Authors: Schätzing Frank
Una estructura de rejillas luminosa y tridimensional empezó a girar en medio del negro. Con su forma tubular, recordaba lejanamente a una nasa como las que se utilizaban en la pesca.
—Esta estructura es realmente decenas de miles de veces más fina que un cabello humano. Un tubo diminuto, fabricado a partir de átomos de carbono dispuestos en forma de panal. Los más pequeños de estos tubos tienen menos de un nanómetro de diámetro. Su densidad es seis veces inferior a la del acero, lo que lo hace muy ligero y, al mismo tiempo, posee una resistencia a la extensión de cuarenta y cinco gigapascales, mientras que el acero sólo alcanza los dos gigapascales, lo que lo convierte en una galleta quebradiza. Con los años se ha conseguido unir en un haz esos tubitos y tejer hilos a partir de ellos. Unos investigadores de Cambridge crearon en 2004 un hilo de cien metros de longitud. No obstante, parecía dudoso que tales hilos pudieran tejerse para formar estructuras mayores, sobre todo teniendo en cuenta que algunos experimentos habían demostrado que la resistencia a la rotura del hilo tejido disminuía dramáticamente en comparación con la de los tubos individuales. Se planteaba una especie de fallo en el tejido provocado por la falta de átomos de carbono, además, el carbono estaba sujeto a la oxidación. Se erosiona, por lo que los hilos necesitaban ser recubiertos.
Julian hizo una pausa.
—Orley Enterprises invirtió muchos años en la cuestión sobre cómo corregir este fallo. Y en el año 2012 tuvimos éxito. No sólo conseguimos sustituir los átomos que fallaban, sino que, además, logramos elevar la resistencia de extensión del cable a sesenta y cinco gigapascales, gracias a las conexiones transversales. Hallamos algunas posibilidades de revestirlos y asegurarlos contra meteoritos, basura espacial, vibraciones propias y el efecto desgastador del oxígeno atómico. Con un ancho de un metro, son más planos que un cabello humano, razón por la cual parecen desaparecer cuando se los mira de costado. A ciento cuarenta y tres mil kilómetros de distancia, donde terminan, los hemos acoplado a un pequeño asteroide que hace las veces de contrapeso. En un futuro podremos, de este modo, acelerar naves espaciales en este tramo, hasta el punto de que éstas podrán volar hasta Marte, o incluso más allá, sin realizar un gasto de energía destacable. —Julian sonrió—. En la órbita geoestacionaria, sin embargo, hemos construido una estación espacial como nunca antes ha existido: la OSS, la Orley Space Station, a la que se llega en tres horas con el ascensor espacial y que es, a la vez, estación de investigaciones, estación espacial y astillero. Todos los vuelos de transferencia, sean tripulados o no, parten desde allí en dirección a la Luna. A su vez, el helio 3 sacado de los pozos de extracción lunares llega en estado comprimido a la OSS, luego es cargado en el ascensor espacial y enviado a la Tierra, de modo que la visión de abastecer a diez mil millones de personas con una energía limpia y asequible se aproxima cada día más a su materialización. Puede decirse que el helio 3 ha venido a reemplazar la era de los combustibles fósiles, ya que también los reactores de fusión necesarios para ello han sido desarrollados por Orley Enterprises hasta un nivel comercializable. La importancia del petróleo y del gas ha ido disminuyendo de forma dramática. La explotación abusiva de nuestro hogar, la Tierra, se acerca a su fin. Las guerras por el petróleo formarán parte del pasado. Nada de esto habría sido posible sin el desarrollo del ascensor espacial, ¡si bien hemos acabado el sueño que movió a Konstantin Ziolkovski y lo hemos hecho realidad!
Al instante siguiente apareció todo de nuevo: la terraza con el mirador, la pendiente de la Isla de las Estrellas, la plataforma flotante en el mar. Julian Orley, con la cabellera ondeando y los ojos refulgentes, abrió los brazos al cielo como si tocara recibir el undécimo mandamiento, y dijo:
—Hace veinte años, cuando Orley Enterprises empezó a meditar sobre la construcción de ascensores espaciales, le prometí al mundo que construiría un elevador en el futuro. En un futuro que no se atrevieron a imaginar ni nuestros padres ni nuestros abuelos. El mejor futuro que hemos tenido jamás. ¡Y lo hemos construido! En pocos días viajarán ustedes con él hasta la OSS. Verán la Tierra como un todo, nuestro hogar único y hermoso, y dirigirán asombrados la mirada hacia las estrellas, nuestro hogar del mañana.
Con sonidos dramáticos y columnas de luz roja, dos fulgurantes cabinas se elevaron desde el cilíndrico edificio de la estación y salieron disparadas hacia el cielo. Julian alzó la cabeza y las siguió con la mirada.
—Bienvenidos al futuro —dijo.
«Otra vez no —pensó Gerald Palstein—. No por cuarta vez el mismo reproche, la misma pregunta.»
—Tal vez habría sido más inteligente, señor Palstein, darle una nueva ocupación a las personas que usted ha mandado al paro, en lugar de estar revolviendo, con una obsesión por el petróleo rayana en la adicción, los últimos ecosistemas intactos de la Tierra. ¿Acaso no fue un error gravísimo de su departamento montar esas instalaciones como si otras fuentes energéticas como el helio 3 o la energía solar no desempeñaran ningún papel?
Recelo, incomprensión, malicia. La conferencia de prensa que estaba dando la empresa EMCO para enterrar el proyecto de Alaska había cobrado el carácter de un tribunal de justicia, y él, Palstein, era el cabeza de turco que recibía los palos. Palstein intentó que no se le notara el cansancio.
—Desde la perspectiva de aquel momento, actuamos de manera responsable —dijo—. En el año 2015 el helio 3 era una opción que estaba en las estrellas, dicho literalmente. Estados Unidos no podía basar su política energética únicamente en la posibilidad de una genialidad tecnológica...
—Una genialidad en la que usted ahora quiere participar —lo interrumpió la periodista—. Un poco tarde, ¿no le parece?
—Sin duda, pero tal vez yo pueda recordarle a usted un par de temas que pensaba que ambos conocíamos. Por una parte, en el año 2015 yo aún no estaba al frente del departamento estratégico de EMCO...
—Pero era el vicedirector.
—La decisión final sobre lo que se construía o se dejaba de construir recaía sobre mi superior. No obstante, tiene usted razón. Yo apoyé el proyecto de Alaska, pues entonces no se podía tener en cuenta si el ascensor espacial o la tecnología de fusión funcionarían tal y como se había proclamado. Aquel proyecto respondía perfectamente a los intereses de la nación americana.
—Más bien a los intereses de algunos beneficiarios.
—Recapitule usted la situación, por favor. A principios del milenio nuestra política energética tenía como objetivo liberarnos de la dependencia de Oriente Próximo. Además, habíamos tenido la experiencia de que quien decide las guerras por su cuenta no necesariamente gana la paz. Meternos en Iraq fue una estupidez. El mercado estadounidense no podía, ni con mucho, sacar el provecho que se esperaba de ello. Habíamos planeado enviar a nuestros hombres allí y asumir el negocio del petróleo, pero en su lugar tuvimos que ver, semana tras semana, cómo los soldados estadounidenses regresaban a casa en féretros; por tanto, vacilamos y tuvimos que presenciar cómo otros se repartían el pastel. Sólo que, después de que incluso algunos republicanos conservadores llegaron a la conclusión de que con George W. Bush habíamos tenido que soportar a un peligrosísimo tarado que, además de nuestra economía, había arruinado nuestro prestigio en el mundo, ya nadie quiso entrar en serio en Irán con las armas en la mano.
—¿Quiere usted decir con eso que lamenta que la opción de una nueva guerra desapareciera de la agenda política?
—Por supuesto que no. —¡Increíble! Aquella mujer no escuchaba—. Yo siempre me opuse de manera vehemente a la guerra, y sigo oponiéndome hoy en día. Usted, sencillamente, debería hacerse una idea clara del aprieto en que se hallaba entonces Estados Unidos: el hambre de Asia por las materias primas, el póquer de Rusia con los recursos, nuestra decepcionante actuación en Oriente Próximo, todo un desastre. Luego, en 2015, la revolución en Arabia Saudí. Banderas estadounidenses ardiendo en las calles de Riad, todo el folclore de la toma de poder de los islamistas, sólo que nosotros, esa vez, no pudimos echar a los tipos del poder, ya que China les había prestado el dinero y las armas. Una intervención militar oficial en Arabia Saudí habría sido equivalente a una declaración de guerra a Pekín. Usted sabe bien cómo han estado las cosas por allí desde entonces. Puede que hoy eso no le interese a nadie, pero en aquel momento habría sido imprudente fiarnos exclusivamente del petróleo árabe. Teníamos que considerar otras alternativas. Una de ellas estaba en el mar, la otra estaba en la explotación de las arenas y las pizarras bituminosas; la tercera opción estaba en los recursos de Alaska.
Otra periodista pidió la palabra. Era Loreena Keowa, una activista medioambiental con raíces indígenas y reportera jefa de
Greenwatch.
Sus reportajes tenían una enorme resonancia en la red. Era una mujer crítica, pero Palstein sabía que, en determinadas circunstancias, tenía en ella a una aliada.
—Pienso que nadie puede reprocharle a una empresa que declare muerto a un cadáver —dijo—, aun cuando ello signifique la pérdida de puestos de trabajo. Yo sólo me pregunto qué tiene EMCO para ofrecerles a esas personas que perderán sus empleos. Tal vez sea inútil hablar ahora de ciertos errores del pasado, pero ¿no fue acaso la otrora negativa de ExxonMobil a invertir en energías alternativas lo que condujo a la desastrosa situación de hoy?
—Eso es correcto.
—Recuerdo que hace veinte años la empresa Shell señaló que ellos eran un consorcio energético y no una empresa petrolera, mientras que ExxonMobil manifestó que no necesitaba ninguna pierna de apoyo en las energías alternativas. El fin de la era del petróleo, que muchos ya veían acaecer por entonces, era, según dijeron con todas sus letras, «un malentendido bastante generalizado».
—Y esa valoración fue sin duda errónea.
—Y las consecuencias podemos sentirlas ahora de una manera tanto más dolorosa. Tal vez sea cierto que nadie podía contar con un cambio tan radical en el mercado energético como el que se está produciendo. Pero lo que sí es seguro es que EMCO no está en condiciones de reubicar a sus empleados en otros sectores alternativos, ya que no existen esos sectores alternativos.
—Y eso es exactamente lo que queremos cambiar —dijo Palstein con gesto paciente.
—Yo sé que usted quiere cambiarlo, Gerald —dijo Keowa mostrando una sonrisa torcida—. Sus críticos consideran que su planeada participación en Orley Enterprises no es más que una patraña.
—Un error —dijo Palstein, devolviéndole la sonrisa—. Mire usted, no pretendo justificar nada, pero en el año 2005 yo era el responsable de los proyectos de perforación en ConocoPhillips, en Ecuador; no fue hasta el año 2009 cuando pasé a la dirección estratégica. Por esa época, el negocio del petróleo y del gas estaba dominado en Estados Unidos por ExxonMobil. Las estimaciones en relación con las energías alternativas diferían bastante a un lado y a otro del Atlántico. ExxonMobil invertía en el golfo Pérsico, intentaba asumir ciertas empresas petroleras rusas, apostaba por los altos índices de crecimiento como resultado de los elevados precios del petróleo, y le importaban un bledo la ética o la sostenibilidad. En Europa las cosas ocurrían de otro modo. La empresa Royal Dutch Shell había dado vida, ya a finales de la década de 1990, a un sector de negocios dedicado a las energías renovables. Los de BP actuaron de un modo un poco más inteligente al explorar los fondos abisales y asegurarse algunas participaciones en yacimientos rusos; por otra parte, echaron mano de eslóganes como
«Beyond Petroleum»
(«Después del petróleo») e intentaron, cada vez que pudieron, diversificar sus campos comerciales.
Palstein sabía que existía una sospechosa falta de información, sobre todo, entre los periodistas más jóvenes. De un modo esquemático, estaba exponiendo cómo el proceso de consolidación había alcanzado su punto álgido inmediatamente antes de la toma del poder de los islamistas saudíes, cuando la Royal Dutch Shell fue absorbida por BP, de lo que surgió el gigante UK Energies, mientras que en Estados Unidos ExxonMobil se fusionaba con Chevron y con ConocoPhillips para formar EMCO.
—En el año 2017 asumí la posición de vicedirector en la dirección estratégica de EMCO. Ese mismo día llegó volando a mi mesa una nota de prensa según la cual Orley Enterprises había conseguido un éxito enorme en el desarrollo de un ascensor espacial. Propuse entonces negociar con Julian Orley acerca de una participación de EMCO en la empresa Orley Energy. Recomendé, además, adquirir participaciones de la empresa de Warren Locatelli, Lightyears, o, mejor aún, comprar la empresa entera. El liderazgo de Locatelli en el mercado de la energía fotovoltaica no le cayó del cielo, en el año 2015 habría estado dispuesto todavía a cualquier tipo de negociación.
Palstein vio la aprobación en los ojos de algunos de los presentes. Keowa asintió.
—Lo sé, Gerald. Usted intentó dirigir la nave de EMCO hacia las energías renovables. Es de todos bien conocido que ha sido usted muy crítico con el ramo al que representa. Pero también se sabe que ninguna de sus propuestas se llevó a la práctica.
—Lamentablemente, no. A los antiguos enchufes de Exxon, que todavía tenían en un puño a EMCO, únicamente les interesaba el negocio principal. Sólo cuando el mercado del petróleo empezó a desmoronarse y los de la línea dura tuvieron que dimitir y la nueva junta directiva me confió la dirección estratégica, tuve libertad para actuar. Desde entonces EMCO se ha transformado. Desde 2020 hemos puesto todo nuestro empeño en recuperar el tiempo perdido en el pasado. Entramos en el ramo de la fotovoltaica, en el de la energía eólica e hidráulica. Tal vez aún no se haya corrido la voz, pero nos vemos en muy buena situación para reubicar a nuestro personal en ramos empresariales con un gran futuro. Sólo que no se puede reparar de la noche a la mañana lo que se ha descuidado durante décadas.
Gerald Palstein sabía qué pregunta le formularían a continuación:
—¿Y se podrá reparar?
Palstein se reclinó hacia atrás. En el fondo, podía ahorrarse la respuesta. El helio 3 se estaba estableciendo como la fuente energética del futuro, eso ya nadie lo podría cambiar. Los reactores de fusión de Orley trabajaban de manera fiable a tiempo completo, los balances energéticos y medioambientales eran positivos, el transporte de ese elemento desde la Luna a la Tierra ya no representaba problema alguno. El ramo de Palstein, por el contrario, estaba como traumatizado. Los consorcios petroleros habían contado con todo, pero ¡no con la llegada del fin de la era del petróleo sin que el petróleo y el gas se volvieran escasos! Ni siquiera los más osados visionarios de la Royal Dutch Shell o de BP habían podido imaginarse una fuente de energía alternativa que amenazara con secar tan rápidamente los pozos de su ramo. Apenas diez años antes, la UK Energies había estimado que la participación en el mercado de las tecnologías alternativas para el año 2050 sería del treinta por ciento, incluida la energía nuclear. Del mismo modo, para todos estaba claro que la mayoría de esas tecnologías sólo podrían ser ofrecidas a precios razonables en el mercado por consorcios que operaran a nivel global. La fotovoltaica, por ejemplo, tenía la ventaja de posibilitar un rápido negocio adicional en países con abundante sol, pero requería de una actuación logística a gran escala. ¿Quién podría ser considerado para ello aparte de las grandes multinacionales del petróleo, las cuales, en realidad, sólo tenían que ocuparse de crear el estribo para, llegado el día X, cambiar la silla de montar?