Authors: Schätzing Frank
El viejo jamelgo de la diplomacia fue enganchado de nuevo al deteriorado carro de la alta política, a fin de sacar a este último, una vez más, del lodazal. El 22 de mayo de 2024 se reunió la Asamblea General de Naciones Unidas. China señaló que la carencia de un propio ascensor espacial le impedía transportar armas a la Luna, lo que, por el contrario, era bastante sencillo para Estados Unidos. Por tanto, era a este último país al que había que considerar un agresor, estaba claro que había estacionado armas en la Luna y había roto una vez más los acuerdos sobre el espacio, cosa que ya era habitual. Por su parte, alegó China, no tenía ningún plan relacionado con un rearme, pero debido a las continuas provocaciones, se veía obligada a considerar la posibilidad de tener un modesto contingente destinado a la defensa del país. De manera similar se expresaron los representantes de Estados Unidos. La agresión había partido de China, y si se produjera un rearme de Estados Unidos en la Luna, ello se debería a una violación de la frontera totalmente innecesaria por parte del gigante asiático.
No se había violado ninguna frontera.
Muy bien. Pues tampoco había armas en la Luna.
Sí que las había.
No las había.
Sí.
El secretario general de Naciones Unidas, con pálida indignación, condenó por igual el proceder del gigante asiático y el arresto del astronauta chino por parte de Estados Unidos. El mundo deseaba la paz. Esto último era cierto. En el fondo, tanto Pekín como Washington no deseaban otra cosa que la paz. Pero ¡estaba la honra, la honra! No fue hasta el 4 de junio de 2024 cuando China transigió de mala gana sin invocar la resolución de Naciones Unidas, cuya fuerza ya ni siquiera parecía tener un carácter simbólico. La verdad era que ninguna de las dos naciones podía permitirse ni deseaba un conflicto en toda regla. China se retiró del territorio estadounidense, lo que se solucionó haciendo que los
taikonautas
cargaran de vuelta con la destrozada máquina de extracción. Hua quedó en libertad, y también quedaron liberados las cuentas y los barcos chinos. También los embajadores pudieron ocupar de nuevo sus respectivos despachos. En un principio, la situación quedó marcada por ciertos gestos de amenaza y cierto recelo. A nivel político reinaba un período de congelación, con lo que la economía también experimentó un parcial enfriamiento. Julian Orley, que en un principio pretendía inaugurar su hotel lunar en el año 2024, tuvo que interrumpir por tiempo indefinido su construcción, y ambas partes se vieron afectadas en lo relativo a la extracción del helio 3.
—No fue hasta el 10 de noviembre de 2024 —dijo la comentarista con mohín serio—, por primera vez desde que se inició el conflicto, cuando se restableció el diálogo entre China y Estados Unidos con motivo de la cumbre económica celebrada en Bangkok, y desde entonces ese diálogo ha fluido de modo conciliador. —El tono de la comentarista se volvió entonces más amenazante y dramático—. El mundo ha evitado la escalada del conflicto, nadie puede decir cuán cerca hemos estado. —El tono se tornó más moderado—. Estados Unidos ha asegurado a los chinos una conexión más sólida a la infraestructura de la base lunar, se han firmado nuevos acuerdos para la asistencia mutua en el espacio y se han ampliado las competencias de los ya existentes; Estados Unidos y China se han puesto de acuerdo en firmar algunos acuerdos comerciales que hasta ahora eran bastante controvertidos. —Con tono positivo, optimista, y una sonrisa de «Que duerma usted bien», la presentadora añadió—: La marejada se ha calmado. Con el mismo ahínco con que antes se pedía la cabeza, ahora sólo se ven gestos de buena voluntad. Y todo por una sencilla razón: ambas economías no pueden existir la una sin la otra. El estrecho vínculo de estos dos gigantes comerciales, Estados Unidos y China, no soportaría una guerra, que sólo conseguiría destruir posesiones propias en un territorio supuestamente enemigo. Con moderado entusiasmo se habla ahora de una cooperación más estrecha en el futuro, lo que coloca a ambas potencias en una mejor situación para aspirar al predominio en la Luna. Mientras tanto, los países con programas espaciales continúan bregando por obtener la patente de Julian Orley, quien en estos días ha partido hacia el espacio con un ilustre grupo, curiosamente multinacional, de invitados selectos, tal vez para recapitular sobre la actitud exclusivista estadounidense, pero tal vez también para mostrarles a sus invitados, desde lejos, la visión de nuestro pequeño y frágil planeta, y recordarles que las confrontaciones bélicas no son beneficiosas para nadie. Con ese mismo espíritu, yo les deseo a ustedes que pasen una buena noche.
Jericho sorbió el último resto de espuma de la botella.
Una raza curiosa, la humanidad. Volaba a la Luna y abusaba de niños pequeños.
Apagó el televisor, dio una patada a la caja de cartón y se fue a la cama con la esperanza de poder dormir.
21 de mayo de 2025
—En un principio, se pensó situar el Stellar Dome en el punto más alto, allí donde ahora se encuentra el restaurante con la cúpula de cristal —explicaba Lynn Orley mientras el grupo pasaba delante hacia el vestíbulo—. Pero eso duró hasta que, durante la exploración de la isla, nos topamos con algo que nos obligó a echar por la borda todos nuestros planes previos. La montaña nos ofrecía una alternativa en la que nosotros apenas habíamos pensado.
Esa noche, la de su tercer y último día de estancia en la Isla de las Estrellas, el grupo de viajeros esperaba disfrutar del preludio a la gran aventura. Lynn los condujo hasta un corredor amplio y cerrado situado al fondo del vestíbulo.
—Nadie debe de haber pasado por alto que el hotel Stellar Island tiene el aspecto de un vapor transoceánico varado en el volcán, que, oficialmente, está inactivo. —Lynn notó cierta inquietud entre algunos de los presentes. Sobre todo en la imaginación de Momoka Omura, quien creyó estar viendo los torrentes de lava deslizándose por el salón, estropeándole la noche definitivamente—. Tanto en la cima como a lo largo del flanco, predominan temperaturas moderadas, agradablemente frescas y muy apropiadas para almacenar alimentos y bebidas, para alojar en ellas las bombas, los generadores y las instalaciones de depuración, la conserjería y otras dependencias. Y aquí, justo detrás de mí —dijo volviendo la cabeza hacia unas mamparas—, estaba previsto instalar las oficinas. Empezamos a perforar la roca, pero al cabo de pocos metros tropezamos con una dislocación del terreno que se ampliaba formando una cueva, y al final de esa cueva...
Lynn Orley colocó la palma de su mano sobre un escáner y los batientes de las puertas se deslizaron hacia ambos lados.
—...estaba el Stellar Dome.
Un corredor escarpado con paredes bastamente labradas se extendía más allá de la entrada y torcía luego bruscamente, ocultando a las miradas lo que había más allá. Lynn notó la curiosidad en los rostros, vio excitación y entusiasmo previo. Sólo Momoka Omura parecía haber perdido todo interés y miraba circunstancialmente hacia el techo, sobre todo después de haber oído que no se asaría entre piedras de lava ardiente.
—¿Alguna pregunta? —Lynn dejó que una misteriosa sonrisa rodeara las comisuras de sus labios—. En ese caso, vamos.
Un
collage
de sonidos la rodeó, unos sonidos que parecían todos de origen natural. Se oyeron crujidos, murmullos, ecos y goteos, y adicionalmente, unas secciones orquestales crearon una atmósfera que parecía fuera del tiempo. La idea de Lynn de accionar la tecla de las emociones sin caer en lo «disneyco» surtió su efecto: sonidos al borde del límite de la percepción, destinados a generar con sutileza ciertos ambientes, para lo cual se había necesitado una complicada instalación técnica cuyo resultado, ahora, superaba toda expectativa. Las puertas se cerraron tras ellos y, de ese modo, quedaron aislados de la aireada y confortable atmósfera del vestíbulo.
—Esta sección sí que la construimos nosotros —explicó Lynn—. Justo detrás de ese recodo empieza la parte natural. El sistema de cuevas atraviesa todo el flanco oriental del volcán; ustedes podrían estar caminando por allí durante horas y horas, pero hemos preferido cerrar las galerías. Por otra parte, correríamos el riesgo de que alguno se nos perdiera en el mismísimo corazón de la Isla de las Estrellas.
Más allá del recodo, el corredor se ampliaba de forma considerable. Se hacía más oscuro. Las sombras pasaban rápidamente sobre el basalto dentellado como si se tratara de animales asustados y extraños que se ponían a resguardo ante las hordas de turistas. El eco de los pasos parecía anteceder y seguir al grupo al mismo tiempo.
—¿Cómo se forman estas cuevas? —preguntó Bernard Tautou alzando la cabeza—. He visto varias de ellas, pero siempre he olvidado preguntarlo.
—Las causas son diversas. Tensiones en la piedra, filtraciones de agua, desprendimientos. Los volcanes son estructuras porosas, cuando se enfrían, a menudo quedan espacios huecos. En este caso, con toda probabilidad, se trata de canales de desagüe para la lava.
—Estupendo —vociferó Donoghue—. Hemos acabado justo en el arroyo.
El pasillo describía una curva, se estrechaba y se ampliaba luego formando un espacio casi circular. A lo largo de las paredes se veían motivos que parecían salidos de los albores de la humanidad; algunos eran pintados, otros habían sido cincelados en la roca. Estrafalarias formas de vida miraban a los visitantes desde la semipenumbra, con ojos oscuros como un abismo, con cuernos, colas y cabezas cubiertas con cosas parecidas a cascos, a las que les salían unas protuberancias con forma de antenas. Alguna vestimenta hacía pensar en trajes espaciales. Vieron criaturas que parecían acopladas a complicadas maquinarias. Un imponente relieve rectangular mostraba una figura humanoide en posición fetal que hacía uso de una palanca y un interruptor. El sonido de fondo se volvió misterioso.
—Terrorífico —suspiró Miranda Winter, complacida.
—Espero que lo sea —sonrió Lynn—. A fin de cuentas, hemos reunido aquí algunos de los ejemplos más enigmáticos de los albores de la creación humana. Reproducciones, por supuesto. Las figuras con los trajes de rayas, por ejemplo, fueron descubiertas en Australia y encarnan, según la tradición, a los hermanos del rayo, Yagjagbula y Yabiringl. Algunos estudiosos los toman por astronautas. Al lado está el llamado dios Marte; en su origen, era un dibujo hecho en la roca, oriundo del Sahara, y tenía seis metros de altura. Las criaturas de la izquierda, que levantan las manos como para saludar, fueron halladas en Italia.
—¿Y esto de aquí? —Eva Borelius se había detenido delante del relieve y lo contemplaba con interés.
—¡Es nuestro mejor ejemplar! Un artefacto maya. La losa sepulcral del rey Pacal de Palenque, una antigua ciudad de pirámides en la región mexicana de Chiapas. Se supone que representa el descenso del gobernante al inframundo, simbolizado por las fauces abiertas de una serpiente gigante. —Lynn se detuvo a su lado—. ¿Qué ve usted ahí?
—Resulta difícil decirlo. Parece como si estuviera sentado en un cohete.
—¡Exactamente! —exclamó Ögi, acudiendo presuroso—. ¿Y sabe usted una cosa? ¡Esa interpretación hay que agradecérsela a un suizo!
—Venga ya.
—¿No conoce usted a Erich von Däniken?
—¿No era un chiflado soñador? —dijo Borelius, sonriendo fríamente—. ¿Uno de esos que veían extraterrestres por todas partes?
—¡Fue un visionario! —la corrigió Ögi—. ¡Uno de los grandes!
—Perdón —dijo Karla Kramp, tosiendo ligeramente—. Pero su visionario ha sido refutado con bastante regularidad.
—Bueno, ¿y qué?
—Yo sólo quiero entender por qué dice que es uno de los grandes.
—¿Cuántas veces cree usted, querida, que han refutado la Biblia? —exclamó Ögi—. Sin soñadores, el mundo sería más aburrido, mediocre y soso. ¡A quién le importa si tenía o no razón! ¿Por qué alguien siempre ha de tener la razón para ser grande?
—Lo siento. Soy médico. Si no tengo la razón, ninguno de mis pacientes, por lo general, llegaría a la conclusión de que soy grande.
—Lynn, ¿puedes venir aquí un momento? —dijo Evelyn Chambers—. ¿De dónde procede esto? Parece como si volaran.
Surgieron algunas conversaciones, los conocimientos superficiales empezaron a echar sus flores. Se admiraron motivos y se debatió sobre ellos. Lynn ofreció explicaciones e hipótesis. Era la primera vez que un grupo de visitantes recorría la cueva. Su plan de preparar anímicamente a los huéspedes para lo que vendría luego, mostrándoles dibujos y esculturas prehistóricas, estaba dando resultado. Finalmente, reunió a la tropa y la sacó de la galería hacia el nuevo trecho del pasillo, más escarpado y oscuro...
Y también más caluroso.
—¿Qué estruendo es ése? —preguntó asombrada Miranda Winter—. ¡Bum, bum! ¿Es normal?
En efecto, un vago estruendo que salía de las profundidades de la montaña se mezclaba con el sonido de fondo y creaba una atmósfera amenazante. Unos vapores rojizos flameaban sobre la roca.
—Hay algo ahí —susurró Aileen Donoghue—. Una luz. —Vamos, Lynn —dijo Marc Edwards riendo—. ¿Adónde nos llevas?
—Debemos de estar en las profundidades, ¿no? —Era la primera vez que Rebecca Hsu se pronunciaba. Desde su llegada había estado telefoneando sin parar, inaccesible para cualquiera.
—Estamos a unos ochenta metros apenas —respondió Lynn, que, con pasos largos, caminó en dirección a un nuevo recodo sumergido en la luz titilante de un fuego.
—Suspense —comentó O'Keefe.
—Venga ya, es puro teatro —replicó Warren Locatelli con altivez—. Estamos entrando en un mundo desconocido, eso es lo que debe sugerir la atmósfera. Las entrañas de la Tierra, el interior de un planeta extraño, alguna tontería de ésas.
—Esperen —dijo Lynn.
—¿Qué otra cosa espectacular veremos a continuación? —preguntó Momoka Omura intentando quitar magia al ambiente, mientras que, por el sonido de su voz, podía inferirse que los torrentes de lava comenzaban a fluir de nuevo por su cabeza—. Una cueva, otra más. Estupendo.
El estruendo fue en aumento.
—Bueno, me parece que... —empezó diciendo Evelyn Chambers, pero se detuvo en medio de la frase y exclamó—: ¡Madre mía!
Habían dejado atrás el recodo. Un monstruoso calor se les echó encima. El pasillo se amplió, unas brasas pulsantes lo cruzaban. Algunos de los huéspedes se detuvieron abruptamente, otros se atrevieron a avanzar con paso vacilante. A mano derecha, la roca se abría y dejaba ver una bóveda enorme y colindante de la que subían el estruendo y el bramido con una intensidad que sofocaba todas las conversaciones. Un lago resplandeciente llenaba la cámara hasta la mitad, un lago hirviente y burbujeante que escupía unos chorros de color rojo amarillento. Unas agujas de basalto se erguían desde aquel raudal viscoso hasta el techo en forma de cúpula, que titilaba de un modo fantasmal a causa del reflejo. Con callada alegría, Lynn estudió el temor, la fascinación, el desconcierto; vio a Heidrun Ögi alzar las manos para protegerse del calor. Su pelo blanco y su piel parecían arder. Cuando se acercó con paso inseguro, por un momento pareció como acabada de salir del infierno.