—Ven... te enseñaré el sitio preferido del tío Phil y mío.
Boquiabierta por tan fantástico sitio le siguió. Nico la llevó a la última tienda de campaña color aguacate, aunque antes cogió un cuento de una de las estanterías, se agachó y se metió en la tienda.
—Ven, Marta, entra. Verás qué divertido
Desde su altura lo miró y sorprendida preguntó:
—¿Yo me tengo que meter también?
—Claro. Es totalmente necesario para entender el cuento —respondió el niño.
Sin pensárselo dos veces Marta se agachó y se metió. Una vez en el interior de la tienda el pequeño encendió un pequeño farol y se tumbó. Marta también lo hizo.
—Qué sitio más original.
—Es nuestro sitio de pensar —respondió el niño—. En casa tengo otra tienda en mi habitación. Me la regaló tío Phil y siempre que estamos juntos nos metemos y hablamos de cosas de hombres.
—Caray, ¿no me digas? —sonrió divertida.
—Oh sí, ¿y sabes lo mejor de todo? Yo le regalé a él una tienda como esta para su casa. La tiene en su despacho y me ha dicho que le ayuda mucho a pensar.
Aquello le hizo gracia a Marta. No se podía imaginar a Philip con lo grande que era metido en una pequeña tienda como aquella.
—Eso está muy bien, cielo. Hablar de cosas de hombres entre hombres debe ser una experiencia muy bonita. El crío sonrió y se volvió hacia ella.
—Oh, sí. Nos damos consejos el uno al otro y siempre nos vienen bien. La semana pasada el tío y yo estuvimos hablando de una chica de mi clase. Se llama Stephanie y la verdad es que me gusta mucho. Aunque creo que yo a ella no. Por eso le pedí consejo al tío pasa saber qué tengo que hacer para que las chicas me miren tanto como le miran a él. Y, la verdad, su consejo me dio buen resultado. Stephanie me ha mirado dos veces solo a mí, y ahora se sienta a mi lado en el comedor del colé.
Marta sonrió al escuchar aquello.
—Oye, ¿Se puede saber qué consejo te dio? —pregunto Marta con curiosidad.
—Oh, sí. Me dijo que fuera amable con ella. Que la mirara a los ojos cuando la hablara y que le regalara la flor que más le gusta. Eso, según él, a las chicas les encanta.
—Buen consejo, sí señor —asintió Marta divertida. Philip quería hacer de su sobrino un hombre galante como él.
—Por ello cogí una flor naranja del jardín del colegio y se la regalé. Desde ese día Stephanie me mira y quizás me anime a pedirle que sea mi pareja de baile para la fiesta de fin de curso.
—Seguro que acepta. Ya verás. No todos los chicos son tan galantes como tú.
—El tío Phil también lo es, ¿verdad?
—Sí, cielo, sí que lo es.
El niño asintió y sonrió.
—Túmbate. Voy a enseñarte porqué nosotros a la tienda la llamamos la de pensar — le dijo echándose boca arriba.
Con rapidez Marta se volvió a tumbar. El niño apagó la luz y el techo se iluminó con cientos de estrellitas.
—Madre mía, Nico, ¡esto es precioso!
—Sí... es mágico —murmuró el niño mirando las estrellas.
Durante un rato ambos permanecieron callados mirando las estrellas pegadas que se iluminaban en la pequeña tienda.
—¿Sabes? Yo le di un consejo a él también —dijo el niño de pronto.
Aquello llamó poderosamente la atención de Marta y sin poder evitarlo preguntó:
—¿Se puede saber?
—No.
«Vaya por Dios. Jodido niño» pensó Marta molesta por haberle puesto la miel en la boca.
—Ah... vale.
—Es un secreto entre el tío y yo. Entiéndelo.
—Lo entiendo.
—Por cierto, Marta ¿a ti qué flor es la que más te gusta? No es por nada. Es solo que me gustaría saberlo. A Stephanie le gustan las flores naranjas, ¿y a ti?
Al escuchar aquello Marta tuvo que contener la risa. Aquel pequeño le acababa de revelar que Philip y su sobrino hablaban de ella. Pero con disimulo se tragó la sonrisa y respondió.
—Las margaritas blancas. Esa es mi flor preferida.
Con disimulo miró al niño al decir aquello y vio como este sonreía. Ella también.
Dos minutos después se abrió la tela de la tienda. Era Adrian, junto a Patricia y Lola.
—¿Qué haces tirada en el suelo? —preguntó Patricia extrañada.
—Viendo las estrellas y pensando —respondió Marta.
—
Ojú
,
miarma
... otra más que ha caído en ese juego —sonrió Lola al escucharla.
Veinte minutos después salían de la librería. Todos iban felices, y en especial Marta. Le gustaba saber que Philip hablaba de ella.
Aquella tarde, tras un maravilloso día de compras, Vanesa se fue a dormir con Diana. Al día siguiente no tenían colegio y Karen se marchó a su casa con los niños. Más tarde iría a casa de su padre para recoger al grupo e ir a ver actuar al grupo Texas con sus amigos españoles.
Cuando Lola y el resto llegaron a la futura casa de Antonio, vieron una moto oscura aparcada. Como era de esperar, Marta, al verla, se dirigió rápidamente hacia ella para admirarla.
—Madre del amor hermoso, ¡qué preciosidad! —exclamó al tocar su asiento de cuero.
—Buenoooooo —silbó Patricia—. Ya no movemos a Marta en toda la tarde de aquí.
—
Uis
, por Dios, nena. Qué trasto más enorme. Solo con verlo se me pone todo el vellito de punta —dijo Adrian.
Emocionada ante la increíble máquina que tenía delante, a Marta se le secó la boca. Siempre había querido conducir aquella impresionante moto. Pero siempre supo que eso era un sueño inalcanzable.
—No es un trasto, Adrian. Es una Harley Davidson V-Twin Revolution de 1250c.c. con refrigeración líquida, escape dual, manilla estilo Dragster, neumático trasero de 240mm, y frenos traseros de cuatro pistones. —Cogió aire y susurró—: Madre mía qué pedazo de maravilla.
Lola, acercándose a ella, dijo sorprendiéndola:
—Es de Philip. A él le pasa como a ti. Le gustan estos cacharros.
«Uf... cada día este
guiri
me gusta más» pensó Marta.
—Pero me extraña ver la moto aquí —puntualizó Lola—. Solo la utiliza cuando se va de viaje de placer.
Al escuchar aquello Marta se preocupó, aunque pensó, «Si esta maravilla es de Philip, seguro que me deja dar una vuelta».
Encantada de la vida no solo por saber que él estaba allí, si no por descubrir que era el dueño de semejante preciosidad, entró en la casa esperando encontrarle. Se imaginó el sonido del motor al arrancar y la sensación de manejarla y le tembló hasta el alma. Debía ser una pasada.
—Nosotros subimos a la habitación para dejar las compras —dijo Patricia acompañada por Adrian.
Lola y ella continuaron hasta el jardín trasero. Allí se escuchaban risas. Una vez traspasaron las puertas del salón a Marta casi se le para el corazón. Ante ella estaba un Philip más guapo que en toda su vida, vestido con unos vaqueros y una camiseta caqui. Por su gesto se le veía feliz y al verla sonrió.
—Por fin estáis aquí —aplaudió Antonio—. ¿Habéis desvalijado las tiendas de Londres?
Lola con una picara mirada sonrió y tras darle un rápido beso en los labios respondió:
—¿Acaso lo dudas?
Los cuatro sonrieron y Lola tomó asiento junto a Philip. —¿A qué se debe esta encantadora visita? —le preguntó. Philip tras reponerse de la visión de una sonriente Marta dijo confundido:
—Pasaba por aquí y decidí saludar.
—¿Te quedas a cenar?
—No, Lola, gracias. Tengo planes.
Sin poder aguantar un segundo más Marta, sentándose junto a Philip, dijo con gesto aniñado:
—Me ha dicho Lola que la impresionante Harley que está aparcada fuera es tuya. ¿Es cierto?
Este la miró y asintió. Sabía que la moto llamaría su atención. Tenía los ojos iluminados como no se los había visto nunca y aquello realzaba su belleza.
—Sí, es mía. ¿Te gusta?
Como niña con zapatos nuevos le miró y con un gesto la mar de salado se retiró el pelo de la cara y dijo:
—Madre mía, Philip. No me gusta ¡Me enloquece! ¿Cómo no me habías dicho que tenías una moto así?
—Dijiste que no querías conocer nada de mí —le recordó olvidando que Lola y Antonio sentados frente a ellos les estaban escuchando.
—Caray... es cierto. Pero cosas como estas son para contar. Cuando la he visto se me han puesto los pelos como escarpias. Su sonido al arrancar debe ser bronco y espeluznante, ¿verdad? —él asintió y ella continuó—: En Madrid tengo varios amigos que matarían por pilotar una moto así. ¡Madre mía! ¡Una V-Twin Revolution de 1250 c.c.! Su escape dual con acabado en cromado ¡es la bomba! Y, bueno... bueno qué decir de su manilla estilo Dragster. ¡Me encanta! Joder, Philip qué suerte tienes. Tienes un pedazo de bicho entre las piernas que ya me gustaría montar a mí.
Al decir aquello y ver la cara con que la miraron todos se percató de lo que acababa de decir y ante la cara de guasa de aquel y de incredulidad de Lola y Antonio, intentó rectificar.
—Perdón... perdón que me he embalado y lo que he dicho ha sonado muy mal —dijo roja como un tomate—. Quería decir que me encantaría pilotar una moto así.
—No te preocupes, Marta —salió en su ayuda Antonio. Esa muchachita y su vitalidad le gustaban, aunque más le gustaba ver los cambios que aquella ocasionaba en su hijo—. Te hemos entendido todos a la primera.
Marta, más tranquila, miró a Philip para ver si había cogido la indirecta pero este no la miraba. Su vista estaba fija en la mujer que apareció por la puerta. ¡La pelirroja! Iba vestida de cuero negro toda ella y estaba espectacular. Al verla, a Marta se le cayó el alma a los pies. ¿Cómo iba a competir con ella? Lola al ver la cara de esta fue a decir algo pero un gesto de Philip le pidió que callara, y la mujer para disimular se levantó y dijo:
—Genoveva, preciosa, ¿cuándo has llegado?
La pelirroja acercándose a ellos con unos andares de top model, sonrió enseñando sus preciosos dientes alineados y tras mirar a Marta con curiosidad, se volvió hacia Lola y respondió:
—Vine con Phil. Habéis llegado mientras estaba en el aseo. Oh, Lola ¡estás preciosa! Creo que la próxima boda te está rejuvenecido, y ese color de pelo te queda divino.
—Gracias, hija, tú como siempre estas guapísima.
Con cortesía, aquella impresionante pelirroja se volvió hacia Marta. Philip acercándose a Genoveva la cogió por la cintura y dijo ante los ojos chispeantes de aquella:
—Preciosa, ella es Marta. Trabaja para Lola en su taller diseñando vestidos andaluces y ha venido a la boda.
La pelirroja con un encantador gesto se acercó a ella y le dio dos besos. Olía a sensualidad.
—Encantada, Marta. Es un placer conocerte
—Lo mismo digo —respondió escuetamente.
Tras esta fría presentación, Genoveva se sentó junto a Philip, cogió un vaso de la mesa y mirándole le susurró:
—Mi amor, ¿me traerías un poquito de agua? Estoy sedienta.
Philip sin mirar ni un segundo a Marta sonrió y levantándose dijo:
—Por supuesto, preciosa. Ahora mismo —luego desapareció tras las puertas.
«¿Mi amor? ¿Preciosa?... Será capullo. No tiene bastante con que yo sepa que Genoveva es su amiga esa que quiere ser mala... malísima, que además me la refriega por la cara» pensó olvidando la moto y la alegría de minutos antes.
—Vaya... tú trabajas para Lola —dijo.
Marta asintió.
Es mi mejor diseñadora —respondió Lola—. Bueno, mejor dicho, Marta es mi mano derecha en el negocio. Sin ella mi tienda no sería lo mismo.
La pelirroja consciente de su atracción y sensualidad se retiró el pelo de la cara.
—Siempre he querido tener un vestido de flamenca de esos tuyos. Son preciosos —dijo mirando directamente a Lola.
—Mi Lola es una estupenda diseñadora de esos trajes — asintió Antonio con orgullo tomando la mano de la mujer que le sonrió.
Lola que conocía a Marta como si la hubiera parido, miró su gesto. Aquel no denotaba nada bueno y con rapidez dijo: —Cuando quieras
miarma
. Yo estaré encantada de hacerte uno.
La pelirroja volvió a tocarse el pelo y tras un par de pestañeos que sacaron a Marta de su estado de coma la oyó decir:
—El problema es ir a Madrid a que me tomes medidas. Aunque quizá si me las tomaras aquí podría encargártelo. Phil lleva años queriendo que vaya con él a la feria de Sevilla. Si lo tuviera, ya tendría vestido para ir el año que viene.
«Y una mierda, guapa. El vestido te lo va a hacer Rita la cantaora porque yo no» pensó Marta. Pero cuando fue a responder, tras ella se oyó la voz de Philip.
—Estoy seguro que ya que está aquí, Marta lo hará encantada, ¿verdad, Marta?
«A este le ahogo, y a esta le clavo todos los alfileres y la desinflo.»
Todos la miraron. Deseó decir lo que pensaba. Deseó coger a Philip por el cuello y estrangularle, pero no le podía hacer aquello a Lola. Por ello fabricó una de sus sonrisas, miró primero a Philip, luego a Lola y por último a la del pelo rojo.
—Por supuesto. Cuando quieras. Como ha dicho Phil, estaré encantada —respondió al fin.
Feliz por aquella contestación, la pelirroja cogió el vaso de agua que le ofrecía y se lo bebió. Una vez lo acabó se levantó y, tras tocar el pelo de Philip con desenfado, dijo mirándole con un gesto cariñoso:
—Mi amor. Creo que deberíamos ir a casa a cambiarnos. Hemos quedado con Warren y Marc a las nueve para cenar. Si no nos damos prisa llegaremos tarde.
Philip miró su reloj y cogiendo una cazadora de cuero negra, se la puso.
—Tienes razón, preciosa. Es hora de irnos.
«Y dale con mi amor y preciosa» pensó molesta Marta.
En ese momento aparecieron Adrian, Patricia y Karen, quien había llevado a los niños a casa y había vuelto para salir con sus amigos aquella noche.
—Genoveva, ¡tú por aquí! —saludó Karen con una estupenda sonrisa.
La pelirroja, al verla, sonrió y la saludó. Segundos después Karen le presentó a Adrian y Patricia. Esta última, al ver el gesto de Marta, y en especial lo callada que estaba pudo intuir cómo se sentía y lo confirmó. Marta se había colgado de su rana.
—Iremos al Green esta noche. Animaos y venid, toca el grupo Texas y no me lo perdería por nada del mundo —dijo Karen ante el horror de Marta. ¿Qué hacía invitándoles a ir? No quería verles allí.
Philip al oír el resoplido de Marta la miró y, tras cruzar una fría mirada con ella, respondió:
—No sé, Karen. Hemos quedado con unos amigos —aunque se alegró de saber dónde estaría Marta esa noche.