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Authors: Schätzing Frank

Límite (40 page)

BOOK: Límite
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Catorce días después, Jericho estaba firmando el contrato de arrendamiento de una segunda planta en una de las más hermosas casas
shikumen,
ubicada en uno de los barrios más populares de Shanghai, Xintiandi, con la posibilidad de ocuparla inmediatamente. Se trataba, por supuesto, de una edificación nueva. Hacía tiempo que las casas
shikumen
auténticas habían desaparecído. Las últimas habían sido demolidas poco después de la Exposición Universal de 2010; no obstante, podía decirse que Xintiandi era un bastión de la arquitectura
shikumen,
del mismo modo que se llamaba casco antiguo a la parte vieja de la ciudad de Shanghai, aunque fuera de todo menos antiguo.

Jericho no se preguntó quién tenía que abandonar el inmueble. Confiaba en que la vivienda estuviera realmente vacía, así que plasmó su firma en el documento y no se detuvo a pensar siquiera en el favor que Tu Tian le pediría a cambio. Sabía que le debía algo a Tu, así que preparó su mudanza y quedó a la espera de lo que vendría.

Y la verdad es que llegó antes de lo esperado. Llegó bajo la figura de Chen Hongbing y tenía por contenido un encargo desagradable que no podía evitar acometer si no quería ofender a Tu.

Poco después de que Chen se hubo marchado, Jericho instaló su ordenador. Se lavó la cara, puso orden en sus pelos desgreñados y se cambió la camiseta por una limpia. Luego se acomodó delante de la pantalla y dejó que el sistema marcara un número de teléfono. En la pantalla aparecieron dos T entrelazadas, el logotipo de Tu Technologies. Al instante apareció la sonrisa de una cuarentona atractiva. Estaba sentada en un recinto decorado con sumo gusto, con mobiliario de sala vip y amplios ventanales a través de los cuales se alcanzaba a ver el paisaje urbano de Pudong; la mujer bebía algo en una diminuta taza de porcelana. Jericho sabía que era té de fresa. A Naomi Liu le pirraba el té de fresa.

—Buenos días, Naomi.

—Buenos días, Owen. ¿Cómo va la mudanza? —Estupendamente, gracias.

—Me alegro. El señor Tu me ha dicho que recibirá usted una de nuestras nuevas grandes terminales.

—Espero que sea esta noche.

—Qué emocionante —dijo la mujer, y colocó la taza sobre una superficie transparente que parecía flotar en el aire; a continuación, miró a Jericho con los párpados caídos—. Entonces pronto podré verle de la cabeza a los pies.

—Pero no será nada comparable con poder verla a usted —respondió Jericho al tiempo que se inclinaba hacia adelante y bajaba la voz—. Todos jurarán que está usted sentada en persona en mi casa.

—¿Y eso le bastará? —Por supuesto que no.

—Me temo que sí. Le bastará, y entonces ya no verá ninguna razón para invitarme a que vaya personalmente. Creo que tendré que convencer a mi jefe para que no le envíe ese equipo.

—No hay ningún programa holográfico capaz de igualarle, Naomi.

—Pues eso dígaselo a él —repuso la secretaria haciendo un gesto en dirección a la oficina de Tu—. De lo contrario, puede ocurrírsele la idea de sustituirme por una de esas imágenes.

—En ese caso, rompería de inmediato todo tipo de relación con él. Por cierto...

—Sí, está aquí. Que le vaya bien, Owen. Le paso.

A Jericho le gustaba aquel ritual de coqueteos. Naomi Liu era el ojo de la aguja a través del cual pasaban todas las relaciones con Tu Tian. Su buena disposición podía ser muy útil. Aparte de eso, Jericho no dudaría ni un momento en pedirle que fuera a su casa, sólo que ella no aceptaría la invitación. Estaba felizmente casada y era madre de dos niños.

Brevemente apareció en la pantalla, otra vez, la doble T de la empresa, y a continuación se vio en ella el cráneo macizo de Tu. Lo que quedaba de sus cabellos se concentraba en una región por encima de las orejas, donde el pelo reposaba gris y cerdoso. Unas pequeñas gafas se balanceaban sobre su nariz. La patilla izquierda parecía sujeta con cinta adhesiva transparente. Tu se había arremangado la camisa y comía unos macarrones de aspecto pegajoso que iba pescando con los palillos en un envase de cartón. El gran escritorio situado a sus espaldas estaba repleto de pantallas y proyectores holográficos, entre los cuales se apilaban discos duros, mandos a distancia, folletos, vasos de cartón y restos de otros envases.

—No, no me molestas —murmuró Tu con la boca llena, como si Jericho hubiera expresado alguna preocupación en ese sentido.

—Ya lo veo. ¿Has estado alguna vez en la cafetería de tu empresa? Allí cocinan alimentos frescos.

—¿Y a mí qué?

—Comida de verdad.

—Esto es comida de verdad. Les vertí agua hirviendo por encima y se convirtieron en algo comestible.

—¿Y sabes por lo menos qué cosa es? ¿Indica algo el paquete?

—Cualquier cosa. —Tu continuó masticando de forma regular. Sus gruesos labios se movían como dos tubos de goma en plena cópula—. Tal vez la gente con un horario anárquico como el tuyo no lo comprenda, pero hay razones para comer en la oficina.

Jericho se dio por vencido. Desde que conocía a Tu, jamás lo había visto ingerir una comida saludable y apetitosa. Parecía como si el empresario se hubiese impuesto la tarea de arruinar él solo la reputación de la cocina china como la mejor, más variada y más fresca del mundo. Puede que Tu fuese un inventor genial y un talentoso jugador de golf, pero desde el punto de vista culinario, Kublai Khan, a su lado, nos habría parecido el padre de todos los gourmets.

—¿Qué habéis estado celebrando? —preguntó Jericho con la mirada puesta en el caos reinante en la oficina de Tu.

—Hemos estado probando algo nuevo. —Tu cogió una botella de agua, se enjuagó los macarrones de la boca como era debido y soltó un sonoro eructo—. Policías holográficos. Un encargo de la Oficina de Seguridad Vial. En la oscuridad trabajan perfectamente, pero la luz del sol les sigue creando algunas dificultades. Los desintegra. —Tu rió jubiloso—. Como a los vampiros.

—¿Qué pretende el ayuntamiento con esos polis holográficos?

Tu lo miró con asombro.

—Regular el tráfico, ¿qué otra cosa podía ser? La semana pasada volvieron a atropellar a un poli de verdad, ¿no lo has leído? Estaba parado en la intersección de Siping Lu con Dalian Xilu cuando un camión que transportaba muebles se le echó encima y esparció sus vísceras por el pavimento. ¡Una guarrería, hubo niños llorando, cartas de protesta! Ya nadie quiere regular el tráfico de forma voluntaria.

—¿Y desde cuándo la policía se ocupa de que uno haga algo de forma voluntaria?

—No se trata de eso, Owen, es una cuestión económica. Están perdiendo demasiados agentes. El trabajo de agente de tráfico ocupa los primeros puestos en el escalafón de las actividades más peligrosas, la mayoría preferirían perseguir y atrapar a asesinos en serie. Además, uno también es humano, es decir, nadie quiere en realidad que mueran policías. Los polis holográficos no tienen ningún problema en ese sentido: si les pasas por encima, siguen transmitiendo. La proyección envía una señal al ordenador, incluida la marca del vehículo y la matrícula.

—Interesante —dijo Jericho—. ¿Y qué hay de las guías turísticas holográficas?

—Ah. —Tu se limpió las comisuras de la boca con una servilleta que, al parecer, había tenido que asistirlo en otras comidas—. Veo que has tenido visita.

—Sí, he tenido visita.

—¿Y bien?

—Tu amigo tiene una tristeza que da miedo. ¿Qué le pasó?

—Ya te lo dije. Ha probado la amargura.

—Y todo lo demás no me incumbe, ya comprendo. Pero, en fin, hablemos de su hija.

—Yoyo. —Tu se pasó la mano por la barriga—. Sinceramente, ¿no es sensacional?

—De eso no cabe duda.

Jericho sentía curiosidad por saber si Tu se atrevería a hablar de la joven por una línea telefónica que era de conocimiento público. Era cierto que las autoridades grababan todas las conversaciones telefónicas pero, en la práctica, el apartado de vigilancia apenas daba abasto para analizarlas todas, aun cuando sus sofisticados programas preseleccionaran los registros. Desde finales del siglo pasado, los servicios de inteligencia de Estados Unidos habían empleado, como parte de su programa global Echelon, un
software
que identificaba palabras clave, pero el resultado del mismo fue que una persona pudiera ser detenida si, durante los preparativos del cumpleaños de un sobrino, pronunciaba tres veces seguidas la frase «pistola de agua». Los programas modernos, por el contrario, eran capaces, dentro de ciertos límites, de entender el significado de una conversación y confeccionar listas de prioridades. No obstante, seguían siendo incapaces de captar una ironía. Eran ajenos al humor y al doble sentido, lo que obligaba a los espías a escuchar directamente, a la vieja usanza, cuando se mencionaban palabras o frases tales como «disidente» o «masacre de Tiananmen». Como era de esperar, Tu sólo dijo:

—Y ahora quieres una cita con la pequeña, ¿no?

Jericho sonrió sin ganas. Lo había presentido. Había dificultades.

—Si se puede concertar, por supuesto.

—Bueno, esa chica tiene sus exigencias —dijo Tu con astucia—. Tal vez debería darte algunos consejos útiles, pequeño Owen. ¿Estarás cerca en las próximas horas?

—Tengo algunas cosas que hacer en el Bund. Pero hacia la hora de la comida espero estar libre.

—¡Excelente! Coge el ferri. Hace buen tiempo, nos encontraremos en Lujiazui Green.

PUDONG

Lujiazui Green era un bonito parque rodeado de altos edificios y situado no lejos de la torre Jin Mao y del World Financial Center. Tu estaba sentado en un banco junto a la orilla del pequeño lago y tomaba el sol. Como de costumbre, llevaba unas gafas de sol por encima de las gafas normales. La camisa arrugada había conseguido salirse de la cintura del pantalón y se tensaba entre los botones, creando unas aberturas a través de las cuales se le veía la barriga de color blancuzco. Jericho se sentó a su lado y estiró las piernas.

—Yoyo es una disidente —dijo.

Tu volvió la cabeza hacia él con gesto apático. Era imposible ver sus ojos tras aquel ladeado constructo formado por las gafas normales y las de sol.

—En realidad pensé que eso te había quedado ya claro cuando estábamos en el campo de golf.

—No se trata de eso. Lo que quiero decir es que este caso es muy distinto de los habituales. Debo buscar a una disidente para protegerla.

—Una antigua disidente.

—Su padre ve las cosas de otro modo. ¿Por qué Yoyo ha tenido que pasar a la clandestinidad si no es por miedo? A menos que la hayan detenido. Tú mismo has dicho que tiene cierta inclinación a molestar a la gente equivocada. Tal vez alguien le ha situado en su punto de mira, y esta vez se trataba de un pez demasiado gordo para ella.

—Bueno, ¿y qué piensas hacer?

—Sabes muy bien lo que voy a hacer —resopló Jericho—. Por supuesto que buscaré a Yoyo.

Tu asintió.

—Es un gesto noble de tu parte.

—No, es algo que se sobrentiende. El único inconveniente en todo el asunto es que esta vez tendré que trabajar al margen de las autoridades. De manera que necesito toda la información imaginable sobre Yoyo y su entorno, y para ello estoy a merced de tu ayuda. La impresión que me causó Chen Hongbing es que es un hombre demasiado honrado e introvertido. Tal vez esté hasta un poco ciego de un ojo; en cualquier caso, tuve que tirarle de la lengua.

—¿Qué te contó?

—Me dio la nueva dirección de Yoyo, un par de vídeos y fotos. Hizo un montón de insinuaciones.

Tu toqueteó con los dedos las gafas de sol sobre su nariz e intentó colocar las otras gafas en una posición medio horizontal. Jericho comprobó que su primera impresión no lo había engañado: la patilla derecha de las gafas, en efecto, estaba envuelta con cinta adhesiva. En alguna ocasión se había preguntado por qué Tu no se sometía a una operación de la vista o se pasaba a las lentes de contacto autograduables. Apenas había ya nadie que usara gafas para ver mejor. Mantenían su existencia como artículos de moda, y Tu estaba tan lejos de las cosas de la moda como un hombre de Neandertal de la era atómica.

Por un momento reinó el silencio. Jericho parpadeó hacia el sol y siguió con la mirada un avión que pasaba.

—Pues bien —dijo Tu—. Formula tus preguntas.

—No hay nada que preguntar. Cuéntame algo sobre Yoyo, algo que yo todavía no sepa.

—Su nombre verdadero es Yuyun...

—Eso ya pudo revelármelo Chen.

—...y forma parte de un grupo que se hace llamar Los Guardianes. Eso no te lo dijo él, ¿no es cierto?

—Los Guardianes. —Jericho dejó escapar un leve silbido.

—¿Has oído hablar de ellos?

—Y tanto. Son guerrilleros de la red. Actúan en favor de los derechos humanos, sacan a la luz viejas historias como la de Tiananmen, organizan ataques a las redes del gobierno y de la industria. En realidad, ponen en apuros al Partido.

—Y el Partido, en correspondencia, se muestra nervioso. Los Guardianes son de un calibre distinto que el de nuestra dulce Ratón de Titanio.

Liu Di, la mujer que se hacía llamar
Ratón de Titanio,
estaba entre las pioneras de los disidentes de Internet. A principios del milenio había comenzado a publicar en la red varios comentarios breves pero mordaces sobre la élite política del país, todavía bajo el seudónimo de
Ratón de Acero.
La dirigencia de Pekín empezó a horrorizarse ante la idea de no poder encarcelar a las personas virtuales con tanta facilidad como a las de carne y hueso. Mostraban su presencia sin estar presentes. El jefe de la policía de Pekín se dio cuenta de que esa nueva amenaza les daba serios motivos de preocupación, pues no había nada peor que un enemigo sin rostro, con lo que sobrestimó desmedidamente a la primera generación de disidentes de Internet, ya que a la mayoría ni siquiera se les ocurrió la idea de camuflar su identidad, y quien lo hacía cometía algún error más tarde o más temprano.

Ratón de Acero, por ejemplo, cayó en la ratonera cuando le brindó su apoyo al fundador de un nuevo partido demócrata, sin saber que éste era un agente infiltrado que había sido designado para contactar con ella. A raíz de eso, se la llevaron a la comisaría y la mantuvieron detenida durante un año sin iniciar contra ella ningún proceso judicial. En lo sucesivo, sin embargo, el Partido aprendió su siguiente lección: se podía hacer desaparecer a gente tras los muros de una prisión, pero eso era imposible en la red. El caso de Liu Di alcanzó una gran resonancia allí, dio la vuelta a China y atrajo la atención de la prensa extranjera. En consecuencia, el mundo tuvo conocimiento de la existencia de una tímida joven de veintiún años que no se había tomado aquello tan en serio. Y ése era el poderoso enemigo sin rostro que ponía a temblar al Partido.

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