—¡La madre que te parió! —se quejó Marta al escucharla.
Pero cuando comenzaron los compases de las sevillanas, se colocaron muy españolas ellas, y comenzaron a moverse por el pequeño tablao con una gracia y una agilidad que no se podía aguantar. Los
guiri
s, encantados, aplaudieron cuando terminaron la primera sevillana y no pararon de aplaudir hasta que finalizaron la cuarta. Una vez terminaron las chicas, saludaron con una sonrisa de satisfacción y volvieron hacia su mesa donde Karen y Adrian les esperaban encantados de la vida.
—
Ainss
nenas, os teníais que haber llamado Montoya. ¡Qué bien bailáis por Dios!
—Gracias, Taranto —se guaseó Patricia bebiendo agua mientras miraba al hindú de oscuros ojos.
—Tenía razón mi hermano. Bailas muy bien —apreció Karen.
Al escuchar aquello, Marta la miró.
—¿Tu hermano te dijo que yo bailaba bien? —preguntó curiosa.
—Sí. Me lo dijo en la feria. Pero yo misma lo pude comprobar. Te vimos bailando en varias de las casetas en las que entramos. ¿Quién te enseñó?
—Lola. Ella fue mi maestra hace muchísimos años —contestó Marta, mientras su mente pensaba en Philip. ¿Dónde estaría?
Un par de horas después salían del restaurante y mientras esperaban un taxi, el hindú se acercó hasta ellos. Rápidamente Patricia confeccionó la mejor de sus sonrisas y le atendió.
—¿Y ese chulazo con más cacao en su piel que un churro de chocolate quién era? —preguntó Adrian ya dentro del taxi.
—Khalid —rió Patricia—. Una posible rana hindú. Me ha dado su teléfono para que le llame.
—Oh... qué pena —susurró Marta con sarcasmo—. Lo ves. Si no hubieras repetido cita con John, habrías podido estar con la rana hindú.
—¿Quién te ha dicho que no tendré tiempo de quedar con Khalid?
—...y será verdad —susurró Marta incrédula.
Eso les hizo reír a todos. Veinte minutos después llegaban al Black and Green. Tras comprobar Karen que no había prensa en la puerta, salieron del taxi y el jefe de sala la saludó con afecto al verla.
En el interior del local la música era atronadora y los cuatro, felices, no dudaron en bailar. Primero llegó Timoti, el fotógrafo, y un emocionado Adrian se descolgó del grupo. Diez minutos después llegó John acompañado de dos amigos. John, a sugerencia de Patricia, había invitado a dos colegas, abogados como él, para la cita, lo que sorprendió a Karen y Marta. Pero, al ver que aquellos dos tipos, Pedro y Juan, eran españoles y simpáticos decidieron seguir con la cita y pasarlo bien.
—Qué cantidad de españoles hay en Londres —dijo Marta a Karen.
—Muchísimos. Más de los que te puedas imaginar —respondió—. Además, cuando uno está fuera de su tierra es como que necesita más encontrar sus raíces, e inexplicablemente termina buscando gente afín. En este caso, españoles.
—No me lo puedo creer ¡Qué hace una preciosidad como tú en un sitio como este! —dijo una voz tras Karen.
Dándose la vuelta, esta sonrió al ver de quién se trataba. Era Marc. El socio de su hermano.
—Marc, ¿qué haces aquí? —saludó divertida.
—Lo mismo que tú —dijo mirando a los tipos que estaban con ella—. Tomando unas copas con los amigos.
Volviéndose hacia el grupo dijo Karen en español.
—Os presento a Marc Campbell. Es el socio de mi hermano.
—¿Habla español? —preguntó con curiosidad Patricia.
—Sí, señorita, perfectamente —respondió con una encantadora sonrisa—. Nací en Barcelona. Mi madre era catalana, aunque me he criado aquí en Londres.
—Ah... disculpa. Al escucharte hablar con ella en inglés pensé... —se disculpó pero él no la dejó continuar.
—Tranquila, lo entiendo. Mi aspecto precisamente no es muy latino.
Eso hizo reír a todos. Marc era tan rubio como Philip. Alto, espigado y sus facciones eran totalmente las de un
guiri
.
—Pero, tranquilos. Hablo perfectamente español gracias a los veranos que he pasado en Cataluña y en Valencia en la casa de mis tíos.
—Nadie diría que eres catalán —rió Marta.
—Pues soy catalán y cien por cien culé. Te lo aseguro —rió este.
Comprimiendo la cara Marta le miró y dijo:
—Por Dios, ¿cómo puedes ser del Barca, existiendo un equipazo tan maravilloso como el Atlético de Madrid?
Eso hizo que todos la mirasen y esta con gesto de guasa murmuró.
—Vale... no digo más.
—¿Eres del Atlético de Madrid? ¿Colchonera? —preguntó Marc divertido.
—Y a mucha honra —respondió Marta—. Soy sufridora por excelencia y campeona de la Europa League. ¡Ole por mi Atlético!
—Bueno... bueno... dejemos de hablar de fútbol o deportes, que Marta con rapidez se emociona y no para —se carcajeó Patricia haciéndoles reír.
Pero fue imposible parar aquello. Durante un rato hablaron de fútbol, Fórmula 1 y moto GP hasta que Marc, al recordar algo, dijo mirando a Karen.
—Por cierto, Phil y Warren están por allí con unas amigas.
Al escuchar aquello Marta casi saltó ¿Qué él estaba allí? ¿Y con unas amigas? A partir de ese momento mil hormigas devora-entrañas le comenzaron a recorrer el cuerpo y deseó salir corriendo del local. Pensar en Philip y en cómo le había hecho el amor aquella mañana le excitó. Recordar su sonrisa o como la miraba en ciertos momentos le subió las pulsaciones.
«Por Dios ¡me estoy engorilando con solo pensar en él!» pensó al sentir cómo su bajo vientre explotaba. Por ello, y con el mayor disimulo, comenzó a hablar con Juan, a pesar de la cara de guasa de Patricia. Pero entonces escuchó a Karen.
—¿No me digas que mi hermano está aquí y nada menos que con Warren? El comisario de policía más sexy de Londres.
Marc asintió con una encantadora sonrisa y tomándola por la cintura propuso.
—¿Por qué no os venís con nosotros? Cuanto más seamos, mejor lo pasaremos.
—¿Tú crees? —preguntó Karen—. Mira que nosotras no queremos molestar.
—No molestáis. Créeme —asintió empujándola.
—¡Excelente idea! Me apetece conocer a Warren, el poli — aplaudió Patricia, ganándose una reprochadora mirada de su amiga.
Sin muchas ganas, Marta se levantó de su asiento y comenzó a andar tras ellos. Llegaron a una pequeña sala vip separada del resto de la sala. Una vez traspasaron las cortinas, semi escondida entre todos, Marta le vio y deseó de nuevo salir corriendo. Ante ella estaba el hombre que durante horas la había hecho gemir de placer en la ducha y en la cama, más atractivo que el mismísimo Hugo Silva, pero en
guiri
y rubio, hablando con una mujer.
—Dientes... dientes... recuérdalo —susurró Patricia a su lado.
—Vete a paseo —gruñó Marta.
—¡Warren! —gritó Karen encantada.
Aquel hombre al escuchar su nombre se volvió. Debía medir casi dos metros. Su pelo era castaño y fosco, y era tan grande como un armario empotrado.
—Ay, madre. Ay, madreeeeeeeee. Ahora sí que me estoy arrepintiendo de haber quedado con John —se guaseó Patricia al ver al tipo de ojos oscuros que Karen saludaba.
—Pues te recuerdo que la noche la tienes completita. También está el hindú —se mofó Marta ganándose una risotada de su amiga.
El armario empotrado, tras saludar a Karen con afecto, se dejó llevar por esta y se plantó ante ellas.
—Marta, Patricia, os presento a Warren López. El Inspector de policía más guapo de todo Londres.
—Increíble carta de presentación —pestañeó Patricia dándole dos besos.
Al escucharla sonrió y respondió.
—La tuya, preciosa, tampoco está nada mal.
«Ay, madre... ya la hemos liado» pensó Marta al ver como su amiga sonreía como una boba.
En ese momento Philip las vio y al ver que estaban con Warren, el ligón oficial del grupo, se acercó hasta ellas. Debía dejarle muy claro con quién no debía ligar.
—Pero Phil, ¿qué haces tú aquí? —preguntó sorprendida Karen andando hacia él.
Conocía a su hermano. Ese tipo de ambiente fiestero no era lo que más le gustaba. Y aunque era muy amigo de Warren y Marc, solo salía con ellos en determinadas ocasiones. Aquella debía de ser una de ellas.
—Estoy tomando una copa, ¿y vosotros? —dijo mirando a Marta que sonreía a Warren en ese momento.
—Enseñándoles a nuestros invitados la noche londinense —respondió Karen percatándose de cómo este miraba a la muchacha.
El beso que vio la noche anterior, y esa fugaz mirada de advertencia de su hermano a Warren, le comenzaba a aclarar muchas cosas. Por ello y llamando su atención gritó:
—Chicas, ¡Phil está aquí!
—Hombre, ¡qué coincidencia! —se mofó Patricia aún conmocionada por el inspector de policía.
Marta no pudo hablar. Solo sonrió y sintió que se ponía roja como un tomate. Sentir la cercanía de aquel hombre, y su mirada, la estaba matando.
—Vaya Philip, ¡qué pequeño es el mundo! —dijo sonriendo.
Él la miró y clavándole sus inquietantes ojos claros susurró en tono ronco:
—Llámame, Phil. Mis amigas me llaman así, preciosa.
«¿Preciosa?... Yo soy
honey
» pensó molesta.
Al ver la cara de desconcierto de esta sonrió. La había sorprendido. No le esperaba allí. Y continuando con su juego sin quitarle sus azulados ojos de encima se colocó junto a ella, para hacer que Warren se alejara un pelín.
—¿Quieres beber algo? O nuestro trato impide que pueda invitarte —le preguntó.
Un codazo de Patricia la hizo reaccionar y como un resorte asintió.
—Creo... creo que voy a pedirme un vodka con coca-cola.
—Y tú, guapa ¿qué quieres beber? —preguntó Warren a una obnubilada Patricia.
—Lo mismo que Marta, guapo —respondió.
—Marchando dos vodkas con coca-cola —gritó Warren que se alejó junto a Karen hacia la barra.
—Si mal no recuerdo, Marta —sonrió Philip—, beber alcohol no te sienta muy bien.
Por el gesto que puso aquella, Patricia supo que iba a decir un borderío. Por ello se adelantó.
—Tienes razón, Philip. Pero los vodkas le sientan muy bien. Podríamos decir que Marta es la reina del vodka.
Sorprendida por la idiotez que su amiga había dicho, la miró y fue a responder cuando una tercera mujer, con cara de enfado, se plantó ante ellos.
—Phil, tenemos que hablar —dijo.
«¿Phil?... esta también es amiguita» pensó Marta mirando a la espectacular mujer.
Karen, desde la barra, al ver quién era, se apresuró a llegar hasta ellos.
—Juliana. Creo que no es momento ni lugar para que molestes.
La mujer, una rubia de pelo corto y arreglado, al escuchar aquello respondió con gesto altivo.
—Tú te callas. Estoy hablando con él, no contigo. Menos mal que tu hija aún tiene dos dedos de frente.
—¿Mi hija? ¿Qué tiene que ver Diana en todo esto? —gruñó Karen.
A Philip no le hizo falta escuchar la respuesta, ya la sabía.
—Ella me dijo dónde encontraros —sonrió con maldad.
Al escuchar aquello Philip maldijo en silencio, mientras Karen soltó una de sus perlas. Tendría que hablar de nuevo con su problemática hija.
«Anda. ¡Esta es Juliana! La ex de Philip. ¡La preña!» pensó Marta mirando a la impresionante mujer rubia, con barriga, que ante ellos hacía aspavientos intentando llamar su atención.
De pronto se hizo un corrillo alrededor de ellos. Philip, molesto, cambió su gesto por otro más hosco y mirando a la
glamourosa
rubia le respondió con cara de enfado:
—Juliana, tú y yo no tenemos nada que hablar desde hace tiempo. Creí que te quedó claro la última vez que nos vimos.
Pero la mujer insistió, sin importarle quién estuviera delante.
—¿Cómo puedes decir eso, cariño? ¿Cómo tienes la poca decencia de decirlo?
En ese momento se acercaron Marc y Warren. El primero, al ver a Karen nerviosa, la asió por la cintura para que se calmara. Esta le miró, y al leer en su mirada decidió hacerle caso. Pero Juliana presa de un ataque de celos por ver a Philip rodeado de mujeres gritó:
—¿Con cuál de todas estas furcias te acuestas ahora? —y mirando a Marta siseó—. Esta particularmente es anodina y vulgar. No es tu tipo.
Boquiabierta, Marta miró a Philip, y él tras cruzar una brevísima mirada con ella, respondió:
—Tienes dos opciones, Juliana. O te vas y dejas de insultar a estas señoritas, o te juro que te vas a marchar pero directa a un calabozo.
—No lo dudes —intervino Warren poniéndose intimidatoriamente ¡unto a su amigo.
Al escuchar aquello, Juliana cerró el pico. Conocía bien a ambos y la camarilla que había entre ellos, pero antes de marcharse dijo:
—Te llamaré, cariño. Recuérdalo.
—Por supuesto. Llama a mi secretaria. Ella te citará. — Le siseó con desagrado, acercándose.
Con una sonrisa de lo más artificial Juliana siseó a su vez.
—Phil, cariño... no soy nueva. Sé que cuando dices que llame a tu secretaria, realmente quieres decir... ¡no contestaré!
—De acuerdo, te llamaré yo —protestó—. Y por favor... llévate a la prensa que con seguridad te espera apostada en la puerta.
Una vez se marchó la mujer, Marc se acercó a Philip y tocándole en el hombro preguntó: —¿Estás bien?
Él con gesto impasible le miró y asintió. Tras aquel incidente Warren, Karen y Marc regresaron a la barra junto a John y los amigos que este había traído. Philip miró a Marta, y al ver que ella no había abierto la boca, raro en ella, susurró:
—No hagas caso de lo que esa mujer ha dicho. ¿Estás bien?
Con rapidez ella sonrió y asintió.
—Sí... sí, por supuesto.
En ese momento se acercó hasta ellos otra fémina de sinuosa y espesa cabellera roja, y pasándole mimosa el brazo por el cuello preguntó:
—Phil, are you coming to my hotel?
—I´ll have one more drink
—respondió Philip con una seductora sonrisa.
«Mierda ¿por qué no me aplicaría en mis clases de inglés?» pensó molesta al no entender nada. Pero la sangre se le heló cuando aquel que la tenía histérica le plantificó un besazo en los labios a la pelirroja.
—Chicas. Pedid lo que queráis estáis invitadas —dijo sin apenas mirarlas.
Sin más, se dio la vuelta y se alejó asido de la cintura de la pelirroja.
Marta, rabiosa por no haber entendido lo que aquellos habían dicho, bufó, y dándose la vuelta comenzó a andar hacia la barra. Patricia la alcanzó y la paró.
—¿Quieres hacer el favor de disimular? ¡Cono, Marta!... Ese tipo es tu rana y te recuerdo que él está jugando al juego de la oca. ¿Cuándo te vas a dar cuenta?