Inquieta por lo que oía, Vanesa se retorció las manos.
—Vamos a ver, mamá. Por supuesto que te voy a ayudar. Eso no lo dudes nunca. Pero tu comportamiento es muy egoísta. Philip se merece saber que va a ser padre. No creo que estés haciendo lo correcto.
—Si no lo veo, no lo creo. Te has pasado meses intentando que olvide a Philip, que lo deje con él, y ahora cuando doy por finalizada esa relación te empeñas en que nos volvamos a juntar. Cariño, ¡no hay quien te entienda!
—Lo sé, mami... lo sé. Soy una adolescente algo complicada. Pero si no estáis juntos es por mi culpa. Y déjame recordarte que este hijo sí es de él. No es algo inventado como lo de Juliana y otras... Oh, Dios, mamá cada vez me siento peor. Solo he sido un estorbo y un cúmulo de problemas en tu vida y en tu relación con él. Lo siento mami... lo siento tanto...
—Vanesa, cariño ¡Basta!
—Pero mamá, ¿por qué? ¿Por qué si tú le quieres y él te quiere? ¿Por qué volver a luchar por un hijo tú sola?
—Es mejor así, créeme, cariño —susurró al pensar como él dijo que su secretaria le buscaría un hueco en su agenda—. Vanesa, si una vez yo sola y siendo una niña pude hacerlo, ahora estoy convencida de que lo volveré a hacer. Y por favor cariño olvida todo lo que ha pasado y...
—¿Lo saben Lola, Patricia o Adrian?
—No. Y hasta que no regresemos de las vacaciones continuarán sin saberlo.
—Pero, mamá, nos matarán cuando se enteren —protestó Vanesa y su madre rio.
—No hay peros que valgan, cielo. Esto es un secreto momentáneo entre tú y yo. Ellos lo sabrán a su tiempo y ya me encargaré yo de que no nos maten —e intentando sonreír dijo—: Necesito un poco de tranquilidad y tiempo, y si ellos lo saben, te aseguro que lo que menos tendré será eso... Me volverán loca y yo solo necesito tu ayuda de momento. Y tranquila, lo sabrán. Esto es algo que no se puede ocultar.
—¿Lo prometes, mami?
—Te lo prometo, cielo —sonrió Marta.
Aquella noche ambas durmieron abrazadas en la cama de Marta como llevaban meses sin hacer. Al día siguiente Vanesa llamó a Lola y le pidió entre sollozos que no le contara a Philip lo ocurrido. De momento su madre necesitaba tiempo para asimilarlo y Lola lo entendió. Finalmente consiguió colgar sin contarle lo de su próximo hermano. Algo que la llenaba de orgullo y preocupación.
Las vacaciones llegaron para todos. Adrian se marchó con Timoti un mes a Londres. Juntos hacían una bonita pareja y se divertían muchísimo. Lola que les vio durante el tiempo que estuvo Adrian en la ciudad, sonrió al ver como por primera vez en su vida, aquel alocado muchacho solo tenía ojos para su pareja. Lo que en principio fue una simple atracción sexual, con el tiempo se convirtió en amor.
Patricia era otro cantar. Primero se fue unos días con sus padres y hermanos a Murcia. Pero como siempre que iba a visitarlos, tras diez días finalmente discutió con ellos. Eran tan diferentes que más tiempo juntos originaría una matanza. Por ello ya había hecho planes, y en esos planes estaba Carlos el antidisturbios, quien disfrutaba de sus vacaciones en Menorca y la había invitado. Ella no lo desaprovechó.
El mes de vacaciones en Huelva a Marta le sentó de maravilla. Su vida se relajó y en especial la relación con su hija volvió a lo que era. Juntas dieron grandes paseos por la playa al atardecer, comieron paellita en los chiringuitos, se pusieron moradas a helados y disfrutaron del sol y del agua de mar. Aquella paz hizo que el cuerpo de Marta se asentara, aunque de vez en cuando los vómitos la volvían a martirizar.
En ese tiempo ni un solo día pudo dejar de pensar en Philip. Recordar su sonrisa, sus gestos divertidos cuando le sorprendía, la hacían vivir.
Una tarde, mientras madre e hija tomaban el sol en topless tranquilamente en la playa unas voces dijeron tras ellas sorprendiéndolas.
—Vaya... vaya... pero hay que ver qué planazo más bueno lleváis las dos.
—
Uis
... nenas. ¡Tenéis las tetas más negras que las zulús!
Al escuchar aquellas voces tan conocidas ambas miraron y sonrieron al ver a Patricia y Adrian. Rápidamente ambas se levantaron para abrazarles. Pero en ese momento las miradas de aquellos dos se centraron en la redonda y abultada tripa de Marta.
—¡Joder! ¿Qué es eso? —gritó Patricia incrédula.
—Virgen de la candelaria —chilló Adrian mirándola—. Dime que eso que veo es que te has puesto morada a cerveza y pinchos morunos o me da un tabardillo.
Con una cariñosa sonrisa en los labios Marta miró a esos amigos que tanto quería, cogió a su hija de la mano y sin negar la evidencia, se tocó su barriga y dijo:
—Estoy esperando un bebé.
Al escuchar aquello Adrian puso los ojos en blanco y sin darles tiempo a reaccionar cayó redondo y de cara contra la arena de la playa.
—La madre que lo parió —gruñó Patricia al verle.
Con rapidez las tres mujeres reaccionaron y cogiendo a Adrian le pusieron bajo la sombrilla, y le levantaron las piernas. Instantes después él comenzó a reaccionar. Patricia mirando a su guapa amiga Marta y de nuevo a aquella protuberancia que en el estómago abultaba dijo:
—Lo tuyo no tiene nombre ¿Cómo has podido ocultárnoslo?
Marta sonrió. Lo último que le apetecía era discutir, y tras encogerse de hombros contestó:
—No te enfades, tonta. Primero he tenido que asimilarlo yo para poder contároslo.
Adrian se incorporó y se sentó en la hamaca de Vanesa, quien enseguida fue a comprar algo de beber.
—Ay, qué golpazo me he dado, ¿tengo todos los dientes? —preguntó este enseñándoselos.
—Sí, cielo. Los tienes todos —rió Marta.
—Pero, siento decirte que tus gafas Gucci se han llevado la peor parte —rió Patricia al coger las gafas del suelo partidas en dos.
Al tomar las gafas, Adrian suspiró, y mirando a la embarazada dijo:
—Doscientos cincuenta y siete euros que me costaron. ¡Me debes unas gafas! Por tu culpa mira lo que ha pasado.
—Vale... vale... no te preocupes. Te compraré unas gafas nuevas esta noche en los puestecillos de los morenos. Eso sí, de diez euros máximo —se mofó Marta.
En ese momento llegó Vanesa con un par de botellitas de agua fresca y tras darle una a Adrian que casi se la bebió entera, la muchacha dijo:
—Mamá me prometió que os lo contaría cuando regresáramos de las vacaciones. No me miréis así que me hizo prometer que no diría nada.
—
Uis
, nena. Y nosotros que veníamos a sorprenderte.
—Y os he sorprendido yo, ¿verdad? —rió Marta haciéndoles reír—. Por cierto, ¿tú no estabas en Londres y tú en Menorca?
—Sí, reina. Pero tanto tiempo sin veros me estaba ajando el cutis —susurró Adrian—. Y cuando llamé a Patricia y me dijo que estaba en Madrid, no lo dudé. Dejé a mi novio trabajando y regresé a Madrid.
—¿Novio? —dijeron al unísono Marta y su hija.
—Es oficial. Timoti y yo somos novios —dijo feliz—. No sé qué pasará el mes que viene o el año que viene. Pero hoy por hoy, estoy colado hasta el tuétano por ese fotógrafo inglés. Y aunque suene mal decirlo, él por mí también. Por lo tanto, ya no estoy libre en el mercado. Soy un hombre felizmente comprometido.
En ese momento Vanesa vio a unos amigos que había conocido en la urbanización y tras dar dos besos a su madre se fue a bañar con ellos. Con una encantadora sonrisa Marta la miró y luego volviéndose hacia su amiga preguntó:
—¿Y tú que hacías en Madrid? ¿No estabas en Menorca?
—Tú lo has dicho, ¡estaba! Pero tras dos semanas con Carlos me comencé a asfixiar. No le gusta como cocino, ¿os lo podéis creer?
—Animalillo —susurró Adrian con pena.
—Normal Patricia que no le guste. Cocinas fatal.
—Lo sé —dijo descolocándoles—. Pero a él no le permito que me critique. Aún no tenemos la suficiente confianza para eso.
—¡Pero si te acuestas con él! —rió Adrian.
—¿Y qué? —gritó con una sonrisa—. Una cosa son los estupendos polvos que nos marcamos y otra que me critique si pongo azúcar en vez de sal al pescado. Por ello y porque no podía continuar ni un segundo más allí con él, decidí regresar antes de estrangularle.
—¿Y Carlos? —preguntó Marta.
—Se quedó en Menorca y casi que mejor. Hoy por hoy estoy saturadita de él y de su calva. Y aunque cada vez que pienso en él sufro unos terroríficos calores de cintura para abajo, no le quiero ver.
Adrian, al escucharla, se quitó la arena del pelo y aclaró:
—El antidisturbios le ha propuesto a nuestra lobezna vivir con él. Pero ella, ya sabes, ha salido huyendo como alma que lleva el diablo. Literalmente se ha cagado en las patillas al verse sumergida en una relación formal.
—Como dije una vez, la rutina es el beso de la muerte —y mirando a Adrian dijo—: Y tú eres peor que una portera.
—Sí... reina sí, lo que tú digas —respondió aquel—. Pero te joda o no ese tipo te gusta y te has asustado.
—¡Yuna chorra! Lo que me ha acojonado es que de pronto me vi hablando con él de cambiar muebles, comprar estores y demasiadas cosas que me dan repelús.
—Pero Patricia, ¿qué me estás contando? —rió Marta que conocía muy bien a su amiga.
—Nada. No te estoy contando nada. Porque no hay nada que contar. El
calvo
y yo lo hemos dejado de momento. Él tiene unas prisas que a mí no me van y punto. Por cierto —señaló la barriguilla de Marta—. Es del desnatado, del
guiri
, ¿verdad?
—
Uis
, nena qué brusca que eres —se quejó Adrian.
Marta asintió y Patricia blasfemó.
—Me cago
en to lo
que se menea ¿y qué coño estás haciendo? ¿Piensas tener otro hijo tú sola?
Su amiga volvió a asentir. Adrian suspiró, la tomó de las manos y preguntó:
—¿Estás segura, nena?
—Segurísima y no te desmayes —respondió con una sonrisa.
Patricia cogió el paquete de patatas al jamón que había bajo la sombrilla y continuó insistiendo.
—¿Y cuando se lo vas a decir al padre?
—Sinceramente. Nunca. No se lo voy a decir.
—¡¿Cómo?! —gritaron aquellos dos.
Marta al ver que la miraban con un gesto reprochador, y encendiéndose un cigarro que, automáticamente, Patricia le quitó y apagó, dijo:
—No me miréis así. El no quiere responsabilidades. Me lo dejó muy claro, y lo último que me dijo aquel día era que con seguridad tarde o temprano le acusaría de una falsa paternidad y no le quiero dar el gusto de que me diga con su altivo gesto inglés: ¡Te lo dije!
—Será capullo el
desnatao
—susurró Patricia.
Pero, increíblemente, Marta salió en su defensa.
—No, Patri, no. Yo le entiendo en cierto modo. Durante años varias mujeres le han acusado de falsas paternidades y eso, quieras o no, tiene que hacerte desconfiado.
—Pero nena —murmuró Adrian—. Ese muñeco que está creciendo en tu interior no es una falsa paternidad. Es su hijo. El hijo de Philip Martínez para más señas.
Marta asintió y tras resoplar advirtió:
—Sí. Pero eso solo lo sabremos nosotros. Él no tiene porqué saberlo. Por lo tanto mantened vuestras bocazas cerradas y todo irá bien.
—Y a Lola, ¿qué le dirás? ¿Le mentirás? —preguntó Patricia—. Creo que ella de tonta tiene lo mismo que yo de monja, y se dará cuenta enseguida. ¿Qué le vas a decir? ¿Que es hijo del champán? —eso hizo reír a Marta.
—Qué buena idea ¡Gracias!
Pero Patricia volvió al ataque.
—Y si cuando nazca el bebé es desnatado y rubio como su puñetero padre, ¿también se lo vas a negar?
—No adelantes acontecimientos —medió Adrian.
—Acontecimientos... ¡acontecimientos! —gritó Patricia fuera de sí. Marta volvía a meterse en un problema y parecían no darse cuenta.
—
Uis
, nena. A ti eso de estar lejos del
calvo
no te sienta bien. Menuda mala leche te gastas —se quejó Adrian.
Marta no quería reír. El tema no era para divertirse. Pero estar ante sus amigos y sus mordaces comentarios la hacía tener vida.
—Vamos a ver, doña gruñona —dijo Marta—. Puede que el bebé salga moreno como Vanesa y como yo. ¿Por qué va a salir rubio como su padre?
Patricia sin poder callar dijo:
—Pues porque la ley de Murphy es así. Basta que quieras algo para que salga lo contrario. ¿Y qué crees que dirá el inglés cuando se entere?
—Le doy la razón a la loba —susurró Adrian.
Acorralada por lo que Marta ya sabía, finalmente se enfrentó a su amiga y con gesto turbador se le encaró.
—¿Quieres cerrar esa bocaza llena de dientes que tienes? Me estás agobiando y acabas de llegar, ¡joder!
—Chicas... chicas... chicas... —murmuró Adrian—. Creo que ambas tenéis vuestras razones para decir lo que decís. Yo de momento me guardaré mi opinión sobre lo que pienso de las dos —ambas le miraron—. ¿Qué os parece si nos relajamos en este precioso lugar y en otro momento continuamos con esta fantástica y maravillosa conversación? Ahora, venga. Daros un besito sin lengua y que yo os vea.
Aquello las hizo sonreír. Adrian era el mejor mediador que había y sabía cómo tratarlas.
—Anda, petarda. Ven aquí y dame un beso que, como diría mi padre, últimamente solo me das
inrritaciones
—dijo con cariño Patricia.
—Serán irritaciones —puntualizó Adrian.
—Pues no. Mi padre dice
inrritaciones
, ¡listo!
Sin darles tiempo a decir nada más Marta se abalanzó sobre ellos y les besó. Aquellos dos eran los mejores amigos que cualquier persona quisiera tener y pensaba disfrutar con ellos los últimos días que le quedaban de vacaciones. El resto, ya lo pensaría cuando llegara.
Septiembre llegó. Las clases en el colegio de Vanesa comenzaron y todos regresaron a sus trabajos. Cuando Lola viajó para visitarles tras el verano, la impresión que se llevó al ver a Marta con aquella barriga fue tremenda.
—A ver jefa, relájate y respira —murmuró Patricia dándole aire.
—Ay, qué fatiguita,
miarma
.
Marta, frente a ella, con unos vaqueros elásticos y una camisa que dejaba entrever su pequeña tripula le acercó un vasito de agua.
—Vamos a ver, Lola, ¿por qué te pones así? Solo he decidido tener un hijo. Creo que Vanesa ya es mayor y me apetecía tener otro bebé.
—
Ojú
,
miarma
. Cuando se entere Phil... cuando se entere Phil...