Las mujeres casadas no hablan de amor (9 page)

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Authors: Melanie Gideon

Tags: #Romántico

BOOK: Las mujeres casadas no hablan de amor
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Estoy sentada en un banco, con el teléfono en la mano, mientras un centenar de niños corren en círculos a mi alrededor. Es mi turno de patio. Algunos profesores detestan el turno de patio, porque dicen que es agotador y aburrido hasta extremos inconcebibles, pero a mí no me lo parece. Tengo mucha habilidad para recorrer con la vista el mar de niños, interpretar su lenguaje corporal, prestar atención al tono de sus voces e intervenir segundos antes del tirón de pelo, del intercambio ilegal de tarjetas Pokémon o de la aplicación ilícita de pintalabios Hello Kitty. Este tipo de intuición puede ser un don o una maldición, según se mire, pero me gusta pensar que es un don. Vigilar el recreo es como conducir. Superficialmente, estoy alerta, pero el resto de mí queda libre para procesar lo que está pasando en mi vida.

Siguiendo el consejo de Nedra, no le he contado a William que hablé con Kelly Cho a sus espaldas. Ahora tengo dos secretos para él: que estoy haciendo el estudio sobre el matrimonio y que he visto el vídeo del grupo de discusión de Cialis. Me puse un poco histérica mientras le enseñaba las hojas de cálculo del presupuesto familiar y le dije algo así como: «Tienes que esforzarte un poco más.» Dice que está investigando salidas en otras agencias publicitarias de la ciudad, pero me temo que no servirá de nada. La situación es mala en todas partes. Los comercios cierran y los presupuestos para publicidad se están reduciendo o incluso desaparecen del todo. Tendrá que arreglar su situación en KKM. En cuanto al grupo de discusión de Cialis, he decidido que ya no volveré a asistir a ninguna recepción con clientes de KKM.

¿Y mi trabajo? Tengo suerte de conservarlo. Cuando termine el curso, hablaré con la asociación de padres, para ver si es posible pasar de media jornada a jornada completa el otoño próximo. Si no, tendré que buscar un empleo mejor pagado. Necesito traer más dinero a casa.

Suena el timbre y los niños entran corriendo en el edificio. Abro rápidamente mi app de Facebook.

Shonda Perkins > Alice Buckle

Definición de amiga: Alguien con quien has comido por lo menos una vez en el último año.

Hace 43 minutos

Escuela John F. Kennedy

Os sugerimos que limitéis a una hora diaria el tiempo que vuestros hijos pasan delante de un monitor, incluidos Messenger, Twitter, Facebook y chateos, pero sin incluir el tiempo dedicado a investigar en la red para las clases.

Hace 55 minutos

Entulínea

(Weight Watchers) ¡Vuelve! ¡Te echamos de menos!

Hace 3 horas

William Buckle

añadió Tone-Loc y Mahler a su música favorita.

Hace 4 horas

William Buckle

añadió
El cazador
,
¿Teléfono rojo? Volamos hacia Moscú
y
Campo de sueños
a sus películas favoritas.

Hace 4 horas

¿Tone-Loc? ¿El de Funky Cold Medina? ¿Y la película favorita de William es
Campo de sueños
? Es evidente que no estamos en un campo de sueños. En un campo de espinas, quizá. William ha sido rebajado de categoría por revelar a toda su empresa cuántas veces hacemos el amor al mes, y yo espío a sus espaldas y le cuento a un completo desconocido que una vez me tocó una teta con el codo. Como le pasó a mi tocaya Alicia, la del cuento, he resbalado por el agujero del conejo. Va a caer, está cayendo, se cayó.

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33. Sí, cuando el tema le interesa.

34. Yo tenía un rollo con un tipo llamado Eddie. Lo había conocido en el gimnasio adonde iba a nadar. Trabajaba de monitor en la sala de pesas. Era tierno y sin complicaciones. Tenía las mejillas sonrosadas y unos dientes perfectos. No era mi tipo, claro… ¡pero qué cuerpazo! Nuestra relación era puramente física y el sexo entre nosotros era increíble, pero yo sabía que nunca iba a pasar de ahí. Lo malo es que no se lo había dicho.

—¡Eh, Al! ¡Allie!

Era un viernes por la tarde y yo estaba en la barra de Au Bon Pain, pidiendo un sándwich de ensalada de pollo y una coca-cola
light
. Había hecho cola durante quince minutos y tenía una veintena de personas detrás.

—Perdón. Disculpe. Estoy con ella.

Eddie se abrió paso a codazos hasta la cabeza de la cola.

—Hola, muñeca.

Nunca había estado con un hombre que me llamara «muñeca» y tengo que reconocer que me gustaba… hasta ese momento. En la cama, me hacía sentir glamurosa, y un poco como Bonnie con Clyde, pero ahí, en Au Bon Pain, me sonó terriblemente hortera.

Eddie me dio un beso en la mejilla.

—¡Qué aglomeración de gente!

Llevaba un pañuelo azul anudado en la frente al estilo de Rambo. Ya se lo había visto en la sala de pesas, que, en mi opinión, era el lugar donde correspondía lucir un pañuelo de esa manera. Hasta ese momento nunca nos habíamos dejado ver juntos en público. Por lo general, yo iba a su casa o él venía a la mía, porque, como ya he dicho, nuestra relación era sobre todo sexual. Pero estábamos en Au Bon Pain y a mí me mortificaba su aspecto de Sylvester Stallone.

—¿No tienes calor? —dije, mirándole deliberadamente la frente, como para telegrafiarle en silencio: «Estás en Cambridge, no en North End. Quítate ese ridículo pañuelo de la cabeza.»

—Hace un poco de calor aquí dentro, sí —dijo él, mientras se quitaba la cazadora vaquera y dejaba al descubierto una camiseta sin mangas. Se inclinó hacia adelante con una flexión de los deltoides y puso veinte dólares sobre el mostrador—. Que sean dos sandwiches de ensalada de pollo —dijo, y después se volvió hacia mí—. Pensé en darte una sorpresa.

—¡Me la has dado! La sorpresa, quiero decir. Hum… Creo que aquí no permiten entrar en camiseta sin mangas.

—He pensado que quizá después de comer podrías llevarme a tu oficina. Podrías presentarme a la gente y enseñarme un poco todo aquello.

Sabía lo que Eddie esperaba: que nada más entrar por la puerta, la gente de Peavy Patterson quedara extasiada y preguntara por ese tipo tan increíblemente apuesto con ese cuerpo tan extraordinario (exactamente lo que pensé yo cuando lo vi en el gimnasio), y que en seguida lo contrataran para alguna campaña importante. No estaba del todo equivocado respecto a su potencial. Tenía carisma y probablemente habría servido para vender cualquier cosa: papel de cocina, toallitas húmedas o comida para perros. ¡Pero no en camiseta sin mangas y con un pañuelo anudado en la frente!

—¡Qué buena idea! Pero deberías habérmelo dicho con antelación. No creo que hoy sea un buen día. Un cliente importante está de visita en la ciudad. De hecho, yo no debería haber salido a comer. Habría sido mejor que hubiera comido en la oficina. Todos se han quedado a comer en la oficina.

—¡Alice! ¡Alice! ¡Se nos ha hecho tarde, lo siento! —oímos que gritaba una voz femenina.

Helen se abrió paso hasta la cabeza de la cola, arrastrando tras de sí a un William con expresión incómoda. Apenas media hora antes habíamos estado corriendo y estoy casi segura de que Helen no tenía ni idea de que salíamos a hacer ejercicio juntos. Ni de que yo me ponía el filtro solar de William. Ni de que incluso después de ducharme seguía oliendo a su filtro solar.

—¡Aquí no se guarda el sitio a nadie! —gritó alguien.

—¡Esos dos se están colando! —exclamó otra persona.

—¡Estamos con ella! —dijo Helen—. Lo siento, Alice —me susurró—. ¿No te importa, verdad? La cola era interminable. ¡Hola! —dijo con una sonrisa enorme, al ver a Eddie. Demoró un buen rato la mirada en el pañuelo atado en la frente—. ¿No nos presentas a tu amigo, Alice?

—Es Eddie —dije, sintiendo un repentino impulso protector, al detectar en la voz de Helen el tono del gato que acecha al ratón—. Eddie, éstos son Helen y William.

—Novio —dijo Eddie, corrigiendo a Helen—. Soy su novio.

—¿De verdad? —dijo Helen.

—¿De verdad? —dijo William.

—De verdad —respondí yo, bastante irritada.

¿Por qué había supuesto William que yo no tenía pareja? ¿Por qué no iba a tener yo un novio y por qué no iba a parecerse mi novio a Mister Universo?

—¿Sabes una cosa, muñeca? —dijo Eddie, mientras me besaba el cuello.

William arqueó las cejas. Noté que se le abría la boca de manera casi imperceptible. ¿Estaba celoso?

—Tu filtro solar huele a coco. ¡Ñam! —dijo Eddie.

Helen se volvió hacia William.

—Creía que era el tuyo —le dijo.

25

De
: Casada 22

Enviado el
: 25 de mayo, 07.21

Para
: Investigador 101

Asunto
: ¿Matrimonióscopo?

Investigador 101:

Tengo una curiosidad. ¿Cómo interpretan ustedes mis respuestas? ¿Hay un programa de ordenador que procesa mis datos y elabora mi perfil? ¿O que me clasifica dentro de un tipo determinado, como un signo del horóscopo? ¿Un matrimonióscopo? Otra cosa. ¿Por qué no me mandan todas las preguntas a la vez? ¿No sería más fácil?

Casada 22

De
: Investigador 101

Enviado el
: 25 de mayo, 07.45

Para
: Casada 22

Asunto
: ¿Matrimonióscopo?

Casada 22:

De hecho, es mucho más complicado que un horóscopo. ¿Conoce esos servicios de música por internet, en los cuales usted señala una canción que le gusta y entonces la propia web crea una radio a su medida, basada en las características de la canción indicada? La manera en que interpretamos, codificamos y asignamos valores a sus respuestas es muy similar a eso. Codificamos las respuestas que nos da en datos unitarios emocionales. Algunas de sus respuestas más largas pueden contener hasta cincuenta datos unitarios que es preciso considerar y valorar. En las más cortas puede haber unos cinco. Me gusta pensar que hemos desarrollado un algoritmo del corazón. En cuanto a su segunda duda, hemos observado que la confianza entre encuestado e investigador se desarrolla poco a poco, con el tiempo. Por esa razón, fragmentamos el cuestionario. Hay algo en la expectativa que se crea que resulta beneficioso para las dos partes. Esperar es un arte en vías de extinción. Ahora el mundo se mueve a un ritmo de fracciones de segundo, y a mí eso me parece muy triste, porque hemos perdido el placer profundo de partir y regresar.

Con afecto,

Investigador 101

De
: Casada 22

Enviado el
: 25 de mayo, 09.22

Para
: Investigador 101

Asunto
: ¿Matrimonióscopo?

Investigador 101:

«El placer profundo de partir y regresar.» ¡Vaya! Parece usted un poeta, Investigador 101. Yo me siento así a veces: como una astronauta que intenta regresar al mundo corpóreo, pero descubre que el mundo corpóreo ha dejado de existir mientras flotaba por el espacio. Sospecho que tiene algo que ver con la edad. Tengo menos acceso a la gravedad y paso flotando la mayor parte de los días, sin amarras. Antes, en épocas pretéritas, mi marido y yo nos quedábamos un rato tumbados en la cama, antes de dormirnos, y nos decíamos cara a cara lo que ahora aparece en nuestras actualizaciones del estado de Facebook. Alice ha tenido un mal día. William cree que mañana todo irá mejor. Tengo que decir que lo echo de menos.

Casada 22

26

Los chicos de séptimo se van de campamento a Yosemite. Eso significa que yo me voy de campamento. ¡Hurra! Al menos lo parece, teniendo en cuenta todo lo que he tenido que hacer para que Peter esté listo.

—¿Llevas fiambrera de aluminio? —le pregunto.

—No, pero tenemos platos de papel en casa.

—¿Cuántas comidas son? —Empiezo a contar con los dedos—. Cena, desayuno, comida, cena, desayuno. Los platos de papel son biodegradables, ¿no?

La escuela de Peter se toma muy en serio el medio ambiente. El plástico está prohibido y aconsejan llevar servilletas de tela. Durante la semana del espíritu estudiantil, la asociación de padres vende cajas de bento japonesas, además de tazas y camisetas.

Peter se encoge de hombros.

—Probablemente me regañarán.

Hago un rápido cálculo mental. Tendría que conducir veinte kilómetros hasta REI para comprar una fiambrera de aluminio para la acampada, precisamente el Día del Aire Limpio, cuando debería compartir el coche para ir a trabajar o por lo menos coger el autobús. Al llegar a REI me encontraría con que las únicas fiambreras que venden son japonesas y tendría que retirarme derrotada, porque Zoé no me perdonaría que comprara un artículo que ha tenido que viajar más de cinco mil kilómetros para llegar a Oakland. Peter tendrá que llevarse los platos de papel.

—Si alguien te pregunta, dile que el coste en emisiones de carbono de conseguir una fiambrera de aluminio es muy superior al de usar cinco platos de papel que tu madre compró en 1998, cuando los gases invernadero sólo aumentaban si los jardineros comían demasiado repollo en el almuerzo.

—¿Gorra verde o negra? —pregunta Peter. Levanta la verde—. Verde. ¿Te has acordado de las toallitas húmedas? Quiero tener una solución de emergencia, por si las duchas son asquerosas. Espero que me dejen compartir la tienda con Briana. Le hemos dicho al señor Solberg que lo nuestro es totalmente platónico, que somos amigos desde cuarto año y que las tiendas deberían ser mixtas. Nos ha dicho que lo estudiará.

—«Que lo estudiará» significa que os dirá que no, pero esperará hasta el último minuto para anunciároslo —le digo.

Peter gruñe.

—¿Qué hago si me toca compartir la tienda con Eric Haber?

Peter se pasa el día criticando a Eric Haber: lo idiota que es, el ruido que hace cuando mastica, lo aburrido que resulta hablar con él…

—Le das la gorra negra y os hacéis amigos —propongo.

Sospecho que a Peter le gusta Eric, pero le da miedo admitirlo. He leído los consejos del movimiento LGBT y sé que tengo que permanecer abierta y esperar a que mi hijo esté listo para reconocer su orientación sexual. Si intento presionarlo para que lo revele antes de estar preparado, sólo conseguiré hacerle daño. Ojalá yo pudiera anunciarlo por él. He imaginado muchas veces la escena. «Peter, tengo algo que decirte que tal vez te sorprenda. Eres gay. O quizá bisexual, pero es más probable que seas gay.» Entonces lloraríamos de alivio y nos pondríamos a ver juntos un maratón de «Desesperadamente ricas», algo que ya hacemos, pero que nos parecerá diferente después de compartir el peso de su secreto. En lugar de eso, le transmito sutilmente mi aprobación por la elección vital que tiene pendiente.

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