erguido, en posición de crítica activa, en lugar de comportarse como consumidores pasivos, y los alumnos compusieron la postura lo suficiente como para acusar recibo de la recomendación, pero sin llevarla en realidad a la práctica. Melissa, que normalmente era la encarnación de la crítica activa, hoy se sentaba en posición especialmente pasiva, con un brazo cruzado sobre los muslos de Chad.

Para averiguar hasta qué punto dominaban sus alumnos las perspectivas críticas explicadas en clase, Chip les estaba pasando el vídeo de una campaña publicitaria en seis partes llamada «Atrévete, chica». Esta campaña era obra de la misma agencia, Beat Psychology, que había creado «Aulla de rabia» para G—— Electric, «Ensúciame» para C—— Jeans, «J**ida anarquía total», para el W—— Network, «Underground Psicodélico Radical» para E——.com y «Amor & Trabajo» para M—— Pharmaceuticals. «Atrévete, chica» se había emitido por primera vez el otoño anterior, a un episodio por semana, en las pausas publicitarias de una serie de médicos de máxima audiencia. Estaba rodada al estilo en blanco y negro del cinéma-vérité. El contenido, según los respectivos análisis del
Times
y del
Wall Street Journal,
era «revolucionario».

Éste era el argumento: Cuatro mujeres que trabajan en una pequeña oficina (la afroamericana encantadora, la rubia tecnófoba de mediana edad, la preciosidad sensata y dura, llamada Chelsea, y la jefa de pelo gris, resplandecientemente bonachona) están siempre juntas y se gastan bromas y, al poco tiempo, al final del segundo episodio, se disponen todas a luchar ante el sorprendentísimo anuncio de que Chelsea lleva casi un año con un bulto en el pecho y no se atreve a ir al médico, porque le da mucho miedo. En el tercer episodio, la jefa y la encantadora afroamericana deslumbran a la rubia tecnófoba utilizando la versión 5 del Global Desktop de la W—— Corporation para obtener la información sobre el cáncer más actual posible y para poner al día a Chelsea en las redes de ayuda mutua y los mejores proveedores de atención médica de la localidad. La rubia, que aprende muy de prisa a amar la tecnología, está maravillada, pero tiene una objeción: «Chelsea no puede pagárselo de ninguna manera». A lo cual replica la jefa angelical: «Yo pongo hasta el último céntimo». No obstante, hacia la mitad del quinto episodio —y ahora viene la inspiración revolucionaria— ya es evidente que Chelsea no logrará sobrevivir al cáncer de pecho. Vienen a continuación varias escenas lacrimógenas, con bromas muy valientes y abrazos muy apretados. En el último episodio la acción vuelve a la oficina, donde la jefa está escaneando una foto de la difunta Chelsea, y la ahora rabiosamente tecnófila rubia está utilizando con mucha pericia la versión 5 del Global Desktop de la W—— Corporation; y vemos, en montaje rápido, cómo en todos los rincones del mundo hay mujeres de todas las edades y todas las razas que sonríen y se secan las lágrimas al ver la imagen de Chelsea en sus Global Desktops. El espectro de Chelsea, en un videoclip digital, solicita: «Ayúdanos a luchar por la curación». El episodio cierra ofreciendo, en muy sobria tipografía, el dato de que la W—— Corporation ha donado más de 10.000.000 de dólares a la American Cáncer Society para contribuir a su lucha por la Curación…

Los muy hábiles valores de producción de una campaña como «Atrévete, chica» podían seducir a los alumnos de primero que aún no hubieran entrado en posesión del necesario utillaje crítico de resistencia y análisis. Chip sentía curiosidad, y algo de miedo, por verificar qué progresos habían hecho sus alumnos. Dejando aparte a Melissa, que redactaba sus trabajos con gran vigor y claridad, no estaba convencido de que ninguno de ellos fuera más allá de repetir como loros las palabras de cada semana. Los alumnos eran cada año un poco más resistentes a la teoría pura y dura. Cada año se retrasaba un poco más el momento de iluminación, de masa crítica. Ahora ya se vislumbraba el final del semestre, y Chip no estaba convencido de que, además de Melissa, hubiera algún otro alumno suyo con capacidad para ejercer un juicio crítico sobre la cultura de masas.

El clima tampoco le estaba haciendo ningún favor. Levantó las persianas y un sol de playa se coló en el aula. Una concupiscencia de verano revoloteaba en torno a las piernas y los brazos desnudos de los chicos y las chicas.

Una joven muy menuda llamada Hilton, una de esas personas tipo chihuahua, apuntó que era «valiente» y «realmente interesante» que Chelsea muriera de cáncer en lugar de salvarse, como cabía esperar en una campaña de promoción.

Chip se mantuvo a la espera, a ver si alguien observaba que era precisamente ese toque argumental conscientemente «revolucionario» el que había generado tanta publicidad en torno al anuncio. En condiciones normales, siempre se podía dar por hecho que Melissa emitiría un comentario así desde su asiento en primera fila. Pero hoy estaba sentada junto a Chad, con la mejilla apoyada en el pupitre. En condiciones normales, cuando algún alumno se quedaba dormido en clase Chip le llamaba inmediatamente la atención. Pero hoy se resistía a pronunciar el nombre de Melissa. Temía que le temblase la voz. Al final, con una sonrisa tensa, dijo:

—Por si acaso alguno de vosotros ha pasado el otoño en otro planeta, vamos a revisar lo sucedido con estos anuncios. Acordaos de que la Nielsen Media Research tomó la «revolucionaria» decisión de medir independientemente el índice de audiencia semanal del Sexto Episodio. Era la primera vez que se daba el índice de audiencia de un anuncio. Y, una vez medida por Nielsen, la campaña tenía prácticamente garantizada una audiencia enorme cuando la volvieran a emitir en noviembre. Recordemos también que los índices Nielsen vinieron tras toda una semana de cobertura del toque argumental «revolucionario» de la muerte de Chelsea en la prensa, la radio y la televisión. Por Internet se extendió el rumor de que Chelsea existía en la vida real y que de veras había muerto. Y, por inverosímil que parezca, hubo cientos de miles de personas que se lo creyeron. Acordaos de Beat Psychology, que falsificó el historial médico y el personal y los colgó en la página web. Ahora me toca preguntarle a Hilton: ¿qué hay de valiente en el hecho de maquinar un efecto publicitario infalible para una campaña de publicidad?

—Seguía siendo un riesgo —dijo Hilton—. Quiero decir que la muerte es siempre un descoloque. Podía haberles salido mal.

Chip volvió a quedarse esperando, a ver si alguien se ponía de su parte en la discusión. Nadie lo hizo.

—De manera que un planteamiento estratégico totalmente cínico —dijo— se convierte en un acto de valentía artística sólo con que haya un riesgo financiero implícito.

Una brigada de máquinas cortacésped descendió por el parque contiguo al aula, asfixiando la discusión bajo un manto de ruido. El sol resplandecía.

Chip siguió a lo suyo. ¿Era verosímil que la propietaria de una pequeña empresa se gastase el dinero en cubrir los gastos sanitarios de una empleada?

Una alumna contribuyó con el dato de que su jefa del verano pasado se había portado estupendamente con ella y había sido la mar de espléndida.

Chad, sin hacer ruido, trataba de apartar la mano de Melissa, que le estaba haciendo cosquillas, mientras él con la otra mano contraatacaba por la zona de su vientre desnudo.

—¿Chad? —dijo Chip.

Fue impresionante, pero Chad logró contestar la pregunta sin hacérsela repetir.

—Bueno, no era más que una oficina —dijo—. Puede que otra jefa no se hubiera portado tan estupendamente. Pero ésa, en concreto, era estupenda. Nadie pretende que ésa sea la oficina típica, ¿no?

En este punto, Chip trató de plantear el tema de la responsabilidad del arte ante lo Típico; pero también eso murió nada más nacer.

—Total —dijo—, la conclusión es que nos gusta esta campaña. Nos parece que este tipo de anuncios es bueno para la cultura y para el país. ¿De acuerdo?

Hubo encogimientos de hombros y gestos de afirmación en el aula asoleada.

—Melissa —dijo Chip—: no hemos oído tu opinión.

Melissa levantó la cabeza del pupitre, apartó la atención de Chad y, mirando a Chip con los ojos entornados, dijo.

—Sí.

—Sí, ¿qué?

—Que sí, que este tipo de anuncios es bueno para la cultura y para el país.

Chip tuvo que respirar hondo, porque aquello le había dolido.

—Muy bien. De acuerdo —dijo—. Gracias por darnos tu opinión.

—Como si le importara a usted un pito mi opinión —dijo Melissa.

—¿Perdona?

—Como si le importara a usted un pito la opinión de ninguno de nosotros, a no ser que coincida con la suya.

—Aquí no estamos ocupándonos de la opinión de nadie —dijo Chip—. Aquí, de lo que se trata es de aprender a aplicar los métodos críticos a los artefactos textuales. Para eso estoy aquí, para enseñaros eso.

—Pues a mí no me lo parece —dijo Melissa—. A mí lo que me parece es que está usted aquí para enseñarnos a odiar las mismas cosas que usted odia. Porque no me negará que usted odia los anuncios. Se le nota en cada palabra que dice. Los odia usted totalmente.

Los demás alumnos escuchaban arrobados. La relación de Melissa con Chad más bien había ido en perjuicio de la cotización del chico que en beneficio de la cotización de la chica, pero ella, ahora, estaba atacando rabiosamente a Chip, y no como alumna, sino de igual a igual, y la clase no perdía ripio.

—Es verdad que odio los anuncios —reconoció Chad—; pero ésa no es…

—Sí es —dijo Melissa.

—¿Por qué odia usted los anuncios? —intervino Chad.

—Sí, explíquenos por qué los odia —ladró la pequeña Hilton.

Chip miró el reloj del aula. Faltaban seis minutos para que terminara el segundo semestre. Se mesó el pelo con los dedos abiertos y miró en derredor, como tratando de localizar un aliado, pero los alumnos, ahora, lo tenían acorralado, y lo sabían muy bien.

—La W—— Corporation —dijo— está ahora mismo haciendo frente a tres demandas por infracción de las leyes antitrust. Sus ingresos del año pasado fueron superiores al producto interior bruto de un país como Italia. Y ahora, para exprimir dólares del único sector demográfico que aún no domina, pone en marcha una campaña donde se explota el miedo de las mujeres al cáncer de mama y su compasión por las víctimas. ¿Sí, Melissa?

—No es cínica.

—¿Qué es, si no?

—Es un planteamiento muy positivo del trabajo femenino —dijo Melissa—. Es obtener fondos para trabajos de investigación oncológica. Es fomentar que nos examinemos nosotras mismas y que acudamos en busca de ayuda. Es contribuir a que las mujeres sientan como propia la tecnología, en lugar de tenerla por cosa de hombres.

—Muy bien, vale —dijo Chip—. Pero la cuestión no es si nos preocupamos o no nos preocupamos por el cáncer de mama. La cuestión es qué tiene que ver el cáncer de mama con la venta de material informático para oficina.

Chad salió en defensa de Melissa:

—Pero es que ahí está el intríngulis del asunto: que tener acceso a la información te puede salvar la vida.

—¿O sea, que si Pizza Hut coloca una notita sobre el auto examen testicular junto a los copos a la pimienta, ya puede anunciarse como partícipe en la gloriosa y aguerrida lucha contra el cáncer?

—¿Por qué no? —dijo Chad.

—¿Nadie ve nada malo en ello?

Ningún alumno veía nada malo en ello. Melissa, repantigada en su asiento y con los brazos cruzados, mantenía una expresión de estarse divirtiendo a su pesar. Con razón o sin ella, Chip pensó que le había echado abajo en cinco minutos todo un semestre de clases muy bien preparadas.

—Vamos a ver: tengamos en cuenta que W—— en modo alguno habría producido «Atrévete, chica» si no hubiera tenido algo que vender. Y tengamos en cuenta que el objetivo de quienes trabajan para W—— es ejercer sus
stock options
y retirarse a los treinta y dos, y que el objetivo de quienes poseen acciones de W el hermano y la cuñada de Chip, Gary y Caroline, poseían una buena cantidad de acciones de W es hacerse casas más grandes y comprarse un todoterreno más grande y consumir una parte cada vez mayor de los recursos del planeta, que no son infinitos.

—¿Qué tiene de malo ganarse la vida? —dijo Melissa—. ¿Por qué ha de haber una maldad
intrínseca
en el hecho de ganar dinero?

—Baudrillard podría argumentar —dijo Chip— que lo malo de una campaña como «Atrévete, chica» estriba en que separa el significante del significado. Que una mujer llorando ya no sólo implica tristeza, sino también «deseo de comprar material informático para oficina». Y significa: «nuestros jefes se preocupan muchísimo por nosotros».

El reloj del aula señalaba las dos y media. Chip hizo una pausa, esperando que sonase el timbre y pusiera fin al semestre.

—Perdóneme —dijo Melissa—, pero todo esto es una chorrada.

—¿A qué le llamas chorrada? —dijo Chip.

—Al curso entero —dijo ella—. Es una nueva chorrada cada siete días. Es un crítico tras otro rasgándose las vestiduras por el estado de la crítica. Ninguno explica exactamente dónde está el problema, pero todos saben sin duda alguna que lo hay. Todos saben que «sociedad anónima» es una expresión soez. Y si alguien se lo pasa bien o gana dinero, ¡qué asco, qué horror!

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