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Authors: Mircea Eliade

Tags: #Ensayo, Religión

Lo sagrado y lo profano (13 page)

BOOK: Lo sagrado y lo profano
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Los hebreos se volvían hacia Yahvé después de las catástrofes históricas y ante la inminencia de un aniquilamiento regido por la Historia. Los primitivos se acordaban de sus Seres superiores en los casos de catástrofe cósmica. Pero el sentido de este retorno al Dios celeste es el mismo en unos y otros: en una situación en extremo crítica, donde está en juego la propia existencia de la colectividad, se abandona a las divinidades que aseguran y exaltan la Vida en tiempo normal para ir al reencuentro del Dios supremo. Hay en esto, aparentemente, una gran paradoja: las divinidades que, entre los primitivos, sustituyeron a los dioses de estructura celeste, eran, como los Baales y Astartés de los hebreos, divinidades de la fecundidad, de la opulencia, de la plenitud vital; en resumen, divinidades que exaltaban y amplificaban la Vida, tanto la cósmica —vegetación, agricultura, rebaños— como la humana. En apariencia, estas divinidades eran fuertes,
poderosas
. Su actualidad religiosa se explicaba precisamente por su fuerza, por sus reservas vitales ilimitadas, por su fecundidad.

Y, con todo, sus adoradores, tanto los primitivos como los hebreos, tenían la sensación de que todas estas Grandes Diosas y todos estos dioses agrarios eran incapaces de
salvarlos
, de asegurarles la existencia en los momentos realmente críticos. Estos dioses y diosas no podían sino
reproducir
la Vida y
aumentarla; y
, lo que es más, no podían desempeñar esta función más que en época «normal» ; divinidades que regían admirablemente los ritmos cósmicos se mostraban incapaces de
salvar
el Cosmos o la sociedad humana en un momento de crisis (crisis «histórica» entre los hebreos).

Las diversas divinidades que sustituyeron a los Seres supremos acumularon las potencias más
concretas
y más deslumbrantes, las potencias de la Vida. Pero, por eso mismo, se han «especializado» en la
procreación
y han perdido los poderes más sutiles, más «nobles», más «espirituales» de los
Dioses creadores
. Al descubrir la sacralidad de la Vida, el hombre se ha dejado arrastrar progresivamente por su propio descubrimiento: se ha abandonado a las hierofanías vitales y se ha alejado de la sacralidad que trascendía sus necesidades inmediatas y cotidianas.

4

Perennidad de los símbolos celestes

Observemos, sin embargo, que, aun cuando la vida religiosa no está ya dominada por los dioses celestes, las regiones siderales, el simbolismo uranio, los mitos y los ritos de ascensión, etc., conservan
un lugar preponderante en la economía de lo sagrado
. Lo que está «en lo alto», lo «elevado», continúa revelando lo
trascendente
en cualquier contexto religioso. Alejado del culto y enclavado en las mitologías, el Cielo se mantiene presente en la vida religiosa por el artificio del simbolismo. Y este simbolismo celeste impregna y sostiene a su vez multitud de ritos (de ascensión, de escalada, de iniciación, de realeza, etc.), de mitos (el Árbol cósmico, la Montaña cósmica, la cadena de flechas que une la Tierra con el Cielo, etc.), de leyendas (el vuelo mágico, etc.). El simbolismo del «Centro del Mundo», cuya enorme difusión hemos visto, ilustra asimismo la importancia del simbolismo celeste: es en un «Centro» donde se efectúa la comunicación con el Cielo, y ésta constituye la imagen ejemplar de la trascendencia.

Podría decirse que la estructura misma del Cosmos conserva viva la reminiscencia del Ser supremo celeste. Tal como si los dioses hubieran creado el Mundo de tal guisa
que no pudiera dejar de reflejar su existencia
; pues ningún mundo es posible sin la verticalidad, y esta dimensión, por sí sola, evoca la trascendencia.

Expulsado de la vida religiosa propiamente dicha, lo
sagrado celeste
permanece activo a través del simbolismo. Un símbolo religioso transmite su mensaje aun cuando no se le capte
conscientemente
en su totalidad, pues el símbolo se dirige al ser humano integral, y no exclusivamente a su inteligencia.

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Estructura del simbolismo acuático

Antes de hablar de la Tierra nos es preciso presentar las valoraciones religiosas de las Aguas
[60]
, y esto por dos razones: 1.a) Las Aguas existían antes que la Tierra (como dice el
Génesis
, «las tinieblas cubrían la superficie del abismo y el Espíritu de Dios se cernía sobre las Aguas»); 2.a) analizando los valores religiosos de las Aguas, se aprehende mejor la estructura y la función del símbolo. Pues el simbolismo desempeña un papel considerable en la vida religiosa de la humanidad; gracias a los símbolos, el Mundo se hace «transparente», susceptible de «mostrar» la trascendencia.

Las Aguas simbolizan la suma universal de las virtualidades; son
fons et origo
, el depósito de todas las posibilidades de existencia; preceden a toda forma y
soportan
toda creación. Una de las Imágenes ejemplares de la Creación es la de la Isla que «aparece» de repente en medio de las olas. Por el contrario, la inmersión simboliza la regresión a lo preformal, la reintegración al modo indiferenciado de la preexistencia. La emersión repite el gesto cosmogónico de la manifestación formal; la inmersión equivale a una disolución de las formas. Por ello, el simbolismo de las Aguas implica tanto la muerte como el renacer. El contacto con el agua implica siempre una regeneración: no sólo porque la disolución va seguida de un «nuevo nacimiento», sino también porque la inmersión fertiliza y multiplica el potencial de vida. A la cosmogonía acuática corresponden, a nivel antropológico, las hidrogonías: las creencias según las cuales el género humano ha nacido de las Aguas. Al diluvio o a la submersión periódica de los continentes (mitos del tipo «Atlántida») corresponde, a nivel humano, la «segunda muerte» del hombre (la «humedad» y
leimon
de los Infiernos, etc.) o la muerte iniciática por el bautismo. Pero, tanto en el plano cosmológico como en el antropológico, la inmersión en las Aguas equivale no a una extinción definitiva, sino a una reintegración pasajera en lo indistinto, seguida de una nueva creación, de una nueva vida o de un «hombre nuevo», según se trate de un momento cósmico, biológico o soteriológico. Desde el punto de vista de la estructura, el «diluvio» es comparable al «bautismo», y la libación funeraria a las lustraciones de los recién nacidos o a los baños rituales primaverales que proporcionan salud y fertilidad.

Cualquiera que sea el contexto religioso en que se las encuentre, las Aguas conservan invariablemente su función: desintegran, anulan las formas, «lavan los pecados», son a la vez purificaderas y regeneradoras. Su destino es el de preceder a la Creación y reabsorberla, incapaces como son de rebasar su propio modo de ser, es decir, de manifestarse en
formas
. Las Aguas no pueden trascender la condición de lo virtual, de los gérmenes y las latencias. Todo lo que es
forma
se manifiesta por encima de las Aguas, separándose de ellas.

Un rasgo es aquí esencial: la sacralidad de las Aguas y la estructura de las cosmogonías y de los apocalipsis acuáticos
no podrían revelarse íntegramente más que a través del simbolismo acuático
, que representa el único «sistema» capaz de articular todas las revelaciones particulares de las innumerables hierofanías
[61]
. Esta ley es, por lo demás, la de todo simbolismo: es el
contexto
simbólico lo que valoriza las diversas significaciones de las hierofanías. Las «Aguas de la Muerte», por ejemplo, no revelan su profundo sentido más que en la medida en que se conoce la estructura del simbolismo acuático.

6

Historia ejemplar del Bautismo

Los Padres de la Iglesia no han dejado de explotar ciertos valores precristianos y universales del simbolismo acuático, aun tomándose la libertad de enriquecerlos con nuevas significaciones en relación con la existencia histórica de Cristo. Para Tertuliano
(De baptismo
, III-V), el agua ha sido, antes que nada, «el asiento del Espíritu Santo, que la prefería entonces a los demás elementos.:. Fue esta primera agua la que dio origen al viviente para que no hubiera motivo de asombro si con el bautismo las aguas siguen produciendo vida… Todas las especies de agua, por efecto de la antigua prerrogativa que las distinguió en el origen, participan, por tanto, en el misterio de nuestra santificación, una vez que se ha invocado a Dios sobre ellas. Al punto de hacerse la invocación, el Espíritu Santo desciende del cielo, se detiene sobre las aguas que santifica con su presencia, y santificadas de este modo se impregnan del poder de santificar a su vez… Las aguas que daban remedio a los males del cuerpo curan ahora el alma; deparaban antaño la salud temporal, restauran ahora la vida eterna…»

El «hombre viejo» muere por inmersión en el agua y da nacimiento a un nuevo ser regenerado. Este simbolismo lo expresa admirablemente Juan Crisóstomo
(Homil. in Ioh.
, XXV, 2), quien, a propósito de la multivalencia simbólica del bautismo, escribe: «Representa la muerte y la sepultura, la vida y la resurrección… Cuando sumergimos nuestra cabeza en el agua como en un sepulcro, el hombre viejo queda inmerso, sepultado por completo; cuando salimos del agua, el hombre nuevo aparece simultáneamente.»

Como se ve, las interpretaciones aducidas por Tertuliana y Juan Crisóstomo armonizan perfectamente con la estructura del simbolismo acuático.
Sin embargo, intervienen en la valoración cristiana de las Aguas ciertos elementos nuevos ligados a una «historia», en este caso la Historia sagrada
. Hay, ante todo, la valoración del bautismo como descenso al abismo de las Aguas para sostener un duelo con el monstruo marino. Este descenso tiene un modelo: el de Cristo en el Jordán, que era al mismo tiempo un descenso a las Aguas de la Muerte. Como escribe Cirilo de Jerusalén, «el dragón Behemoth, según Job, estaba en las Aguas y recibía al Jordán en su garganta. Mas como era preciso romper las cabezas del dragón, Jesús, habiendo descendido a las Aguas, encadenó al fuerte, para que adquiriésemos la facultad de caminar sobre los escorpiones y las serpientes»
[62]
.

Viene a continuación la valoración del bautismo, como repetición del Diluvio. Según Justino, Cristo, nuevo Noé, habiendo salido victorioso de las Aguas, se erigió en jefe de una raza. El Diluvio prefigura tanto el descenso a las profundidades marinas como el bautismo. «El Diluvio era, pues, una imagen que el bautismo acaba de realizar… Lo mismo que Noé se enfrentó con el Mar de la Muerte, en el cual la humanidad pecadora fue aniquilada y salió de él, recién bautizado desciende a la piscina bautismal para enfrentarse con el Dragón del mar en un combate supremo y salir victorioso»
[63]
.

Pero, sin salimos aún del rito bautismal, también pone a Cristo en parangón con Adán. El paralelo Adán-Cristo ocupa ya un lugar considerable en la teología de San Pablo. «Por el bautismo —afirma Tertuliano—, el hombre recupera la semejanza con Dios»
(De bapt.
, V). Para Cirilo, «el bautismo no es sólo purificación de los pecados y gracia de la adopción, sino también
antitypos
de la Pasión de Cristo». La desnudez bautismal, asimismo, comporta una significación ritual y metafísica a la vez: es el abandono del «viejo vestido de corrupción y de pecado del cual el bautizado se despoja, siguiendo a Cristo, ese vestido con que se había revestido Adán después del pecado»
[64]
, pero también significa el retorno a la primitiva inocencia, a la condición de Adán antes de la caída. «¡Oh cosa admirable!— escribe Cirilo—. Estabais desnudos ante los ojos de todos sin sentir vergüenza. Es que en verdad llevabais en vosotros la imagen del primer Adán, que estaba desnudo en el Paraíso sin sentir vergüenza»
[65]
.

Según este puñado de textos, se da uno cuenta del sentido de las innovaciones cristianas: por una parte, los Padres buscaban correspondencias entre los dos Testamentos; por otra, mostraban que Jesús había cumplido realmente las promesas hechas por Dios al pueblo de Israel. Pero conviene observar que
estas nuevas valoraciones del simbolismo bautismal no contradicen el simbolismo acuático difundido universalmente
. Todo reaparece en él: Noé y el Diluvio tienen como correlato, en innumerables tradiciones, el cataclismo que puso fin a la «humanidad» («sociedad») con la sola excepción de un hombre que habría de convertirse en el Antepasado mítico de una nueva humanidad. Las «Aguas de la Muerte» son un
leitmotiv
de las mitologías paleo-orientales, asiáticas y de Oceanía. El Agua «mata» por excelencia: disuelve, borra toda forma. Y precisamente por esto es rica en «gérmenes», es creadora. El simbolismo de la desnudez bautismal tampoco es privilegio exclusivo de la tradición judeo-cristiana. La desnudez ritual equivale a la integridad y a la plenitud; el «Paraíso» implica la ausencia de «vestidos», es decir, ausencia de «desgaste» (imagen arquetípica del Tiempo). Toda desnudez ritual implica un modelo intemporal, una imagen paradisíaca.

Los monstruos del abismo reaparecen en multitud de tradiciones: los héroes, los iniciados, descienden al fondo del abismo para enfrentarse con los monstruos marinos; se trata de una prueba típicamente iniciática. Ciertamente, en la historia de las religiones, abundan las variantes: a veces los dragones montan la guardia alrededor de un «tesoro», imagen sensible de lo sagrado, de la realidad absoluta; la victoria ritual (iniciática) contra el monstruo-guardián equivale a la conquista de la inmortalidad
[66]
. El bautismo es, para el cristiano, un sacramento por haber sido instituido por Cristo. Pero no por ello deja de recoger el ritual iniciático de la prueba (lucha contra el monstruo), de la muerte y la resurrección simbólicas (el nacimiento del hombre nuevo). No decimos que el cristianismo o el judaismo hayan tomado en «préstamo» tales mitos o símbolos de las religiones de los pueblos vecinos; no era necesario: el judaismo era heredero de una prehistoria y de una larga historia religiosa donde todas esas cosas existían ya. Incluso no era necesario que tal o cual símbolo fuera conservado «despierto», en su integridad, por el judaismo. Bastaba con que sobreviviera un grupo de imágenes, aunque fuera oscuramente, desde los tiempos premosaicos. Tales imágenes y tales símbolos eran capaces de recobrar, en cualquier momento, una poderosa actualidad religiosa.

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