—No,
honey
—sonrió divertido por su ocurrencia—. Mi habitación está justo al fondo del pasillo. Allí, por suerte, tengo de todo. Por cierto, ¿cenas conmigo?
Aquella pregunta le pilló desprevenida. Le apetecía muchísimo cenar con él. Moría por cenar con él. Incluso cenaría encantada un sándwich en aquella habitación. Pero no era buena idea. Debía pensar en él como en su rana londinense y nada más.
—No.
—¿Y mañana?
—Tampoco.
Sorprendido por aquella respuesta Philip la miró y preguntó:
—¿Por qué?
—Pues, porque no. Recuerda nuestro trato.
«Maldito trato» pensó él, pero volvió al ataque.
—No te estoy pidiendo que te cases conmigo, ¡solo te estoy invitando a cenar!
Eso la hizo sonreír y desconcertándole aún más murmuró.
—Por suerte para mí, esa pregunta no está dentro de las cosas que yo quiero escuchar. Y en cuanto a lo de invitarme a cenar, sigo pensando que no. Además, ya tengo planes para esta noche, y tú, no entras en ellos.
Molesto por el rechazo y en especial por lo que oía preguntó:
—¿Con quién tienes planes?
«Dios... Dios... que pare ya» pensó desesperada.
Para ella no era fácil rechazar una invitación tan apetecible como aquella. Pero debía hacerlo.
—Con mis amigos. Queremos conocer la noche londinense —respondió.
—Yo te la puedo enseñar.
—No, y no insistas por favor.
Después de unos segundos de incómodo silencio por parte de los dos él señaló:
—Pensé que estabas bien conmigo.
Marta sin poder evitarlo, se puso de puntillas y pasándole la mano por el cabello para peinárselo hacia atrás respondió:
—Claro que estoy bien contigo. Eres mi amigo. Pero tengo por norma no repetir cita tan seguida con el mismo hombre —mintió como una profesional—. Ya sé que esto no ha sido una cita. Ha sido algo espontáneo. Pero, por favor entiéndelo, ¿vale?
—No.
—No, ¿qué?
—Que no lo quiero entender —gruñó él—. Me apetece cenar contigo y disfrutar de tu compañía. No entiendo que...
Pero ella no quiso escucharle y tras un resoplido de frustración sentenció.
—He dicho que no y si tantas ganas tienes de disfrutar y salir, ¡sal con tus amigos! Estoy segura que no te faltará compañía femenina.
Él desistió. Nunca había suplicado una cita a nadie y ella no iba a ser la primera, ¿o sí? Intentaría enterarse donde estaría y coincidir con ella, por ello, con una encantadora sonrisa que hizo que las chispas saltaran de nuevo entre ellos asintió.
—De acuerdo, cabezota.
Al ver que ella se comenzaba a tapar con una toalla, se la quitó rápidamente. La atrajo hacia él y la besó.
—De momento, quiero seguir jugando contigo. Quiero demostrarte lo que un soso como yo puede llegar a hacer sentir a una preciosa y sensual mujer como tú.
«¡¿Soso tú?! Soso el Musaraña y el resto de los hombres que he conocido,» pensó, pero calló.
Sin ganas de ofrecer resistencia, Marta sonrió y se dejó abrazar. Aquello era justo lo que le apetecía y cuando la cogió en brazos y salió con ella del baño para tumbarla en la cama, enseguida le dijo:
—Cierra la puerta. Puede entrar cualquiera y pillarnos.
—¿Sería morboso no crees? —rió él.
—Sí. Sobre todo si nos pillan Lola y tu padre, ¡qué morbo! —se guaseó ella.
Aquello, y en especial su cara de pilluela, le hizo sonreír. Sin perder un segundo fue hasta la puerta y tras echar la llave se tumbó sobre ella.
—Tú y yo vamos a jugar y a pasarlo muy bien —le susurró al oído consiguiendo que a ella se le pusiera la carne de gallina.
—Sí —jadeó deleitándose en él.
—Te enseñaré juegos que creo que no has probado.
Al escucharle, Marta le miró muy seriamente.
—Te advierto que no estoy dispuesta a probar el sadomasoquismo. No me va. Y puesto que somos amigos de juegos sexuales, si no me va lo que propones, no voy a jugar, ¿entendido? —le murmuró señalándole con el dedo.
Cada vez más divertido preguntó:
—¿Me crees un hombre de gustos oscuros? —preguntó Philip, cada vez más divertido.
Ella negó con la cabeza y él sonrió.
—Mmmm... te equivocas,
honey
. El morbo me gusta tanto como tú.
Sin darle tiempo a responder tomó su boca y tras hacerla suspirar, le susurró al oído.
—Jugaremos con la imaginación. ¿Te ha gustado la sensación que has sentido en la ducha?
—Mmmmm sí... mucho —jadeó al notar como él le separaba las piernas entre cosquilleos lentos y sensuales.
—Pues nuestros juegos serán así. Algo entre tú y yo. Llegaremos hasta donde ambos estemos dispuestos a llegar y disfrutaremos los momentos que tengamos como queramos.
Segundos después hacían el amor apasionadamente olvidándose de todo lo que había a su alrededor.
Después de unas maravillosas horas en la que Marta y Philip permanecieron encerrados en la habitación jugando y disfrutando, llegó Patricia, quien al intentar abrir la puerta y ver que estaba cerrada por dentro, llamó.
—¡Haaa del Castillo! Marta, ¿estás ahí?
Los amantes, desnudos y sudorosos y aún tirados en la cama se miraron.
—Escóndete bajo la cama. La haré entrar en el baño y luego sales. Así no te verá —reaccionó Marta.
Incrédulo, la miró. No pensaba hacer nada de eso.
—¿Y por qué no me puede ver? —preguntó molesto.
Marta se cubrió con la sábana, le miro y se encogió de hombros.
—Vale. Pues haz lo que quieras. A mí no me importa. Ella sabe nuestro trato.
Sorprendido, Philip la miró.
—¿Ella sabe nuestro trato?
—Sí.
Philip quiso decirle que no estaba de acuerdo con aquel absurdo trato, pero se calló. Tras darle un beso en los labios que la calentó en décimas de segundo, se levantó y, enrollándose una de las sabanas a la cintura para tapar su sexo, se dirigió hacia la puerta. Quitó el pestillo y la abrió.
—Puedes pasar. Nuestra sesión de buen sexo ha terminado por hoy —dijo mientras salía de la habitación dejando sin palabras a las muchachas.
Y desapareció, dejando a Marta sobre la cama desnuda y a Patricia con la boca abierta y los ojos como platos.
Sobre las seis y media de la tarde Karen llegó a casa de su padre. Venía a buscar a Marta, Patricia y Adrian para llevárselos de juerga, algo de lo que hablaban sentados en el sofá junto a Lola.
—Os llevaré a cenar a Ole Morena un restaurante español muy de moda en Londres y luego nos iremos de copas a Black and Green. Un lugar muy divertido. Ya lo veréis. ¿Os vais a venir papá y tú? —preguntó Karen a Lola.
—Oh, no,
miarma
. Nosotros preferimos quedarnos viendo una buena película en la tele. Con la fiestecita de anoche ya tuvimos bastante. A nuestras edades si seguimos con esta marcha, el día de la boda estaremos derrotados.
—Jo, Lola... me encantaría que vinieras —se quejó Marta, quien miraba la puerta de entrada cada dos por tres esperando ver a Philip. Pero este no aparecía, ¿dónde estaba?
Lola al escucharla, sonrió y desconcertándola dijo:
—Ay, mi niña. Tú lo que tienes que hacer es pasarlo bien. Dejarte llevar por el momento y disfrutar. ¿De acuerdo?
«Patricia te voy a matar» pensó al escuchar aquello y ver la mirada de complicidad que se cruzaron aquellas dos. Pero en lugar de eso, asintió.
—No lo dudes, Lola. Te prometo que lo pasaré bien.
Adrian, deseoso de meter baza, dijo finalmente:
—A ver, nenas ¿Hay algún problema porque llame a Timoti y quede con él donde vayamos para tomar algo?
Las cuatro mujeres le miraron pero fue Marta la que habló:
—¡¿Vas a repetir cita con el fotógrafo?!
—Juas... con el Timoteo —se guaseó Patricia.
—¿Tú repitiendo cita? —preguntó Lola incrédula.
Adrian asintió y tras retirarse el flequillo de la cara con su típico
glamour
sentenció:
—Estoy seguro de que cuando vuelva a Madrid, no volveré a saber de él. Por lo tanto y como me dijo que le llamara para salir, ¿por qué no?
—Pues también tienes razón —asintió Patricia ganándose una increíble sonrisa de este—. Por mí no hay problema.
—Por mí tampoco —señaló Karen, sin percatarse de que su hermano Philip estaba parado en la puerta del fondo escuchándoles.
—Bueno... yo también quería deciros algo —murmuró Patricia—. El caso es que anoche me lo pasé de vicio corrupto con John. ¿Os importa que también venga a tomar algo con nosotros?
—¡Virgencita! ¿Qué os ha pasado a todos en Londres? — gritó Lola incrédula.
Tanto Adrian como Patricia tenían muy claro que repetir cita era completamente absurdo. Pero allí estaban, repitiendo.
—No me mires así, Marta —se quejó su amiga—. Ya sé que es mi rana londinense. Pero me apetece quedar otra vez con él, aunque sea tan seguido. Será la ansiedad que me provoca pensar en el poli
calvo
—Marta sonrió—. Y cierra el pico antes de que yo diga algo que estoy segura que no te va a gustar.
Aquello llamó la atención de Philip. Patricia había dicho «rana». La palabra que tanto llamaba su atención.
—¿Rana? —preguntó Karen al escucharlas—. ¿Qué es eso?
Poniendo los ojos en blanco Patricia sonrió y Marta contestó.
—Un rollito sin importancia. Nada serio ni por lo que perder una sola noche de sueño. ¿Nunca has oído eso que dice de rana en rana y me tiro a otro porque me da la gana?
«¡Será descarada!» pensó molesto Philip al escucharla.
—
Ozú
,
miarma
¡qué brutalidad! —se quejó Lola, mientras Karen y los demás sonreían.
—Pues no. No lo había escuchado —rió Karen—. Pero me parece una idea excepcional.
—Oh, sí —rió Patricia—. Te lo aseguro. Se trata de hacer lo que hacen los tíos. Ya sabes. Nada de sentimientos. Nada de compromisos. Solo sexo y
morbete
del rico. Luego él a su casa y tú a la tuya. Y si por casualidad nos volvemos a ver y a los dos nos apetece intercambiar fluidos corporales, ¡adelante! Y, si no, pues a otra cosa mariposa.
—Es un juego —asintió Marta—. Nada más.
Al escucharla Philip no se escandalizó. Era más o menos lo que ella le había sugerido. Amigos sin derecho a sentimientos. Pero nunca le aseguró que fuera un juego. Ver como Marta asentía a aquello le abrió las carnes y en ese momento él decidió jugar.
«Muy bien,
honey
... juguemos» pensó ofuscado.
—Karen, te lo aconsejo —prosiguió Marta haciendo a Philip resoplar—. Lo mejor es estar con quien uno quiere, única y exclusivamente cuando a una le apetece. Mira, yo lo practico desde que corté con mi último novio y es lo mejor que he podido hacer. He conocido a varios tipos últimamente que, ¡Oh, Dios mío! Me han hecho ver la luna, el sol y las estrellas en la cama.
Mintió como una bellaca. Pero Philip creyó aquella mentira y blasfemó.
—Pero, tesoro ¡tú no eres así! Tú eres una muchacha con sentimientos —volvió a quejarse Lola, incrédula por lo que escuchaba—. Pero, ¿qué estás diciendo?
—
Uis
, Lola, que Martita tras lo del Musaraña ya no es la misma —se guaseó Adrian—. Ahora ha decidido darse gusto al cuerpo cada vez que le apetezca, con quien le apetezca y sin esperar nada a cambio. Ya sabes, ese refrán que dice «antes de que se lo coman los gusanos, que se los coman los humanos».
—No es así —sonrió Patricia.
—Da igual, Lola y vosotras me habéis entendido, ¿verdad?
Intentando mantener la mentira Marta miró a su jefa y dejándola más boquiabierta espetó.
—Mira, Lola. Sabes que por mi trayectoria con los hombres, yo nunca he podido creer en el amor. Hoy por hoy, creo en las ranas y el sexo, nada más. Eso sí. Sexo del bueno.
—¡Chica lista! —asintió Patricia y tras ver que su amiga la miraba dijo defendiéndose—. Sé que repetir con el mismo tan seguido no es bueno. Pero en esta ocasión pienso como Adrian. Con seguridad no volveré a verle más y me apetece mucho. Me da igual que sea mi rana inglesa. Me apetece volver a estar con él y punto.
Molesta por aquello Marta les miró y preguntó:
—Vamos a ver ¿Vosotros pretendéis que yo esta noche os sujete la vela a todos o qué?
—No, Marta. No te preocupes —dijo Kate al escucharla.
—Yo tampoco voy con pareja. Pero tranquila. Estoy segura de que allí conoceremos a alguna rana. En Londres hay ranas muy atractivas. Te lo aseguro.
Aquello les hizo reír a todos excepto a Philip que dándose la vuelta salió por donde había entrado sin hacer ningún ruido. Llamaría a Marc y Warren para quedar con ellos.
Cinco minutos después Patricia mandó un mensaje al móvil de John y dos segundos después este le confirmó la cita.
—Ay,
garrapatillo
, —se mofó Adrian al mirar a su amiga—. Ahora entiendo porque me has dado tu apoyo sin protestar. ¡So loba!
Patricia sonrió.
—Por cierto —preguntó Karen—. ¿Phil sigue aquí?
Eso tensó a Marta que con disimulo miró hacia otro lado. Karen todavía no le había preguntado por el beso que vio entre su hermano y ella, y estaba segura que no tardaría en hacerlo. En ese momento entró Filipa con unas pastas y descuadrándola totalmente señaló.
—El señorito Philip hace rato que se marchó, señorita Karen.
«¿Cómo? ¿Qué se ha ido? ¿Pero cómo se ha ido sin decirme adiós?» pensó Marta a punto de explotar, pero calló y disimuló. Aunque lo que realmente le apetecía era soltar sapos y gusarapos. ¿Cómo que él se había marchado?
A las ocho de la tarde entraban en el restaurante español. Allí entre risas y buen rollito cenaron los cuatro. Karen era una buena compañera de juergas, lo que ellos tres rápidamente agradecieron, aunque Marta incrédula la miraba y pensaba «¿Cómo podía ser la hermana de Philip?».
Los dueños del local eran amigos de Karen y cuando esta les dijo que aquellos eran españoles y sabían bailar sevillanas, no lo dudaron. Sacaron las guitarras, y subiéndose al pequeño tablao que tenían en un lateral, ante todos los comensales, comenzaron a tocar hasta que las palmas del local entero consiguieron sacarlas a bailar.
Una vez encima del tablao Marta miró a Patricia y le susurró:
—¿Me puedes decir qué coño hacemos aquí encima bailando para todos estos puñeteros
guiri
s?
—Tú no lo sé y no digas palabrotas. Pero yo tonteando con ese morenazo de ojos color chocolate. Joder ¡qué
morbazo
tiene! —rió mirando a un moreno que como poco debía ser hindú.