Sorprendidos con aquella revelación Adrian y Patricia se miraron.
—¿Que el indeseable ese está destrozado? —gruñó Patricia—. Pues siento decirte que si está así o es porque le falta un tornillo o simplemente es porque es imbécil profundo.
—
Ozú
,
siquilla
, ¿por qué dices eso? —preguntó Lola al escucharla.
—Ese príncipe con alma de diablo —contestó Adrian—. Fue él quien dejó a nuestra Marta. La humilló y la dejó en la estacada.
Boquiabierta, Lola cuchicheó:
—Las noticias que yo tengo es que fue Marta quien lo dejó a él. Antonio tras interrogar a Philip me contó que fue ella la que se marchó con sus amigos dejándole colgado aquí en Madrid, tras adelantar su viaje a China.
—Virgen de la candelaria, ¡será mentiroso! —gritó Adrian.
Molesta por aquella mentira Patricia soltó:
—De eso nada. Él fue quien sin decirle nada llegó a Madrid y se fue de juerga con una artistucha del tres al cuarto. Nos enteramos de ello por la prensa. Después Marta le fue a ver y el resto ya te lo puedes imaginar.
Lola no se lo podía creer. Fue a responder cuando la puerta de la tienda se abrió. Era Vanesa, quien al verla se tiró directamente a sus brazos. Tras besuquearse y decirse lo mucho que se querían la niña preguntó:
—¿Dónde está mi madre?
—Ha ido al banco pero enseguida vuelve —respondió Patricia.
Lola incapaz de asumir lo que aquellos le habían contando preguntó a la cría:
—Vanesa, mi niña ¿tu madre está bien? No me gusta nada lo delgada que se está quedando.
La cría fue a responder pero se abrió la puerta de la tienda. Era Pepe, el del bar de enfrente.
—Que alguno de vosotros venga a mi bar. Marta se ha caído de la moto y la tengo allí.
—¡Ay, mi niña! —gritó Lola horrorizada.
Con rapidez, los cuatro salieron de la tienda. En menos de tres minutos estaban frente a una maltrecha Marta que al ver a su hija sonrió.
—Que ninguno se asuste. No me ha pasado nada. Estoy bien...
—Ay, mamá, ¿qué te ha pasado? —dijo Vanesa al ver el raspón que esta tenía en las manos. Lola apremió a Adrian. —Llama un taxi. La llevo al hospital. —No. No hace falta —gritó Marta al escucharla.
—Sí, si te voy a llevar. Te pongas como te pongas —decidió Lola.
Fue inútil discutir con todos. Finalmente los cinco fueron hasta el Hospital Madrid donde la atendieron de urgencias. Mientras esperaban, Vanesa no paró de llorar. Cada día se sentía peor y más culpable por todo lo que le pasaba a su madre. Verla tan decaída y triste comenzaba a poder con ella.
—Tranquila,
miarma
, tu mami estará bien —la consoló Lola.
—Todo es por mi culpa —sollozó la niña.
Al escucharla Adrian le pasó la mano por el pelo y dijo:
—Anda ya, chiquilla no digas tonterías. Tu madre se ha caído hoy porque se tenía que caer y punto. ¿Qué vas a tener tú la culpa?
—Esas cosas pasan, mi amor —susurró Lola abrazándola. —Toma un poquito de agua y deja de exagerar. Que para exagerado ya tiene el título Adrian —regañó Patricia con cariño. La niña bebió agua y tapó la botella.
—La culpable de que mi madre esté así soy yo. Yo hice algo horrible para que Philip se enfadara con ella y la dejara. Ella no lo sabe, pero fui yo la que jorobó su relación. Les he engañado a los dos y me siento fatal.
Boquiabiertos, los tres la miraron. Pero fue Patricia quien clavándole la mirada dijo:
—Desembucha, pero ¡ya!
Tras sonarse la nariz con un pañuelo que Lola le dio Vanesa se explicó.
—Philip llamó a casa. Mamá no estaba y por la voz él creyó que yo era ella. Dijo que había adelantado su viaje de China para regresar antes, y que pasaría a recogerla. Entonces yo le dije que ya tenía planes para ir a una fiesta y él... él... se molestó y yo le dije... que prefería estar con mis amigos a quedar con él. Después de eso mamá y Philip lo dejaron.
—La madre que te parió, ¡Vanesa! —dijeron a la vez Patricia y Adrian.
—Pero mi amor —susurró Lola—. ¿Por qué hiciste eso? —No lo sé —continuó llorando la niña—. Pero estoy arrepentida de ello. Ahora me doy cuenta de mi error y yo... yo...
—Vanesa —gruñó Adrian—. Te quiero mucho mi niña, pero en un momento así te arrancaría la cabeza.
—¡Adrian! —regañó Lola al escucharle.
—¿Lo sabe tu madre? —preguntó Patricia aún incrédula.
—No... y por favor no se lo digáis —susurró entre sollozos—. Se lo tengo que decir yo, y...
—Por supuesto que se lo vas a decir —siseó esta—. Te doy una semana, si no se lo diré yo. Lo que has hecho está fatal. ¡Joder!
—Fatal no —sentenció Adrian—. Muy mal. Terriblemente mal.
La niña nerviosa se retorció las manos y asintió hecha un mar de lágrimas.
—Ay,
miarma
¿Cómo has hecho eso,
siquilla
? Phil y tu madre están hechos el uno para el otro, mi amor. ¿No te habías dado cuenta?
Al escuchar aquello Patricia miró a su jefa y aclaró.
—Bueno... bueno... no exageres. Si estar hechos el uno para el otro es que a uno le gusten los whopper con queso y al otro el paté francés a las finas hierbas, creo que te equivocas de pe a pa.
—No. No se equivoca. Ese
guiri
y Marta habían conectado —aclaró Adrian con seguridad—. Dicen que los polos opuestos se atraen y ellos, te guste o no, se atraían en todos los sentidos. Solo hay que recordar la luz en la mirada que tenía Marta cuando estaba con ese... ese
madelman
inglés.
—Yo más bien diría que se querían —susurró Lola abrazando a Vanesa que no paraba de gimotear.
Segundos después se abrió la puerta blanca y los cuatro se levantaron. Marta salía con un médico. Llevaba un brazo vendado y cara de cansancio. Al ver a su hija llorar se asustó.
—¿Qué te pasa cariño?
La niña se zafó del abrazo de Lola y corrió a los de su madre. Esta sonrió, mientras sus tres amigos la miraban con gesto tierno y desconcertado. El médico sonrió.
—No se asusten. Ella está bien. Solo tiene una pequeña fractura en el codo y en un dedo de la mano. Eso sí —dijo mirándola—. Se acabó la moto durante un tiempo ¿de acuerdo, Marta?
Marta asintió. Ambos sabían a qué se referían y el doctor tras una sonrisa se marchó.
—¿Estás bien? —preguntó Patricia acercándose a ella.
—Di que sí, o me da aquí mismo un tabardillo —cuchicheó Adrian.
—Sí, tranquilos. Ha sido una caída tonta —y mirando a su hija dijo—: No llores, cariño. No ha pasado nada, ¿no lo ves? Estoy bien.
La muchacha asintió pero cada vez se encontraba peor. Debía hablar con su madre con urgencia y contarle lo que los demás sabían aunque se enfadara.
—Mamá... tengo que contarte algo.
Con una dulce sonrisa su madre asintió y tras darle un beso en la mejilla le susurró.
—Vale. Cuando lleguemos a casa las dos tenemos que hablar.
Lola conmovida por la ternura que Marta irradiaba dando un paso al frente dijo señalándola con el dedo:
—Ya has oído,
miarma
. La moto, ni
mijita
—y mirando a Patricia y Adrian advirtió—. Y a partir de hoy estás de vacaciones. Para un par de días que quedan no vas a ir como estás. Eso sí, como me entere yo que coges la moto ¡os la cargáis vosotros!
—
Uis
, que madrastrona —se mofó Adrian—. Cuando te pones así, me recuerdas a la madrastra de la Cenicienta. Todos sonrieron.
—Pues puedo ser peor que Úrsula, la bruja mala de La Sirenita, si desobedecéis mis órdenes —aclaró aquella con una sonrisa en los labios.
Marta, más tranquila les miró y dijo abrazada a su hija: —Señores Disney, si no os importa me gustaría irme a mi casa.
Una hora después los cinco estaban en el piso de Marta. Llamaron a Telepizza y comieron juntos. Por la tarde, casi entrada la noche cada uno se marchó a su casa dejando solas a madre e hija.
Sentadas una frente a la otra en el sillón Marta miró a su inquieta y nerviosa hija y dijo:
—Cariño, por lo que he podido entender hoy en el hospital quieres decirme algo, ¿verdad? —la muchacha asintió y Marta prosiguió—. Yo también necesito contarte algo. ¿Quién empieza, tú oyó?
—Yo —respondió la muchacha.
Colocándose un cojín tras los riñones y otro ante su pequeña tripa Marta asintió y dijo:
—De acuerdo. Tú primero.
Pero fue decir eso y Vanesa comenzó a llorar y a decir palabras ininteligibles, aunque Marta las entendió. Por ello y deseando que su hija dejara de llorar se incorporó, le secó las lágrimas y sorprendiéndola como nunca en su vida le susurró.
—Ya lo sabía, Vanesa. Siempre lo he sabido. Cuando Philip me dijo que... —no pudo seguir y al final susurró—. Solo he esperado a que tú me lo dijeras. Y te lo agradezco. Necesitaba saber que volvías a confiar en mí.
Vanesa al escuchar aquello se sintió peor. Durante aquel tiempo su madre lo había sabido y no había dicho nada. Eso la hizo llorar todavía más.
—Lo hecho... hecho está, cielo —suspiró Marta—. Pero quiero preguntarte ¿por qué? ¿por qué nos engañaste así a los dos? ¿Tan mala vida te íbamos a dar si hubiéramos continuado juntos?
—Mamá, lo siento. Lo siento con toda mi alma. No sé cómo se me ocurrió hacer esa locura. Pero yo... tenía miedo de Philip y de todo lo que nos podía ofrecer y ahora me doy cuenta que él era una buena persona, que sobre todo te quería.
Al escuchar eso Marta sonrió con tristeza.
—No, cariño. No me quería. Si me hubiera querido me habría escuchado cuando intenté hablar con él.
—Mamá, si él no te escuchó fue por lo borde y desagradable que fui con él. Le hice pensar que no te importaba, que él no era nadie para ti. Me porté como una idiota y... lo siento... lo siento mucho. Aceptaré cualquier castigo que me impongas sin rechistar. Y te juro que no me perdonaré en la vida, lo mal que me he portado últimamente contigo. ¡Soy lo peor!
—No, cariño, no eres lo peor. Pero esta experiencia te ha hecho madurar y darte cuenta que la vida no es solo como tú la quieres vivir. Existimos las dos y...
—Te prometo que nunca más te volveré a decepcionar. Te daré tantos vales oro para cumplir tus deseos que vas a pensar que soy una pesada.
Con una sonrisa de cansancio en los labios, Marta la miró. Estaba destrozada por no tener a Philip junto a ella, le añoraba cada segundo, cada instante del día, pero estaba feliz porque finalmente su hija le hubiera contado aquello.
—¿Vales oro? —rió Marta para hacerla sonreír—. Cariño, con tenerte a mi lado me vale y me sobra. Y en cuanto a lo que dices, ya sabes que tus vales para mí son los más importantes. Me gusta hacerte feliz y quiero que lo seas.
—Ay, mamá ¿cómo he podido estar tan ciega?
—Deja de martirizarte, Vanesa porque ya no sirve de nada. Si te soy sincera, cielo, creo que nuestra historia nunca habría acabado bien. Éramos demasiado diferentes en demasiadas cosas. Pero bueno, la vida me ha enseñado a tomarla como viene y no quiero darle más vueltas al tema.
—Pero, mamá si yo le llamo y se lo cuento él tendría que...
—No, cariño —dijo alarmada Marta—. Yo no quiero volver con él. Si haces eso lo que único que harás sería liarlo más todo, y creo que es mejor que lo dejemos como está.
La niña la miró. ¿Por qué su madre no quería volver con Philip? Sabía que lo amaba. Se lo notaba en su mirada. Y si Lola decía que él también la añoraba, ¿dónde estaba el mal?
—Bueno, cariño —dijo Marta mirando a su hija—. Ahora me toca a mí contarte algo que creo que debes saber. Te incumbe a ti, tanto como a mí, y espero que lo aceptes como lo he aceptado yo y me ayudes.
Aquello atrajo toda la atención de Vanesa que cogiendo una galleta de encima de la mesa dijo:
—Soy toda oídos, mami. Pero dímelo ya que me estás asustando.
Marta tomó aire y cogiendo una galleta le dio un mordisco y tras tragarlo le soltó:
—Estoy embarazada de cuatro meses —Vanesa dejó de respirar y Marta continuó—. El hijo es de Philip. Él no lo sabe, y no quiero que lo sepa nunca.
Vanesa se quedó de piedra.
—Mamá, ¿esperas un bebé?
Marta sonrió y asintió. Su hija siempre le había pedido un hermanito pero la ocasión nunca se dio. Y ahora, de pronto, el bebé estaba casi allí. Emocionada, la muchacha estiró las manos y tocó la tripa de su madre cuando esta se quitó el cojín de encima y se desabrochó la camisa. Ante ella apareció un pequeña y redonda tripula que había pasado desapercibida.
—Ostras, mami —susurró incrédula—. ¡Qué pasote! Voy a tener un hermano.
—O hermana —sonrió Marta feliz por haberlo contado.
—Un bebé —cuchicheó boquiabierta la muchacha.
Marta, con los ojos encharcados en lágrimas de felicidad y tristeza a la vez, asintió.
—¿Qué nombre le pondremos?
—Es un poco pronto para eso ¿no crees? —rió Marta pero al ver la impaciente mirada de su hija cuchicheó—. Bueno... vale... confieso que hay un nombre que me encanta tanto si es niño como si es niña.
—¿Cuál?
Con una sonrisa de satisfacción Marta se tocó la barriga y susurró:
—Si es niña será Noa, y si es niño Noah, pero con hache.
—¡Me encanta, mami! Tendremos un o una Noa en nuestra vida —ambas rieron.
—Sí, tendremos un muñequito al que cuidar —susurró Marta tocándose la barriga.
Le había costado asumir de nuevo la maternidad sola. Pero aquel día cuando se cayó de la moto y pensó en que habría podido perder a su bebé creyó morir. Cuando en el hospital le dijeron que todo seguía bien, se dio cuenta que quería a ese bebé tanto como a su propia vida y ya nada ni nadie se lo podría arrebatar.
—Por cierto, mami —dijo señalándola con el dedo mientras cogía una nueva galleta—. Te prohíbo coger la moto de aquí en adelante. En tu estado se acabó el pilotaje, ¿me has oído?
—Tranquila, cariño. La aparcaré en el garaje cuando salga del taller y hasta que el bebé no esté aquí no la volveré a utilizar. Te lo prometo.
Vanesa al ver la tristeza en los ojos de su madre se puso seria y retirando las manos de la barriga preguntó:
—¿Por qué no se lo quieres decir a Philip?
Marta dando otro mordisco a la galleta dijo:
—Por tres razones, cielo. La primera porque él no quiere responsabilidades —recordó aquello y el corazón le dolió—. La segunda, porque no quiero ser una más que le quiere endosar un hijo, y la tercera porque he decidido criar a este niño yo sola como hice contigo. Aunque esta vez tu castigo será ayudarme a sacarle adelante.