—No te enfades —grita Shonda, mientras me abro paso entre las mesas.
—Conque «porfi, porfi, porfi», ¿eh? —replico, inclinándome para darle un abrazo—. ¡Me has tendido una trampa!
—Te echábamos de menos y era la única forma de que nos hicieras caso —dice Shonda.
—Lo siento —respondo—. Yo también os he echado de menos. Pero estoy bien, de verdad.
Las tres me miran con expresión preocupada y compungida.
—No me hagáis esto. No me miréis así. Por favor.
—Queríamos asegurarnos de que estabas bien —dice Pat.
—¡Oh, Pat, qué tripa tienes! ¡Estás preciosa! —exclamo.
—Adelante, tócala. Todo el mundo me la toca.
Apoyo las manos en su vientre.
—¡Qué buen lugar! ¡Hola, pequeñito! —susurro—. No te imaginas lo bien que has elegido.
Shonda me hace sentar a su lado.
—¿Cuándo cumples los cuarenta y cinco? —pregunta.
Todas las Abejas Parlanchinas, excepto yo, han dejado atrás la edad en que sus madres murieron. Soy la última, y obviamente, no están dispuestas a dejar pasar mi punto crítico sin hacer algo al respecto.
—El 4 de septiembre. —Recorro la mesa con la mirada—. ¿Qué pasa con el zumo de tomate?
Todas tienen un vaso.
—Prueba un poco —dice Tita, deslizando el suyo por la mesa—. Recuérdame que te he traído lumpias. Que no se me olvide dártelos.
Los lumpias son la versión filipina de los rollitos de primavera. Me encantan. Cada vez que nos vemos Tita y yo, me trae un par de docenas.
Bebo un sorbo y toso. ¡Tiene vodka!
—¡Pero si aún no es mediodía!
—De hecho, son las doce y treinta y cinco —dice Shonda, enseñándome una petaca. Le hace un gesto a la camarera y levanta su vaso—. Ella también quiere uno de éstos.
—¡Ella no quiere nada de eso, porque tiene que volver a trabajar dentro de una hora! —protesto.
—Con más razón —replica Shonda.
—El mío está virgen… —suspira Pat.
—Bueno… —dice Tita.
—Bueno… —digo yo.
—Bueno, estamos aquí porque queríamos prepararte para lo que probablemente está por venir —explica Tita.
—Ya sé lo que está por venir y estoy preparada: este verano no me pondré biquini, ni tampoco el próximo, ni tampoco el siguiente —digo.
—¡Alice, en serio! —me interrumpe Shonda.
—Yo me volví un poco chiflada el año que cumplí la edad que tenía mi madre cuando murió —dice Pat—. Estaba tan deprimida que pasé semanas sin levantarme de la cama. Tuvo que venir mi cuñada a ayudarme con los niños.
—Yo no estoy deprimida —digo.
—Bueno, eso está muy bien —replica Pat.
—Yo dejé mi trabajo con Lancôme —recuerda Shonda— y me hice representante de los productos naturales del Dr. Hauschka. ¿Os lo imagináis? ¿Me imagináis a mí tratando de vender potingues ecológicos? Mi principal cliente era la cadena Whole Foods. ¿Alguna vez habéis intentado encontrar aparcamiento en el Whole Foods de Berkeley pasadas las nueve de la mañana? Imposible.
—Yo no pienso dejar mi trabajo —respondo—. Y aunque quisiera, no podría, porque acaban de rebajar de categoría a William.
Las Abejas Parlanchinas intercambian unas miradas de preocupación. «Te lo dije», parecen decirse.
—No es nada grave. Lleva un tiempo haciendo una especie de examen de conciencia, algo relacionado con la edad —explico.
—Lo que queremos decirte, Alice —interviene Tita—, es que quizá empieces a comportarte de manera extraña y a hacer cosas que normalmente no harías. ¿Te suena? ¿Has notado que te está pasando algo así?
—No —respondo—. Todo normal y todo bien, salvo que Zoé tiene un trastorno alimentario. Y que Peter es gay pero todavía no lo sabe. Y que yo estoy participando en una encuesta secreta sobre satisfacción matrimonial.
Lo que las Abejas Parlanchinas sabemos, lo que nunca nos hemos dicho porque no necesitamos explicarlo, es que nadie nos querrá nunca como nos quisieron nuestras madres. Podrán querernos nuestros padres, nuestros amigos, nuestros hermanos, tíos, abuelos y maridos, y también nuestros hijos, si decidimos tenerlos, pero nunca volveremos a experimentar el amor incondicional de una madre, ese amor que persiste independientemente de lo que hagamos.
Intentamos proporcionarnos mutuamente ese amor. Y cuando fracasamos, nos ofrecemos un hombro donde llorar, manos tendidas y oídos dispuestos a escuchar. Y cuando también en eso fracasamos, entonces nos damos lumpias, muestras gratuitas de rímel a prueba de agua, enlaces a artículos interesantes y, sí, también, zumo de tomate con vodka. Pero lo mejor de todo es la comodidad de no tener que fingir que lo hemos superado. El mundo quiere que sigamos adelante. Incluso necesita que sigamos adelante. Pero las Abejas Parlanchinas sabemos que la banda sonora de la pérdida está sonando siempre como música de fondo. A veces el sonido queda silenciado, pero otras veces el volumen está al máximo y resulta ensordecedor.
—Empieza por el principio, corazón, y cuéntanoslo todo —dice Tita.
3537. Y entonces, un día, delante del hotel Charles, desconectó los auriculares de mi walkman y los conectó al suyo, y por primera vez fue como tener una conversación de verdad. Fue más o menos así:
Canción 1
: De La Soul,
Ring Ring Ring (Ha Ha Hey)
. Fue como decirme: «Soy un blanco al que le gusta el hip-hop, si no es muy exagerado. De vez en cuando, si he bebido suficiente, soy capaz de bailar.»Canción 2
: 'Til Tuesday,
Voices Carry
. Por el estribillo («No digas nada, no digas nada»), interpreté que me estaba pidiendo que no le contara a nadie lo de que salíamos a correr a la hora del almuerzo.Canción 3
: Nena,
99 Luftballoons
. Algo así como: «Fui punk durante tres semanas cuando tenía trece años. ¿Te he impresionado?»Canción 4
: The Police,
Don't Stand So Close To Me
(«No te me acerques tanto»). «Acércate más.»Canción 5
: Fine Young Cannibals,
Good Things
(«Cosas buenas»). «Tú.»Canción 6
: Men Without Hats,
The Safety Dance
(«El baile de seguridad»). «Seguridad, lo que ya no existe entre nosotros.»Canción 7
: The Knack,
My Sharona
. Como dice la letra: «¡Tú haces que me funcione el motor!»Canción 8
: Journey,
Faithfully
(«Fielmente»). «Adverbio que ya no se puede aplicar a mi conducta.»
36De
: Casada 22Enviado el
: 4 de junio, 04.31Para
: Investigador 101Asunto
: AmigosCreo que ya va siendo hora de que nos hagamos amigos. ¿Qué opina de usar Facebook? Estoy en Facebook todo el tiempo y me encanta su inmediatez. ¿No le gustaría chatear? Si los dos creamos un perfil y sólo nos aceptamos mutuamente como amigos, podríamos conservar el anonimato. El único problema es que hay que usar un nombre real, y por eso he creado un perfil con el nombre de Lucy Pevensie. ¿Conoce a Lucy Pevensie, de
El león, la bruja y el armario
, la niña que atravesó el armario y descubrió Narnia? Mis hijos siempre me acusan de estar perdida en otro mundo cuando estoy conectada, así que tiene cierto sentido, aunque parezca extraño. ¿Qué le parece?Un cordial saludo,
Casada 22
De
: Investigador 101Enviado el
: 7 de junio, 06.22Para
: Casada 22Asunto
: AmigosEstimada Casada 22:
Normalmente no me comunico con los sujetos de nuestros estudios a través de Facebook, por evidentes problemas de privacidad, pero veo que ha encontrado una manera de solucionar ese aspecto. Le diré, para que conste, que no me gusta Facebook y que no suelo chatear. La comunicación en episodios breves y entrecortados me parece agotadora y es una fuente de distracción innecesaria. Es evidente que distrajo a la joven que se cayó hoy por una boca de alcantarilla mientras mandaba un mensaje de texto, como acaban de informar en las noticias de la NPR. Facebook es otro tipo de pozo, el agujero de una madriguera de conejos, según creo; pero estudiaré la posibilidad de usarlo y se lo comunicaré.
Atentamente,
Investigador 101
De
: Casada 22Enviado el
: 7 de junio, 06.26Para
: Investigador 101Asunto
: Amigos¿Qué tienen de malo las madrigueras? A algunos nos gustan mucho. Chagall creía que un cuadro era una ventana por la que una persona podía volar hacia otro mundo. ¿Le gusta más esa idea?
Casada 22
De
: Investigador 101Enviado el
: 7 de junio, 06.27Para
: Casada 22Asunto
: AmigosSí, en efecto. ¿Cómo lo ha sabido?
Investigador 101
—Entonces, ¿qué quieres hacer? —pregunto.
—No lo sé. ¿Y tú? —dice William—. ¿Os habéis puesto de acuerdo para la cena? ¿Qué nos toca llevar?
—El cordero. Nedra me ha pasado la receta por correo. Ya lo puse anoche a marinar. Tengo que ir a Home Depot a comprar unas plantas. Quiero melisa, hierbaluisa y esa otra hierba de Tailandia que huele a limón, ¿cómo se llama?
—¿Limoncillo? ¿Para qué quieres todas esas hierbas? —pregunta William.
—Son diuréticos naturales.
—Ah, no lo sabía.
—¿No?
Hablamos con amabilidad y corrección, como dos desconocidos en una fiesta. «¿De qué conoce a los dueños de la casa? Y usted, ¿de qué los conoce? Me encantan los corgis. ¡Qué casualidad! A mí también me encantan.» Yo sé que esta distancia entre nosotros se debe en parte a que me está ocultando el desastre de Cialis, y a que yo le oculto que estoy al tanto del secreto. Tampoco le he dicho que me comunico por correo electrónico con completos desconocidos para contarles detalles íntimos de nuestro matrimonio (del mismo modo que él les ha estado contando detalles íntimos de nuestro matrimonio a completos desconocidos). Pero no todo se explica por el estudio sobre el matrimonio o la rebaja de categoría de William. La distancia entre nosotros está creciendo desde hace años. Nuestro principal medio de comunicación entre semana son los mensajes de texto y casi siempre mantenemos la misma conversación:
¿A q hra vienes? A ls 7 Pollo o pscdo? Pollo
Es sábado. Caroline está en casa, pero los niños se han ido a pasar el día fuera, algo muy poco frecuente en nuestra familia. Intento no sentir pánico, pero no lo consigo. En su ausencia, el día se extiende ante mí sin ninguna estructura. Normalmente, llevo a Peter a tocar el piano y a jugar al fútbol, y William lleva a Zoé a sus partidos de voleibol o al rastrillo de beneficencia donde compra casi toda su ropa. Trato de no pensar que la mayor parte del tiempo funcionamos como simples compañeros de habitación y que la mayor parte del tiempo nos parece bien; es un poco solitario, pero es cómodo. Sin embargo, pasar un día juntos sin los niños significa abandonar nuestros papeles de padres y volver a ser marido y mujer, y eso hasta cierto punto me estresa. Un poco lo que pasa con el Cialis, pero sin el Cialis.
Recuerdo que cuando los niños eran pequeños, una conocida me contó lo desolados que estaban su marido y ella porque su hijo se iba a la universidad. Sin pensármelo, le contesté:
—Pero ¿no era ése el objetivo? ¡Ya lo habéis lanzado al mundo! ¿No deberíais estar contentos?
Cuando volví a casa y se lo conté a William, él también se sorprendió. Metidos hasta el cuello en las trincheras de los primeros años de la paternidad, los dos habríamos dado cualquier cosa por tener una tarde para nosotros solos. No veíamos la hora de que nuestros niños se volvieran independientes. No podíamos creer que alguien fuera a sentirse perdido porque sus hijos se habían marchado de casa. Diez años después, empiezo a entenderlo.
—¿Vendrán esta noche los Barbedian? —pregunta William.
—No creo. ¿No han dicho que tenían entradas para ver a los Giants?
—¡Qué pena! Bobby me cae bien —dice William.
—¿Eso quiere decir que Linda te cae mal?
William se encoge de hombros.
—Es amiga tuya.
—Y también tuya —respondo, irritada por su intento de endilgarme la amistad de Linda a mí sola.
Nedra y yo conocimos a Linda cuando nuestros hijos iban juntos al jardín de infancia. Desde hace años, las tres familias nos reunimos una vez al mes para cenar. Antes, los niños venían con nosotros, pero a medida que han ido creciendo han dejado de venir, y ahora vamos sólo los mayores y algunas veces Peter nos acompaña. Sin los niños como amortiguador, la dinámica de las cenas ha cambiado, en el sentido de que cada vez resulta más evidente que no tenemos mucho en común con Linda. Por otro lado, a todos nos encanta Bobby.
William suspira.
—Oye, no estás obligado a venir a hacer mis recados. No creo que tengas muchas ganas de recorrer un vivero conmigo.
—No me importa acompañarte, de verdad —responde William, con expresión vagamente irritada.
—¿En serio? Bueno, de acuerdo. ¿Te parece que le preguntemos a Caroline si quiere venir?
—¿Por qué íbamos a preguntárselo?
—No sé, se me ha ocurrido. De ese modo, si os aburrís, podréis dar un par de vueltas corriendo alrededor del edificio de Home Depot o algo.
Después de mi intento fallido de salir a hacer ejercicio con Caroline, William empezó a correr con ella. Al principio, le costó. No estaba en forma y las dos o tres primeras veces se le hicieron muy difíciles. Pero ahora los dos corren ocho kilómetros un par de veces a la semana, por las mañanas, y después preparan batidos de fruta con espirulina, que Caroline intenta hacerme tragar con promesas de menos catarros y mejor función intestinal.
—Muy graciosa. ¿Qué hay de malo en ir los dos solos? —pregunta William.