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Authors: Kurt Vonnegut

Las sirenas de Titán (27 page)

BOOK: Las sirenas de Titán
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Después pensó en Marte, en todas las cosas contenidas en su carta a sí mismo. Desde luego, entre todos aquellos puntos, había algo sobre su propia bondad.

Y entonces recordó a Stony Stevenson, su amigo. Había tenido un amigo, lo cual era sin duda algo bueno.

—Tuve un amigo —dijo Malachi Constant delante del micrófono.

—¿Cuál era su nombre? —dijo Rumfoord.

—Stony Stevenson —dijo Constant.

—¿Sólo un amigo? —dijo Rumfoord desde el árbol.

—Sólo uno —dijo Constant. Su pobre alma se llenó de placer al comprender que un amigo era todo lo que un hombre necesitaba para estar bien provisto de amistad.

—Su pretensión de bondad se confirmará o invalidará realmente —dijo Rumfoord en lo alto del arbolen la medida de lo buen amigo que usted haya sido del tal Stony Stevenson.

—Sí —dijo Constant.

—¿Recuerda usted una ejecución en Marte, Mr. Constant —dijo Rumfoord en lo alto del árbol— en que usted era el verdugo? Usted estranguló a un hombre en la picota delante de tres regimientos del Ejército de Marte.

Este era un recuerdo que Constant había hecho todo lo posible por suprimir. Lo había conseguido en gran medida, y la exploración que hizo en su mente era ahora sincera. No podía estar seguro de que la ejecución hubiese ocurrido.

—Creo... creo que me acuerdo —dijo Constant.

—Bueno... ese hombre que usted estranguló era su gran y buen amigo Stony Stevenson —dijo Winston Niles Rumfoord.

Malachi Constant lloró mientras subía por la escala dorada. Se detuvo en la mitad y Rumfoord lo llamó de nuevo por los altoparlantes.

—¿Se siente ahora un participante vitalmente interesado, Mr. Constant? —dijo Rumfoord.

Mr. Constant asintió. Comprendía ahora toda su indignidad y sentía una amarga simpatía por quien considerara bueno tratarlo con aspereza.

Y cuando llegó a lo alto, Rumfoord le dijo que no cerrara todavía la escotilla, pues su mujer y su hijo subirían en seguida.

Constant se sentó en el umbral de su nave espacial, en lo alto de la escala, y escuchó el breve sermón de Rumfoord sobre la morena compañera de Constant, la mujer tuerta y con dientes de oro llamada Bee. Constant no escuchó muy atentamente el sermón. Sus ojos veían un sermón más amplio, más reconfortante en el panorama de la ciudad, la bahía y las islas, que se extendía abajo hasta tan lejos.

—Les hablaré ahora —dijo Winston Niles Rumfoord en lo alto del árbol, tan lejos por debajo de Malachi Constant— sobre Bee, la mujer que vende Malachis del otro lado de la puerta, la mujer morena que con su hijo nos mira ahora severamente a todos.

«Mientras iba camino de Marte hace tantos años, Malachi Constant la violó y engendró en ella este hijo. Antes de eso, era mi mujer y la dueña de esta propiedad. Su verdadero nombre es Beatrice Rumfoord.

Un gemido ascendió desde la multitud. ¿Era de maravillarse que las polvorientas marionetas de otras religiones hubieran sido dejadas de lado por falta de público, que todos los ojos se volvieran hacia Newport? El jefe de la Iglesia de Dios el Absolutamente Indiferente no sólo era capaz de predecir el futuro y combatir las desigualdades más crueles de todas: las desigualdades de la suerte, sino que su provisión de nuevas sensaciones pasmosas era inagotable.

Estaba tan bien provisto de materia prima que podía arrastrar la voz en el momento en que anunciaba que la mujer tuerta de los dientes de oro era su mujer, y que Malachi Constant le había puesto los cuernos.

—Los invito ahora a desdeñar el ejemplo de la vida de ella como durante tanto tiempo han desdeñado el ejemplo de la vida de Malachi Constant —dijo suavemente desde lo alto del árbol—. Cuélguenla junto con Malachi Constant en los postigos de las ventanas y en las lámparas, si quieren.

«Los excesos de Beatrice eran excesos de aversión —dijo Rumfoord—. De joven se sentía tan exquisitamente criada que no hacía nada ni permitía que se lo hicieran, por miedo a la contaminación. La vida para Beatrice cuando era joven, estaba tan llena de gérmenes y de vulgaridad que no podía sino ser intolerable.

«Nosotros los de la Iglesia de Dios el Absolutamente Indiferente la condenamos tan rotundamente por haberse negado a arriesgar viviendo su imaginada pureza, como condenamos a Malachi Constant por haberse revolcado en la inmundicia.

«Estaba implícita en todas las actitudes de Beatrice la idea de que era intelectual, moral y físicamente lo que Dios pretendía de los seres humanos perfectos, y que el resto de la humanidad necesitaba otros diez mil años para lograrlo. Tenemos de nuevo aquí el caso de un Dios Todopoderoso ensalzado, adornando de todas las perfecciones a una persona común y sin capacidad creadora. La proposición de que Dios Todopoderoso admiraba a Beatrice por su educación de mírame y no me toques es por lo menos tan discutible como la proposición de que Dios Todopoderoso quería que Malachi Constant fuera rico.

«Mrs. Rumfoord —dijo Winston Niles Rumfoord desde lo alto del árbol—, ahora la invito a usted y a su hijo a seguir a Malachi Constant y a entrar en la nave espacial destinada a Titán.

¿Quisiera decir algo antes de partir?

Hubo un largo silencio en el cual madre e hijo se acercaron aún más y miraron, hombro contra hombro, un mundo muy cambiado por las noticias del día.

—¿Tiene usted el propósito de hablarnos, Mrs. Rumfoord? —dijo Rumfoord desde lo alto del árbol.

—Sí —dijo Beatrice—, pero no me llevará mucho tiempo. Creo que todo lo que usted dice de mí es cierto, porque rara vez miente. Pero cuando mi hijo y yo caminemos juntos hacia esa escala y la subamos,
no
lo haremos por usted o por su tonta multitud. Lo haremos por nosotros mismos, y nos probaremos a nosotros mismos y a todo el que quiera mirar, que no tenemos miedo de nada. Nuestros corazones no se desgarrarán cuando abandonemos este planeta. Nos asquea por lo menos tanto como nosotros, bajo la guía de usted, lo asqueamos.

«No recuerdo los viejos tiempos —dijo Beatrice— en que yo era el ama de esta propiedad, en que no podía soportar el hacer nada o que se me hiciera nada. Pero me gusté a mí misma en el instante en que usted me dijo que yo había sido así. La raza humana es una cosa despreciable, y lo mismo la Tierra, y usted también.

Beatrice y Crono caminaron rápidamente por los entarimados y rampas hasta la escala, y subieron por ella. Rozaron al pasar a Malachi Constant que estaba en la puerta de la nave espacial, sin hacerle ningún saludo. Desaparecieron en el interior.

Constant los siguió y se unió a ellos que estaban examinando las instalaciones.

El estado de las instalaciones era una sorpresa, y lo hubiera sido sobre todo para los guardianes de la propiedad. La nave espacial al parecer inviolable en lo alto de una columna situada en precintos sagrados bajo el control de guardianes, había sido evidentemente el escenario de una o quizá varias orgías.

Las literas estaban todas deshechas. Las sábanas estaban arrugadas, retorcidas y revueltas.

Tenían manchas de lápiz labial y betún de zapatos.

Almejas fritas crujían grasientas bajo los pies.

Desparramadas en la nave había dos botellas de Mountain Moonlight, una pinta de Southern Comfort y una docena de latas de cerveza Narragansett Lager, todas vacías.

En la pared blanca, junto a la puerta, había dos nombres escritos con lápiz labial:
Bud y
Sylvia.
Y de un reborde de la columna central de la cabina colgaba un corpiño negro.

Beatrice recogió las botellas y las latas de cerveza. Las arrojó por la puerta. Sujetó el corpiño que quedó flotando del otro lado de la puerta, a la espera de un viento favorable.

Malachi Constant, suspirando, meneando la cabeza y lamentándose por Stony Stevenson, utilizó los pies como escobas. Barrió las almejas fritas hacia la puerta.

El joven Crono se sentó en una cucheta, frotando su amuleto.

—Vamos, mamá —dijo severamente—, si te pones a llorar así, nos vamos.

Beatrice dejó ir el corpiño. Una ráfaga lo llevó hacia la multitud y lo suspendió de un árbol, cerca del que ocupaba Rumfoord.

—Adiós a todos, gentes limpias, juiciosas y encantadoras —dijo Beatrice.

12 - El caballero de Tralfamadore

«Para decirlo de una manera puntual, adiós».

WINSTON NILES RUMFOORD

Saturno tiene nueve lunas, la más grande de las cuales es Titán.

Titán es sólo un poco más pequeña que Marte.

Titán es la única luna del Sistema Solar que tiene una atmósfera. Hay mucho oxígeno para respirar.

La atmósfera de Titán se parece a la que hay junto a la puerta trasera de una panadería de la Tierra en una mañana de primavera.

Titán tiene en su centro un horno químico natural que mantiene una temperatura ambiente uniforme de veintitrés grados.

Hay tres mares en Titán, cada uno del tamaño del lago Michigan de la Tierra. Las aguas de los tres son dulces y de un esmeralda claro. Los nombres de los tres son Winston, Niles y Rumfoord.

Existe un racimo de noventa y tres estanques y lagos que son el comienzo de un cuarto mar. El racimo es conocido con el nombre de Kazak.

Tres grandes ríos unen el Winston, el Niles, el Rumfoord y los Kazak. Estos ríos, con sus afluentes, son caprichosos, ya rugientes, ya tranquilos, ya precipitados. Su carácter está determinado por la complicada influencia fluctuante de ocho lunas iguales y por la prodigiosa influencia de Saturno que tiene noventa y cinco veces la masa de la Tierra. Los tres ríos son conocidos con el nombre de río Winston, río Niles y río Rumfoord.

Hay bosques, praderas y montañas. La más alta es el monte Rumfoord, que tiene dos mil novecientos cuarenta metros de altura.

Titán brinda una vista incomparable de la belleza más asombrosa del Sistema Solar: los anillos de Saturno. Esas bandas deslumbrantes tienen sesenta y cinco mil kilómetros de largo y son apenas más gruesas que una hoja de afeitar.

En Titán los anillos se llaman el Arco Iris de Rumfoord.

Saturno describe un círculo alrededor del Sol. Lo hace en veintinueve años y medio terrestres. Titán describe un círculo alrededor de Saturno. Titán describe, en consecuencia, una espiral alrededor del Sol.

Winston Niles Rumfoord y su perro Kazak eran fenómenos ondulatorios pulsando en espirales deformadas, con su origen en el Sol y su terminal en Betelgeuse. Toda vez que un cuerpo celeste interceptaba sus espirales, Rumfoord y su perro se materializaban en ese cuerpo.

Por razones aún misteriosas, las espirales de Rumfoord, Kazak y Titán coincidían exactamente.

De manera que Rumfoord y su perro estaban permanentemente materializados en Titán.

Rumfoord y Kazak vivían allí en una isla a un kilómetro y medio de la costa del mar Winston. Su casa era una reproducción impecable del Taj Mahal, en la India terrestre.

Había sido construida por mano de obra marciana. Por un capricho perverso, Rumfoord llamó
Dun Roamin
(«vagancia terminada») a su casa en Titán.

Antes de la llegada de Malachi Constant, Beatrice, Rumfoord y Crono, había una sola persona en Titán. Esa otra persona se llamaba
Salo.
Era viejo. Salo tenía once millones de años terrestres.

Salo era de otra galaxia, de la Pequeña Nube Magallánica. Medía un metro cuarenta de estatura.

La piel de Salo era de la textura y el color de la cascara de una mandarina terrestre.

Salo tenía tres piernas finas como de gamo, y unos pies de diseño extraordinario; cada uno era una esfera inflable. Inflando esas esferas hasta el tamaño de una pelota de fútbol, Salo podía caminar sobre el agua. Reduciéndolas al tamaño de pelotas de golf, podía saltar por superficies duras a gran velocidad. Al desinflarlas del todo, sus pies se convertían en ventosas succionadoras. Salo podía trepar por las paredes. Salo no tenía brazos. Tenía tres ojos, que podían percibir no sólo el llamado espectro visible, sino también los rayos infrarrojos y ultravioletas. Era puntual, es decir, vivía un momento por vez, y solía decir a Rumfoord que prefería ver los maravillosos colores de los extremos del espectro antes que el pasado o el futuro. Esto era un cuento porque Salo había visto, viviendo un momento por vez, mucho más del pasado y mucho más del Universo que Rumfoord. Recordaba también más de lo que había visto.

La cabeza de Salo era redonda y colgaba suspendida como una esfera de Cardán.

Su voz era como una bocina de bicicleta. Hablaba cinco mil lenguas, cincuenta de ellas terrestres, treinta y tres de las cuales eran lenguas muertas.

Salo no vivía en un palacio, aunque Rumfoord le había ofrecido construirle uno. Vivía al aire libre, cerca de la nave espacial que lo había llevado a Titán doscientos mil años antes. Su nave espacial era un plato volador, el prototipo de la flota de invasión marciana.

Salo tenía una historia interesante. En el año terrestre 483441 antes de Cristo, había sido elegido por entusiasmo telepático popular como el espécimen más hermoso y el más sano, física y mentalmente, de su pueblo. La ocasión era el cien millonésimo aniversario del gobierno de su planeta natal en la Pequeña Nube Magallánica. El nombre de su planeta natal era Tralfamadore, que como el viejo Salo había traducido en una ocasión a Rumfoord, significaba
todos nosotros
y el
número 541.

La duración de un año en su planeta natal, según sus propios cálculos, era 36.162 veces la duración de un año terrestre, de modo que la celebración en la que participaba era en realidad en honor de un gobierno de 361.620.000 años terrestres. En una ocasión Salo describió a Rumfoord esta forma durable de gobierno como anarquía hipnótica, pero se abstuvo de explicar su funcionamiento. «O entiendes en seguida lo que es», le dijo a Rumfoord, «o no tiene sentido tratar de explicártelo, viejo».

Su deber, al ser elegido representante de Tralfamadore, era llevar un mensaje sellado de «un confín del Universo al otro». Los que habían planeado la ceremonia no creían engañosamente que la proyectada ruta de Salo abarcaba el Universo. La imagen era poética, como la expedición de Salo. Salo tomaría el mensaje e iría tan rápido y tan lejos como lo permitiera la tecnología de Tralfamadore.

El mensaje mismo era ignorado por Salo. Había sido preparado por lo que Salo describió a Rumfoord como «una especie de universidad, sólo que nadie va. No hay ningún edificio, no hay ninguna facultad. Está todo el mundo y no está nadie. Es como una nube a la que cada uno ha soplado una bocanada de niebla y entonces la nube se encarga de los pensamientos pesados de todo el mundo. No quiero decir que sea realmente una nube. Quiero decir solamente que es algo así. Si no entiendes de qué estoy hablando, viejo, no vale la pena tratar de explicártelo. Todo lo que puedo decir es que no hay reuniones».

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