Límite (15 page)

Read Límite Online

Authors: Schätzing Frank

BOOK: Límite
12.24Mb size Format: txt, pdf, ePub

—¿Qué diablos es eso? —preguntó con expresión de incredulidad.

—Una cámara de magma —explicó Lynn, muy tranquila—. Un depósito que alimenta al volcán con lava y gases. Estas cámaras se forman cuando la piedra líquida sube desde grandes profundidades hasta las zonas blandas de la corteza terrestre. En cuanto la presión llega a ser excesiva dentro de la cámara magmática, la lava encuentra una forma de ascender y se produce la erupción.

—Pero ¿no nos había dicho que el volcán estaba inactivo? —preguntó asombrado Mukesh Nair.

—En realidad, está inactivo, así es.

De pronto todos empezaron a hablar en desorden. Fue O'Keefe el primero en sospecharlo. Había estado todo el tiempo avanzando por el pasillo con expresión pensativa, ensimismado, guardando las distancias, pero ahora se dirigió directamente hacia allí.

—¡Eh,
mon ami!
—le gritó Tautou—. Cuidado no vaya a quemarse usted las cejas.


Pas de problème.
—O'Keefe se volvió y sonrió—. No creo que haya que temer nada parecido aquí. ¿No es así, Lynn?

O'Keefe extendió la mano derecha. Sus dedos tocaron una superficie. Estaba caliente, pero no quemaba. Era completamente lisa. Oprimió la palma de la mano contra ella y asintió en señal de reconocimiento.

—¿Cuándo tuvo esta montaña este aspecto por última vez?

Lynn sonrió.

—En opinión de los geólogos, hará más de cien mil años. Pero no tan arriba. Las cámaras magmáticas están situadas por lo general a una profundidad de entre veinticinco y treinta kilómetros; además, son mucho más espaciosas que ésta.

—En cualquier caso, es holografía de la mejor calidad, la mejor que he visto hasta ahora.

—Nos esforzamos.

—¿Una holografía? —repitió Sushma.

—Más exactamente, se trata de la combinación de varias proyecciones holográficas con sonido, luz de color y radiadores eléctricos.

La india se detuvo junto a O'Keefe y golpeó la superficie de la pantalla de proyección con la punta del dedo, como si todavía cupiera alguna posibilidad de que el actor estuviese equivocado.

—Pero ¡si parece absolutamente auténtico!

—Por supuesto. A fin de cuentas, no queremos que ustedes se aburran.

Ahora todos querían tocar la pantalla, se retiraban con expresión de respeto y se deleitaban con la ilusión. Chuck Donoghue se olvidó de hacer alguno de sus chistes y Locatelli olvidó decir alguna de las suyas. Hasta la propia Momoka Omura miró fijamente el lago de lava digital y casi pareció impresionada.

—Casi hemos llegado a nuestra meta —dijo Lynn—. Dentro de pocos segundos podrán entrar a la cámara y entonces todo tendrá un aspecto muy distinto. Partiendo desde el pasado más remoto, podrán viajar al futuro de nuestro planeta, al futuro de la humanidad.

Lynn pulsó un interruptor oculto entre la roca. Al final del pasillo se abrió una grieta elevada y vertical. Una luz tenue se filtraba desde allí. La música aumentó de volumen, poderosa y mística. La abertura se amplió dejando visible la bóveda situada detrás. En realidad, tanto por su aspecto como por sus dimensiones, se correspondía bastante exactamente con la representación holográfica, sólo que allí no había lava derramándose por todas partes. En su lugar, había una tribuna que se extendía osadamente sobre el abismo sin fondo. Unas pasarelas de acero conducían hasta unas hileras escalonadas de asientos de aspecto confortable que flotaban libremente sobre el vacío. En el centro se arqueaba una superficie transparente de unos mil metros cuadrados. Su extremo inferior se perdía en las oscuras profundidades, mientras que el superior casi alcanzaba la cúpula del techo; los laterales, por su parte, se extendían más allá de las filas de asientos.

Sobre la tribuna había un único hombre.

Era de estatura media, algo rollizo, pero con un aspecto asombrosamente juvenil, aunque la barba y el pelo, que le cubría hasta más abajo del cuello, estaban bastante encanecidos y sólo dejaban sospechar el color rubio ceniza de años pasados. Llevaba camiseta y americana, vaqueros y botas de cowboy. Tenía varios anillos en los dedos. Sus ojos centelleaban con picardía y su sonrisa refulgía como la luz de un faro.

—Por fin están aquí —dijo Julian Orley—. ¡Pongámosle música a esto!

Tim se mantuvo aparte mientras contemplaba cómo su padre saludaba a sus huéspedes con abrazos o apretones de mano, según el grado de familiaridad. Julian, el gran comunicador, tendiendo trampas de amabilidad. Siempre tan entusiasmado con conocer gente, jamás ponía en duda que esa misma gente quisiera conocerlo a él, y eso era justamente lo que los atraía. La física del encuentro conoce la atracción y el rechazo, pero eludir el campo magnético de Julian era prácticamente imposible. Cuando le presentaban a alguien, esa persona sentía de inmediato una afectuosa familiaridad. Dos o tres encuentros más, y uno ya se deleitaba hablando de recuerdos sobre épocas en común que jamás habían existido. No era mucho lo que Julian hacía para conseguirlo, no hacía comentarios ingeniosos ni ejercitaba sus discursos ante el espejo, sencillamente, daba por sentado con total naturalidad que en el sistema de Newton de los dos cuerpos él era el planeta y no el satélite.

—¡Carl, mi viejo amigo! ¡Qué alegría tenerte aquí!

»Evelyn, te ves fantástica. ¿Qué idiota fue el que dijo que el círculo era la forma perfecta?

»Momoka, Warren, bienvenidos. Ah, y por cierto, muchas gracias por la última vez, hace tiempo que quería llamar. Para ser sincero, casi no sé cómo llegué a casa.

»¡Olympiada Rogachova! ¡Oleg Rogachov! ¿No es maravilloso? En estos segundos nos estamos viendo por primera vez y mañana viajaremos juntos a la Luna.

»Chucky, mi viejo amigo. Tengo un chiste estupendo para ti, pero para ello debemos hacer un aparte.

»¿Y dónde está mi reina élfica? ¡Heidrun! Por fin conozco a tu esposo. ¿Compró finalmente el Chagall? Claro que lo sé, conozco todas sus pasiones. Heidrun no hace más que hablar de usted.

»Finn, chaval. Ahora va en serio. Tendrás que subir ahí arriba. ¡Y esto sí que no es una peli!

»Eva Borelius, Karla Kramp. Vuestra visita me ha proporcionado una especial...

Y así sucesivamente.

Julian encontró una palabra afectuosa para cada uno; luego se dirigió a toda prisa a donde estaban Tim y Amber, con una furtiva sonrisa de «He conseguido escaparme» en los labios.

—¿Y bien? ¿Qué os parece?

—Estupendo —dijo Amber, pasándole el brazo alrededor de los hombros—. La cámara de magma es fenomenal.

—Fue idea de Lynn —dijo Julian con expresión radiante. Apenas era capaz de pronunciar el nombre de su hija sin dejar escapar una especie de suspiro melodioso—. ¡Y eso todavía no es nada! Esperad a ver el espectáculo.

—Será perfecto, como siempre —dijo Tim con un sarcasmo apenas disimulado.

—Lo hemos concebido entre los dos, entre Lynn y yo. —Como era habitual, Julian hizo como si no hubiera notado el tono mordaz—. La cueva es un regalo del cielo, os lo digo desde ahora. Estas pocas hileras de asientos tal vez no parezcan nada, pero podemos presentar ahora mismo el espectáculo para quinientas personas, y si fuesen más...

—Pensaba que el hotel sólo tenía cabida para trescientos huéspedes.

—Así es, pero prácticamente podríamos duplicar las capacidades. Colocar cuatro o cinco plataformas encima de nuestro vapor transoceánico, o Lynn construiría un segundo. Nada de eso constituye un problema. Lo principal es que consigamos el dinero para un nuevo ascensor.

—Lo principal es que tú no tengas problemas.

Julian miró a Tim con sus ojos azul claro.

—No los tengo. Y ahora, ¿me disculpáis? Divertíos, hasta luego... ¡Oh, madame Tautou!

Julian caminaba de un lado a otro entre los visitantes, soltando una risotada por aquí, un cumplido por allá. De vez en cuando atraía a Lynn hacia sí y la besaba en la sien. Ella sonreía. Parecía orgullosa y feliz. Amber bebió un sorbo de su champán.

—Podrías ser un poco más amable con él —dijo en voz baja.

—¿Con Julian? —repuso Tim, resoplando.

—¿Con quién si no?

—¿Qué diferencia hay en que sea amable con él o no? Él sólo se ve a sí mismo.

—Tal vez constituya una diferencia
para mí.

Tim la miró sin comprender.

—¿Qué pasa? —dijo Amber enarcando las cejas—. ¿Te has quedado lelo?

—No, pero...

—Por lo visto, sí. Pero te lo explicaré de otro modo. No me apetece verte de morros durante las próximas dos semanas, ¿está claro? Quiero disfrutar de este viaje, y tú también deberías.

—Amber...

—Deja tus reservas aquí abajo.

—¡No se trata de reservas! La cuestión es que...

—Siempre es algo.

—Pero...

—Nada de peros. ¡Pórtate bien y dame la patita! Quiero escuchar un «sí». Un simple «sí». ¿Podrás hacerlo?

Tim se mordió el labio inferior. Luego se encogió de hombros. Lynn pasó junto a ellos, seguida por los Tautou y los Donoghue. La hermana de Tim les dirigió un saludo con la mano, bajó la voz y dijo tapándose la boca:

—Atención, esto sólo lo saben los más allegados. Es una información confidencial sólo para los miembros de la familia. Fila 8, asientos 32 y 33. Desde allí se ve todo mejor.

—Entendido. Cambio.

Amber se les enganchó del brazo y salió sin decir una palabra más en dirección al auditorio. Tim la siguió al trote. Alguien se le plantó al lado.

—¿Es usted el hijo de Julian, no es cierto?

—Sí.

—Soy Heidrun Ögi. Su familia está deliciosamente chiflada. Bueno, eso no es ningún problema, está muy bien —añadió la suiza al ver que Tim no le respondía—. Me gusta la gente que está un poco chalada. Son mucho más interesantes que el resto de los mortales.

Tim la miró fijamente. Había esperado cualquier cosa de aquella mujer pálida como un hueso, ojos violetas y melena blanca: conjuros mágicos celtas, dialectos extraterrestres, pero no aquella expresión que sonaba como si alguien golpeara un charco con la mano abierta.

—Vaya —exclamó Tim.

—¿Qué clase de chiflado es usted? Siempre y cuando iguale a Julian...

—¿Considera que mi padre está loco?

—Claro, es un genio. De modo que debe de estar loco.

Tim guardó silencio. «¿Qué clase de chiflado es usted?» Era una buena pregunta. «No —pensó—, ¡qué imputación tan idiota! Yo soy el único de la familia que no está chiflado.»

—Bueno...

—Nos vemos. —Heidrun sonrió, se alejó de él diciendo adiós con la punta de los dedos y siguió al jovial suizo que, por lo visto, era su marido.

Algo estupefacto todavía, Tim se deslizó hasta el centro de la octava fila y se dejó caer junto a Amber.

—¿Quiénes son realmente esos Ögi? —preguntó.

Ella miró por encima del hombro.

—¿El hombre con la mujer albina?

—Mmm.

—Una parejita bastante rara. Él es el jefe de una empresa llamada Swiss Performance. Tienen participaciones en todos los ramos imaginables, pero se supone que principalmente es un zar de la construcción. Creo que fue él quien concibió las primeras urbanizaciones sobre pontones para los territorios inundados de Holanda. Actualmente está en conversaciones con Alberto sobre la construcción de un nuevo Monaco, Monaco II.

—¿Monaco II?

—¡Sí, imagínate! Una isla enorme capaz de navegar. Salió hace poco en un reportaje. Esa cosa sólo navegará por zonas de clima benévolo.

—Ögi debe de estar casi tan chiflado como Julian.

—Puede ser. Se dice que es un filántropo. Apoya a artistas en apuros, gente del circo y acróbatas, ha fundado institutos de formación para jóvenes de las clases menos favorecidas, es patrocinador de museos y hace donaciones sin cesar. El año pasado donó una parte considerable de su fortuna a la Bill & Melinda Gates Foundation.

—¿Y tú cómo diablos sabes todo eso?

—Deberías ocuparte un poco más de la prensa del corazón.

—No mientras te tenga a ti. ¿Y Heidrun?

—Bueno... —dijo Amber, riendo con conocimiento de causa—. ¡Picante, muy picante! La familia de Ögi no está precisamente entusiasmada con su relación.

—Ilústrame.

—Es fotógrafa. Y tiene talento. Hace fotos de famosos y de gente sencilla, ha publicado libros de fotografías sobre el ambientillo en los barrios de putas. En sus años locos parece ser que se pasó de rosca, porque huyó de casa y la desheredaron. Luego empezó a financiar sus estudios actuando como bailarina de
striptease,
más tarde como actriz en películas de la serie
edelpomo.
A principios del nuevo milenio se convirtió en una figura de culto entre el pijerío de Suiza. Nadie puede negar que es una mujer que llama la atención.

—Y de qué manera.

—Mira hacia adelante, Timmy. Con las películas porno dejó los estudios, pero siguió haciendo
striptease.
En fiestas e inauguraciones, por puro placer. En una de esas ocasiones, Walo se cruzó en su camino y le dio un enorme impulso a su carrera como fotógrafa.

—Razón por la cual se casó con él.

—No se la considera una mujer calculadora.

—Conmovedor —dijo Tim, y pretendía añadir algo más cuando la luz se apagó.

De un instante a otro, se vieron sentados en un espacio enorme, negro como tinta de imprenta. Sólo se oía el sonido de un violín. Una delicada música trenzó sus hilos en la oscuridad, líneas refulgentes que se unían para formar estructuras de gran belleza artística. Al mismo tiempo, la sala empezó a iluminarse con colores azulados, como un océano misterioso y crepuscular. Desde una distancia aparentemente remota —el impresionante resultado de proyecciones holográficas sobre la enorme pared de cristal cóncavo— empezó a acercarse algo pulsante y transparente, una nave espacial orgánica con un difuso núcleo, lleno de extraños pasajeros borrosos.

—La vida —dijo una voz— tuvo sus comienzos en el mar.

Tim volvió la cabeza. El perfil de Amber brillaba con tonos fantasmales bajo la luz azul. Fascinada, vio cómo aquella célula se agrandaba y empezaba a girar lentamente. La voz habló de las aguas primigenias y de uniones químicas selladas hacía miles de millones de años. La célula solitaria en aquel azul infinito se dividió, y la división empezó a tener lugar a una velocidad cada vez mayor, dando lugar a un número también cada vez mayor de células, hasta que, de repente, algo alargado con forma de serpiente empezó a retorcerse en la pantalla.

Other books

In the Barren Ground by Loreth Anne White
The Selected Poetry of Yehuda Amichai by Chana Bloch and Stephen Mitchell
Here Shines the Sun by M. David White
License to Quill by Jacopo della Quercia
Accident by Danielle Steel