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Authors: Carlos Ardohain

Los incógnitos (6 page)

BOOK: Los incógnitos
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Margarita llegó a las diez. Él la estaba esperando, la saludó y empezó con las excusas. Pero ella le dijo:

—Estuve pensando mucho en lo de ayer. Primero me sorprendió, por lo raro de lo que me pidió, pero después entendí que me hizo una confidencia delicada que en el fondo fue una consideración hacia mí. No me pida disculpas por mostrarse humano, por abrirse. Voy a pensar si puedo ayudarlo, si puedo, lo haré.

Fausto quedó mudo, ella sonrió, él también. Entonces hizo un gesto que a ella le pareció encantador: abrió los brazos y extendió las manos, encogió los hombros, inclinó la cabeza y sonrió.

—Lo voy a ayudar, a lo mejor me ayudo a mí también.

Él no dijo nada, le tomó la mano, la llevó a sus labios y se la besó. Después dio la vuelta y se fue hacia el estudio y ella se puso a trabajar.

A eso de las once y media vino el técnico y arregló el asunto de los teléfonos, ahora sonaba sólo uno en un parlante en la pared y cualquiera que fuera atendido interrumpía el sonido. Salió a almorzar y no lo vio al mediodía. Volvió, siguió trabajando y cuando se iba él vino a saludarla y darle las gracias por trabajar con él, que era un individuo difícil, así le dijo.

—Ahora somos dos —le contestó ella.

Se despidieron, viajó hasta su casa pensando durante todo el trayecto si llamar o no esa noche a su amigo del pasado.

29

—¡Salud, socio!

—¡Salud!

—Che, qué bien que salió esto, estoy contento.

—Bueno, pero convengamos que no era muy difícil, estaba medio servido, un tipo que le pone los cuernos a la mujer, ella lo sospecha, nos da todos los datos. Nosotros nos atenemos a mirar y vemos lo que pasa, no hay mucho secreto.

—No, está bien, ya sé, pero somos novatos, y la primera nos sale redonda.

—Eso sí, está buenísimo, pero a mí me parece que vos estás más contento por otra cosa.

—Sos un hijo de puta. Bueno, sí, también, cómo no.

—Y está bien, Tamara es macanuda, buena mina, y linda además.

—A mí me parece lo mismo, pero al revés.

—Sos un personaje, a propósito quiero contarte algo.

—Dale, ¿qué pasa?

—Nada, pero hay algo que no te conté y ahora quiero hacerlo.

—Bueno, pero, ¿qué es?

—Que estoy escribiendo esta historia: nuestra sociedad, la galería, toda esta aventura medio absurda, quiero ver si puedo armar una novelita con esto.

—Ah, pero me parece bárbaro, es una idea genial, lo único: no se lo des a leer a mi mujer porque me corta las bolas.

—«Cualquier parecido con la realidad es mera coincidencia», ¿es así?

—No, para nada.

—Equis, tengo que decirlo: sos un genio emocional.

—¡Salud!

—Mozo, otra cerveza.

30

Margarita llegó a su casa decidida: lo iba a llamar, ¿qué podía perder? Era sólo una conversación telefónica para hacer una consulta, había que recordar y refrescar el vínculo, nada más. ¿Qué arriesgaba? ¿En qué se exponía?

Esperó a que fueran las diez de la noche, le parecía la hora ideal, ya habría vuelto de la calle, se habría bañado o no, se habría puesto en sintonía con el ritmo de su casa, y no era muy tarde ni tan temprano.

—Hola.

—Hola.

—¿Quién habla?

—Margarita, pero no creo que te acuerdes de mí.

—No sé, probemos, ¿quién sos?

—Una ex compañera de un curso de meditación, en la calle Bacacay, hace un par de años largos, ¿te acordás?

—Claro que me acuerdo, tomamos un café una vez y charlamos mucho, yo te di mi teléfono y vos nunca me llamaste.

—Veo que te acordás de todo, no te llamé porque tuve mucho lío, entre otras cosas quedé viuda.

—Ah, lo siento, no sabía, no quise..., no sé, disculpame.

—No te preocupes, ya pasó, pero bueno, ves que no tiré tu teléfono, acá estoy.

—Sí, y me gusta, ¿cómo estás? Si no es una pregunta fuera de lugar.

—Estoy bien, mejor, lo de mi marido fue sobre todo inesperado, pero lo estoy dejando atrás.

—Menos mal, digo....

—No, está bien, entiendo la incomodidad que provoca este tema, hablemos de otra cosa.

—Bueno.

—Quería hacerte una consulta, ¿seguís vinculado al grupo?

—No, lo dejé al poco tiempo de que te fuiste, quizá por culpa tuya.

—Lo tomo como un piropo, pero... ¿no estás yendo a ningún lado?

—Ahora no, ¿por?

—Es largo de contar, ¿querés que tomemos un café y te cuento?

—Claro, ¿mañana?

—Mañana, ¿a las ocho?

—A las ocho está bárbaro, ¿en El Federal?

—¿El de San Telmo? Sí, me gusta. Nos vemos a las ocho ahí, ¿me reconocerás?

—No te olvidé para nada.

—Otro piropo, bueno, hasta mañana.

—Hasta mañana.

—Chau, un beso.

—Otro.

31

Llegó temprano al café, estaba nervioso, eligió una mesa al lado de la ventana, llevó un libro para matar la ansiedad de la espera. ¿La reconocería? ¿Y ella? ¿Él no estaba muy cambiado? Le parecía que en dos años le habían salido muchas canas, ella tendría una imagen anterior, fijada en otra época.

Mientras tanto Margarita venía caminando por Carlos Calvo hacia Perú, nerviosa, contenta y sonriendo. Lo que la hacía sonreír era recordar la escena que había armado en su casa para vestirse antes de salir, casi calcada a la vez que se preparaba para ir a la entrevista con Fausto. Al pasar por el Mercado recibió silbidos y piropos de varios puesteros y eso la hizo sonreír más aún, y le puso el ánimo a la altura adecuada para la cita. Entró al bar por la puerta de la esquina y enseguida lo vio, estaba en la mesa de la ventana que da a Perú, se acercó y lo saludó con un beso. Él se levantó para recibirla, se le había iluminado la cara. Se sentaron y pidieron una cerveza.

—Estás lindísima.

—Ay, gracias, vos también.

—A todos les dirás lo mismo.

—¿Viste que al final te llamé?

—Sí, qué alegría, pero te hiciste esperar.

Y hablaron de todo lo que había pasado en sus vidas desde que se habían dejado de ver, y se miraban con atención mientras hablaban, y él le preguntó, claro, por lo de su marido, y ella le contó, y él le contó lo de la agencia y ella se rió con ganas. También le dijo que estaba escribiendo y ella le pidió leer algo. Después ella le contó lo que le había pedido Fausto, esa demanda tan inesperada. Él no dijo nada, se quedó pensando mientras ella hablaba. Cuando ella terminó de contarle, le preguntó:

—¿Pero él qué quiere? ¿Información o la iluminación a domicilio?, ¿un delivery?

Se rió mucho, le contestó que no estaba del todo segura pero que no podía estar tan loco, debía querer información buena, precisa, eso.

—Entonces es un trabajo que le podemos hacer con la agencia, nos dedicamos a eso, a investigar, a buscar, en este caso sería una búsqueda mucho más específica.

—¿Te parece? Podría ser... sí. Le voy a comentar, ¿me das una tarjeta?

—Claro, tomá.

Ella leyó el nombre y sonrió.

—¿Quién es Equis?

—Mi socio, yo soy Igriega.

—Son como dos coordenadas.

—Algo así, esa es la idea.

—Así encuentran a cualquiera.

—Mirá, te volví a encontrar a vos.

—En este caso fue al revés.

—Sí, qué suerte. Estoy contento de volver a verte.

—Yo también.

32

Qué raro sería si tomaban ese caso de encontrar la respuesta a la gran búsqueda del hombre, una búsqueda ¿metafísica?, ¿mística?, ¿esotérica?

Y qué raro que fuera Margarita la que había traído la posibilidad, la mensajera, justo ella. Qué linda está, ahora está más suelta, más natural que antes. Sin embargo tiene como un halo, algo que la hace sentir inalcanzable. Tuve un poco esa sensación, como de que estaba pero al mismo tiempo no del todo, pero puede ser una impresión, o puede ser que todavía tenga la muerte cerca, o también el hecho de que hacía mucho que no nos veíamos. Voy a ver si siento lo mismo la próxima vez que nos veamos, espero que no. Ahora la tengo que llamar yo, excepto en el caso de que Fausto quiera hablar con nosotros, o vernos. Qué raro.

32 bis

Sería raro que ellos se pusieran a trabajar en el pedido de Fausto, dos detectives, bueno, investigadores, como me corrigió él. Escritores también, sí. Medio locos me parecen, pero ¿quién no? Mirá dónde trabajo yo. Él parece tímido, reservado. Es un poco misterioso. La hora se me pasó volando, pero me cuesta estar sola con un hombre, es como si hubiera perdido algo, o necesitara entrenamiento, no sé. O será que es la primera vez que salgo con alguien después de lo de Guillermo, dios mío. Me di cuenta de que no estaba muy natural, había algo raro, ¿qué será? No es que él no me guste. Pero hay algo. Qué raro.

33

—Vos estás raro, desde que empezaste con esta historia de la agencia no sos el mismo.

—Qué decís, ¿cómo no voy a ser el mismo?

—Ayer cuando volviste estabas muy contento, pero diferente de cuando vos estás contento.

—¿Cómo diferente? ¿Cuántas formas hay de estar contento?

—Muchas, pero algunas se repiten en las personas y se transforman en su propia manera, en su forma de estar contento, vos deberías saberlo, sos escritor, o detective. Y ayer estabas contento pero no en tu forma, de otra manera.

—Ahora la que está rara sos vos.

—No me digas que no entendés lo que te digo, es simple, estás diferente, eso.

—Bueno, esta actividad es muy nueva, lo de ayer y antes de ayer con ese seguimiento, no es muy común.

—No, ya sé, puede ser eso, pero no sé...

—Quedate tranquila, mi amor, que soy el mismo de siempre.

—No sé.

34

—Te digo que huele algo, pescó algo. ¿Cómo puede ser?

—No te des manija, capaz que son ideas tuyas.

—No, yo la conozco, está alerta, no sé cómo decirlo. Tengo que hablar con Tamara.

—¿Para qué?, ¿qué le vas a decir?

—No sé, contarle que soy casado, y después no sé, que tengamos cuidado.

—Ah, pensé que le ibas a decir que no iba más.

—¿Estás loco? Si me encanta.

—Bueno che, entonces bancátela.

—Ah, gracias, ¿eh? No, tenés razón, si acuso el golpe me pongo más en evidencia, me tengo que calmar.

—Bueno, ¿te puedo contar yo ahora?

—Claro, perdoname, ¿cómo te fue?

—Bien, pero no del todo, hubo algo a medias que no sé bien qué es.

Y le contó las sensaciones sutiles, la impresión que le dejó como un gusto en la boca, un humor en el aire, algo. Pero no mucho más porque no lo había, era algo difuso, borrado, como un fantasma.

Después le dijo que ella estaba trabajando para Fausto, y...

—¿Fausto? ¿El cantante?

—Sí, Fausto, ¿qué te dije?

—¡Mirá vos!, el tipo fue famosísimo en los sesenta, era impresionante lo que vendía y tenía a todas las minas a sus pies. Qué loco, ahora está recluido en una mansión, no se lo ve nunca.

—Todo eso ya lo sé, pero lo que te quiero contar es otra cosa.

Recién entonces pudo decirle lo del pedido que Fausto le hizo a Margarita, la búsqueda que quería hacer y que él le ofreció que ellos podían resolverla.

Equis le dijo que estaba loco, ¿cómo iban a investigar, a buscar eso?

Le contestó que el camino de la verdad estaba lleno de preguntas y tenía pocas respuestas, y que generalmente las preguntas eran las correctas y las respuestas no, y que a veces eso era lo importante y no encontrar la forma de llenar los huecos, de taparlos.

—No entiendo nada, esa mina te dejó mal.

—Sí, me dejó mal.

35

Cuando Equis vio que Tamara estaba desocupada cruzó al local y le dijo que quería decirle algo, que era importante. Le preguntó preocupada si pasaba algo, él le dijo que no, pero quería decirle que era casado, que no le había dicho antes porque no hubo oportunidad, pero no quería ocultarlo.

—Ah, era eso..., pero tonto, si yo ya sabía, ¿o no tenés el anillo?

—Claro, tenés razón. Qué gil, me olvido del anillo, es como si no lo tuviera.

—Pero se ve, ¿eh? Una enseguida lo nota.

—Bueno, pero te decía para tener cuidado, no quiero que mi mujer se entere, imaginate, es capaz de cualquier cosa.

—No te hagas problema, yo tampoco quiero eso, quedate tranquilo.

—¿Ves que sos bárbara? Dame un beso.

—No, esperá que está lleno de gente, ¿no era que había que cuidarse?

—Tenés razón, bueno, me voy a la oficina, hasta luego.

—Hasta luego.

36

Margarita llegó al búnker y se sirvió un café, Fausto no estaba, le dijo la mucama que había salido temprano y volvería cerca del mediodía. Mientras tomaba su café dio una vuelta por la sala, nunca se había detenido a mirar los detalles. Había muchas fotos de otra época: Fausto con Sandro, con Favio, con Palito, con Raphael, con Vittorio Gassman, con Mina, montones de fotos. Y después miró las pinturas y dibujos colgados, originales, algunos dedicados: de Berni, Alonso, Seguí, García Uriburu, De la Vega, Macció, y muchos más, era toda una colección. Y libros, infinidad de libros en dos bibliotecas enormes. Al fin hizo un recorrido con la mirada por todo el lugar, y vio que estaba lleno de objetos, de historias. Parecía un mausoleo. Se sentó y se puso a trabajar.

Cerca del mediodía llegó Fausto y la saludó con afecto. Parecía contento. Ella entonces aprovechó y le contó el encuentro con su ex compañero de curso y le dijo que ahora tenían una empresa de investigaciones, que le parecía una buena combinación, gente habituada a buscar, a investigar y además con inclinaciones hacia la senda espiritual. Mientras se lo decía, lo escuchaba ella misma y le sonaba bien, no era que estuviera vendiéndoselo, aunque lo parecía. Por último le sugirió que ellos podrían encarar la búsqueda que él necesitaba, podía hablar con ellos y ver qué le parecían. Y le dio la tarjeta que le había dado Igriega.

Fausto escuchó en silencio mientras ella hablaba, le echó una ojeada a la tarjeta y le dijo:

—Muy bien, arregle una entrevista con esta gente. Me voy al estudio, hasta luego.

Al rato llamó a la agencia y habló con Igriega, que se puso contento de escucharla. Le dijo, un poco en broma y otro poco en serio, que era una llamada profesional, quería que fueran a hablar con Fausto, ¿podía ser al otro día? Quedaron en que vinieran a las seis de la tarde. Le dio la dirección y él le dijo que le iba a gustar verla, que después hablarían para salir otra vez.

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