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Authors: Camilla Läckberg

Las hijas del frío (16 page)

BOOK: Las hijas del frío
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Arne pasó la página del diario Bohuslanningen. Y luego estaba Asta, a la que se le iban los días dando vueltas por la casa con su cara larga. Él sabía que se debía a la pequeña. Sufría al saber que tenía a su hijo tan cerca, pero él le había explicado que ahora debía ser fuerte en su fe y fiel a su convicción. Estaba de acuerdo en que lo de la niña era una pena, pero eso era precisamente lo que él anunciaba. Su hijo no se había atenido al camino recto y, claro, tarde o temprano, le llegó el castigo. Volvió a las necrológicas y observó el osito. Una lástima y una vergüenza, desde luego…

Mellberg no sentía la habitual satisfacción al verse centro del interés de la prensa. Ni siquiera convocó una conferencia, sino que, con la mayor discreción, reunió en su despacho a varios representantes de los medios locales. El recuerdo de la carta que había recibido ensombrecía, por ahora, todo lo demás y le costaba concentrarse en ningún otro asunto.

—¿Tienen alguna pista concreta que seguir?

Uno de los jóvenes columnistas aguardaba ansioso su respuesta.

—Ninguna que podamos comentar en el estadio actual —respondió Mellberg sucintamente.

—¿Hay algún miembro de la familia que sea sospechoso? —rezaba la pregunta del representante del otro periódico.

—En estos momentos consideramos probable cualquier opción. Sin embargo, no tenemos ninguna pista concreta que señale en una dirección determinada.

—¿Se trata de un delito sexual? —preguntó el mismo periodista.

—No puedo entrar en detalles al respecto —respondió Mellberg.

—¿Cómo constataron que se trataba de un asesinato? —intervino un tercer periodista—. ¿Presentaba el cadáver alguna lesión externa que indicase que la pequeña había sido asesinada?

—A esa pregunta no puedo responder por razones técnicas de la investigación —atajó Mellberg, viendo cómo afloraba la frustración a los rostros de los periodistas.

Hablar con la prensa era siempre como andar por la cuerda floja. Darles lo suficiente para que tuvieran la impresión de que la policía quería colaborar, pero no tanto como para perjudicar la investigación. Por lo general, él se consideraba un maestro equilibrista, pero hoy le costaba concentrarse. No sabía qué actitud adoptar ante la información que le habían transmitido en aquella carta. ¿Era posible que fuese cierto…?

Uno de los periodistas lo miraba con insistencia y Mellberg comprendió que no había oído su pregunta.

—Perdón, ¿podría repetir? —le dijo desconcertado mientras el periodista no daba crédito a sus ojos.

Se habían visto en bastantes ocasiones y el comisario solía comportarse siempre más soberbio y fanfarrón que discreto y distraído como hoy.

—Preguntaba si hay motivos para que los padres de la comarca estén preocupados por la seguridad de sus hijos.

—Siempre les recomendamos a los padres que estén bien al tanto de sus hijos, pero he de subrayar que este suceso no debe provocar la histeria colectiva. Estoy convencido de que se trata de un hecho aislado y de que no tardaremos en tener al asesino a buen recaudo.

Dicho esto, se puso de pie, indicando así que terminaba la audiencia, y los periodistas empezaron a guardar sus blocs y sus bolígrafos mientras le daban las gracias. Todos tenían la sensación de que podrían haber presionado más al comisario, pero al mismo tiempo era importante para la prensa local mantener buenas relaciones con el cuerpo de policía de la zona. Del periodismo de tiburones que se encargasen los colegas de la gran ciudad. Allí uno tenía de vecinos a las víctimas de las entrevistas y sus hijos eran miembros de la misma asociación deportiva, de modo que había que renunciar al deseo de hacer grandes revelaciones en pro de la convivencia.

Mellberg se retrepó satisfecho. La prensa no había obtenido más información de la que él pensaba darle, pese a su falta de perspectiva, y la noticia ocuparía al día siguiente la primera página de todos los diarios de la región. Esperaba que, con ello, la gente saliese de su letargo y empezase a proporcionarles información. Con un poco de suerte, entre todas las habladurías que les llegasen, habría algo que les fuera de utilidad.

Sacó la carta y se puso a leerla otra vez. Seguía sin dar crédito a su contenido.

Capítulo 10

Strömstad, 1924

Fue a tumbarse en la cama con un paño húmedo en la frente. El médico la había examinado a conciencia antes de prescribirle reposo. Ahora, el doctor se hallaba en el salón hablando con su padre y, por un instante, Agnes se preocupó ante la eventualidad de que se tratase de algo grave. Atisbo en los ojos del doctor un destello de alarma que, no obstante, pasó enseguida, cuando le dio una palmadita en la mano y le dijo que todo iría bien y que sólo necesitaba algo de reposo.

No podía contarle al bueno del doctor la verdadera razón de su debilidad: que tanto trasnochar durante todo el invierno había minado su salud. Ése era el diagnóstico que ella misma se daba, pero no le quedaba otra opción que guardarse el secreto. Seguramente el doctor le recetaría unas gotas reconstituyentes y, dado que había decidido poner punto final a la aventura con Anders, no tardaría en reponerse del cansancio. Entre tanto, no le haría daño guardar cama y dejarse cuidar durante una semana o dos. Agnes pensaba en lo que iba a pedir para el almuerzo. Ahora que la cena de la noche anterior había ido a parar al retrete, sentía que el estómago gruñía pidiendo alimento. Quizá unas tortitas o las exquisitas albóndigas de la cocinera, con patatas cocidas, salsa de nata y mermelada de arándano.

Oyó pasos en la escalera, de modo que se acurrucó en la cama, bajo la manta, y empezó a quejarse débilmente. Sí, pediría albóndigas, se dijo un segundo antes de que se abriese la puerta de su habitación.

La ira había ido germinando en su interior desde el día anterior. ¡Menudo descaro! Desde luego, esa individua no tenía escrúpulos. Mira que señalarlo a él como sospechoso ante la policía… Kaj no era tan ingenuo como para ignorar que los rumores empezarían a volar de casa en casa y, cuando eso ocurriese, su palabra no tendría la menor importancia; lo único que se asentaría en la cabeza de la gente sería que la policía fue a su casa a preguntar sobre la muerte de la niña. Cerró los puños con fuerza y, tras unos segundos de vacilación, se puso la cazadora y salió con paso decidido. La valla que había levantado entre las dos parcelas le impedía cruzar directamente, de modo que salió para luego entrar en la parcela vecina y dirigirse a la casa de los Florin. Antes de ir, se había asegurado de que tanto Niclas como Charlotte estuvieran fuera de casa. Ahora iba a oír aquella bruja alguna que otra verdad. Puesto que contaba con que ella, como los demás habitantes del pueblo, no cerraba con llave, entró directamente sin llamar y fue sin titubear a la cocina. La mujer se alarmó al verlo entrar, pero se calmó enseguida adoptando esa expresión suya tan cortante y repipi. Se creía alguien, como si fuese una maldita reina y no una simple provinciana.

—¿Qué coño haces mandando a mi casa a la policía? —vociferó Kaj aporreando la mesa con el puño.

Ella lo observó con frialdad.

—Preguntaron si sabíamos de alguien que quisiera el mal para nuestra familia y no me costó mucho pensar en ti. Si no sales de mi casa ahora mismo, llamo a la policía. Así verán por sí mismos de qué eres capaz.

Kaj tuvo que controlarse para no abalanzarse sobre ella y estrangularla con sus propias manos. La calma aparente de Lilian agudizó más aún su ira y en torno a sus ojos se formaron pequeñas manchas rojizas.

—¡A ver si te atreves, maldita bruja del demonio!

—¿Quién, yo? ¿Acaso no iba a atreverme yo? Desde luego, puedes estar seguro. Llevas años molestándonos a mí y a mi familia, amenazándonos y acosándonos —aseguró llevándose la mano al corazón con gesto teatral y adoptando aquella expresión de víctima que Kaj había aprendido a odiar a lo largo de los años.

Siempre se las arreglaba para conseguirlo. Él quedaba como el malo y ella como la víctima, cuando en realidad era al contrario. Él había intentado ser mejor persona, de verdad que lo había intentado. Y había intentado demostrar que era demasiado bueno para rebajarse al mismo nivel que ella. Pero hacía un par de años que decidió que, si ella quería guerra, guerra tendría. Desde entonces, todos los medios valían.

Una vez más tuvo que contenerse y le masculló entre dientes:

—Que sepas que no te has salido con la tuya; la policía no parecía muy inclinada a creerse tus mentiras sobre mí.

—Ya, bueno, pero la policía puede investigar otras posibilidades —observó Lilian con maldad.

—¿A qué te refieres? —preguntó Kaj, aunque enseguida él mismo contestó a la pregunta en cuanto comprendió adonde quería ir a parar—. ¡Cuídate de meter a Morgan!, ¿me oyes?

—No creo que tenga que decir nada —respondió ella alegrándose de su desgracia—. La policía no tardará en averiguar por sí misma que en la casa que hay junto a la nuestra vive alguien que no está bien de la cabeza. Y todo el mundo sabe lo que esa gente es capaz de hacer. Si no, no tienen más que leer los informes de sus archivos.

—Esas denuncias son pura mentira, ¡y tú lo sabes! Morgan no ha pisado jamás tu parcela y menos aún anduvo mirando de ventana en ventana.

—Bueno, yo sólo sé lo que vi —respondió Lilian—. Y la policía también llegará a saberlo en cuanto miren los documentos.

Kaj no le respondió. No tenía sentido.

Entonces la ira se apoderó de él.

Concentrado al máximo en los documentos que tenía delante, Martin dio un salto en la silla cuando Patrik llamó a su puerta.

—¡Vaya! No era mi intención provocarte un infarto —dijo Patrik sonriendo—. ¿Estás ocupado?

—No, entra —respondió subrayando la invitación con un gesto—. Bueno, ¿cómo fue la cosa? ¿Os dijo el maestro algo de la familia?

—La maestra —aclaró Patrik—. No, no gran cosa —añadió tamborileando los dedos sobre su pierna con impaciencia—. No sabía de ningún problema en el seno de la familia Klinga. En cambio, sí que obtuvimos algo más de información sobre Sara. Al parecer, tenía DAMP y era difícil de tratar.

—¿En qué sentido? —quiso saber Martin, que sólo tenía una vaga noción de una enfermedad cada vez más frecuente.

—Exceso de energía, desasosiego, agresividad si no se salía con la suya, dificultades para concentrarse.

—Pues parece que no era fácil tratar con ella —observó Martin.

Patrik asintió.

—Sí, así lo veo yo también, aunque, claro está, la maestra no lo dijo así de claro.

—¿Notaste tú algo de eso cuando veías a Sara?

—Era más bien Erica la que la frecuentaba. Yo sólo la había visto de pasada y lo único que recuerdo es que me pareció una niña llena de vida. Pero nada que me llamase la atención.

—Por cierto, ¿cuál es la diferencia entre DAMP y TDAH? —preguntó Martin—. A mí me da la sensación de que ambos conceptos se utilizan más o menos en las mismas situaciones.

—No tengo la menor idea —admitió Patrik encogiéndose de hombros—. Ni siquiera sé si su problema tiene algo que ver con su asesinato… Pero por algún sitio hay que empezar, ¿no?

Martin asintió y señaló el montón de documentos que tenía sobre la mesa.

—He estado comprobando las denuncias por delitos sexuales de los últimos años y no hay nada que verdaderamente encaje. Varias por agresión a niños en el seno familiar que hemos tenido que archivar por falta de pruebas. Sí tenemos una sentencia de uno de esos casos; recordarás a aquel padre que abusaba de su hija, ¿no?

Patrik asintió. No había muchos casos que le hubiesen dejado tan mal sabor de boca como aquél.

—Torbjörn Stiglund. Pero él aún está encerrado, ¿verdad?

—Sí, he llamado para comprobarlo y ni siquiera ha salido de permiso, así que podemos borrarlo. Por lo demás, la mayoría de lo que tenemos son violaciones, pero a mujeres adultas, y algún caso aislado de vejaciones, aunque también contra adultos. Por cierto, ahí apareció un nombre familiar —Martin señaló el archivador que Patrik tenía antes en su despacho y que ahora había pasado al del colega—. Espero que no te moleste que me haya traído el taco de la familia Florin que estaba en tu…

—No, claro, sin problemas —aseguró Patrik—. Me figuro que te refieres a las denuncias de Lilian contra Morgan Wiberg.

—Sí, según esa mujer, el joven se metió en su parcela e intentó fisgar por la ventana en varias ocasiones mientras ella se cambiaba de ropa.

—Ya lo he leído —respondió Patrik con voz cansada—. Pero, si he de ser sincero, no sé qué actitud adoptar ante esa información. Tengo la sensación de que nada de eso guarda mayor relación con la realidad… Más bien parecen acusaciones cruzadas y, desde luego, un despilfarro muy eficaz del tiempo y los recursos de la policía.

—Yo me inclino a pensar lo mismo, pero, a la vez, no podemos cerrar los ojos al hecho de que en la casa de al lado vive un posible mirón. Ya sabes, los delitos sexuales suelen empezar justo con ese tipo de acciones —observó Martin.

—Sí, lo sé, pero me parece demasiado rebuscado. Supón que es cierto lo que dice Lilian Florin, cosa que yo dudo mucho. En ese caso, estaríamos diciendo que Morgan quería fisgar para ver a una mujer adulta desnuda; no hay nada en ello que indique un supuesto interés sexual por menores. Además, ni siquiera sabemos si el asesinato de Sara comenzó con una agresión sexual. En la autopsia no había nada que abogase por ello. Pero quizá valga la pena investigar algo más a Morgan. Al menos, tener una charla con él.

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