Al escuchar aquello la muchacha quiso llorar, pero tragándose el nudo de emociones que se formó en su garganta dijo mirándole directamente a los ojos:
—Yo soy la culpable de todo lo que ha pasado entre mi madre y tú. Creé un malentendido para que rompieras con ella y...
—No, Vanesa —dijo Philip sentándose tras su mesa—. Lo que ha ocurrido entre nosotros es algo entre adultos. Tú no tienes nada que ver en ello.
—Eso no es verdad —aclaró con los ojos llenos de lágrimas—. Yo fui la que te cogió el teléfono la noche que llamaste cuando regresabas de China. Mi madre estaba paseando a
Feo
y yo me aproveché de tu confusión y te dije algo que no era verdad.
—¡¿Cómo?! —gritó prestándole toda su atención.
—Yo te odiaba. Pensé que si seguías con mamá tarde o temprano nos obligarías a irnos a vivir a Londres, y yo... yo... no quería porque estaba colgada de Javier y... y entonces cuando llamaste me hice pasar por ella y te engañé. La lié. Todo lo que te dije era mentira y después, con mis chantajes emocionales, la saqué de casa por si aparecías y la obligué a ir al cumpleaños del Pistones.
Philip, al escuchar aquello comenzó a procesar la información, mientras la muchacha hecha un mar de nervios continuaba su relato.
—Te prometo que cuando colgué el teléfono me di cuenta de mi error, pero no supe dar marcha atrás. Es más, esa noche me di cuenta de lo mucho que cuidabas a mi madre y de que yo estaba equivocada en todo. Pero ya era tarde. Yo ya la había liado mintiéndote y tú sacaste tus propias conclusiones en referencia a mamá. —Desesperada por como él la miraba gimió— ...y yo solo te puedo pedir disculpas por todos los errores que he cometido como hice con mamá hace tiempo y...
—¿Tu madre sabe lo que me estás contando? —susurró con desesperación al darse cuenta de su tremendo error y ser consciente de cómo trató a Marta aquel día.
—Sí. Se lo dije, aunque ella me confesó que lo supo cuando tú la acusaste de irse con sus amigos los moteros a preferir ir contigo. Ella me dijo que en ese momento supo que había sido yo quien había hecho aquello pero que tú...
—Yo no la dejé hablar —murmuró encolerizado.
Aún recordaba la mirada de Marta y sus ojos al acusarla. Aquello no se lo podría perdonar nunca. ¿Por qué? ¿Por qué no la había escuchado? ¿Por qué había reaccionado así? Sin poder dejar de hacerse aquellas terribles preguntas Philip prestó atención a la muchacha que, hundida en el sillón, lloraba a moco tendido mientras balbuceaba palabras incoherentes.
Acercándose hasta ella y poniéndose en cuclillas, dijo levantándole el mentón para secarle las lágrimas con la toalla.
—No me gusta verte llorar, Vanesa. Basta ya.
—Philip. El día que llamaste a mi madre para hablar con ella, volví a mentir, aunque esa vez ella me obligó. Ella no quería verte y me hizo decirte que se había ido de fin de semana con el Musaraña para que te enfadaras. Y yo... le hice caso y... y...
Con una desesperación que sobrecogió hasta las entrañas de aquel gigante, Vanesa le abrazó y Philip, enternecido suspiró y la agarró. Durante un buen rato la muchacha se desahogó como llevaba tiempo sin hacer y él la escuchó consciente de que la única víctima de todo aquello había sido Marta. Una vez consiguió tranquilizar a la niña y que esta dejara de llorar y pedir perdón, Philip sentándose a su lado preguntó:
—¿Cómo está tu madre?
—Triste, a pesar de que intenta sonreír para que yo sea feliz. Te echa de menos, Philip. Lo sé y te aseguro que lo sé de buena tinta.
Él sonrió, le gustaba saber aquello. Entonces Vanesa armándose de valor preguntó:
—¿Tú echas de menos a mamá?
Mirándola con una sonrisa que dejó descolocada a la jovencita, este susurró con voz ronca y emocionada.
—Cada instante del día y de la noche, Vanesa. Estoy enamorado de ella y me voy a volver loco si sigo así.
Resoplando de satisfacción la muchacha exclamó:
—Guayyyy
—¡¿Guay?! —rió Philip.
—Sí. ¡Genial! Me gusta saber que mi madre te gusta.
—Es más que eso. La quiero. La adoro. La amo.
Conmovida por lo que escuchaba la muchacha dijo:
—Philip, si me das la oportunidad, me gustaría comenzar de nuevo contigo y mostrarte quién soy. Te aseguro que no soy ese híbrido entre la niña del exorcista y Nosferatu que conociste meses atrás.
—Me alegra saberlo —rió aquel.
—Las malas compañías me abdujeron y me volvieron una alienígena que dejó de querer a lo que uno más debe de querer en este mundo, a su madre —y tendiéndole la mano, dijo—: Me llamo Vanesa Rodríguez y me gustaría que volvieras a hacer sonreír a mi madre. Te prometo que no me inmiscuiré en vuestra relación. Es más, si decides no hablarme y hacerme pagar todo el mal que te hice lo entenderé. Pero, por favor, necesito que hagas feliz a mi madre, aunque si te soy sincera... creo que me va a matar cuando se entere de lo que estoy haciendo.
Sobrecogido y feliz, Philip no lo dudó. ¿Cómo no querer a la madre de la muchacha si nunca la había dejado de amar? Pero, consciente de que aquello era un comienzo para Vanesa y para él, Philip le agarró la mano y dijo:
—Me llamo Philip Martínez y estaré encantado de conocerte, y quiero que sepas que me acabas de dar la sorpresa de mi vida.
—Uf... te aseguro que no —se mofó ella, pero él continuó.
—Amo a tu madre con todo mi ser y voy a hacer todo lo que esté en mi mano para que ella me dé una oportunidad y vuelva a sonreír. Pero también quiero que tú, señorita, te inmiscuyas en mi vida. Deseo que me dejes quererte y cuidarte como un padre y, si no quieres, me encantará ser tu amigo. Un buen amigo que siempre velará por tu seguridad. Quiero llevarme bien contigo y poder reír y discutir las veces que haga falta. Me encantaría ser parte de tu vida y que tú lo fueras de la mía. ¿Crees que podríamos intentarlo? —La niña emocionada asintió y Philip para hacerla sonreír susurró—: Y tranquila, no permitiré que la cabezota de tu madre te mate. Antes tendrá que matarme a mí. Te lo aseguro.
Dicho esto ambos se unieron en un fraternal abrazo que derribó todas las murallas que entre ellos pudieran existir. Comenzaban de cero y los dos tenían claro que lo prioritario era una mujercita de carácter llamada Marta. Ambos la adoraban y necesitaban verla feliz.
Como niño con zapatos nuevos Philip habló con Vanesa. Era inútil negar lo evidente. Aquella y su madre podían con él y él ya había decidido no vivir sin ellas. Entonces Vanesa se levantó y abriendo su gran bolso, sacó un DVD y preguntó:
—Entonces, ¿me aseguras que amas a mi madre y que la quieres a ella tal y como es? —Él asintió—. Y que aunque yo te enseñe algo, ¿no te enfadarás, ni pensarás mal de ella?
Sorprendido por aquello, Philip la miró y poniéndose la mano derecha encima del corazón afirmó alto y claro:
—Te lo aseguro. No cambiaría nada de ella. Ni siquiera ese maldito carácter que a veces me saca de mis casillas. Y que conste que no salgo a buscarla ahora mismo porque tú estás aquí.
—Entonces, toma. Quiero que veas esto.
Philip cogiendo aquel DVD la miró y preguntó:
—¿Me voy a sorprender por lo que aquí hay grabado?
Con una sonrisa Vanesa se sentó de nuevo en el butacón.
—Arggg... Te lo puedo asegurar. ¡Vas a flipar!
—Uf... miedo me da ponerlo —se mofó aquel—. Viniendo de ti y de tu madre esto puede ser un bombazo.
Divertido, fue hasta unos equipos que había en su despacho, metió el DVD y encendió la televisión. Instantes después una imagen extraña apareció en la pantalla. Philip caminó hacia atrás y se sentó junto a la butaca de la muchacha, hasta que de pronto el perfil de una cara atrajo su atención. En ese momento Vanesa murmuró:
—Se llama Noa. Es mi hermana y nacerá en menos de tres meses.
Al escuchar aquello, Philip paró de golpe la imagen. Se giró hacia Vanesa y fue él quien en aquel momento no pudo hablar.
—Mamá supo que estaba embarazada el mismo día que rompiste con ella y...
—Dios mío —susurró Philip pasándose la mano por el pelo.
—Ella no te dijo nada porque no quiere que pienses que es una más que lo único que quiere es tu dinero.
—¡¿Cómo?!
—Ella me contó que le dijiste que, con el tiempo, le acusarías de tener un hijo y...
—Por Dios... cómo pude ser tan bocazas.
—Sí... no te enfades, pero un poquillo sí fuiste.
Sin apenas escucharla Philip dijo:
—¿Cómo pude decirle todo aquello? Te juro Vanesa que aquella misma tarde me odie a mí mismo por haber sido tan cruel. Ella nunca ha sido, ni será, como las mujeres a las que yo me refería y... y... ¿Voy a ser padre? ¿Noa es mi hija?
—Rotundamente sí. Aunque bueno... mi madre no te lo va a poner fácil.
—¡¿Cómo?! ¿Se ha vuelto loca?
—Me temo que sí. Es más, no nos dijo nada a nadie hasta que tuvo el accidente con la moto y...
Cada segundo más pálido, Philip miró a la muchacha y cogiéndola por los hombros preguntó colérico y preocupado:
—¿Accidente de moto? Por todos los santos. ¿Qué ha ocurrido?
Ella, Marta, la mujer que amaba, había tenido un accidente y nadie le había avisado. Mataría a Lola, a su padre, Adrian y Patricia. Ellos le debían haber llamado.
—Philip... relájate.
—Pero, ¿por qué nadie me dijo nada? —gritó descontrolado.
—Ella nos lo prohibió. Y ya conoces a mamá, quien se la hace... se la paga.
Preocupado por ella miró a la jovencita que frente a él hablaba y susurró:
—Está bien... ¿ella está bien?
—Sí. Tranquilo. Mamá y Noa están bien. Eso ocurrió hace meses. Desde entonces mamá guardó la moto en el garaje y a excepción de que la arranca de vez en cuando, no la ha vuelto a montar. Eso sí... cuando nazca la muñeca ya me ha amenazado con que se irá un día entero a coger curvas.
Confundido, emocionado, aterrorizado y enamorado miró la imagen que en la tele le observaba y se levantó. Aquella carita tan preciosa era su hija. Un bebé que la mujer que amaba esperaba. Definitivamente necesitaba pedirle perdón. Ya no podía esperar un segundo más para ir en busca de Marta. Si antes la amaba, ahora la quería más.
—Dame cinco minutos que me cambio de ropa y te llevo a tu casa. Tengo que decirle muchas cosas a tu preciosa madre —dijo Philip saliendo del despacho.
Al quedar sola, Vanesa se levantó y saco el DVD para guardárselo en el bolso. Poco después un guapo y emocionado hombre, bajó las escaleras de su chalet de dos en dos. Tenía una misión que cumplir y no pensaba fracasar.
Aquel día no era el mejor para Marta. Llevaba el día revuelto, con un sueño soporífero que le hacía dormirse por las esquinas y en un par de ocasiones vomitó. Cuando llegó a casa se extrañó al no ver a su hija, pero estaba tan agotada que se duchó, se puso un peto vaquero, una camisa violeta y se tiró en el sofá. Esperaría a que ella regresara para preparar la cena mientras echaba un sueñecito.
Sobre las nueve de la noche escuchó que la puerta se abría y oyó el saludo de su hija.
—Hola, mami. Ya estoy en casa.
Sin incorporarse del sillón, Marta levantó la mano a modo de saludo. Fue una suerte. Philip entró tras la muchacha y se escondió en la cocina. Aunque
Feo
, al verle, rápidamente le saludó.
—Hola, cariño. Estoy aquí, encallada como una ballena en el sillón.
Al escuchar aquella voz tan débil, Vanesa tras indicarle a este que fuera paciente y esperara el momento oportuno, se acercó al sillón. Al verla tan pálida se agachó junto a ella.
—Mamá ¿qué te pasa? —le preguntó.
Philip, asustado por aquello, quiso salir de la cocina pero Vanesa con una mirada le volvió a pedir que no se moviera.
—Uf... llevo un día fatal. Todo me sienta mal y hoy tengo más sueño que el oso Yogui en invierno.
De pronto se llevó las manos a la boca y levantándose con rapidez se dirigió al baño donde irremediablemente vomitó.
Vanesa, al ver aquello, maldijo. Aquel no era el mejor día para que Philip se presentara en su casa. Pero nada se podía hacer. Conociendo a Philip bajo ningún concepto le podría sacar de allí. Por ello, Vanesa se preparó para escuchar bufidos.
—Pues yo he invitado a un amigo a cenar.
—¿Hoy? —susurró Marta recogiéndose el pelo.
—Sí, mami. Hoy. Pero si tú quieres yo....
Al ver el desconcierto en los ojos de su hija Marta sonrió y dijo:
—No te preocupes. Seguro que dentro de un rato estoy mejor —y dándose la vuelta para regresar a salón preguntó—. ¿Qué amigo es? ¿Le conozco?
Pero ya no hizo falta contestar. Philip aterrado porque Marta estuviera mal las había seguido hasta el baño y estaba frente a ella. Enternecido por el aspecto que aquella mujercita presentaba, Philip quiso besarla y abrazarla, decirle que era un tonto, un estúpido, que la amaba y que no pensaba irse de allí sin ella. Pero su mirada le indicó precaución.
Marta, al verlo, se quedó sin palabras. Y tras soltar un gran bufido caminó con paso rápido hasta el comedor y volviéndose hacia su hija gritó:
—¡Vanesa!, ¿puedes explicarme que hace el señor Martínez en mi casa?
La niña fue a hablar, pero Philip se le adelantó y dijo:
—El señor Martínez está aquí porque no puede vivir sin ti, porque te quiere y porque desea que le des una nueva oportunidad para poder demostrarte lo soso, idiota, insulso, y corto de vista que es.
«Dios... esto es un perfecto momento Dermot Mulroney» pensó Marta al escucharle. Pero reuniendo todo su valor gritó:
—¡Fuera de mi casa!
—No —respondió él.
Incrédula por aquella rotundidad, ella le miró y acercándose a él volvió a vociferar.
—¡O te vas ahora mismo, o te juro que te abro la cabeza con un cenicero!
«Esta es mi chica» pensó Philip mirándola con pasión.
—¡Mamá! —protestó su hija mientras aquel sonreía.
—Tranquila, Vanesa —dijo él—. Tu madre no me hará eso. Me quiere y ella lo sabe. Solo intenta ponérmelo difícil.
—¡Y un cuerno!
—
Honey
, no te alteres. En tu estado no viene bien —dijo él disfrutando de aquella enloquecida que ante él sacaba aquel carácter latino que tanto le gustaba.
—¡¿
Honey
?! Oye,
guiri
, como vuelvas a llamarme por ese ridículo nombre te juro que... que... ¡Joder! —y volviéndose hacia su nerviosa hija gritó—: ¡¿Cómo has podido hacerme esto?! Te dije que no quería volver a verle.