—Vanesa, no empecemos y sé educada, por favor —pidió avergonzada.
Pero Vanesa no saludó y sentándose en la cama donde instantes antes Philip había estado, dijo en tono de reproche:
—Me quiero duchar. ¿Podría salir este hombre de nuestra habitación para que pueda hacerlo?
Incómodo por el comportamiento de la niña, Philip miró a Marta, que roja de rabia ni le miró. Anduvo hacia la puerta y dijo antes de salir:
—Os veré esta noche en la cena.
Una vez se quedaron solas, la niña miró a su madre y tras levantarse de la cama dijo dirigiéndose al baño:
—Ese
guiri
no te conviene mamá. Ese tío te engañará. —Y cerró la puerta del baño tras de sí.
Marta, malhumorada, blasfemó.
Bajar al salón aquella noche, para Marta, se convirtió en un suplicio. Cuando Vanesa se vistió y la dejó sola en la habitación, deseó ponerse el pijama, meterse en la cama y dormir. Solo dormir. Pero unos golpecitos en la puerta dieron paso a Patricia. Venía a buscarla.
—¿Todavía sin vestir?
—No tardaré más de dos minutos. Me pondré el vestido negro y punto.
—¿El negro? Uf... Marta. Estarás espectacular —rió su amiga.
—¡Pues no quiero estar espectacular! —gritó con desesperación— ¿Por qué voy a querer algo así? No intento gustarle a nadie. Por lo tanto, ¡no quiero estar espectacular!
Patricia se sentó en la cama y la miró. ¿Qué le pasaba? Al ver que Marta se cepillaba el pelo con brío se atrevió a decir:
—Vamos a ver. ¿Qué ocurre? ¿Por qué pretendes quedarte calva? ¿Y qué es eso de que no quieres estar espectacular?
Marta, consciente de las preguntas, se volvió hacia ella y le dijo, dejándola boquiabierta:
—Hoy he descubierto que Vanesa se hizo un
tatutaje.
—¿Qué me dices? ¿Dónde?
—Encima del pezón. Se ha tatuado una J de Javier entrelazada con una V. ¡Será tonta mi hija!
Al escuchar aquello Patricia susurró.
—Tonta no. Pero apunta maneras.
Sin querer responder a aquello Marta continuó.
—Y para rematar el día, Lola me ha cotorreado que le gusto a su hijastro. Luego Philip ha venido a la habitación y me ha dicho que odia que otros me besen. Que odia que otros me llamen, que le gusto y... y... me ha besado. Y para colofón final, Vanesa nos ha pillado y me ha dejado muy claro que ese hombre no es mi tipo y que me engañará.
—Madre del amor hermoso, ¿todo eso en una misma tarde?
—Sí —resopló Marta con desesperación.
Consciente de cómo era su amiga, Patricia la hizo sentarse a su lado en la cama y dijo:
—Punto número uno. Philip... es tu rana.
—Joder, Patricia ¡no comencemos con eso!
—Cierra el pico y déjame terminar con los puntos, ¿vale?
Marta asintió y tras suspirar la miró con gesto cansado.
—Punto número uno. Philip es tu rana. Punto número dos. Creo que debes hacer lo que quieras y si el
guiri
, aunque no sea tu tipo, te gusta y te
engorila
para algo más que un simple escarceo ocasional, no seas lela e inténtalo. Y punto número tres, lo que digamos Lola, tu hija, yo o hasta el mismísimo Papa, te debe importar un carajo. Es tu vida y tú has de vivirla. Y si ese estirado te pone... pues te pone y punto.
—Pero Vanesa...
—Tu hija ya es mayorcita para no meterse en estas cosas. ¿No ves que ella misma ya comienza a decidir sus actos? — Marta asintió— ¿Realmente crees que Vanesa va a estar muchos años aún viviendo contigo? Esa niña cualquier día te va a decir «adiós mamá» y comenzará a vivir su vida. ¿Entonces, qué?
—Por Dios, Patri, que mi niña solo tiene diecisiete años —se quejó Marta.
—Tu niña —aclaró esta—. Ya no es una niña. Y no debes permitirle que se meta en tus temas personales.
Sabía que su amiga tenía razón. Pero era muy fácil hablar desde su postura.
—Ay Dios... Estoy tan confundida que te juro que ya no sé si me gusta Philip —mintió aturdida.
Eso hizo soltar una risotada a Patricia e intentó hacerla reaccionar.
—¡Ah, no! Pues si no te gusta, esta noche le hecho el lazo. A mí ese
guiri
descolorido me pone mogollón, y si dijiste que era bueno en la cama. ¡Diosss que bien lo voy a pasar!
—Y serás capaz —murmuró Marta ofendida.
Aquello volvió a hacer carcajearse a Patricia que mirándola a los ojos indicó:
—Mira, Marta ya lo hemos hablado. Te gusta. No es tu tipo, pero te gusta. Lo sé, y no me lo puedes negar.
—Tienes razón. Me gusta el
guiri
descolorido. Es más, creo que me he enamorado de él.
En ese momento sonaron unos golpes en la puerta. Adrian entró.
—Uy nenas... está el salón repletito de gente. Y ha venido ¡Timoti! —gritó emocionado—. Si la cena previa a la boda es así ¿Cómo será el bodorrio? —al ver que ambas le miraban con gesto serio preguntó—. ¿Qué ocurre? ¿Quién se ha muerto?
—Marta se ha pillado del
guiri
tanto como tú te has colado del Timoteo —aclaró Patricia mientras su amiga se ponía el vestido negro.
—Si no te importa su nombre es Timoti. Timoti —aclaró aquel y Patricia sonrió—. Vamos a ver, pues claro que sé que se ha quedado pillada de ese
guiri
. Ni que ahora no supiera yo cuando un hetero os hace temblar la pepitilla.
Ambas tuvieron que reír.
—Pero lo mejor de todo es que a él le gusta Marta —continuó Patricia.
—¿En serio? —gritó Adrian—.
Ay, Virgencita del dobladillo al revés
... eso me gusta más. ¡Ese tipo es divino! No te lo pienses nena y ataca —y cambiando de gesto preguntó— ¿Dónde está el problema?
—El problema es que a Vanesa no le gusta —prosiguió Patricia.
—Un momento —cortó Marta—. Ese no es solo el problema. Son muchos problemas. También está la distancia. Los distintos caracteres. La distinta clase social y...
—Y una chorra como la manga de un abrigo —gruñó Adrian—. Tú a lo que tienes miedo es a enamorarte y punto. ¿Desde cuándo uno no se enamora por pensar en esas gilipolleces? ¿Acaso me vas a decir que el amor no mueve montañas, salta océanos y remueve todo lo removible?
—Joder, Adrian... desde que te ves con el Timoteo ese, estás de lo más profundo —se guaseó Patricia mirándole.
Sin querer escucharla Adrian siguió mirando a su amiga.
—Oh, Marta... me decepcionas. Pensé que tú eras la romántica de los tres y ahora tendré que pensar que Patri lo es ¡Que Dios nos coja confesados! — dijo con gesto serio.
Diez minutos después los tres estaban en el salón de la casa entre los invitados.
La cena fue amena. Los amigos españoles de Antonio en Londres eran divertidos y bulliciosos. Algo que diferenciaba demasiado a los ingleses, que solían ser serios y observadores. Hasta que entraban en juerga. Luego eran peores.
En un par de ocasiones Philip intentó acercarse a Marta. Pero esta le esquivaba y le dejaba con la palabra en la boca. Eso fue calentando el humor de Philip quien a media noche bullía como una tetera.
Karen y Lola se habían dado cuenta de aquello y no sabían si reír o llorar. Ver a Philip en aquella tesitura era nuevo para ellas. Tanto como para él. Finalmente Patricia y Adrian tomaron cartas en el asunto y volviéndose hacia su esquiva amiga preguntaron:
—¿Vas a dejar de hacer el tonto de una santa vez? —gruñó Patricia—. Parece que te han puesto un petardo en el culo y no puedes parar.
—Sí, nena sí. Estás más movidita que la compresa de una coja —susurró Adrian.
Al escucharle Marta sonrió, pero añadió:
—Meteros en vuestros problemas y dejarme en paz ¡me oís!
—Mira, Marta —se quejó Adrian—. Te quiero mucho pero no pienso desperdiciar un segundo más de mi escaso tiempo con Timoti. No puedo estar toda la noche viéndote correr de un lado para otro. O paras o te juro por la Avelina y su pollo al ajillo, que te arranco el moño delante de todos.
—
Uis
nene ¡qué agresividad! —se mofó Patricia.
Marta mirándoles con gesto indescifrable les preguntó:
—¿Pero se puede saber a qué os referís?
Pero no le hizo falta hablar. Con la mirada se lo dijeron todo. Tras resoplar y acordarse de todos los santos habidos y por haber Marta asintió y cuando vio acercarse a Philip no se movió. Una vez que este vio que ella no corría, agradeciéndole a aquellos con una sutil sonrisa su colaboración, tomó a Marta del brazo y la sacó al jardín.
—Ven... salgamos a tomar el aire. Lo necesitamos tras tantos sprint.
Incapaz de negarse, le acompañó. Aunque se fijó en la reprochadora mirada de su hija y maldijo. Una vez solos y mientras paseaban él le preguntó:
—¿Qué te ocurre esta noche?
Ella, con disimulo, le miró y llevándose las manos a la boca preguntó:
—¿A mí?
—Sí. A ti.
—Nada.
—Mentirosa. —Sonrió.
Al escuchar aquello se paró junto a unos setos para replicar, pero no pudo. Philip, cogiéndola en volandas, la metió entre los setos y la besó. Un beso llevó a otro y, como siempre, su beso devorador le hizo perder la razón y una vez soltó un suspiro silencioso se apretó a él y le correspondió.
—Llevo duro toda la noche —le susurró encima de su boca—. No veo el momento de quitarte este vestido, arrancarte las bragas y hacerte salvajemente el amor.
«Ay Dios... ¿Cómo no me va a excitar este hombre con lo que me está diciendo?» pensó Marta al escucharle y sentir las miles de emociones que le recorrían el cuerpo.
—Mmmm... me encanta tu sabor. Sabes tan dulce —susurró él mordisqueándole los labios.
—Es por el Baileys. Es muy dulce.
—No,
honey
. Es tu sabor. No te quites méritos.
Marta asintió. No pudo responder. Philip le nublaba su cordura. Cuando sintió que las manos de él se deslizaban por su espalda se apretó contra él. Le deseaba más de lo que recordaba haber deseado a ningún hombre y eso le dio miedo. Mucho miedo.
De pronto se oyeron unas voces y ambos se quedaron quietos y apretados entre los arbustos. Era Karen, la hermana de Philip, y alguien más.
—No es el momento de decir nada —protestó Karen—. Debemos esperar a que mi padre y Lola se casen. Además. También están mis hijos y...
Pero no pudo continuar hablando. Aquella mancha oscura que junto a ella estaba la agarró y la besó. Tras un tórrido y sensual beso se escuchó decir.
—De acuerdo, preciosa. Tendré paciencia, pero esta vez no te me vas a escapar. Ya dejé una vez que te casaras con el capullo de tu ex, pero esta vez no. No lo voy a permitir. ¿Me has oído?
Al escuchar aquella voz, Philip le reconoció. Era Marc. Su socio.
—De acuerdo cucuruchito. Ahora volvamos antes de que nos echen de menos —murmuró Karen mimosa besándole.
Marta se tapaba la boca para no reír y Philip pensaba qué hacía Marc con su hermana.
De nuevo solos y apretujados entre los setos, Philip se quedó pensativo y con el ceño fruncido. Divertida por la situación Marta le puso la mano en la cabeza y le descolocó él pelo. Eso hizo que él la mirara y dijera mientras se lo volvía a colocar:
—¡¿Marc?! ¡Cucuruchito! Mi hermana está con ese maldito ligón.
Al escuchar aquello Marta sonrió.
—No es por defender a Marc, pero las veces que he salido con tu hermana me hace presuponer que ella no se queda atrás —eso le recordó a la pelirroja y carraspeó—. Bueno. Mejor no recordar alguna que otra noche.
Sin previo aviso Philip la volvió a besar, pero ella molesta se separó.
—¿Lo pasaste bien en tu moto con Genoveva?
—¡Genial! —mintió. No pudo dejar de pensar en Marta.
—Vaya... me alegro —gruñó molesta—. Por lo menos me podías haber dejado dar una vuelta en tu moto.
—Lo siento,
honey
, pero mi moto no se la dejo a cualquiera.
Al escuchar aquello quiso darle una patada donde más le dolía. Ella no era cualquiera. Pero dispuesta a no dejarse llevar por la furia resopló mientras Philip sonreía desde su altura. Él le hubiera regalado aquella moto por un segundo de su tiempo, pero no pensaba decirle aún la verdad sobre Genoveva. No. No se lo diría.
Marta, al ver aquella sonrisa, pensó en lo peor, y dándole un empujón se separó de él.
—¿Alguien te ha dicho alguna vez que eres un arrogante?
—Sí. Tú ahora mismo.
—¡Imbécil!
—
Honey
... —susurró deleitándose en sus ojos.
—¡Ni
honey
, ni leches! —gruñó enfadada imitando su voz.
—Mmmm... me encanta ese carácter tuyo tan español —rió mirándola.
—No sé cómo tienes la poca vergüenza de alucinar porque tu hermana esté con Marc y al mismo tiempo tener la poca vergüenza de decir que te gusto y dejarme tirada como una colilla y pirarte con la pelirroja.
Aquel arranque de rabia pilló a Philip tan de sorpresa que no supo reaccionar. Marta, enfadada, salió de entre los setos, y cuando él se le acercó ella dio un paso atrás. Debía parar aquella locura antes de que fuera demasiado tarde.
—Mira, Philip...
—Phil —corrigió con una sonrisa.
—Phil te llaman tus amiguitas —aclaró con mal gesto.
—Pero, bueno. En qué quedamos ¿eres mi amiga o no? — preguntó divertido y desconcertado.
—Sí... pero no me da la gana de llamarte Phil y punto.
—Ah... vale... para ti soy tu rana. Lo había olvidado. Igual que tú has olvidado lo que te he dicho esta tarde en la habitación, ¿verdad?
Al escuchar aquello, la sangre española comenzó a hervir por las venas de Marta. Deseó decirle que para él, ella era su oca...
—Maldita sea. No quiero seguir hablando de esto. Mejor vamos a dejarlo antes de que hagamos algo de lo que luego nos arrepintamos.
Entre un sinfín de emociones sin determinar Philip la miró. Sabía que si la besaba volvería a tenerla donde él quería. Pero no quiso presionarla aunque su entrepierna y el hambre voraz que sentía por ella le estuvieran consumiendo. —De acuerdo. Volvamos a la fiesta.
El resto de la noche Philip no se volvió a acercar a ella, ni la miró. Eso la martirizó todavía más.
—Mmmm... me gusta.
Marta le besó a conciencia. Enroscó su húmeda y caliente lengua en aquella boca sinuosa que la hacía perder la razón, y atraída por la irresistible masculinidad de Philip se lanzó contra él. Se sentó a horcajadas sobre su miembro viril y se lo introdujo lenta y pausadamente. Iba a tomarle. Iba a hacerle suyo. Iba a...