Los cipreses creen en Dios (45 page)

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Authors: José María Gironella

Tags: #Histórico, #Relato

BOOK: Los cipreses creen en Dios
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La tarde se encendía. Era un momento hermosísimo, propicio a la amistad.

Un pensamiento divirtió a Ignacio. ¿Qué demonios hacía allá, al lado de una muchacha cuyos pendientes bastarían para pagar su carrera y aun sobraría para que Carmen Elgazu y Matías Alvear hicieran su tan suspirado viaje a Mallorca? «¡Qué los débiles no vayan al mar…!» Ahí andaba él, por el Paseo central, opinando sobre marcas de automóvil, ajeno a los suyos, que eran aquellos magníficos gerundenses que se volvían a la estación con la bolsa de la merienda vacía y la piel de la espalda arrancada a jirones.

Y, no obstante, se sentía satisfecho. Le parecía que todo el mundo le miraba. Ana María debía de llamar la atención, con sus dos moños, uno a cada lado, y las cintas de las alpargatas perfectamente entrecruzadas hasta media pierna. ¡Al diablo los escrúpulos! Tomaron asiento sobre una barca muerta en la arena, riendo sin saber de qué.

¿No quería ambiente nuevo? Ahí lo tenía.

Ana María balanceaba sus piernas. Suspiró y dijo:

—Cuéntame cosas…

Un pescador que pasaba oyó la frase.

—¡Anda, hombre, cuéntaselas!

Y la hora avanzaba. El crepúsculo era grandioso.

—Tienes una voz muy serena. Me gusta oírte.

—¿De qué quieres que te hable?

—De lo que quieras.

Ignacio se irguió y quedó frente a la muchacha. La barca era muy pequeña, él se sintió mucho más alto.

Nunca había hallado un ser tan expectante. Nunca a nadie tan dispuesto a escuchar. ¿Dónde había aprendido que de repente se encuentra uno con una alma gemela, solitaria, para la cual vale la pena volcar todo cuanto se lleva en el pecho?

Se entusiasmó.

—¿Ahora…? ¿Va…?

—Va.

Salió todo. Toda la ciencia acumulada en seis años de Bachillerato, en conversaciones con Julio, con David y Olga, con el subdirector y La Torre de Babel. Toda la experiencia de hombre nacido en Málaga, que ha llevado medias negras. De un tema al otro, sin más ilación que su voz. ¡Al diablo el pescador si es que rondaba por allá y le oía!

Habló de la Masonería. Del sistema planetario y del Apocalipsis de San Juan. De que el mundo, mientras ella estaba sentada en aquella barca, ocurrían transformaciones: el comunismo, Hitler… En cuanto al fascismo, no se podía vigilar, como no se podría vigilar la Geometría o la concepción materialista de la Historia. Habló de la línea de los balandros, de la calidad de las piedras de Gerona, de César y del mar. ¡El mar! El milagro que más impresión le causaba —aparte el de la autorresurrección— era el de Jesús caminando sobre el agua. ¡Qué maravilla! Ana María debía de imaginar aquello: un hombre con túnica hasta los pies, cabellera venerable, deslizándose desde el rompeolas en dirección a donde ellos estaban… Sí, en el fondo todo era milagroso. Incluso Gerona. ¡Qué bien se sentía en Gerona! ¿Por qué una gran ciudad? En una gran ciudad la población aumentaba sin que se supiera cómo, los seres venían al mundo ignorándose de dónde ni de quién; en Gerona, en cambio, se tocaba la vida con la mano… Él conocía… ¡En fin! «Prefería la intensidad a la dispersión.» ¿Dónde estaba la victoria? No se sabía. En cuanto a él, cuando fuera abogado, no defendería sino pleitos perdidos. ¡De veras! Pero los ganaría. Y luego, a viajar… Le gustaría mucho Italia, luego Grecia, Egipto y, naturalmente, Rusia. ¡Los rusos se parecían tanto a la gente que ha nacido en Málaga y, luego, tomando la vida en serio! ¿No le parecía que la guitarra era más profunda que…? Olvidó decir que le gustaría ir a Palestina, aunque al parecer en el Santo Sepulcro ocurrían escenas deplorables con las parejas. Pero lo que más miedo le daba era la ciencia… La ciencia avanzaba implacable y si no se hacía buen uso de ella… Tenía un amigo que decía que llegaría un momento en que las inyecciones… Pero no. ¿Había oído hablar de Fontilles? ¿Conocía algún donador de sangre en los Hospitales? Y, sin embargo, peor aún que la ciencia era el maquinismo, el trabajo en serie… ¿Cómo amar el trabajo en tales condiciones? Un tornillo, otro, otro, todos iguales… Ningún obrero ejecutaba una obra entera, sino piezas sueltas. Como si las madres parieran a los hijos una un brazo, otra la pierna, otra la cabeza. Aunque luego todas las piezas casaran, ¿qué? Ya no sería el hijo. ¡En fin! Todo aquello no importaba. Lo importante era ser hombre, avanzar. Avanzar era lo que él hacía. Adelante en la carrera. Ahora pasaría quince días soñando… Luego, otra vez la realidad. Y en cuanto al amor… la verdad es que entendía muy poco… Un cuello de cisne, una Dama de Honor… Si bien ahora, de repente, no sabía lo que le había ocurrido. Llegó un balón azul, por vía marítima, y ¡zas! parecía que le había hinchado el corazón.

Ana María apenas podía respirar. Sus piernas habían quedado inmóviles. Además, acababa de darse cuenta de que la barca se llamaba también Ana María, que Ignacio la había elegido sin que ella se diera cuenta.

—¿Quién eres tú? ¿Quién eres? Nunca nadie me había hablado así. A Ignacio le parecía que se deslizaba sobre el agua…

—Y, sin embargo…

Oscurecía. A la chica le entró una especie de temor. Abandonó su asiento y rogó:

—Vámonos.

Él la siguió, sin oponer resistencia. Cruzaron el paseo en diagonal sin hablar. De repente, Ana María se detuvo. Le miró con fijeza. Iba a decir algo y no podía. Por fin musitó:

—Tengo que dejarte.

—¿Ya…? ¿Por qué?

—Es tarde. Pero te veré esta noche en el baile, espero…

—¿Baile…?

—Sí. ¿No quieres? Ahí en el Casino…

Ignacio preguntó:

—¿Al aire libre?

—No. ¡Bueno! Creo que habrá estrellas… en el techo.

—¿A qué hora empieza?

—A las once.

—Muy bien. Allá estaré.

Se estrecharon las manos. No podían separarse.

—Estoy muy contenta de haberte conocido.

—Yo más que tú.

La vio alejarse. ¡Era cierto! El corazón pedía paso, tenía ganas de chillar y de dar saltos.

Las barcas de pesca se hacían a la mar. Una tras otra eran botadas espectacularmente. Sus pequeños motores estremecían al agua. El gran ojo del faro se encendió.

* * *

Al llegar a la Escuela, contó todo lo ocurrido. David comentó:

—Todo eso está muy bien, pero… ¿sabes que para entrar en el Casino es obligatorio llevar
smoking
?

Capítulo XXI

Querido hijo: Suponemos que estás bien y que te diviertes mucho, ¡Duro, aprovéchate! ¡Ah, si yo estuviera en tu lugar! Temo que perdáis el tiempo hablando de filosofías.

No te pierdas el Circo. Y párate alguna vez ante los charlatanes, que tienen mucha gracia. Sobre todo si está un tal Jimeno, que supongo que sí. También podrías llegarte hasta Palamós, que dicen que es un paisaje formidable.

Aquí, sin novedad. Tu madre guapa como siempre, aunque añorando las calabazas del año pasado. ¿No has oído a nadie que hablara de su tipo? ¡Ja, si lee esto me mata! Pilar dice que a ver si cuando vuelvas te acuerdas de que ella por tu santo te regaló unos gemelos, César está bien, afeitando y tal.

Bueno, nada más. Lo dicho, dicho. Escribe cada tres o cuatro días. Estoy un poco fastidiado porque se me ha estropeado la galena. Pero en fin. Ale, diviértete mucho. Tu padre,

MATÍAS.

Querido Ignacio: No le hagas caso a tu padre, que es un fanfarrón. No sé por qué me casé con él. Yo quiero recordarte, hijo mío, que entre tantas diversiones no te olvides de Dios, que es lo que tu madre te ha enseñado, y que el domingo por poco que puedas vayas a comulgar. En todo caso, no bebas después de las doce, aunque no estés acostado.

Sobre todo no escuches demasiado a los maestros, que ya sabes el miedo que me dan. Nada más, hijo; la cena me espera. Cuídate mucho, no estés demasiado tiempo en el agua. ¿Necesitas algo? Adiós, Ignacio. No te olvides de rezar todas las noches. Escribe mucho. Tu madre te manda miles de besos.

CARMEN ELGAZU.

Luego firmaba Pilar. César ponía:
Un abrazo de tu hermano en Cristo,
CÉSAR.

Otra posdata de Matías:
Saluda a los maestros. Olga debe de estar hecha una campeona de natación.

* * *

Las niñas le preguntaron: «¿Quién te ha escrito, quién te ha escrito?» La letra de su padre era irónica, de viejo lince. La de Carmen Elgazu, clara, algo temblorosa. ¡Pilar hubiera podido añadió algo! Tan charlatana, y cuando tenía que escribir no se le ocurría nada.

A las seis de la tarde, Olga dio orden de recoger las cometas; acto seguido se llevó a los alumnos más jóvenes a dar un paseo por la costa. Ocho, de entre los mayores, quedaron sentados, alineados bajo unos pinos, y David se acercó a ellos con una brizna en los labios. Todos contaban más de diez años de edad.

Ignacio le preguntó al maestro:

—¿Qué pasa hoy? ¿Hay sesión extraordinaria?

—Sí. Ya conoces la fórmula. A partir de los once o doce años, hay que empezar a hablarles en serio. Hoy —y no te rías— me oirás hacer una gran disquisición sobre materia religiosa.

A Ignacio le divirtió la perspectiva. Luego preguntó:

—Pero… ¿entienden algo de eso?

—¡Cómo! Son muy inteligentes. Es sorprendente, te lo juro. Te lo digo para que no te extrañe el lenguaje directo que uso con ellos. Lo captan perfectamente, te lo puedo asegurar.

Ignacio preguntó:

—¿Crees que puedo quedarme?

—¡Claro! Te conocen igual que a mí. Además, sienten por ti mucha simpatía.

Ignacio se sentó cerca del árbol donde estaban los alumnos, reclinándose en un tronco.

David empezó su discurso de pie, junto a un mapa que se había traído de la clase y que representaba el sistema planetario. Lo había colgado entre dos ramas de pino, sujeto con pinzas de tender la ropa.

—Bien. Ya conocéis el plato de hoy. Vamos a hablar de religión. ¿Os interesa?

—Sí, sí. Mucho.

—Mejor. Sólo os pido una cosa, que me interrumpáis lo menos posible, porque no es nada fácil. ¿Estáis cómodos?

—Sí, sí. Estamos muy bien.

—Pues adelante. —Y como siempre, cruzó las manos a la espalda y se levantó sobre la punta de los pies.

—Mirando al pueblo veis varios campanarios, ¿no es eso? Bien. Ya sabéis lo que significan. En todo el país los hay. Esto significa que en nuestra tierra mucha gente —incluso los padres de algunos de vosotros— son católicos. Por cierto que católico significa universal. En otros lugares, en cambio, domina el protestantismo, en otros la fe mahometana, en Asia encontramos infinidad de religiones, algunas de ellas antiquísimas… y cuyos campanarios no hay que decir son muy distintos también de los de San Feliu.

»Nosotros empezaremos hablando del Catolicismo, porque es la religión tradicional en Cataluña y España. Primero: ¿Cuántos católicos hay? Según las últimas estadísticas, unos trescientos millones. Hay, pues, trescientos millones de personas en el planeta que profesan una serie determinada de creencias. ¿Cuáles son las principales? Vamos a ver.

»Primero, creen que el Universo —y señaló el sistema planetario— fue creado de la nada por un Ser omnipotente al que llaman Dios. Que este Dios creó también al primer hombre, Adán, al que insufló lo que llaman alma, que consideran inmortal. Que el fin de este hombre en la tierra es amar a su Creador y unirse luego a Él, después de la muerte. En consecuencia, pues, para los católicos, esta vida es un simple período de prueba. Quien obre bien y muera en gracia de Dios, salvará su alma y gozará de un cielo eterno; quien peque y muera en pecado, se condenará y sufrirá por toda la eternidad junto al Ángel Malo. Éstas son las creencias principales. Las demás: revelación, Juicio… etcétera… son también importantes, pero las veremos más tarde.

»Para llevar… como si dijéramos la contabilidad de todo esto, los católicos viven organizados en una comunidad llamada Iglesia —volvió a señalar los campanarios del pueblo— con un jefe que es el Papa, en Roma, y representantes en todas partes, que son los obispos, sacerdotes, etcétera… Los católicos afirman que Cristo, fundador de nuestra era, que trajo al mundo una doctrina revolucionaria basada en la caridad, era hijo de Dios y que instituyó primer Papa a uno de sus discípulos, a Pedro, al decirle: «Tú eres Pedro y sobre esta piedra edificaré Mi iglesia». Desde entonces ha habido Papas, con la misión de conservar la unidad de la doctrina.

»Para conseguir esta unidad —y juntó las palmas de sus manos— la Iglesia ha ido decretando los llamados dogmas, como, por ejemplo, el de la infalibilidad del Padre Santo, o el de que los cuerpos resucitarán al toque de unas trompetas. Estos dogmas no pueden ser discutidos. Hay que aceptarlos como profesiones de fe. Esta imposición del misterio a muchos les ha parecido un método demasiado fácil.

»Naturalmente, se presentaba un problema. En la práctica, ¿cómo sabrían los fieles si obraban bien u obraban mal? Entonces se eligió el sistema de los mandamientos. Los creyentes se rigen por los mandamientos de la Ley de Dios, en número de diez, y por los de la Iglesia, en número de cinco. Como libro sagrado, adoptaron la Biblia, si bien su interpretación se reserva exclusivamente a la Iglesia.

»Ahora bien, existiendo el mal existe el pecado —mejor dicho el pecado es el mal— y existiendo el bien existen muchos grados de perfección. ¿Qué hacer? Para borrar el primero han instituido la confesión. Para ascender en la segunda, varios otros sacramentos, especialmente el que llaman la comunión, que consiste en ingerir un pedazo de pan sin levadura en el que afirman que está Cristo en persona.

»El catolicismo, pues, recoge al recién nacido, con el bautismo, le acompaña a lo largo de la vida con los mandamientos y los sacramentos, y le deja en el sepulcro con las ceremonias funerarias. Como veis, la estructura es inteligente, modélica, e infinidad de instituciones paganas se han basado en ella para organizarse.

Después de una pausa añadió:

—Esta religión tuvo un momento de gran auge en el mundo, y parecía que se iba a extender por toda la tierra. Empezó a quebrarse con los llamados cismas. Y actualmente va perdiendo más prestigio aún, pues se acusa a los Papas de haber desvirtuado la simplicidad primitiva del Cristianismo, además de que muchas de las fórmulas simbólicas que utilizaban han sido desplazadas por los avances de la ciencia.

»Otra objeción con la que han tropezado siempre ha sido ésta: si en principio sólo existía Dios, y ahora, como dije, existe el mal, ¿quién sino Dios, ha creado el mal, o lo ha hecho posible? Y siguiendo el argumento: Si Dios creó al hombre para que se salvara, ¿por qué lo somete a la prueba de la existencia terrenal, poniéndole en peligro de que se condene por toda la eternidad? Los católicos responden a esto diciendo que lo creó libre porque el hombre libre es más perfecto que no forzado a realizar el bien.

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