Las llanuras del tránsito (26 page)

BOOK: Las llanuras del tránsito
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–Algunos de los más jóvenes que asistían a la Reunión de Verano creían que las moradas eran anticuadas –dijo Jondalar–. Les seducía la idea de una vivienda individual sólo para una o dos familias.

–¿Significa que deseaban vivir solos? ¿Una sola vivienda para una o dos familias? ¿En un campamento de invierno? –preguntó Ayla.

–No –contestó Jondalar–. Nadie deseaba vivir solo todo el invierno. Nunca se ve una de estas pequeñas moradas completamente aislada; siempre hay cinco o seis, a veces más. Ésa era la idea. La gente con la cual hablé creía que era más fácil construir una morada más pequeña para una o dos familias nuevas que amontonarse en una vivienda grande hasta que tuviesen que levantar otra. Pero deseaban construir cerca de sus familias y permanecer con sus campamentos, además de participar en las actividades y las comidas con los alimentos que recogían y acumulaban en común para el invierno.

Jondalar apartó el pesado cuero que colgaba de los colmillos unidos que formaban la entrada, se inclinó y pasó al interior. Ayla permaneció detrás, sosteniendo la colgadura para permitir que entrara un poco de luz.

–¿Qué opinas, Ayla? ¿Parece una morada mamutoi?

–Podría ser. Es difícil decirlo. ¿Recuerdas aquel campamento sungaea donde nos detuvimos de camino a la Reunión de Verano? No era muy distinto de un campamento mamutoi. Sus costumbres quizá fueran algo diferentes, pero en muchos aspectos eran bastante similares a las de los Cazadores de Mamuts. Y Mamut dijo que hasta la ceremonia fúnebre era muy parecida. Creía que antes habían estado emparentados con los mamutoi. Pero yo observé que la forma de sus adornos no era la misma. –Hizo una pausa, tratando de recordar otras diferencias–. Y algunas de sus ropas..., como aquella hermosa manta de lana de mamut y de otros animales que usaron para cubrir a la muchacha que había muerto. También los campamentos mamutoi tienen distintas formas. Nezzie siempre sabía a qué campamento pertenecía alguien por las pequeñas variaciones del estilo y la forma de los dibujos de las túnicas, aunque yo misma no podía distinguir demasiado la diferencia.

Gracias a la luz que se filtraba por la entrada, era fácil ver los principales elementos de apoyo de la construcción. La morada no había sido armada con madera, aunque algunas estacas de haya estaban dispuestas estratégicamente; había sido levantada con huesos de mamut. Los huesos grandes y sólidos de las enormes bestias eran el material de construcción más abundante y fácil de obtener en aquellas estepas que casi no tenían árboles.

La mayor parte de los huesos de mamut utilizados como material de construcción no provenía de animales cazados con ese fin. Se obtenían de animales que habían perecido por causas naturales, y eran recogidos en los lugares donde aquéllos habían caído, en la estepa misma, o con más frecuencia, en los montones donde se habían acumulado hasta ser arrastrados por los ríos desbordados, cuyas aguas los depositaban en ciertos recodos o barreras del río. A menudo se construían refugios invernales permanentes sobre las terrazas fluviales cerca de tales pilas, porque los huesos y los colmillos de mamut eran pesados.

Por regla general se necesitaban varios individuos para levantar un solo hueso, y nadie deseaba llevarlos muy lejos; el peso total de los huesos de mamut utilizados para construir una pequeña morada alcanzaba de mil a mil quinientos kilos o más. Para la construcción de estos refugios no bastaba la actividad de una sola familia, sino un esfuerzo comunitario, dirigido por alguien que poseía saber y experiencia y organizado por quien era capaz de conseguir que otros ayudasen.

El lugar que ellos denominaban campamento era una aldea estable, y las personas que vivían allí no eran perseguidores nómadas de animales trashumantes, sino esencialmente cazadores y recolectores sedentarios. A veces el campamento quedaba desierto durante algún tiempo, en verano, es decir, el período en que los habitantes salían a cazar o a recolectar vegetales, alimentos que eran conservados en pozos cercanos, o a visitar a familiares y amigos de otras aldeas, con el fin de intercambiar noticias y también cosas; pero aun así, se trataba de la sede de un hogar permanente.

–No creo que esto sea un Hogar del Mamut, o como quiera que se llame aquí a estos hogares –dijo Jondalar, mientras dejaba caer la colgadura, que levantó una nube de polvo a su espalda.

Ayla enderezó la figurilla femenina, cuyos pies estaban intencionadamente apenas esbozados, de modo que las piernas presentaban una forma aguzada que había sido hundida en el suelo, para montar guardia frente a la entrada. A continuación siguió a Jondalar, que pasó a la morada siguiente.

–Ésta es probablemente la residencia del jefe o del Mamut, o tal vez de ambos –dijo Jondalar.

Ayla vio que era un poco más amplia y que la figura femenina que estaba delante había sido mejor trabajada, y asintió para indicar que coincidía con él.

–Creo que de un Mamut, si son mamutoi o un pueblo parecido. La jefa y el jefe del Campamento del León tenían moradas que eran más pequeñas que las del Mamut, pero la de éste servía para alojar a los visitantes y también a todos los demás cuando se reunían.

Ambos estaban de pie en la entrada, sosteniendo la colgadura, en espera de que sus ojos se adaptasen a la penumbra del interior. Pero dos lucecillas continuaban refulgiendo. Lobo gruñó y la nariz de Ayla percibió un olor que la inquietó.

–¡No entres, Jondalar! ¡Lobo! ¡Quieto! –ordenó, apoyando la orden con un gesto de la mano.

–¿Qué es, Ayla? –preguntó Jondalar.

–¿No lo hueles? Ahí hay un animal, algo que puede producir un olor fuerte, creo que es un tejón, y si lo asustamos producirá un olor terrible que tarda mucho en disiparse. No podremos usar esta vivienda, y la gente que vive aquí se verá en dificultades para eliminar el olor. Jondalar, si sostienes la colgadura, tal vez salga por propia voluntad. Estos animales cavan madrigueras y no les gusta demasiado la luz, aunque a veces cazan de día.

Lobo inició un gruñido grave y prolongado; era evidente que deseaba arrojarse sobre la fascinante criatura. Pero como la mayor parte de los miembros de la familia de la comadreja, el tejón podía rociar al atacante con el contenido extraordinariamente intenso y acre de sus glándulas anales. Lo que menos deseaba Ayla era tener cerca a un lobo que hediese con ese olor fuerte y almizclado, y no sabía muy bien cuánto tiempo podría retener a Lobo. Si el tejón no salía pronto, quizá tendría que emplear un método más drástico para librar a la morada del animal.

El tejón no veía bien con sus ojillos insignificantes, pero en todo caso éstos se mantenían fijos en la abertura iluminada. Cuando pareció evidente que el tejón no se marcharía, Ayla echó mano de la honda que llevaba sujeta a la cabeza y buscó una piedra en el saco que colgaba de su cintura. Puso una piedra en la honda, apuntó a las dos lucecillas, y con un movimiento rápido y experto para obtener mayor impulso, disparó la piedra. Oyó un golpe seco y las dos lucecillas se apagaron.

–¡Ayla, creo que le has dado! –dijo Jondalar, pero esperaron un momento hasta asegurarse de que no había movimiento antes de penetrar en la morada.

Cuando entraron, miraron desconcertados. El animal, bastante grande, unos noventa centímetros desde la punta del hocico al extremo de la cola, estaba tendido en el suelo con una herida en la cabeza, pero era evidente que había pasado algún tiempo en la morada, explorando y destruyendo todo cuanto pudo hallar. ¡El lugar era un desastre! El suelo de tierra apisonada había sido arañado y excavado, y en algunos lugares aparecían los excrementos del animal. Dos esteras que antes cubrían el piso estaban desgarradas, lo mismo que varios recipientes tejidos. Los cueros y las pieles extendidos sobre las plataformas altas, utilizados como lechos, estaban masticados y desgarrados, y por doquier aparecía desparramado el relleno de plumas, lana o hierbas de las camas. Hasta había desaparecido una parte de la compacta pared; el tejón había perforado su propia entrada.

–¡Mira esto! No me gustaría volver y encontrar algo parecido –dijo Ayla.

–Es siempre el riesgo que se corre cuando se deja deshabitado un lugar. La Madre no protege una morada de Sus restantes criaturas. Sus hijos deben apelar directamente al espíritu animal y arreglárselas por su cuenta con los animales de este mundo –dijo Jondalar–. Quizá podamos limpiar un poco esta vivienda, aunque no logremos reparar todo el daño.

–Voy a desollar este tejón; dejaré aquí la piel y así sabrán qué fue lo que provocó todo esto. En todo caso, el cuero les servirá –confirmó Ayla, cogiendo por la cola al animal para llevarlo fuera.

Con mejor luz, pudo ver el lomo gris con su pelo duro, las partes inferiores más oscuras, y la peculiar cara de rayas negras y blancas, y comprobó que, en efecto, se trataba de un tejón. Lo desolló con un afilado cuchillo de pedernal y lo dejó sangrar. Después, regresó a la vivienda y se detuvo un momento antes de ir a inspeccionar el resto de las habitaciones abovedadas. Trató de imaginar cómo serían estando habitadas y experimentó un intenso sentimiento de pesar porque no lo estaban. Un ser humano podía sentirse muy solo sin la presencia de otras personas. De pronto, se sintió muy agradecida a Jondalar y, durante unos instantes, pensó que la desbordaba el amor que sentía por él.

Buscó el amuleto que colgaba de su cuello, palpó los objetos reconfortantes guardados en el saco de cuero y pensó en su tótem. No evocaba del mismo modo que antes al espíritu protector de su Caverna del Léon. Era un espíritu del clan, aunque Mamut le había dicho que su tótem siempre la acompañaría. Jondalar se refería constantemente a la Gran Madre Tierra cuando hablaba del mundo de los espíritus, y ahora Ayla pensaba más en la Madre, después de las enseñanzas que había recibido de Mamut; pero siempre pensaba que era su León de la Caverna quien le había traído a Jondalar y se sentía impulsada a comunicarse con su espíritu totémico.

Utilizando el antiguo lenguaje sagrado de los signos manuales que se empleaba para invocar al mundo de los espíritus, así como para comunicarse con otros clanes, cuyas sintéticas palabras cotidianas habladas y los signos manuales más comunes eran distintos, Ayla cerró los ojos y dirigió sus pensamientos a su tótem.

«Gran Espíritu del León de la Caverna», dijo con gestos, «esta mujer se siente agradecida porque ha sido considerada digna de tu gracia; agradecida de haber sido elegida por el poderoso León de la Caverna. El Mog-Ur siempre dijo a esta mujer que era difícil convivir con un espíritu poderoso, pero que siempre valía la pena. El Mog-Ur acertó. Aunque las pruebas a veces han sido difíciles, los dones han estado a la altura de las dificultades. Esta mujer se siente muy agradecida por los dones, los dones del saber y la comprensión. Esta mujer también se siente agradecida por el hombre que el gran Espíritu totémico le permitió encontrar, y que está llevando a esta mujer de regreso a su hogar. El hombre no conoce los Espíritus del clan, y no comprende del todo que también él fue elegido por el Espíritu del Gran León de la Caverna, pero esta mujer se siente agradecida porque también a él se le consideró digno de tu gracia».

Se disponía a abrir los ojos, cuando de pronto concibió otro pensamiento.

«Gran Espíritu del León de la Caverna», continuó, mentalmente y con el lenguaje mudo, «el Mog-Ur dijo a esta mujer que los espíritus totémicos siempre quieren un hogar, un lugar al cual retornar, donde son bienvenidos y desean permanecer. Este viaje concluirá, pero el pueblo del hombre no conoce a los espíritus de los tótems del clan. El nuevo hogar de esta mujer no será el mismo, pero el hombre honra al espíritu animal de cada uno, y el pueblo del hombre debe conocer y honrar al Espíritu del León de la Caverna. Esta mujer diría que el Gran Espíritu del León de la Caverna siempre será bienvenido y siempre tendrá un lugar dondequiera se dé la bienvenida a esta mujer».

Cuando Ayla abrió los ojos, vio que Jondalar la miraba.

–Parecías... ocupada –dijo–. No quise molestarte.

–Estaba... pensando en mi tótem, mi León de la Caverna –dijo Ayla–, y en tu hogar. Ojalá sea... un lugar cómodo.

–Los espíritus animales se sienten cómodos cerca de Doni. La Gran Madre Tierra los creó y dio nacimiento a todos. Las leyendas hablan de eso –explicó él.

–¿Leyendas? ¿Historias acerca de los tiempos antiguos?

–Supongo que podría decirse que eran historias, pero se las llamaba de un modo especial.

–También había leyendas del clan. Me encantaba cuando Dorv las narraba. Mog-Ur puso a mi hijo el nombre de una de mis favoritas: «La leyenda de Durc» –dijo Ayla.

Jondalar se sintió algo sorprendido y no pudo reprimir un cierto grado de incredulidad ante la idea de que el pueblo del clan, tan atrasado, pudiera tener leyendas e historias. Para él era difícil superar ciertas ideas arraigadas que le habían inculcado desde la infancia, pero, en todo caso, ya había comprobado que aquella gente era mucho más compleja de lo que él hubiera creído posible; entonces, ¿por qué no podían tener leyendas e historias?

–¿Conoces algunas leyendas de la Madre Tierra? –preguntó Ayla.

–Bien, creo que recuerdo un fragmento de una de ellas. Las narran de modo que sea más fácil recordarlas, pero sólo los zelandonii especiales las conocen todas.

Hizo una pausa para recordar, y después inició una suerte de canturreo:

Las aguas de su parto afluyeron, llenando ríos y mares.

Después inundaron la Tierra y nacieron los árboles.

De cada gota caída, crecieron hojas y pastos nuevos.

Hasta que las verdes plantas que brotaban ocuparon toda la superficie de la Tierra.

Ayla sonrió.

–¡Qué maravilloso, Jondalar! Cuenta la historia con un grato sentimiento y palabras sonoras, algo que se asemeja a los ritmos de las canciones mamutoi. Seguramente es muy fácil recordarla.

–Suele cantarse a menudo. Distintas personas entonan a veces canciones diferentes para decir lo mismo, pero las palabras en general son casi siempre iguales. Algunas personas pueden cantar la historia entera, con todas las leyendas.

–¿Sabes otras?

–Algunas. Las he escuchado todas y generalmente conozco la historia, pero los versos son muchos y hay que esforzarse para recordarlos. La primera parte se refiere a Doni y su soledad, y al nacimiento del sol, es decir, Bali, «la gran alegría de la Madre, un niño inteligente y hermoso», y después las historias relatan cómo Ella lo pierde y de nuevo está sola. La luna es su Amante, Lumi, pero Ella también lo creó. Esa historia es más bien la leyenda de una mujer; se refiere a los períodos lunares y a su transformación en mujer. Hay otras leyendas en que Ella da a luz a todos los espíritus animales, y al espíritu mujer y hombre, a todos los Hijos de la Tierra.

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