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Authors: Mircea Eliade

Tags: #Ensayo, Religión

Lo sagrado y lo profano (11 page)

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Historia sagrada, Historia, historicismo

Recapitulemos: el hombre religioso conoce dos clases de Tiempo: profano y sagrado. Una duración evanescente y una «serie de eternidades» recuperables periódicamente durante las fiestas que constituyen el calendario sagrado. El tiempo litúrgico del calendario se desarrolla en circulo cerrado: es el Tiempo cósmico del Año, santificado por las «obras de los dioses». Y puesto que la obra divina más grandiosa ha sido la Creación del Mundo, la conmemoración de la cosmogonía desempeña un papel importante en muchas religiones. El Año Nuevo coincide con el primer día de la Creación. El Año es la dimensión temporal del Cosmos. Se dice «el Mundo ha pasado» cuando ha transcurrido un año.

Cada Año Nuevo se reitera la cosmogonía, se recrea el Mundo, y con ello se «crea» también el Tiempo, se le regenera «comenzándolo de nuevo». Sirve también el mito cosmogónico de modelo ejemplar a toda «creación» a toda «construcción» y se le emplea asimismo como medio ritual de curación. Al hacerse simbólicamente contemporáneo de la Creación, se reintegra la plenitud primordial. El enfermo se cura porque recomienza su vida con un acopio intacto de energía.

La fiesta religiosa es la reactualización de un acontecimiento primordial, de una «historia sagrada» cuyos protagonistas son los dioses o los Seres semidivinos. Ahora bien: la «historia sagrada» es referida por los mitos. Por consiguiente, los participantes en la fiesta se hacen contemporáneos de los dioses y de los Seres semidivinos. Viven en el Tiempo primordial santificado por la presencia y la actividad de los dioses. El calendario sagrado regenera periódicamente el Tiempo, porque lo hace coincidir con el
Tiempo del origen
, el Tiempo «fuerte» y «puro». La experiencia religiosa de la fiesta, es decir, la participación en lo sagrado, permite a los hombres vivir periódicamente en la presencia de los dioses. De ahí la importancia capital de los mitos en las religiones premosaicas, pues los mitos relatan los
gesta
de los dioses, y estos
gesta
constituyen los modelos ejemplares de todas las actividades humanas. En la medida en que imita a sus dioses, el hombre religioso vive en el
Tiempo del origen
, el Tiempo mítico. Se «sale» de la duración profana para enlazar con un Tiempo «inmóvil», con la «Eternidad».

Dado el que los mitos constituyen su «historia santa», el hombre religioso de las sociedades primitivas ha de cuidarse bien de no olvidarlos: al reactualizar los mitos, se aproxima a sus dioses y comparte su santidad. Pero hay también «historias divinas trágicas», y el hombre asume una gran responsabilidad ante sí mismo y ante la naturaleza al reactualizarlas periódicamente. El canibalismo ritual, por ejemplo, es secuela de una concepción religiosa trágica.

En resumen, por la reactualización de sus mitos, el hombre religioso se esfuerza por aproximarse a los dioses y por participar en el Ser; la imitación de los modelos ejemplares divinos expresa a la vez su deseo de santidad y su nostalgia ontológica.

En las religiones primitivas y arcaicas, la eterna repetición de los gestos divinos se justifica en tanto que
imitatio dei
. El calendario sagrado recoge anualmente las mismas fiestas, la conmemoración de los mismos acontecimientos míticos. Propiamente hablando, el calendario sagrado se presenta como el «eterno retorno» de un número limitado de gestos divinos, y esto es cierto no sólo en las religiones primitivas, sino también en las demás religiones. Por todas partes el calendario de las fiestas constituye un retorno periódico de las mismas situaciones primordiales y, por consiguiente, la reactualización del Tiempo sagrado. Para el hombre religioso, la reactualización de los mismos acontecimientos míticos constituye su mayor esperanza: en cada reactualización reencuentra la oportunidad de transfigurar su existencia y hacerla semejante al modelo divino. En una palabra: para el hombre religioso de las sociedades primitivas y arcaicas la eterna repetición de gestos ejemplares y el eterno reencuentro con el mismo Tiempo mítico del origen, santificado por los dioses, no implica en absoluto una visión pesimista de la vida; antes bien, gracias a dicho «eterno retorno» a las fuentes de lo sagrado y de lo real, le parece que se salva la existencia humana de la nada y de la muerte.

La perspectiva cambia por completo cuando
el sentido de la religiosidad cósmica se oscurece
. Es lo que sucede en algunas sociedades más evolucionadas, en el momento en que las
élites
intelectuales se desligan progresivamente de los marcos de la religión tradicional. La santificación periódica del Tiempo cósmico aparece entonces como inútil e insignificante. Los dioses dejan de ser accesibles a través de los ritmos cósmicos. La significación religiosa de la repetición de los gestos ejemplares se pierde. Ahora bien:
la repetición despojada de su contenido religioso conduce necesariamente a una visión pesimista de la existencia
. Cuando deja de ser un vehículo para reintegrar una situación primordial y para reencontrar la presencia misteriosa de los dioses, cuando
se desacraliza
, el Tiempo cíclico se hace terrorífico: se revela como un círculo que gira indefinidamente sobre sí mismo, repitiéndose hasta el infinito.

Es lo que ha sucedido en la India, donde la doctrina de los ciclos cósmicos
(yuga
) ha sido sabiamente elaborada. Un ciclo completo, un
mahayuga
, comprende doce mil años. Se termina con una «disolución», un
pralaya
, que se repite de una manera más radical
(mahapralaya
, la «Gran Disolución») al final del milésimo ciclo. Pues el esquema ejemplar: «creación-destrucción-creación, etc.», se reproduce hasta el infinito. Los doce mil años de un
mahayuga
se consideran como «años divinos» que duran cada uno trescientos sesenta años, lo que da un total de cuatro millones trescientos veinte mil años para un solo ciclo cósmico. Un millar de tales
maháyuga
constituye un
kalpa
(«forma»); catorce
kalpa
forman un
manvantara
(llamado asi porque se supone que cada
manvantára
está regido por un Manu, el Antepasado-Rey mítico). Un
kalpa
equivale a un día de la vida de Brahma; otro
kalpa
a una noche. Cien de estos «años» de Brahma, es decir, trescientos once billones de años del hombre, constituyen la vida del Dios. Pero ni siquiera esta considerable duración de la vida de Brahma llega a agotar el Tiempo, pues los dioses no son eternos y las creaciones y destrucciones cósmicas prosiguen
ad infinitum
[43]
.

Es el auténtico «eterno retorno», la eterna repetición del ritmo fundamental del Cosmos: su destrucción y su recreación periódica. En suma, es la concepción primitiva del «Año-Cosmos», pero despojada de su contenido religioso. Hay que decir que la doctrina de los
yuga
fue elaborada por las
élites
intelectuales y que, si llegó a ser una doctrina pan-india, no hay que pensar por ello que se reveló en su aspecto terrorífico a todos los pueblos de la India. Eran especialmente las
élites
religiosas y filosóficas las que sentían desesperación ante el Tiempo cíclico que se repetía hasta el infinito. Pues este eterno retorno implicaba, para el pensamiento indio, el eterno retorno a la existencia gracias al
karma
, la ley de la causalidad universal. Por otra parte, el Tiempo se equiparaba a la ilusión cósmica
(maya)
, y el eterno retorno a la existencia significaba la prolongación indefinida del sufrimiento y de la esclavitud. Para estas
élites
religiosas y filosóficas no quedaba sino la esperanza de la no-vuelta a la existencia, de la abolición del
karma
; en otros términos: la definitiva liberación
(moksha)
, que implicaba la trascendencia del Cosmos
[44]
.

Grecia conoció asimismo el mito del eterno retorno, y los filósofos de época tardía llevaron a sus últimos límites la concepción del tiempo circular. Citando el bello tratado de H. Ch. Puech: «Según la célebre definición platónica, el tiempo, que determina y mide la revolución de las esferas celestes, es la imagen móvil de la eternidad inmóvil, que imita desarrollándose en círculo. Por consiguiente, el devenir cósmico en su totalidad y, por tanto, la duración de este mundo nuestro de generación y corrupción se desarrollarán en círculo o según una sucesión indefinida de ciclos en cuyo transcurso la misma realidad se hace, se deshace, se rehace, conforme a una ley y a alternativas inmutables. No sólo la misma suma de ser se conserva sin que nada se pierda ni se cree, sino que algunos pensadores de la antigüedad agonizante —pitagóricos, estoicos, platónicos—, llegaron incluso a admitir que en el interior de cada uno de estos ciclos de duración, de estos
aiones
, de estos
aeva
, se reproducen las mismas situaciones que se produjeron ya en los ciclos anteriores y se reproducirán en los ciclos subsiguientes, y esto hasta el infinito. Ningún acontecimientos es único ni se representa una sola vez (por ejemplo, la condena y muerte de Sócrates), sino que se ha representado y representará a perpetuidad; los mismos individuos han aparecido, aparecen y reaparecerán a cada vuelta del círculo sobre sí mismo. La duración cósmica es repetición y
anakyklesis
, eterno retorno»
[45]
.

Con relación a las religiones arcaicas y paleo-orientales, así como en relación con las concepciones mítico-filosóficas del eterno retorno, tal como fueron elaboradas en la India y en Grecia, el judaismo presenta una innovación fundamental.
Para el judaismo, el Tiempo tiene un comienzo y tendrá un fin
. La idea del tiempo cíclico se ha superado. Yahvé no se manifiesta ya en el
Tiempo cósmico
(como los dioses de otras religiones), sino en un
Tiempo histórico
, que es irreversible. Cada nueva manifestación de Jahvé en la Historia no es reducible a una manifestación anterior. La destrucción de Jerusalén expresa la cólera de Yahvé contra su pueblo, pero no es la misma cólera que Yahvé había manifestado con la destrucción de Samaria. Sus gestos son intervenciones
personales
en la Historia y no revelan su profundo sentido más que
para su pueblo
, el pueblo que Yahvé
ha escogido
. El acontecer histórico gana aquí una nueva dimensión: se convierte en una
teofanía
[46]
.

El cristianismo va aún más lejos en la valorización del
Tiempo histórico
. Por haber
encarnado
Dios, por haber asumido
una existencia humana históricamente condicionada
, la Historia se hace susceptible de santificarse. El
illud tempus
evocado por los Evangelios es un Tiempo histórico claramente limitado —el tiempo en que Poncio Pilato era gobernador de Judea—, pero
fue santificado
por la presencia de Cristo. El cristiano contemporáneo que participa en el tiempo litúrgico se incorpora al
illud tempus
en que vivió, agonizó y resucitó Jesús; pero no se trata ya de un Tiempo mítico, sino del Tiempo en que Poncio Pilato gobernaba Judea. Para el cristiano también el calendario sagrado reproduce indefinidamente los acontecimientos de la existencia de Cristo, pero estos acontecimientos se desarrollaron en la Historia; ya no son hechos que sucedieran en
el origen del Tiempo
, «al comienzo» (con la particularidad que para el cristiano el Tiempo comienza de nuevo con el nacimiento de Cristo, pues la encarnación funda una situación nueva del hombre en el Cosmos). Resumiendo, la Historia se presenta como una nueva dimensión de la presencia de Dios en el mundo. La
Historia
vuelve a ser
Historia santa
, tal como se la concebía, pero en una perspectiva mítica, en las religiones primitivas y arcaicas
[47]
.

El cristianismo conduce a una
teología
y no a una filosofía de la Historia, pues las intervenciones de Dios en la Historia, y especialmente la encarnación en la persona histórica de Jesucristo, tienen un fin trans-histórico: la
salvación
del hombre.

Hegel vuelve a tomar la ideología judeo-cristiana y la aplica a la Historia universal en su totalidad: el Espíritu universal se manifiesta
continuamente
en los acontecimientos históricos, y no se manifiesta más que en ellos. La Historia se convierte, pues,
en su totalidad
, en una teofanía: todo lo que ha sucedido en la Historia
debía suceder asi
, porque así lo ha querido el Espíritu Universal. Con ello se deja abierto el camino a las diferentes formas de filosofía historicista del siglo XX. Aquí se detiene nuestra investigación, pues todas estas nuevas valorizaciones del Tiempo y de la Historia pertenecen a la historia de la filosofía. Sin embargo, hay que añadir que el historicismo se constituye como un producto de descomposición del cristianismo: concede una importancia decisiva al hecho histórico (que es una idea de origen judeo-cristiano), pero al
hecho histórico en cuanto tal
, es decir, denegándole toda posibilidad de revelar una intención soteriológica, transhistórica
[48]
.

En lo que concierne a las concepciones del Tiempo en que se han detenido algunos filósofos historicistas y existencialistas, no deja de tener su interés una observación: a pesar de no ser concebido ya como un «círculo», el Tiempo recupera, en estas filosofías modernas, el aspecto terrorífico que tenía en las filosofías india y griega del Eterno Retorno. Definitivamente desacralizado, el Tiempo se presenta como una duración precaria y evanescente que conduce irremediablemente a la muerte.

III
LA SACRALIDAD DE LA NATURALEZA Y LA RELIGIÓN CÓSMICA

Para el hombre religioso, la Naturaleza nunca es exclusivamente «natural»: está siempre cargada de un valor religioso. Y esto tiene su explicación, puesto que el Cosmos es una creación divina: salido de las manos de Dios, el Mundo queda impregnado de sacralidad. No se trata únicamente de una sacralidad comunicada por los dioses, por ejemplo, la de un lugar o un objeto consagrado por una presencia divina. Los dioses han ido más allá:
han manifestado las diferentes modalidades de lo sagrado en la propia estructura del Mundo y de los fenómenos cósmicos
.

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