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Authors: Schätzing Frank

Límite (118 page)

BOOK: Límite
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Las cosas sólo mejoran para gente como Jan Kees Vogelaar.

A principios del milenio, su empresa, Mamba, apoyó a las fuerzas de paz de la Unión Africana en Darfur para controlar el acceso de los sudaneses de origen árabe al campamento de la guerrilla, y aceptó encargos lucrativos en Kenia y Nigeria. Tras la fundación de African Protection Services, Vogelaar puede expandir sus actividades a otros territorios en crisis. APS se desarrolla para África de un modo parecido a como Blackwater se desarrolla para Iraq. Hasta el año 2016, el grupo empresarial se hizo, además, de un nombre en el aseguramiento de instalaciones petroleras y vías de transporte para materias primas, en las negociaciones con secuestradores y la exploración de territorios exóticos para consorcios occidentales, asiáticos y multinacionales, los cuales encuentran cada vez más el gusto a la idea de esos ejércitos privados al servicio de las empresas.

Sin embargo, el negocio sigue siendo arduo, y Vogelaar lamenta tener que estar cambiando siempre de bandera. Tras años de inestabilidad en todos los frentes, empieza a añorar algo duradero y sólido, un encargo final, el último.

Y ese encargo le llega.

—Llegó en la figura de Kenny Xin —dijo Vogelaar—. O más bien en la figura de su empresa, que me presentó el futuro casi en bandeja de oro.

—Xin —repitió Yoyo—. No es precisamente un nombre que le pegue mucho.

Jericho sabía lo que opinaba la joven.
Xin
era la palabra china para «corazón».

—¿Y quién se ocultaba tras esa empresa? —preguntó el detective.

—Por entonces todavía era el servicio secreto chino. —El sudafricano se frotó las muñecas marcadas por las correas—. Pero más tarde me entraron mis dudas.

Una vez que Jericho se había dejado ablandar para desatar a Vogelaar, salieron de la cocina y se sentaron en el restaurante. Antes el detective había salido corriendo al baño para verse la oreja. Tenía un aspecto horrible, cubierta de un color carmesí que le había corrido en hilillos por el cuello y le había llegado hasta el escote de la camiseta, donde se petrificó en una especie de costra. Ensangrentado, empapado de caldo de carne y cubierto con los restos de verduras hechas puré, ofrecía un aspecto lamentable. Después de lavarse la sangre, mejoró algo. En efecto, debía lamentar la pérdida de un trozo de oreja del grosor de un filete de
carpaccio,
lo que no constituía un problema con la categoría del de Van Gogh. Yoyo, a quien el propio Vogelaar guió hasta el botiquín de primeros auxilios que tenía en la cocina, lo vendó, mientras el detective creía sentir que los dedos de la joven le dedicaban atenciones no directamente relacionadas con la labor. Si hubiese sido un perro, se podría haber dicho que lo acariciaba enroscándole el pelo, pero él no era un perro, y Yoyo, probablemente, había estado haciendo su trabajo. Vogelaar los había estado observando mientras tanto; de pronto parecía muy cansado, como si tuviera años de sueño por recuperar.

—Si no estáis aquí para liquidarme, entonces, ¿para qué diablos habéis venido?

—Para alertarte, gilipollas —le explicó Yoyo en tono amable.

—¿De quién?

—¡De quienes se proponen liquidarte!

Jericho sacó su teléfono móvil y, sin pronunciar palabra, proyectó sobre la pared el fragmento de texto y la película que mostraba a Vogelaar en África.

—¿De dónde habéis sacado eso?

—No lo sabemos. Nos entró por la red, pero desde entonces tu amigo Kenny intenta matarnos.

—Mi amigo Kenny... —Vogelaar emitió un ruido a medio camino entre la risa y el gruñido—. Hablemos ahora sin rodeos; no habéis venido porque os importe en serio que sobreviva.

—Por supuesto que no. Tampoco nos interesaba la máquina cortadora de embutidos.

—¿Acaso podía saber quién eras?

—Podrías haber preguntado.

—¿Preguntado? ¿Acaso hiciste tú todas las preguntas que ibas a hacer? ¡Irrumpiste en mi cocina y me atacaste!

—Cuando tú sacaste el arma...

—Dios santo, ¿qué otra cosa podría haber hecho? ¿Qué habrías hecho tú en mi lugar? Nyela me llama y me dice que dos payasos que están sentados en el restaurante se hacen pasar por críticos gastronómicos.

—¿Lo ves? —dijo Yoyo, triunfante—. Ya ves, enseguida te lo...

—Pero ¡ése no fue el problema, pequeña! ¡Tú fuiste el problema! Tu metedura de pata. Nadie aquí sabe nada de Guinea Ecuatorial, Nyela es camerunesa y yo soy un bóer sudafricano. Los Donner jamás han estado en Guinea Ecuatorial.

Yoyo parecía abochornada.

—¿Has visto las películas de las cámaras de vigilancia? —quiso saber Jericho.

—Oh, ¿notaste la cámara?

—Soy detective.

—Claro que las he visto. Estoy preparado para todo, tío. En realidad, esperaba poder encontrar tranquilidad aquí para el resto de mi vida. Una nueva identidad, un nuevo domicilio. Pero Kenny no se cansa. Ese bastardo jamás desfallece.

—¿Crees que el texto es obra de él?

—Creo que deberías quitarme estas ataduras de inmediato, o ya puedes ir reuniendo la información que deseas de otro modo.

Fue entonces cuando Jericho desató a Vogelaar, aunque de mala gana, mientras Yoyo mantenía en jaque al sudafricano. Sin embargo, todo cuanto este último hizo fue ir hasta la habitación de al lado, poner vino de palma, ron y cola sobre la mesa y escuchar su historia, mientras convertía en ceniza un punto tras otro.

—¿Qué clase de acuerdo te ofreció Kenny? —dijo Jericho, ingiriendo un vaso de ron que creía tener más que merecido.

—Una especie de segundo golpe Wonga.

—No es un buen presagio.

—Sí, pero las premisas habían cambiado. Ndongo no era Obiang, no estaba tan protegido, ni mucho menos. Prácticamente todas las posiciones clave de su gobierno habían sido compradas por Estados Unidos y Gran Bretaña. Sólo que el dinero, a la larga, no es buena argamasa. Tienes que estar sobornando a la gente constantemente; de lo contrario, el techo se te desploma sobre la cabeza. Además, Ndongo era un bubi. Los fangs se habían unido a él sólo porque últimamente les había ido igual de mal y, con Mayé, todo amenazaba con empeorar. Por entonces la APS operaba a todo lo largo de la costa occidental africana. En Camerún protegíamos las instalaciones petroleras frente a los de la resistencia. En Yaunde fue, por cierto, donde conocí a Nyela, la primera mujer que despertó en mí el interés de poner en mi vida algo parecido al orden.

—¿Nyela es su nombre verdadero? —preguntó Yoyo.

—¿Estás loca? —resopló Vogelaar—. Nadie se llama como se llama cuando su vida está en juego. En cualquier caso, un buen día entré en mi despacho y allí estaba Kenny, que venía a exponerme los intereses de los chinos. —Vogelaar soltó una bocanada de humo y quedó envuelto en él—. Tenía una manera extraña de cambiar los términos en lo que respectaba a sus empleadores. A veces hablaba del Partido Comunista, otras del servicio secreto, luego sonaba otra vez como si estuviera allí por órdenes de la sociedad petrolera estatal. Cuando le solicité más claridad, él quiso saber dónde estaban, según mi criterio, las diferencias entre el gobierno y los consorcios. Yo medité sobre el planteamiento y, la verdad, no encontré ninguna. En el fondo, no he encontrado ninguna en más de cuarenta años.

—Y entonces Kenny te propuso dar un golpe.

—Los chinos estaban cabreados en cierta medida por la presencia de Estados Unidos en el golfo de Guinea. Hablamos de todos modos de la época anterior a la aparición del helio 3; entonces aquel lugar era oro puro. Les parecía, además, que a ellos les correspondía lo que Washington había pretendido poseer desde siempre. Intenté aclararle a Kenny que una cosa era proteger a gobiernos frente a guerrilleros y otra muy distinta derrocar a los primeros. Le conté lo del golpe Wonga, le hablé de Simon Mann, que se pudría en Playa Negra por lo que había hecho, y le hablé de cómo Mark Thatcher, en su momento, se había puesto en ridículo. Él me respondió con informaciones acerca del derrocamiento de la casa real saudí un año antes, y a mí casi me da algo. Para todos nosotros estaba claro que China había apoyado a los islamistas saudíes, pero si era cierto lo que Kenny me estaba revelando, Pekín había hecho algo más que ayudar en Riad. Créeme, reconozco a los charlatanes a kilómetros de distancia y con el viento en contra. Kenny no era uno de ellos. Decía la verdad, de modo que decidí seguir escuchándolo.

—Supongo que mantenía buenas relaciones con Mayé.

—Hablaban. En el año 2016 Kenny operaba todavía desde un segundo plano, pero enseguida supe que aquel tipo aparecería muy pronto en una situación más expuesta. —Vogelaar rió por lo bajo—. Cuando se lo conoce, se lo toma por un tipo simpático, pero no lo es. Es mucho más peligroso cuando se muestra simpático.

—¿Es que acaso en este negocio se puede ser simpático? —preguntó Yoyo.

—Claro. ¿Por qué no?

—Bueno, los mercenarios, por ejemplo —dijo la joven, juntando las puntas de los dedos—. Quiero decir, ¿no son todos, en mayor o menor medida..., eh..., racistas?

«Dios mío, Yoyo —pensó Jericho—, ¿a qué viene eso ahora?»

Vogelaar volvió la cabeza hacia ella lentamente y dejó salir el humo a través de las comisuras de sus labios. Parecía un animal enorme soltando vapores.

—Puedes explicarte tranquilamente.

—Koevoet.
Apartheid.
¿Es suficiente?

—Yo era un racista profesional, pequeña, si te refieres a mí. Dame dinero y odiaré a los negros. Dame dinero y odiaré a los blancos. Los auténticos racistas echan a perder la fiesta. Por lo general, a esos tíos los encontrarás también en el ejército.

—Sólo que vosotros sois venales. A diferencia de las tropas regulares...

—Somos venales, en efecto, pero no traicionamos a nadie. ¿Y sabes por qué? Porque no estamos del lado de nadie. Nuestra lealtad es sólo al contrato.

—Pero cuando vosotros...

—No podemos cometer una traición.

—Yo lo veo de un modo distinto.

Jericho, incómodo, se removió en su silla hacia atrás y hacia adelante. ¿Qué motivaba a Yoyo a someter a Vogelaar, precisamente ahora, a la purificadora hoguera de su indignación? Se disponía a abrir la boca, pero entonces un toque de comprensión cruzó el rostro de la joven. Con repentino denuedo, bebió un sorbo de cola, y preguntó:

—¿Y quién contactó con quién? ¿Mayé con los chinos o al revés?

Vogelaar la miró indeciso. Luego se encogió de hombros y se sirvió un vaso, hasta arriba, de ron.

—Hasta donde sé, fue tu gente la que se acercó a Mayé.

—¿Quieres decir los chinos? —lo corrigió Yoyo.

—Tu gente —repitió Vogelaar—. Ellos vinieron e hicieron su propuesta. El caso era que Obiang se había equivocado dramáticamente con Mayé. Había querido a alguien a quien pudiera mangonear desde detrás del escenario, pero había escogido al hombre equivocado. Si no hubiese aparecido el helio 3, Mayé probablemente seguiría gobernando en Malabo.

—Bueno, pero a fin de cuentas él también era un títere.

—Sí, pero un títere de los chinos, el payaso de una potencia mundial que pagaba. Es distinto de dejarse mangonear por un ex potentado enfermo de cáncer. Cuando Kenny se presentó ante mí, había radiografiado todo el ramo, y le pareció que nosotros éramos los adecuados. Yo escuché toda su exposición en silencio y... me negué.

—¿Por qué? —preguntó Jericho.

—Para que se bajase de su caballo. Él se mostró algo decepcionado. Y preocupado, ya que había quedado con el trasero al aire. Pero entonces le dije que tal vez viera alguna posibilidad. Pero que, para ello, tendría que poner en la balanza algo más que el encargo de llevar a cabo un golpe de Estado. Le hice saber que estaba harto de la guerra de trincheras, del regateo constante para conseguir los trabajos, y que, por otro lado, tampoco me veía en una mansión cualquiera, muriéndome de aburrimiento. Yo más bien estaba pensando en una jubilación, pero con algo de inquietud.

—Un puesto en el gobierno de Mayé..., una petición bastante insólita para un mercenario.

—Kenny me entendió. Unos días después nos reunimos con Mayé, que se pasó dos horas quejándose de su maldita familia y de lo que le había prometido a cada uno de ellos. ¡Era imposible encontrar un trabajo para mí en su gobierno! Durante horas me dejó allí, pataleando, pero luego pasó al tono de camaradería, el del buen tío Mayé, y se sacó aquella liebre del sombrero.

—Te ofreció el puesto de jefe de seguridad.

—El chiste estuvo en que todo fue idea de Kenny. El chino, sin embargo, cameló tanto al viejo que éste llegó a creer que la idea era suya. Ése fue el trato. El resto fue coser y cantar. Me ocuparía de la logística, de reunir a los mandos, de conseguir armas y helicópteros, en fin, lo habitual; el resto ya lo conocéis. Los chinos otorgaron valor al hecho de que todo transcurriera sin derramamientos de sangre y de que Ndongo saliese ileso del país; y eso también lo conseguimos.

—El año pasado Pekín actuó con menos remilgos.

—El año pasado había muchas más cosas en juego. En 2017 sólo se trataba de corregir la correlación de fuerzas.

—Suena bonito ese «sólo».

—¡Venga ya! Todos sabían que los periodistas inteligentes, más tarde o más temprano, escribirían artículos inteligentes. Sólo la redistribución de las licencias de explotación, quiero decir, el papel de Pekín era evidente. Pero ¿y qué? La gente está acostumbrada a eso, a cambios de gobierno promovidos desde fuera. Lo de los muertos, eso ya no estaba tan bien. Sobre todo cuando estás empeñado en lavar tu imagen. El Partido no había olvidado el escándalo de las olimpiadas de 2008. También por eso la Casa Real saudí logró salir tan campante en el año 2015, cuando los islamistas tomaron Riad. Fue la condición de Pekín para financiarles la bromita. En cualquier caso, se instalaron en Malabo, Mayé plantó su gordo trasero en el sillón presidencial, yo creé EcuaSec, el servicio secreto de Guinea Ecuatorial, mandé arrestar a la oposición y eso fue todo.

—¿Y nunca te sentiste mal? —preguntó Yoyo.

—¿Mal? —Vogelaar se llevó el vaso a los labios—. Sólo me sentí mal una vez. A causa de un atún que estaba pasado.

Jericho le lanzó a Yoyo una mirada cortante.

—¿Y qué pasó luego?

—Poco después de que hubimos puesto a Mayé en el poder, Kenny subió un día la escalera lleno de expectación y dio nuevas atribuciones. Guinea Ecuatorial era su campo de juego. Cada dos semanas pasaba por el vestíbulo del Paraíso, un hotel para los obreros petroleros donde se dejaba mimar por prostitutas y recibía mis informes. Habíamos acordado en Camerún que no perdería de vista a Mayé...

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