Durante un buen rato aguantó ver como Javier, su Javier, bromeaba con una atontada de otro instituto. Una niña mona y muy pija que nada tenía que ver con Vanesa. Sin quejarse, observó como su chico le prestaba más atención que a ella y le estaban llevando los demonios.
Finalmente todos juntos comenzaron a andar hacia su barrio. Y una vez allí, en unos bancos que había frente a la casa de la muchacha se sentaron. De pronto uno de los chicos se fijó en un deportivo biplaza negro con asientos de cuero beige que estaba aparcado.
—Joder, ¿habéis visto que pedazo de
buga
? Vanesa volvió la vista hacia donde miraban y se tensó al intuir que aquel coche era el del
guiri
que andaba con su madre.
«Maldita sea, están en casa» pensó molesta. Pero al ver que Javier, un apasionado de los motores, se acercaba al coche para admirarlo su mente comenzó a maquinar. El chico miró el interior a través de la ventanilla.
—Lo que daría yo por conducir un
buga
así —soltó. Vanesa, como un resorte, se levantó, y con una sonrisa en la boca le dijo:
—Si yo te trajera las llaves de ese coche, ¿te darías una vuelta conmigo?
Todos se carcajearon. Pero surgió efecto. Javier, al escuchar aquello, dejó de prestar atención a la otra muchacha y se la prestó solo a ella. Vanesa estaba encantada, así que le dijo que esperara, que enseguida volvería. Los amigos la vieron alejarse muertos de risa. Era imposible que una niñata de apenas diecisiete años pudiera conseguir las llaves de un coche así.
Con cuidado, Vanesa entró en su casa sin hacer ruido.
—Pssssst,
Feo
... no hagas ruido o me descubrirás —dijo saludando a su perro.
Confirmó por la chaqueta y el maletín que el estirado inglés estaba allí. Con desagrado escuchó las risas de su madre y maldijo al imaginar lo que hacían dentro de la habitación. Pero dispuesta a no fracasar en su empresa buscó en los bolsillos de la chaqueta de Philip las llaves del coche y sonrió cuando las encontró. Con suerte no se darían cuenta de que se las había llevado. Intentaría regresar en una hora más o menos para dejarlas en su lugar.
Con las llaves del biplaza en su poder, Vanesa salió del portal de su casa y ante la cara de asombro de todos dio al mando y las luces de este parpadearon. Rápidamente todos se agolparon alrededor de ella y en pocos minutos toqueteaban el GPS de abordo y todo lo habido y por haber en el coche. Con gesto pícaro Vanesa le enseñó las llaves a Javier.
—¿Te animas a que demos una vuelta?
Él, como buen egoísta que era, solo pensaba en su propio beneficio. Se olvidó del resto de chicas, le arrebató las llaves de la mano y se montó en el auto. Vanesa se sentó en el asiento del copiloto. Después de varios acelerones que hicieron que todos aplaudieran, Javier pisó el acelerador a fondo y, tras quemar rueda, el coche salió disparado como una flecha.
—¡Qué pasada de máquina! —aulló Javier mientras conducía por el Paseo de Extremadura a una velocidad vertiginosa, cuando lo máximo permitido era a 70.
Vanesa, tras varios adelantamientos improcedentes y terriblemente peligrosos comenzó a asustarse, pero no se lo quería hacer ver. Al revés, como una boba le reía las gracias.
Al fin y al cabo aquel era su chico. Pero lo que comenzó como algo divertido, pronto dejó de serlo. La sirena de un coche de policía que iba tras ellos, les ordenó parar.
—Si piso a fondo les perdemos —rió Javier excitado por el momento.
—No... no hagas eso. Es mejor que pares —susurró Vanesa horrorizada.
—Venga, bonita. ¡No me seas cagueta ahora! Con este
buga
se pueden hacer maravillas —y tras decir aquello aceleró.
Vanesa miró la aguja del velocímetro y creyó morir al ver que marcaba 180 km/h. Cinco minutos después, ya eran dos los coches patrulla que les perseguían y ordenaban parar. Aquello la estaba matando. Una cosa era ser intrépida y otra tonta. Oír el sonido de la sirena tras ellos y el miedo estaban atenazando a la muchacha segundo a segundo. Y empezó a gritar:
—¡No sigas! ¡He dicho que pares! ¡¿Me has oído?! ¡Para!
—Ni lo pienses.
—¡Para! —gritó histérica.
Javier la miró con gesto tosco.
—Jodida niñata de mierda. Eres tan petarda como me dijo el Musaraña que era tu madre —eso hizo que Vanesa le mirara con enfado—. Menos mal que ya no estoy contigo.
Aquello le pilló tan de sorpresa que se olvidó de las sirenas y de todo lo demás.
—¿Cómo que ya no estás conmigo?
—Me aburren las niñatas como tú.
—Eres un idiota.
—Sí —rió con maldad—. Un idiota que te gusta y que consigue de ti lo que quiere —se mofó.
Pocos minutos después, Javier que conducía como un loco, tuvo que detener el coche. Tenía dos coches de policía delante. Había dos opciones: o arrollarlos o parar. Decidió la segunda. Una vez que los coches se pararon, la policía les gritó mientras les encañonaban con sus pistolas.
¡Salgan del coche muy despacito y con las manos bien altas que las podamos ver!
Histérica, asustada y humillada por aquello Vanesa miró a Javier que con una agria sonrisa le dijo:
—Sal con las manitas en alto, niñita. Guarda los pucheros para cuando veas a tu mamita.
Ambos salieron y la policía les cacheó y les metió en sendos coches policiales. En ese momento Vanesa supo que la había liado. Y bien.
Marta y Philip estaban hablando tranquilamente en la cama cuando sonó el móvil de él. Era la policía para decirle que su coche había sido requisado conducido por unos jóvenes. Sorprendido por aquella noticia, este indicó que él no había dejado el coche a nadie y que se lo habían debido de robar. Finalmente y tras no ponerse de acuerdo con los agentes apuntó la dirección que le dieron.
—Esto es increíble. Me han robado el coche —protestó Philip vistiéndose—. Malditos hijos de puta.
Azorada por verle tan malhumorado mientras se vestía Marta susurró:
—Ay, Dios, lo siento.
Al verla tan apurada Philip la agarró por el mentón y la besó.
—No te preocupes,
honey
. Un coche es algo material. Aunque no te negaré que me he alegrado al saber que han pillado a los delincuentes con las manos en la masa.
—Qué hijos de su madre. Espero que los enchironen y les hagan pagar lo que han hecho —blasfemó Marta.
—Solo espero que no se entere la prensa. Si no, ¡estamos perdidos! —susurró él.
De pronto el móvil de Marta sonó. Y se tuvo que sentar al escuchar lo que la voz del otro lado le decía. Su hija. Su Vanesa. Estaba detenida en comisaría por ir en un coche robado. Philip al ver que el color desaparecía de su cara se arrodilló frente a ella y cuando colgó quitándole el teléfono le preguntó:
—¿Qué ocurre, cielo?
Conmocionada aún por la noticia se quedó sin palabras. Philip fue rápidamente a por un vaso de agua y tras hacérselo beber esta susurró en un hilo de voz:
—Era la policía. Han detenido a Vanesa por ir en un coche que el dueño ha dicho que se lo han robado.
Enseguida ambos entendieron que Vanesa y su coche estaban en el mismo lío. Philip maldijo en silencio mientras se vestía. Marta con manos temblorosas cogió su móvil y llamó a Patricia. Le contó lo ocurrido y le pidió que avisara a Carlos, el antidisturbios. Seguro que él, como policía, les podría ayudar.
Cuando llegaron a la comisaría Patricia ya estaba esperándoles allí. Carlos estaba dentro hablando con los compañeros. Él podría enterarse bien de lo que había pasado. Philip tras pagar el taxi siguió a Marta que como una bala corrió al interior de la comisaría.
—Tranquila... Marta. Carlos nos ayudará —susurró Patricia tras saludar con la mirada a un silencioso Philip.
Dos segundos después Carlos, el antidisturbios, salió. Y mirando a Marta y Philip dijo:
—Vuestra hija está bien, no os preocupéis. Está asustada pero nada más. Al ser menor y no tener antecedentes en breve estará aquí con vosotros. Pero el pollo que iba con ella, ese es harina de otro costal. Tiene antecedentes por robo y le encanta tomar prestados coches ajenos. Al ser mayor de edad y tener varias causas pendientes —dijo mirando a Philip—, si pones denuncia por robo pasará aquí la noche. Pero si retiras la denuncia que has puesto por teléfono podrán salir los dos y quedará como una imprudencia temeraria en la conducción por parte de él.
Philip asintió. Lo tenía claro. No quería perjudicar a Marta ni su a hija.
—Retiraré la denuncia —murmuró con gesto serio.
—Es lo mejor para tu hija. Ya lo verás —añadió Carlos.
Marta molesta por la confusión mirando a aquel aclaró.
—Vanesa no es hija de él. Es solo mi hija —Philip la miró—. ¿Puedo pasar a verla?
Entendiendo el estado de shock de Marta el policía la tomó del codo y asintió. Todos entraron en la comisaria. Allí Marta imploró ver a su hija pero la policía no le dejó. Debería seguir unas pautas y una de ellas era esperar a que la joven saliera. Mientras esperaban, Philip se acercó al mostrador para arreglar lo de su coche. La policía le preguntó si quería firmar la denuncia que había presentado por teléfono. Pero decidió no hacerlo. Aquello implicaría más problemas para Vanesa. Finalmente Philip afirmó haberle dejado el coche a Javier y que este se había pasado apretando el acelerador.
Media hora después, la niña y Javier fueron puestos en libertad. Marta, tan pronto como vio aparecer a su hija, la abrazó. Estaba enfadada con ella, pero necesitaba sentirla entre sus brazos. Philip al ver que Javier también salía, sin saber porqué, fue hasta él y tras empujarle contra la pared, le siseó al oído.
—Sí vuelves a acercarte a Vanesa, te juro que te las tendrás que ver conmigo, ¿has entendido, gilipollas?
El muchacho apabullado ante aquel tío tan grande y con cara de mala leche asintió y se marchó sin decir nada mientras Vanesa, con desconcierto, miraba a Philip. Seguro que le montaría un numerito igual a ella. Pero no. Solo la miró y levantó las cejas con gesto de preocupación.
Diez minutos después Marta decidió regresar a casa con su hija y Patricia. Mejor no salir juntos de la comisaría por si la noticia había llegado a algún periodista. Carlos con su coche, acompañaría a Philip al depósito de la grúa para recuperar su auto.
Aquella noche madre e hija conversaron con tranquilidad. Vanesa finalmente entendió que lo que había hecho estaba fatal. No solo había robado las llaves a Philip, y con ello su coche, si no que habían puesto en peligro cientos de vidas en la carretera, incluidas las de Javier y ella. Vanesa aún asustada asintió. Le gustara o no, su madre tenía razón.
—Debes entender que lo que has hecho no está bien. Entre lo de ayer de los
piercing
, y lo de hoy, no me das más que disgustos.
—Lo sé, mamá, lo sé —y mirándola preguntó—. ¿Tú te encuentras bien? Estás pálida.
Pero Marta necesitaba respuestas.
.—¿Por qué lo hiciste? ¿Por qué cogiste las llaves de Philip?
Vanesa la miró. Quería decirle que lo hizo para impresionar a Javier, pero no se atrevió. Sabía que eso enfadaría a su madre más que si se inventaba cualquier cosa. Por ello y mirándola a los ojos respondió.
—Odio que salgas con ese tipo. No me gusta nada y lo sabes.
—Vanesa, por Dios. ¿Otra vez con lo mismo? ¿Debo creer que porque estabas enfadada conmigo has cogido las llaves de Philip y has cometido esa locura?
—Sí.
—Pues que sepas que gracias a él, tanto tú, como Javier, estáis libres de cargos. No ha puesto denuncia. Si no, tu amiguito, ese al que tanto adoras, estaría ahora durmiendo en el calabozo. Por lo tanto, ya puedes agradecérselo la próxima vez que lo veas y no seguir comportándote como una niñata maleducada.
Vanesa se sorprendió al enterarse que el estirado había retirado la denuncia para no perjudicarles.
—¿No ha puesto denuncia?
—No. Ha declarado que le dejó las llaves a Javier para que os dierais una vuelta.
Aquello ablandó el corazón de Vanesa, pero no estaba dispuesta a dar su brazo a torcer.
—Me da igual mamá. Sigue sin caerme bien.
—Pero, ¿por qué? ¿No ves que él me hace muy feliz?
—Mira, mamá. Seamos sinceras. Odio como ese
guiri
te llama
honey
—se mofó—. Si tu relación sigue adelante con él, tarde o temprano querrá que nos vayamos a vivir a Londres. Y yo no me quiero mudar a otro país, ¿lo entiendes? Me gusta mi barrio, mi instituto, mis amigos. No quiero irme de aquí.
Sorprendida, Marta la miró. Nunca había pensado en aquella posibilidad.
—Creo que te estás precipitando. Philip y yo solo nos estamos conociendo y...
—No, mamá no. No solo os estáis conociendo. Te conozco y veo cómo le miras, y cómo te mira él. Nunca miraste al Musaraña de esa manera.
—Lógico, hija. Philip no tiene nada que ver con el Musaraña. Son dos polos opuestos. Pero si es por eso por lo que no te cae bien... haces mal. Deberías darle una oportunidad y verías lo equivocada que estás. Te equivocaste con él en referencia a lo de su ex, Juliana, y sigues sin querer dar tu brazo a torcer a pesar de que él intenta hacer cosas buenas por ti y por mí.
Finalmente Marta agobiada por todo decidió dejar que la niña durmiera. Una hora después cuando se fumaba un cigarrillo sonó su móvil. Era Philip.
—Hola,
honey
. ¿Estás mejor?
—Sí, cielo.
—¿Y Vanesa?
—Bien... bien... está durmiendo. He hablado con ella y creo que por primera vez se ha dado cuenta del lío en el que se ha podido meter. Por cierto, Philip... gracias por retirar la denuncia.
Volver a escuchar su agradable tono de voz le gustó y tras sonreír, suspiró:
—Gracias a ti, preciosa, por ser como eres. Marta sonrió.
—Philip, ¿cenamos mañana? ¿Te apetece?
—Lo siento, cielo, pero mañana a primera hora regreso a Londres. Tengo varias reuniones pendientes y no las puedo demorar.
Aquello fue un mazazo para Marta.
—¿Sabes,
honey
? Estar contigo es una de las cosas que más me agradaría en estos momentos. Saber que te tengo tan cerca y que no puedo tenerte no es lo que más me gusta. Pero intento entenderlo por el bien tuyo y el de tu hija —dijo él tras un incómodo silencio.
Verse solo en su inmenso chalet de la Moraleja no le gustó. Quería estar con ella, tocarla, besarla, mimarla pero no quería agobiarla. Ella no le había pedido que fuera a su lado y él debía respetarlo.