Las ranas también se enamoran (40 page)

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Authors: Megan Maxwell

Tags: #Romántico

BOOK: Las ranas también se enamoran
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Marta, como si en una burbuja estuviera, asintió. Ahora comprendía su sueño y todos sus males. Había estado tan sumergida en Vanesa, Philip, el trabajo y la boda de Lola que se había olvidado de ella misma. Medio mareada por lo ocurrido, miró al médico y preguntó:

—¿Sabe alguien más lo de mi embarazo?

—No. Nadie más. Esto es información confidencial que únicamente damos al interesado.

—Gracias, doctor.

El médico sonrió y se marchó. Durante unos minutos Marta permaneció quieta mirando de nuevo el techo. ¿Qué hacer? ¿Cómo volver a tener otro bebé y comenzar de nuevo sola? Pensó en Philip, pero rápidamente decidió no contarle nada. Él la había echado de su lado sin escucharla. Incluso dijo que ella le acusaría de tener un hijo suyo. No debía de enterarse. No. No se lo diría nunca.

Segundos después vio entrar a Patricia y Adrian. Ambos corrieron a su cama.

—Virgen de los desamparados... por favor dime que estás bien —gritó Adrian con gesto angustiado.

—Sí, tranquilo, sí. Estoy perfecta.

—¿Qué te ha dicho el médico? —preguntó Patricia cogiendo los papeles que aquel había dejado encima de la cama. Marta se los quitó rápidamente.

—Ha dicho que estoy anémica. Por eso me he desmayado. Me ha mandado tomar grandes cantidades de hierro y que visite a mi médico en breve. Por cierto —dijo levantando los papeles— me ha dado el alta. Por lo tanto ya nos podemos ir.

—Ay, qué susto nena... qué susto nos has dado,
jodia
— murmuró Adrian besándola—. Cuando te he visto caer al suelo como una plumilla he creído morir.

—No te preocupes, tonto. Ya estoy bien —sonrió con tristeza mientras se percataba como Patricia la miraba—. Venga, no os quedéis parados. Ayudadme a vestirme para poder salir de aquí.

Una hora después Marta descansaba en su cama, en la oscuridad de su habitación, mientras con el puño en la boca lloraba desesperada por el vuelco que iba a dar su vida. Su historia con Philip había acabado con rechazo y terribles reproches.

Se abrió la puerta de su cuarto y rápidamente se secó las lágrimas. Odiaba llorar delante de nadie. No le gustaba la compasión. Era su hija, quien preocupada por lo que le había pasado a su madre, la vigilaba de cerca. Cuando Vanesa se agachó para besarla en la mejilla, Marta quiso gritarle que sabía la verdad. Que ella había propinado su ruptura con Philip, pero inexplicablemente calló. No quería hablar de ello. Solo se dejó abrazar y mimar por aquella que acababa de destrozarle una bonita parte de su vida. —Mamá, ¿te encuentras mejor?

Después de un suspiro asintió, Vanesa se tumbó junto a ella y Marta habló.

—Cielo, ¿me puedes hacer un favor?

—Claro, mamá.

Tomando aire y tragándose las emociones dijo en la oscuridad de la habitación.

—Si llama Philip, sea cuando sea, no quiero hablar con él. Dile que no estoy.

La carne se le puso de gallina a la muchacha al escuchar aquello. Se sentía culpable por aquello pero no sabía realmente qué era lo que su madre y aquel habían hablado. Quiso decirle la verdad, pero no pudo e inexplicablemente le preguntó:

—Mamá, ¿no quieres ver a Philip?

—No.

—¿Por qué?

Incapaz de mirar a su hija susurró.

—Ha pasado algo y me he dado cuenta que él no es la persona que yo necesito. Prefiero estar sola. Quiero seguir sola. No quiero nada con él. Ese
guiri
—dijo en tono despectivo— se ha reído de mí. Tú ganas. Tenías razón. Ese hombre no me conviene.

Vanesa miró a su madre mientras se retorcía las manos. Quería preguntar qué había ocurrido para que ella pensara así, y con tacto susurró.

—Mami... escucha. Quizás te estás precipitando y yo no tuviera razón. Creo que si llama deberías de hablar con él y...

Marta dio un salto en la cama con una agresividad hasta el momento desconocida para su hija.

—He dicho, Vanesa, que no quiero saber nada de él. Tanto te cuesta hacerme el favor que te he pedido. Solo tienes que decir que no estoy. Que me he ido de fiesta o lo que quieras. ¿Podrás hacerlo?

—Sí, mamá, claro que sí. Pero es... es solo que...

Marta clavó la mirada en su hija, ¿le iría a contar lo ocurrido? ¿Le iría a contar que la había traicionado? Con gesto tosco preguntó:

—¿Es solo qué?

La muchacha asustada se levantó de la cama y avergonzada por su cobardía, le dio un beso a su madre en la mejilla y antes de salir de la habitación dijo:

—No te preocupes mamá. Si el
guiri
llama, le diré que no estás.

Aquella noche en Madrid Philip tuvo una cena de negocios con unos clientes. Lo último que le apetecía era estar allí, pero debía hacerlo a favor de su negocio. Durante la cena se sorprendió a sí mismo pensando continuamente en Marta. Su enfado se había apaciguado y solo podía recordar su mirada. Una mirada consternada y en cierto modo febril.

Aún recordaba como aquel cuerpo armonioso estaba en tensión mientras él le reprochaba cosas horribles. Ahora que habían pasado unas horas tras su encontronazo con ella, su mente repasó una y otra vez lo ocurrido. Marta estaba preciosa con aquella camiseta negra de tirantes y sus incondicionales vaqueros. De pronto se sintió mal por no haber querido escucharla. Debería haberla escuchado. Pero al verla allí, ante él, tan bella y retadora, la sangre se le había espesado y solo quiso ser cruel. Una crueldad que segundo a segundo se estaba volviendo contra él.

Finalizada la cena, cogió su BMW y regresó a su casa de la Moraleja. Una vez llegó se duchó, y sobre la una de la madrugada se sentó a revisar unos papeles. Diez minutos después lo tuvo que dejar. Estaba tan confundido por todo, que no se podía concentrar en nada. Sobre las tres de la mañana y con el móvil en la mano dudó si llamarla o no. Pero tras haber marcado su número se quedó mirando la pantalla y maldijo al darse cuenta que no eran horas de molestar a nadie. Ni siquiera a Marta. Sin más se fue a la cama donde tras muchas vueltas finalmente se durmió.

A las siete de la mañana el teléfono le despertó. Era Marc.

Había un problema con un cargamento en Suiza y Philip, de inmediato, se puso a tratar de solventarlo. Sobre las once y tras una alocada mañana de teléfono y problemas estaba en el aeropuerto. Debía salir para Suiza. Desesperado por hablar con Marta la llamó a su móvil. Estaba apagado. Sin perder tiempo llamó a la tienda. Lo cogió Adrian que tras reconocerle, muy seco, le dijo que Marta no estaba. No le dio más explicación y colgó.

Sin perder un segundo volvió a marcar de nuevo el móvil de Marta. Pero el resultado fue el mismo. Desconcertado por no poder localizarla la llamó a su casa. Allí nadie lo cogió y saltó el contestador. Decidió dejar un mensaje.

Marta, soy Philip. Salgo para Suiza en este momento por motivos de trabajo. Me hubiera gustado hablar contigo antes de marchar pero no te localizo por ningún lado. Por favor... olvida todo lo que te dije ayer. Estaba furioso por otros temas y lo pagué contigo. Cuando regrese te llamaré y hablaremos. Hasta pronto. Te quiero.

Dicho esto colgó sin saber que Marta sentada en su sofá de su casa lo había escuchado con lágrimas en los ojos. El viernes Philip volvió a llamar desde Suiza. Esta vez Vanesa lo cogió y con todo el dolor del mundo y con su madre delante, le dijo que ella no quería verle y que se había ido de fin de semana con su ex. Eso destrozó a Philip.

Capítulo 39

Había pasado un mes desde la última vez que Philip supo algo de Marta. Días después de lo ocurrido Marta, sin decir nada a nadie, fue al ginecólogo y este, tras una ecografía, le confirmó que estaba de once semanas.

Tras la última llamada ni ella llamó, ni él tampoco. Su mal humor se acrecentaba día a día. Estaba enamorado de aquella mujer, pero no estaba dispuesto a sufrir por alguien que a la primera de cambio le engañaba y se buscaba otras diversiones.

En ese tiempo Marta disimuló todo lo que pudo su malestar. Estaba ya de cuatro meses, pero su delgadez y las ropas anchas que comenzó a ponerse para disimularlo no dejaban entrever su estado. Quedaban pocos días para irse a Huelva de vacaciones y no quería que nadie supiera de su embarazo hasta su vuelta. Sabía que era absurdo esconderlo pero necesitaba hacerlo así.

En ese tiempo, Adrian y Patricia achacaron su tez blanquecina y su falta de apetito a la ruptura con Philip, e intentaron darle todo su apoyo y amor. Un mes atrás Marta pensó en abortar. Se informó de varias clínicas, pero algo en ella no se lo permitió. Le gustaban los niños y si había sido capaz de sacar adelante a su hija Vanesa siendo ella una niña, lo sería ahora también siendo ya una mujer.

Vanesa cambió. Atrás quedaron las malas contestaciones y comenzó a ser la que había sido siempre, una hija cariñosa y pendiente de su madre. Pero algo en su interior no la dejaba vivir. Se sentía culpable por lo que había ocasionado. Y ver a su madre disimular su tristeza no la dejaba vivir. Su intermitente relación con Javier definitivamente se rompió. Por fin, y sin que nadie le dijera nada se dio cuenta que su madre tenía razón. Aquel era un imbécil que solo se aprovechaba de ella. Por ello, un día se plantó y decidió no volver a mirarle a la cara. Él ni se inmutó. Directamente pasó de ella y se buscó otra tonta de la que aprovecharse.

Los días pasaban y Vanesa necesitaba contarle a su madre la llamada de teléfono de Philip. El problema era que no encontraba el momento. La veía tan decaída y triste cuando llegaba a casa que no quería hacerle más daño. Por ello, consumida en su angustia, calló y se dedicó a complacerla y a hacerle la vida lo más fácil que podía.

Una mañana, cuando quedaban tres días para cerrar la tienda por las vacaciones de verano, Lola regresó de Londres para decirles que había tomado una decisión en cuanto a su vida y negocio.

—¿Qué te quedas a vivir en Londres? —dijo Marta.

Patricia al escuchar aquello dejó de masticar su desayuno.

—Ay, virgencita... al paro de cabeza que vamos —gritó Adrian llevándose las manos al pecho.

Lola al escucharles sonrió. Por nada del mundo haría una cosa así y quitándole a Patricia un donut de la mano aclaró:

—Aquí nadie se va al paro. La tienda seguirá como está. La única diferencia es que no estaré físicamente todos los días y tanto yo como vosotros tendréis que viajar a Londres con más asiduidad. He decidido abrir una delegación de Lola Herrera allí, en esa capital.

Los tres boquiabiertos la miraron y esta continuó:

—Esta tienda quiero que siga aquí. Y sé que con vosotros seguirá de maravilla. He decidido expandir mi empresa, y mi intención es que los modelos que yo haga allí, también estén aquí y viceversa. ¿Qué os parece la idea?

—Bien... creo que será interesante —finalmente dijo Marta sorprendida.

Lola al ver como la miraban aquellos tres muchachos que ella adoraba aclaró:

—Quiero estar con Antonio todo el tiempo que pueda, y no me apetece estar todo el día viajando de acá para allá. Él tiene su vida y su negocio allí y...

—Y tú aquí —murmuró Patricia.

—Sí,
miarma
... tienes razón —sonrió Lola—. Pero mi vida quiero vivirla junto a él y no quiero desperdiciar horas en el aeropuerto. Os aseguro que nada va a cambiar. Todo continuará igual. Vosotros tres podréis seguir trabajando como lo habéis hecho siempre.

—Pero... pero tú no estarás con nosotros —susurró Adrian al punto del sollozo.

Conmovida por aquello, Lola abrazó a aquel muchachote encantador que tanto se preocupaba por ella y le aclaró:

—¿Cómo que no estaré con vosotros? —y cogiendo el teléfono dijo ante un lloroso Adrian—. Si coges esto y marcas mi número siempre... siempre estaré con vosotros. Además, os he dicho que tendréis que viajar a Londres de vez en cuando. Necesitaremos reunimos y unas veces vendré yo, y otras iréis vosotros allí.

Marta al escucharla se le revolvieron las tripas. Ella no quería viajar a Londres. En breve debería decir lo de su embarazo y se agobió. Sentándose se puso las manos en la cara y sin saber porqué comenzó a llorar.

—¡Virgen de la Macarena! Ay, que fatiguita ¿Qué te pasa,
miarma
?— se asustó Lola al verla.

Si algo destacaba de Marta, era su fortaleza. Y verla ante ella hundida y llorando no era buena señal. Sabía de su ruptura con Philip, él tampoco estaba mucho mejor, pero tras hablarlo con Antonio y Karen, todos decidieron no inmiscuirse en los problemas de aquellos. Ya eran mayores para decidir qué era lo que querían.

Inmediatamente, Patricia se agachó junto a ella y la abrazó. Sabía que a su amiga le pasaba algo, pero realmente no imaginaba el qué.

Marta se limpió los ojos e intentando, sin mucho éxito, sonreír, murmuró entre sollozos.

—Lola yo te quiero mucho y... y... te voy a echar mucho de menos.

—Ay, mi amor. No me digas eso que me engollipo —se agobió la mujer.


Uis
, nenas. Esto es más emotivo que el velatorio de Chanquete —susurró Adrian.

. Marta al escucharle se tapó la cara, mientras Patricia se carcajeaba y miraba a Lola. Esta última desde que había visto a Marta no le gustó nada su mal aspecto. Estaba paliducha y ojerosa. Pero, al igual que el resto, lo achacó a lo ocurrido con Philip.

—Marta, por Dios, ¡no llores! Que aquí el de lágrima facilona soy yo —dijo Adrian haciéndola sonreír por fin.

Incrédula porque las lágrimas se le hubieran escapado delante de todos, enseguida se repuso y resurgiendo de sus cenizas como solo ella sabía hacer, sonrió y dijo:

—Ea... ya se me pasó. Ha sido un pequeño momento tonto —y mirando a Lola dijo—: Te debo tantas cosas y te quiero tanto, que no se qué me ha pasado. Pero tranquila... ya estoy bien.

La mujer mirándola con gesto serio preguntó:

—¿Seguro que estás bien, mi niña? Mira que te veo yo muy
desmejorá
y mustia, y eso no me gusta nada.

—Sí, Lola no te preocupes. Estoy con la regla y eso me hace estar más sensible —. De pronto el estómago se le puso al revés y, al sentir las ganas de vomitar, dijo mirándose el reloj:

—Ostras ¡que me cierran el banco! —dijo cogiendo su casco—. Seguid hablando que vuelvo en media hora.

Se apresuró a marcharse intentando ir erguida. Una vez desapareció de la tienda Lola volviéndose hacia ellos susurró:

—Ay, qué angustia tengo, por Dios. Vengo aquí y Marta está destrozada. Me voy a Londres y Philip no tiene mejor aspecto, ¿qué podemos hacer por ellos?

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