Read Los límites de la Fundación Online

Authors: Isaac Asimov

Tags: #Ciencia Ficción

Los límites de la Fundación (45 page)

BOOK: Los límites de la Fundación
2.51Mb size Format: txt, pdf, ePub
ads

—No lo creo, Golan. Si los gaianos pueden controlar la nave a distancia, ¿no podrían matarnos a distancia? Si aún estamos vivos…

—Pero no del todo intactos. Se lo digo, Janov, tanta serenidad no es normal. Creo que nos han tranquilizado.

—¿ Por qué?

—Para mantenernos en buena forma mental, supongo. Es posible que deseen interrogarnos. Después, quizá nos maten.

—Si son suficientemente racionales para querer interrogarnos, tal vez sean suficientemente racionales para no matarnos sin una buena razón.

Trevize se recostó en la butaca (ésta se inclinó hacia atrás; al menos no la habían privado de su funcionamiento) y colocó los pies encima de la mesa, donde normalmente apoyaba las manos para establecer contacto con la computadora.

—Quizá sean suficientemente ingeniosos para encontrar lo que ellos consideren una buena razón. No obstante, si han alterado nuestras mentes, no ha sido demasiado. Si se hubiera tratado del Mulo, por ejemplo, nos sentiríamos ansiosos de ir, exaltados, exultantes, y hasta la última fibra de nuestro ser clamaría por llegar allí. —Señaló la estación espacial—. ¿Se siente así, Janov?

—Por supuesto que no.

—Como verá, aún soy capaz de razonar con lógica y objetividad. ¡Muy extraño! O, ¿quién sabe? ¿Estoy asustado, atontado, loco y meramente bajo la ilusión de que soy capaz de razonar con lógica y objetividad?

Pelorat se encogió de hombros.

—A mí me parece cuerdo. Quizá yo esté tan loco como usted y bajo la misma ilusión, pero esta clase de argumentos no nos lleva a ninguna parte. Toda la humanidad podría compartir una locura común y hallarse inmersa en una ilusión común mientras vive en un caos común. Eso no puede refutarse, pero no tenemos más remedio que fiamos de nuestros sentidos.

—Y luego, de repente, añadió —: De hecho, yo mismo he estado razonando un poco.

—¿Sí?

—Bueno, hablamos de Gaia como un posible mundo de Mulos, o como la Segunda Fundación renacida. ¿Y si le dijera que hay una tercera alternativa y que es más razonable que las dos primeras?

—¿Qué tercera alternativa?

Los ojos de Pelorat parecieron concentrarse en sí mismo. No miró a Trevize y su voz fue baja y pensativa.

—Tenemos un mundo, Gaia, que ha hecho todo lo posible, durante un período de tiempo indefinido, para conservar un aislamiento completo. Nunca ha intentado establecer contacto con ningún otro mundo, ni siquiera con los cercanos mundos de la Unión de Sayshell. Tienen una ciencia avanzada, en algunos aspectos, si la historia de su destrucción de flotas es cierta, y sin duda su capacidad para controlarnos ahora mismo lo demuestra, y a pesar de ello no han intentado extender su poder. Sólo desean estar tranquilos.

Trevize entornó los ojos.

—¿Y qué?

—Todo es muy inhumano. Los más de veinte mil años de historia humana en el espacio han sido una sucesión de conquistas y tentativas de conquista. Prácticamente todos los mundos que pueden ser habitados están habitados. Casi todos los mundos se han peleado durante este tiempo y casi todos los mundos han empujado a sus vecinos en un momento u otro.

Si Gaia es tan inhumano para ser distinto en este aspecto, puede ser porque realmente sea… inhumano.

Trevize meneó la cabeza.

—Imposible.

—¿Por qué imposible? —inquirió Pelorat con vehemencia—. Ya le he comentado lo sorprendente que resulta que la raza humana sea la única inteligencia evolucionada de la Galaxia. ¿Y si no lo es? ¿No podría haber otra, en otro planeta, que careciese del impulso expansionista humano? De hecho —Pelorat se excitó—, ¿no es posible que haya un millón de inteligencias en la Galaxia, pero sólo una, nosotros, sea expansionista? Todas las demás se quedarían en casa discretas, ocultas…

—¡Ridículo! —exclamó Trevize—. Nos tropezaríamos con ellos. Aterrizaríamos en sus mundos. Tendrían distintos tipos y grados de tecnología y la mayoría no podría detenernos. Pero nunca nos hemos tropezado con ninguno. ¡Espacio! Ni siquiera hemos encontrado las ruinas o reliquias de una civilización no humana, ¿verdad? Usted es el historiador, de modo que dígamelo, ¿Las hemos encontrado?

Pelorat meneó la cabeza.

—No, nunca. Pero, Golan, podría haber una ¡Esta!

—No lo creo. Usted dice que su nombre es Gaia, que es una antigua versión dialéctica del nombre «Tierra». ¿Cómo podría no ser humana?

—Fueron seres humanos los que bautizaron el planeta con el nombre de «Gaia» y, ¿quién sabe por qué? Su semejanza con una palabra antigua podría ser fortuita. Pensándolo bien, el mismo hecho de que nos hayan atraído hacia Gaia, como usted ha explicado antes, y ahora nos conduzcan hacia allí, en contra de nuestra voluntad, es un argumento a favor del carácter no humano de los gaianos.

—¿Por qué? ¿Qué tiene eso que ver?

—Sienten curiosidad por nosotros, por los humanos.

—Usted está loco, Janov. Han vivido en una Galaxia poblada por humanos durante miles de años. ¿ Por qué iban a sentir curiosidad ahora? ¿Por qué no mucho antes? Y en todo caso, ¿por qué nosotros? Si quieren estudiar a los seres humanos y la cultura humana, ¿por qué no los mundos de Sayshell? ¿Por qué se iban a molestar en atraemos desde un mundo tan lejano como Términus?

—Quizás estén interesados en la Fundación.

—Tonterías —dijo Trevize con violencia—. Janov, usted quiere una inteligencia no humana y la tendrá. Ahora mismo, creo que si usted pensara que iba a encontrarse con seres no humanos, no le preocuparía haber sido capturado, estar indefenso, ni siquiera que pudiesen matarle…, si ellos le dieran un poco de tiempo para satisfacer su curiosidad.

Pelorat pareció a punto de replicar con indignación, pero se contuvo, aspiró profundamente, y dijo:

—Bueno, quizá tenga razón, Golan, pero aun así me aferraré a mi teoría durante un rato más. No creo que tengamos que esperar mucho para ver quién tiene razón. ¡Mire!

Señaló hacia la pantalla. Trevize, que, en su excitación, había dejado de observar, volvió los ojos hacía ella.

—¿Qué pasa? —preguntó.

—¿No es una nave despegando de la estación?

—Es algo —admitió Trevize de mala gana—. Aún no aprecio los detalles y no puedo aumentar más la imagen. Está ampliada al máximo. —Al cabo de unos momentos dijo —: Parece acercarse y supongo que es una nave. ¿Hacemos una apuesta?

—¿Qué clase de apuesta?

Trevize repuso con sarcasmo:

—Si algún día volvemos a Términus, organizaremos una gran cena para nosotros y todos los amigos a los que queremos invitar, hasta, digamos, cuatro, y seré yo quien pague si esa nave transporta a seres no humanos y usted, si son humanos.

—De acuerdo —aceptó Pelorat.

—Así pues, hecho. —Y Trevize escudriñó la pantalla, intentando ver algún detalle y preguntándose si algún detalle sería suficiente para denunciar, sin ningún género de duda, el carácter no humano (o humano) de los seres que iban a bordo.

69

El cabello gris oscuro de Branno estaba impecablemente peinado y bien habría podido hallarse en el ayuntamiento, considerando su ecuanimidad. No daba muestras de encontrarse en el espacio sólo por segunda vez en su vida. (Y la primera vez, cuando acompañó a sus padres en un viaje turístico a Kalgan, apenas podía contarse. En aquella ocasión sólo tenía tres años.)

Se volvió hacia Kodell y le dijo con cansancio:

—Al fin y al cabo, es deber de Thoobing exponer su opinión y advertirme. Muy bien, me ha advertido. No le culpo.

Kodell, que había abordado la nave de la alcaldesa para hablar con ella sin la dificultad psicológica de la imagen, repuso:

—Hace demasiado tiempo que ocupa el mismo cargo. Empieza a pensar como un sayshelliano.

—Es el peligro que una embajada lleva consigo, Liono. Esperemos hasta que esto haya terminado, le concederemos unas largas vacaciones y después le destinaremos a cualquier otra parte. Es un hombre capaz. Al fin y al cabo, tuvo el acierto de transmitirnos el mensaje de Trevize sin perder un momento.

Kodell esbozó una sonrisa.

—Sí, me dijo que lo había hecho en contra de su voluntad. «Lo hago porque es mi obligación», dijo. Verá, señora alcaldesa, tenía que hacerlo, aun en contra de su voluntad, porque en cuanto Trevize entró en el espacio de la Unión de Sayshell, ordené al embajador Thoobing que nos comunicara, inmediatamente, cualquier información relacionada con él.

—¿Ah, sí? —La alcaldesa Branno se volvió en su butaca para ver mejor el rostro de Kodell—. ¿Qué le impulsó a hacerlo?

—Consideraciones elementales, en realidad. Trevize utilizaba una nave último modelo de la Fundación y sin duda los sayshellianos se darían cuenta. Es un joven muy poco diplomático y sin duda también se darían cuenta. Por lo tanto, podía meterse en líos y, si hay algo que un miembro de la Fundación sabe, es que si se mete en líos en cualquier lugar de la Galaxia, puede recurrir al representante más cercano de la Fundación. Personalmente no me habría importado ver a Trevize en un lío, ya que eso podría ayudarle a crecer y hacerle un gran bien, pero usted le había enviado al espacio como su pararrayos y yo quería que usted pudiese juzgar la naturaleza de los rayos que atrajera, de modo que me aseguré de que el representante más cercano de la Fundación lo vigilara, nada más.

—¡Ya veo! Bueno, ahora comprendo por qué Thoobing reaccionó tan enérgicamente. Yo le había enviado una advertencia similar. Ya que cada uno de nosotros se comunicó con él por separado, es lógico que atribuyera a la cuestión más importancia de la que en realidad tiene. ¿Cómo es, Liono, que no me consultó antes de enviar el aviso?

Kodell contestó fríamente:

—Si le consultara todo lo que hago, no tendría tiempo para ser alcaldesa. ¿Cómo es que usted no me comunicó sus intenciones?

Branno respondió con acritud:

—Si le informara de todas mis intenciones, Liono, sabría demasiado. Pero es un asunto trivial, y también lo es la alarma de Thoobing y, en este caso, también lo es cualquier pataleta que puedan tener los sayshellianos. Estoy más interesada en Trevize.

—Nuestras naves de reconocimiento han localizado a Compor. Está siguiendo a Trevize y ambos se dirigen muy cautelosamente hacia Gaia.

—He recibido todos los informes, Liono. Al parecer, tanto Trevize como Compor se toman Gaia muy en serio.

—Todo el mundo se burla de las supersticiones relativas a Gaia, señora alcaldesa, pero todo el mundo piensa: «¿Y si, a pesar de todo…?» Incluso el embajador Thoobing está intranquilo. Podría ser una política muy astuta por parte de los sayshellianos.

Una especie de coloración protectora. Si uno difunde historias de un mundo misterioso e invencible, la gente se apartará no sólo del mundo, sino de cualquier otro mundo cercano, como los de la Unión de Sayshell.

—¿Cree que por eso el Mulo no atacó Sayshell?

—Posiblemente.

—¿Sin duda no pensará que la Fundación ha respetado Sayshell a causa de Gaia, cuando nada indica que conociéramos la existencia de ese mundo?

—Admito que no hay ninguna mención de Gaia en nuestros archivos, pero tampoco hay otra explicación razonable para nuestra moderación respecto a la Unión de Sayshell.

—Confiemos, entonces, en que el gobierno sayshelliano, pese a la opinión contraria de Thoobing, se haya convencido a sí mismo, aunque sólo sea un poco, del poder de Gaia y su naturaleza mortífera.

—¿Por qué?

—Porque, entonces, la Unión de Sayshell no se opondrá a que nos dirijamos hacia Gaia. Cuanto más agraviados se sientan por ello, más seguros estarán de que deben permitírnoslo para que Gaia nos engulla. Pensarán que será una lección muy provechosa y que los futuros invasores no la echarán en saco roto.

—¿Y si, a pesar de todo, están en lo cierto, alcaldesa? ¿Y si Gaia es mortífero?

Branno sonrió.

—Ahora es usted quien alega el «¿Y si, a pesar de todo…?», ¿verdad, Liono?

—Tengo que prever todas las posibilidades, alcaldesa. Es mi trabajo.

—Si Gaia es mortífero, apresarán a Trevize. Ese es su trabajo puesto que es mi pararrayos. Y también a Compor, espero.

—¿Lo espera? ¿Por qué?

—Porque eso les hará ser demasiado confiados, lo que nos resultaría muy útil. Subestimarán nuestro poder y serán más fáciles de manejar.

—Pero ¿y si los demasiado confiados somos nosotros?

—No lo somos —dijo Branno categóricamente.

—Esos gaianos, sean lo que sean, pueden ser algo sobre lo que no tengamos ni idea y cuya peligrosidad no podamos juzgar correctamente. Me limito a sugerirlo, alcaldesa, porque incluso habría que sopesar esa posibilidad.

—¿En serio? ¿Por qué se le ha ocurrido tal cosa, Liono?

—Porque creo que usted piensa que, en el peor de los casos, Gaia es la Segunda Fundación. Sospecho que piensa que es la Segunda Fundación, sin embargo, Sayshell tiene una historia interesante, incluso durante el Imperio. Sólo Sayshell tuvo un sistema de autogobierno. Sólo Sayshell se libró de los peores impuestos bajo los llamados «emperadores malos». En resumen, Sayshell parece haber tenido la protección de Gaia, incluso en tiempos imperiales.

—¿Y qué?

—Pero la Segunda Fundación fue establecida por Hari Seldon al mismo tiempo que nuestra Fundación. —La Segunda Fundación no existía en tiempos imperiales, y Gaia, sí. Por lo tanto, Gaia no es la Segunda Fundación. Es alguna otra cosa y, tal vez, incluso peor.

—No pienso dejarme aterrorizar por lo desconocido, Liono. Sólo hay dos posibles fuentes de peligro, armas físicas y armas mentales, y estamos preparados para ambas. Usted regrese a su nave y mantenga a las unidades en las afueras de Sayshell. Esta nave irá sola hacia Gaia, pero estaré en comunicación constante con usted y espero que, en caso necesario, acuda en un solo salto. Márchese, Liono, y borre esa expresión trastornada de su rostro.

—¿Una última pregunta? ¿Está segura de que sabe lo que hace?

—Lo estoy —repuso ella con severidad—. Yo también he estudiado la historia de Sayshell y he visto que Gaia no puede ser la Segunda Fundación, pero, como le he dicho, he recibido todos los informes de las naves de reconocimiento y gracias a ellos…

—¿Si?

—Bueno, sé dónde está la Segunda Fundación y nos encargaremos de ambas cosas, Liono. Primero nos ocuparemos de Gaia y luego de Trántor.

17. Gaia
70

Pasaron horas antes de que la nave procedente de la estación espacial llegara a las cercanías del Estrella Lejana, horas que a Trevize le parecieron muy largas.

BOOK: Los límites de la Fundación
2.51Mb size Format: txt, pdf, ePub
ads

Other books

Be Mine by Rick Mofina
Dead Air (Sammy Greene Thriller) by Deborah Shlian, Linda Reid
Task Force by Brian Falkner
Amanda Scott by Knights Treasure
None of the Above by I. W. Gregorio
Elvenbane by Andre Norton