Las horas oscuras (51 page)

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Authors: Juan Francisco Ferrándiz

Tags: #Histórico, Relato

BOOK: Las horas oscuras
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Morann se pasó la mano por la amplia tonsura. El sudor brillaba en su rostro.

—Algo terrible, inevitable —prosiguió el monarca hablando para sí—. De nuevo una desgracia venida del mar…

Cuando las miradas de los dos hombres se encontraron, el obispo pareció encogerse como si lo hubieran golpeado brutalmente. Ultán pensó en la extraña reacción de Morann el día de Navidad en el monasterio.

El obispo se acercó a Cormac con la intención de hablarle al oído, pero de pronto un extraño cambio en el ambiente enmudeció la conversación. Las imprecaciones del exterior habían cesado y un silencio espeso se había instalado en la fortaleza. Cormac, intrigado, se puso en pie.


Strigoi
,
strigoi
! —gritaron algunas voces procedentes de la antesala.

Las puertas del salón se abrieron con un fuerte estrépito. Las llamas del hogar se agitaron con violencia y acto seguido se extinguieron. La luz de los candiles colgados en los muros pareció menguar sensiblemente.

Una oscura silueta encapuchada se perfilaba en la entrada. El obispo y Ultán se levantaron bruscamente y retrocedieron atemorizados. Cormac desistió de llamar a la guardia, distinguía los semblantes lívidos de sus hombres agazapados más allá de la puerta; el terror les impedía reaccionar.

El recién llegado se retiró la capucha lentamente y la trémula luz de las lámparas reflejó la mortal palidez de un rostro cadavérico. Durante un instante cayeron presas del influjo de unos rasgos cargados de atrayente misterio.

Un escalofrío recorrió el cuerpo de Ultán, que tenía los ojos como platos. No podía creerlo: el siniestro peregrino que se le había aparecido un año antes en un bosque sombrío de la lejana Liébana se hallaba en el castillo de Cormac…


Strigoi
susurró para sí; era la terrible criatura de la que todo el mundo hablaba, la causante del terror en Dyflin y Limerick.

¡Había atraído al demonio hasta Irlanda! Deseó que el Altísimo lo fulminara antes que volver a hundirse en sus blancas pupilas, donde el fuego ardía perenne.

El recién llegado, sin mostrar el menor temor a una intervención de los soldados, se acercó a la mesa y contempló con desprecio a Cormac, aterrado, y al obispo, que aferraba la cruz de plata que pendía en su pecho como si estuviera en presencia de alguno de los seres del averno a los que tanto aludía en sus pláticas. Se plantó ante el monarca, al que casi le sacaba una cabeza, y se deleitó observando el miedo que le insuflaba. Finalmente hizo una leve reverencia y mostró sus afilados dientes.

—Os presento mis respetos, rey Cormac de Mothair y del
tuan
de Clare —anunció en gaélico con una pronunciación muy extraña que lo hacía difícil de comprender—. Mi nombre es Vlad Radú, procedo de una remota región del continente, la tierra de los valacos, en los Cárpatos, más allá de Germania y del Danubio.

—Bienvenido… a mis tierras, Vlad Radú —balbució el monarca intentando disimular el temblor de su voz—. ¿Qué motivo os ha traído hasta esta alejada isla?

El
strigoi
tomó asiento en una banqueta, apoyó los codos sobre la mesa e invitó a los demás a hacer lo propio. Sus ojos de hielo parecían absorber el escaso calor que aún quedaba en el alma del monarca. Jamás se había sentido tan desvalido. No podía sustraerse a la influencia de ese hombre, cuyo cadavérico rostro poseía un extraño atractivo. A su lado, el obispo era incapaz de articular palabra, no quedaba ni rastro de su actitud soberbia.

—Sé que ambos compartimos un mismo objetivo —indicó el
strigoi
mirando a Ultán de soslayo—. Llevo algunos días por estos lares y sé cómo están las cosas. No voy a andarme con rodeos: vos deseáis desembarazaros de esos monjes y yo tengo algunas cuentas pendientes con ellos…

Consciente del hipnótico efecto que causaba su intensa mirada, se volvió hacia los rescoldos del hogar para liberarlos de su influjo y que recuperaran el habla.

—¿Tenéis un plan para someter a los monjes? —preguntó.

—El monasterio es objeto de una maldición —apuntó Morann con voz susurrante.

Vlad negó con la cabeza.

—Lo sé. Los signos del Apocalipsis —repuso con desdén—. Los lugareños hablan de la presencia de un monje encapuchado.

—Nosotros no tenemos nada que ver —reveló Cormac—. Lo que está ocurriendo es inexplicable, pero aun así no parece que deseen abandonar el monasterio.

—Lo imaginaba. Los conozco bien. Se han enfrentado a la oscuridad durante décadas. El miedo y el desaliento están tan insertos en ellos como el tesón y la firmeza. Celebro que no seáis los responsables de tamaña estupidez. —Sus penetrantes ojos se clavaron en el pálido Cormac—. ¡Sólo ha servido para ponerlos en guardia! —Su ira mudó de inmediato en falsa complacencia—. Aunque resulta desconcertante. Estoy seguro de que esto tiene algo que ver con hechos del pasado… Pero no he venido hasta aquí para escuchar sórdidas historias. Mi interés ahora es acceder al cenobio.

Los tres irlandeses se miraron desconcertados.

—¿Puedo saber el motivo? —inquirió Cormac con un leve temblor en la voz.

Los ojos de Vlad Radú se posaron en Ultán y no se apartaron hasta verlo encogerse y susurrar una plegaria, aterrado.

—No es bueno para el mundo que existan todos esos libros que guardan y que no les pertenecen —comenzó lentamente, tratando de hacerse entender en un idioma extraño para él—. Los hacinan en su biblioteca sin comprender que no es conocimiento lo que la humanidad necesita, sino una guía firme, sin escrúpulos. —Clavó su mirada insidiosa en el obispo, con desprecio—. Algo en lo que su Dios y sus ministros han fracasado. Esos monjes no son dignos de guardar ese saber, ni de preservarlo. Si no puede ser de la Scholomancia, ¡es preferible que arda! —Su rostro se crispó y los otros retrocedieron instintivamente—. Brian de Liébana y el hermano Michel guardan un libro muy especial que debo destruir a toda costa. ¡Hace tiempo juré no descansar hasta tener en mis manos el corazón sangrante de ese monje y ver el ocaso del Espíritu de Casiodoro!

Las velas crepitaron como si la fuerza de sus palabras alterara el aire de la estancia. El rey y Morann se lanzaron una mirada rápida; no sabían si se encontraban ante un adversario o un aliado.

—¡Vamos, rey Cormac! —prosiguió Vlad con desdén—. Esta reunión es para planear el modo de acabar con San Columbano, los gritos de vuestro pueblo así lo exigen. ¿Qué clase de rey sois?

El monarca bajó la cabeza, intentaba aplacar las oleadas de vergüenza y cólera que brotaban de su pecho y le aferraban la garganta. Nadie le había hablado con tal insolencia… Sin embargo, era incapaz de replicar. Los asustadizos ojos del obispo lo conminaron a hablar.

El
strigoi
desvió la mirada y Cormac, liberado de su influjo, comenzó a revelar sus intenciones; no ocultó los escabrosos detalles que había planeado en los momentos previos a su inesperada irrupción. Ultán, por su parte, intuía que habría sido en vano. Cuando el monarca calló, el otro se volvió hacia ellos.

—Tengo hambre. Traedme un cordero recién sacrificado.

Sorprendido, el rey llamó a los temblorosos sirvientes y poco después le trajeron una bandeja con lo que el
strigoi
había solicitado. Vlad tomó una copa de vino y la apuró de un trago. Aquel simple gesto les aportó cierto alivio, pues denotaba una humanidad de la que aquel ser parecía carecer. Después tomó la pierna de cordero cruda, la alzó y observó el goteo de la sangre y el ligero vaho que desprendía.

—A vuestra salud —musitó con una oscura sonrisa antes de que sus dientes afilados desgarraran la carne con voraz apetito.

Morann se volvió, asqueado.

—¡Todos los días coméis y bebéis la sangre de Cristo! —se mofó el valaco con sarcasmo; dos regueros de sangre manaban de las comisuras de sus labios—. Supongo que no os incomodará que otros lo hagamos con un mísero animal.

Al oír la blasfemia, las mejillas del clérigo adquirieron una tonalidad carmesí. En cualquier otra circunstancia el pecador habría sido detenido y fustigado hasta retorcerse implorando perdón, pero lo que hizo fue agachar la cabeza y observar sus temblorosas manos.

Cuando terminó el sangriento festín, el
strigoi
se levantó y se acercó al fuego. Sopló con fuerza y una débil llama brotó entre los humeantes leños.

—Vuestro plan es astuto, pero fracasará.

Cormac y Morann se miraron atónitos. Vlad se volvió hacia ellos con una fina sonrisa.

—Esos monjes no son lo que parecen. Antes de venir aquí he observado el monasterio. El hermano Berenguer está en buena forma y lo ha convertido en una auténtica fortaleza. No lo parece, pero siempre está férreamente vigilada: tienen armas y artefactos letales escondidos en cada rincón. —Su mirada se posó en el monarca y añadió, sarcástico—: Me han dicho que Brian escapó de la fortaleza con una muchacha y que vuestros soldados no pudieron detenerle.

Cormac apretó los puños; la humillación resultaba insoportable.

—Ahora es distinto —dijo—. El pueblo exige que se le libre del mal.

—No hay ninguna posibilidad de éxito —le cortó Vlad sin miramientos—, os lo aseguro, monarca. Bajo esos raídos hábitos benedictinos se esconden hombres de armas en cuyo corazón arde con fuerza el Espíritu de Casiodoro. Creedme, sólo la muerte los doblegará. Por defender esos libros lucharán con una destreza que jamás habéis visto. Y si son amenazados, vendrán más. Su comunidad es más grande y poderosa de lo que podáis concebir.

—¡Eso ya lo veremos! —osó replicar Cormac.

—No olvidéis que el viejo
frate
Michel está aquí presente, entre nosotros…

Morann se estremeció.

—¿A qué os referís?

Vlad sonrió y asintió.

—No hay nada que podáis pensar o decir al respecto que no haya sido previsto por su incisiva mente. No podéis ni imaginar la capacidad estratégica de ese… monje. —De pronto parecía dominado por una ira incontenible y sus uñas ennegrecidas dejaron profundas marcas en la mesa. Cuando recuperó el aplomo, se encogió de hombros y concluyó, casi con indiferencia—: Pero ésa no es mi contienda, haced lo que os plazca, os prometo que no voy a interferir, pero quedáis advertidos del fracaso. La única manera de penetrar en la biblioteca es usando la astucia y el engaño. Abiertas las puertas, la fuerza bruta hará el resto.

—Pero vos mismo habéis afirmado que su convicción no se doblegará…

Cormac no logró terminar la frase al ver cómo el azul de aquellas pupilas le congelaba el alma.

—Ese monasterio no se ha alzado con las escasas manos de los monjes. Todo un enjambre de artesanos y obreros pululan por el campamento. En alguno de ellos está la clave. Ésa es la debilidad del monasterio en este momento. —Su mirada vagó por los oscuros rincones del techo de la estancia, como si les concediera tiempo para pensar—. Puede que el viejo Michel sea el hombre más astuto del orbe y Brian uno de los más avezados guerreros, pero a este último sus sentimientos pueden traicionarle. —El
strigoi
parecía evocar lejanos recuerdos—. La bondad cristiana será su perdición.

Aquellas palabras estaban cargadas de un odio tal que los presentes sintieron que el vello se les erizaba. Vlad Radú no era un simple cazador de hombres ni un mercenario bien pagado. La incontenible sed de venganza movía su gélido corazón. El abad de San Columbano no habría podido tener peor adversario.

—Por eso estoy aquí, monarca. —Su tono gutural sonó como el gruñido de una fiera a punto de atacar—. ¡Quiero encontrar su debilidad y aprovecharla para acceder hasta el corazón de San Columbano!

Durante unos minutos, nadie osó hablar y el gesto impaciente del
strigoi
comenzó a causarles pavor. Las noticias volaban en Irlanda. Un rastro de sangre y siniestros rumores precedían la llegada a Mothair de aquel extranjero que había desembarcado en Dyflin. Era posible que no salieran vivos de la estancia.

La tensión se hacía insostenible. Cormac, desesperado, estaba a punto de hacerle una jugosa oferta cuando Ultán habló:

—Creo que yo sé cuál es esa debilidad…

Vlad se volvió hacia él y su mirada le compelió a seguir.

—Se llama Dana —dijo, avergonzado—. Es mi esposa pero vive en el monasterio. Fue a ella a quien Brian rescató de las mazmorras de esta fortaleza. Entre ambos existe un profundo vínculo.

Por primera vez el
strigoi
exhibió una mueca de triunfo. Señaló al hombre con el dedo y asintió con agrado: eso era justo lo que necesitaba saber.

—¡Brian tiene una ramera y tú eres su marido! —se mofó de Ultán mientras le posaba la mano en el hombro—. Es algo impropio de un monje, pero la carne es débil. Quiero saberlo todo sobre ella, ¿me has oído? ¡Todo!

El fuego del hogar pareció languidecer de pronto y el frío se apoderó de la estancia.

La escasa paz que aún quedaba en San Columbano estaba condenada a desvanecerse.

Tercera parte

Némesis


Venid, joven, acercaos. Deteneos un instante… ¡Esperad! ¡Yo os conozco! Habéis pasado por este camino otras veces… Mis hijos protestan porque repito las cosas una y otra vez, pero es que esta cabeza mía vuela demasiado en los recuerdos
.

»Me habría complacido que os sentarais conmigo a contemplar los acantilados, pero hoy el día es gris y lluvioso, el frío ha penetrado en mis viejos huesos y creo que regresaré pronto a casa. ¡La humedad me está matando y no ha hecho más que empezar! ¡Esta noche será insoportable
!

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