Read Límite Online

Authors: Schätzing Frank

Límite (120 page)

BOOK: Límite
9.44Mb size Format: txt, pdf, ePub
ads

—¿Y cómo reaccionó este último?

—Amablemente. Y eso no me gustó. Dijo que Mayé no debía preocuparse, que de algún modo llegarían a un acuerdo.

—Suena a ejecución anunciada.

—Eso, exactamente, fue lo que me pareció. Pero los platos ya estaban rotos. Sólo ayudé a averiguar toda la verdad a fin de poder elevar las presiones sobre Kenny y de que él no pudiera dejarnos en la estacada de un modo tan sencillo. Y, en efecto, la averigüé. Cuando Kenny pasó por Malabo la vez siguiente, Mayé lo recibió en el círculo de sus ministros y militares más importantes. Lo confrontamos con los hechos. Él guardó silencio durante mucho, muchísimo rato. Luego preguntó si teníamos claro que estábamos poniendo en juego nuestras vidas.

—El principio del fin.

—No forzosamente. Allí dio muestras de que nos tomaba en serio, de que quería negociar. —Vogelaar rió con desgana—. Pero una vez más fue Mayé quien lo estropeó todo, al exigir sumas horrendas y casi una muestra de genuflexión. Kenny no podía aceptar aquello. Le tendió a Mayé puentes de oro. Yo, en realidad, tuve la impresión de que no quería una escalada del asunto, pero Mayé, en su arrogancia, no tenía freno. Al final gritó que el mundo se enteraría de todo. Kenny se puso de pie, vaciló. Luego sonrió ampliamente y dijo que estaba bien, que se daba por derrotado. «Tendrás lo que codicias, gran dictador, dame dos semanas», dijo, y se marchó.

Vogelaar siguió con la mirada el humo de uno de sus puritos.

—En ese momento supe que Mayé acababa de condenarnos a todos a muerte. Podía vanagloriarse con la idea de ser el vencedor, pero ya estaba muerto. No hice ni siquiera el esfuerzo de convencerlo de lo contrario, sino que me fui a casa e hicimos las maletas. Tenía varias identidades preparadas y, en cierto modo, un plan de huida. A la mañana siguiente desaparecimos de Guinea Ecuatorial. Dejamos allí todo lo que poseíamos, salvo una maleta llena de dinero y un montón de documentos falsos. Los esbirros de Kenny se pegaron a nuestros talones, pero mi plan era perfecto. He tenido que ocultarme más de una vez en la vida. Y cambiamos numerosas veces de rumbo hasta que conseguimos quitárnoslo de encima. En Berlín nos convertimos en Andre y Nyela Donner, un ingeniero agrónomo sudafricano y una jurista de carrera oriunda de Camerún con conocimientos gastronómicos, así que empezamos a buscar un local para abrir un negocio. El día que inauguramos, ya Ndongo se estaba instalando en Malabo, y Mayé estaba muerto. Todos los que sabían del asunto estaban muertos.

—Salvo uno.

—Salvo uno.

—¿Y de qué iba realmente aquel programa espacial? Vogelaar extendió un dedo y empujó su vaso medio lleno por encima del mantel. El ron centelló bajo la luz de las lámparas de papel, se sumió en un paroxismo de movimiento y reflexión.

—Vamos, no te hagas de rogar. ¿Por qué sucedió todo eso?

El mercenario apoyó el mentón sobre las manos con gesto pensativo.

—Mejor deberíais preguntaros quién es realmente el que anda detrás de vosotros.

—¡Oh, gracias! —Yoyo lo fulminó con una mirada iracunda—. ¿Y qué crees que hacemos durante todo el día?

—Para ser sincero, yo me pregunto lo mismo.

—Tal vez se trata del Zhong Chan Er Bu —conjeturó Jericho—, el servicio secreto chino. Después de todo lo que nos has contado...

—En ese sentido no estaría yo tan seguro. Entretanto, creo que la extraña delegación de Kenny no representaba ni al gobierno chino ni a las autoridades espaciales de ese país. Ambos no saben probablemente todavía que fueron usados como pretexto.

El detective lo miró con desconcierto.

—Pero fueron muy convincentes, Jericho.

—Pero el Partido debió de enterarse de lo que estaba sucediendo en su nombre. Mayé debía de haber tocado el tema en sus visitas oficiales.

—¡Chorradas, usa tu cabecita! No hubo visitas de gobierno chinas en Guinea Ecuatorial, como tampoco Mayé fue invitado a la Ciudad Prohibida. No era alguien con quien uno quisiera dejarse ver. De vez en cuando aparecía algún ministrillo de las autoridades energéticas, pero, por lo demás, los que circulaban por el país era la gente relacionada con el petróleo. Pekín señaló que mantenía exclusivamente relaciones comerciales con Guinea Ecuatorial.

—En la época de Mugabe y compañía, sin embargo, no tenían ningún problema en dejarse fotografiar con dictadores.

—Sí, pero a Mugabe no lo habían puesto en el cargo mediante un golpe. Después de algún derrocamiento, no es habitual que los iniciadores aparezcan en la foto. Hoy en día los chinos son más cautelosos.

—¿Y qué pasa con Zheng?

—¿Qué va a pasar?

—El Grupo Zheng trabaja para las autoridades espaciales chinas. Aunque, qué tonterías digo, él es la autoridad espacial, y también construyó para Mayé. Más tarde o más temprano saldrá a la luz que las instancias oficiales fueron presentadas como garantía.

—¿Y quién ha dicho que se hablara con Zheng acerca de ello?

Dentro de cualquier instancia oficial hay gente que sabe y gente que no sabe. Su empresa aceptó un trabajo en el mercado libre, ¿y qué?

—El Partido sólo autorizó que su constructor más importante construya una rampa en el extranjero.

—Los consorcios como los de Zheng o los de Orley no puedes controlarlos, ni siquiera el Partido puede hacerlo, ni lo quiere. El primer ministro chino tiene participaciones en Zheng, tendría que mirarse las uñas. Por el contrario, Pekín vio con buenos ojos que Zheng participara en el concurso, ya que eso facilitaba el espionaje in situ.

—Pero ¿por qué entonces te volviste tan receloso?

Vogelaar sonrió débilmente.

—Porque yo soy receloso siempre. Así averigüé que Kenny, en el año 2022, se había alejado del Zhong Chan Er Bu. Ahora trabajaba por su cuenta para los servicios de inteligencia militar.

—Un momento —dijo Yoyo—. Entonces, el golpe que llevó a Mayé al poder...

—Fue financiado por las compañías petroleras chinas y ejecutado por el servicio de inteligencia chino con nuestra ayuda.

—¿Y la rampa?

—La rampa no tenía nada que ver con eso. Con ella aparecieron nuevos actores. A Pekín sólo le importaban las materias primas. Los tipos que nos convencieron para hacer la rampa tenían otros intereses.

—Entonces, ¿Kenny había cambiado de bando?

—No estoy seguro de si cambió o no; tal vez sólo amplió su radio de acción. No creo que actuara explícitamente contra los intereses de Pekín, sino que daba prioridad a los intereses de otros.

—¿Y el derrocamiento de Mayé?

—Eso va a la cuenta de los constructores de la rampa. Es posible que el Partido lo aprobara. Pero, en cualquier caso, no le preguntaron.

—¿Eso lo supones o lo sabes?

—Lo supongo.

—Vogelaar —dijo Yoyo con insistencia—, tienes que decirnos de una vez lo que averiguaste sobre esa rampa, ¿me oyes?

Él juntó las yemas de los dedos. Se dedicó a contemplar en detalle su pulgar, lo llevó hasta la punta de la nariz y dirigió la mirada al techo. Luego asintió con gesto pausado.

—Bien, de acuerdo.

—Déjanos oírlo.

—Por un cuarto de millón de euros.

—¿Qué? —Jericho cogió aire—. ¿Te has vuelto loco?

—Por esa suma, recibiréis un dossier en el que aparece todo.

—¡Estás como una cabra!

—De ningún modo. Nyela y yo tenemos que ocultarnos de nuevo, y lo más a prisa que podamos. La mayor parte de mi fortuna quedó congelada en Guinea Ecuatorial. Lo que pude llevarme lo invertí en el Muntu y en el piso situado encima de nosotros. Tendré que vender a la carrera lo que se pueda vender, pero Nyela y yo tendremos que empezar desde cero.

—¡Venga ya, Vogelaar! —explotó Yoyo—. Realmente eres el tipo más sucio y desagradecido que...

—Cien mil —dijo Jericho—. Ni un céntimo más.

Vogelaar negó con la cabeza.

—No estoy negociando.

—Porque no estás en posición de negociar. Piénsalo bien. Cien mil o nada.

—Vosotros necesitáis ese dossier.

—Y tú necesitas el dinero.

Yoyo parecía querer meter a Vogelaar en la máquina de cortar fiambre. Jericho la mantuvo a raya con la mirada. Si era necesario, estaba dispuesto a apretarle las tuercas al sudafricano con la ayuda de la Glock, aunque dudaba que Vogelaar lo dejara llegar otra vez tan lejos. De alguna manera, tenían que estar unidos a él.

El detective esperó.

Al cabo de lo que pareció una eternidad, Vogelaar dejó escapar lentamente el aire de sus pulmones, y por primera vez Jericho sintió el temor de aquel hombre enorme.

—Cien mil. ¡En efectivo, ¿está claro?! El dinero a cambio del dossier.

—¿Aquí?

—No, aquí no. En un lugar más concurrido. —Con un movimiento de la cabeza, Vogelaar señaló hacia afuera—. Mañana al mediodía, a las doce, en el Museo de Pérgamo. Eso está a la vuelta de la esquina. Hay que bajar por Monbijoustraße hasta el Spree, a continuación cruzar el río en dirección a la Isla de los Museos y la galería James Simon. Allí el flujo de visitantes se reparte entre los distintos museos. Nos reuniremos junto a la Puerta de Ishtar, en la Vía de las Procesiones. Después de eso, Nyela y yo desapareceremos de inmediato, así que sed puntuales.

—¿Y adónde pensáis ir?

Vogelaar lo miró largo tiempo.

—Eso no tienes por qué saberlo —dijo.

—¡Genial! ¿De dónde vas a sacar cien mil euros? —preguntó Yoyo mientras cruzaban la calle en dirección al Audi estacionado enfrente.

—¡Yo qué sé! —repuso Jericho encogiéndose de hombros—. De todos modos, es mejor que un cuarto de millón.

—Sí, claro, mucho mejor.

—De acuerdo. —Jericho se detuvo de repente—. ¿Qué debería haber hecho, según tu opinión? ¿Sacarle la verdad por medio de la tortura?

—Exacto. ¡Deberíamos habérsela sacado a golpes!

—Gran idea —dijo él, tocándose la oreja. Notó algo grueso y algodonoso. Se sentía como un muñeco de peluche—. Ya me imagino la escena. Yo lo sostengo mientras tú lo haces papilla con la pata de antílope.

—Está bien que lo menciones. Yo...

—Y Vogelaar se habría dejado.

—¡Lo hice papilla con la pata de antílope!

—Ah, sí. —Jericho continuó andando y abrió la puerta del coche—. Y, por cierto, ¿de dónde venías? ¿No tenías que estar vigilando a Nyela?

—Esto es el colmo. —Yoyo abrió de golpe la puerta del acompañante, se deslizó dentro del vehículo y cruzó los brazos como si fuese un nudo gordiano—. Sin mí habrías acabado como un fiambre, cabronazo.

Jericho guardó silencio.

¿Acababa de cometer algún error?

—Yo tampoco sé de dónde vamos a sacar ese dinero —aclaró él—. Y no quiero dar por sentada la ayuda de Tu de un modo automático.

Yoyo soltó algunos gruñidos casi imperceptibles.

—Bueno, está bien —dijo Jericho—. Vamos al hotel, ¿no?

Ninguna respuesta.

Con un suspiro, el detective arrancó el coche.

—En cualquier caso, le preguntaré a Tian —dijo Jericho—. Podría prestármelos, o tomarlo como un anticipo.

—... asslokquiersss...

—Tal vez tenga alguna novedad para nosotros. Desde esta mañana anda jugando con
Diana.

Silencio.

—Antes de ir al Muntu, hablé con él por teléfono. Es muy interesante. Me confirmó la versión de Vogelaar en todos sus puntos. ¿Quieres que te cuente lo que me dijo?

—Medaaigualll...

No pudo sacarle nada más a Yoyo. Hasta llegar al Hyatt, toda su locuacidad se agotó en esas frases dichas entre dientes. Jericho le habló de su conversación con Tu como alguien que nada valientemente contra la corriente, hasta que ya no pudo hacer como si no sucediera nada. En el garaje soterrado del hotel, cedió.

—De acuerdo —dijo—. Tienes razón.

Brazos cruzados. Mirada fija.

—Me he comportado como un miserable, debería haberte dado las gracias.

—...nomeimprta...

En cualquier caso, Yoyo no huyó a la carrera del coche.

—Sin ti, Vogelaar habría acabado conmigo. Me has salvado la vida. —Jericho se aclaró la garganta—. Así que, gracias... ¿De acuerdo? Lo digo en serio, nunca olvidaré lo que has hecho. Has sido muy valiente.

Ella volvió la cabeza y lo miró con el ceño fruncido.

—¿Por qué eres tan estúpido?

—No tengo ni idea. —Jericho miró el volante—. Quizá, sencillamente, nunca he aprendido.

—¿A qué?

—A ser amable.

—Creo que puedes ser incluso muy amable. —Se vio un poco de movimiento en los brazos apalancados, que empezaron a separarse ligeramente—. ¿Y sabes qué otra cosa creo?

Jericho alzó las cejas.

—Que eres menos amable con aquellas personas que quieres.

El detective estaba asombrado. Ese comentario no era nada estúpido.

—¿Y quién te ha ayudado a avanzar en tus conclusiones? —preguntó él, abrigando cierta sospecha.

—¿Por qué lo dices?

—Nada, sólo pensaba que esa frase podría ser de Joanna.

—No necesito a Joanna para eso.

—No habrás hablado con ella de mí, por casualidad...

—Sí —admitió la joven, sin rodeos—. Me contó que habíais estado juntos.

—¿Y qué más te contó?

—Que tú lo echaste a perder.

—Ah.

—Porque ni siquiera eres amable contigo mismo. Contigo lo eres menos que con nadie.

Jericho frunció los labios. Algunos argumentos en contra tomaron posición, pero cada uno era menos convincente que el anterior. Un poco a la fuerza, se recostó hacia atrás. Tenían otras cosas que hacer, ya lo sabía, en lugar de estar hurgando en sus estados de ánimo, pero de algún modo sentía de repente que estaba con el trasero al aire. La mano de Joanna lo había desnudado y lo llevaba a rastras por el aro de la nariz. Yoyo negó con la cabeza.

—No, Owen, no dijo nada negativo acerca de ti.

—Hum. Meditaré sobre ello.

—Hazlo. —La joven sonrió. La capitulación del detective parecía tener un efecto conciliador sobre el estado de ánimo de ella—. Pero tampoco podemos descartar que ambos tengamos que salvarnos la vida mutuamente en un par de ocasiones.

—Ya te lo he dicho. ¡Cuando quieras! —dijo él, vacilante—. En cuanto a Nyela...

—Fue un error mío. Después de haberla jodido, pensé que lo mejor era regresar rápidamente.

Jericho se palpó la oreja.

—Para serte sincero —dijo—, me alegra que la hayas jodido.

CALGARY, ALBERTA, CANADÁ

Caminar por Calgary mostrando la fotografía del posible terrorista era más o menos como buscar una única hormiga en un hormiguero alborotado. Varios millones de servidores de la economía, laboriosos como insectos, todavía ocupados en enriquecer, con nuevos rendimientos en bienes de consumo, arquitectura y una población creativa, la ciudad con mayores índices de crecimiento de Canadá, parecían haber perdido el rumbo y el sentido de sus objetivos. No por mucho que Keowa celebrara la reestructuración de la economía energética ahora orientada al helio 3, le agradaba la apagada mirada de las masas de desempleados, el deterioro de ciudades y provincias enteras, la amenazante bancarrota nacional de aquellos países que obtenían sus ingresos casi exclusivamente en el ramo del petróleo y el gas. Desde una perspectiva idealista, en el bando de los ecologistas siempre se había partido de la idea de un cambio hermosamente sostenible: al señor Fosilosaurio le regalan un reloj de oro y se retira a una residencia de jubilados ubicada en un sitio apacible, donde, sumido en la melancolía y con dignidad, bendecirá la huella del tiempo, mientras diez mil millones de seres humanos, con las mejillas sonrosadas por el entusiasmo, reciben una electricidad no contaminante producida por los reactores de helio 3. Sin embargo, en ninguna época las transiciones tuvieron lugar de manera armónica. No ocurrió en el período cámbrico, ni en el ordovícico ni en el devoniano, no ocurrió al final del pérmico, del triásico ni del cretácico, tampoco en el alto pleistoceno, con la aparición de una nueva especie con capacidad para reflexionar sobre sí misma, el hombre, que añadió guerras y crisis económicas al catálogo de dictadores transitorios, en el que ya estaban presentes las erupciones volcánicas, los meteoritos, las eras glaciales y las epidemias. Como consecuencia, el nuevo mundo feliz de la fusión no contaminante iba aparejado a una grave crisis económica global, les encajara o no a los renovadores en su imagen del mundo.

BOOK: Límite
9.44Mb size Format: txt, pdf, ePub
ads

Other books

The Werewolf Ranger (Moonbound Book 3) by Krystal Shannan, Camryn Rhys
The Gates of Sleep by Mercedes Lackey
Mistress at a Price by Sara Craven
Zack by William Bell
In His Sights by Jo Davis
Devil's Ride by Roux, Clementine
Farewell Horizontal by K. W. Jeter
Short Stories by Harry Turtledove