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Authors: Isaac Asimov

Tags: #Ciencia Ficción

Los límites de la Fundación (46 page)

BOOK: Los límites de la Fundación
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En una situación normal, Trevize habría enviado una señal y luego habría esperado respuesta: Si no hubiera habido respuesta, habría emprendido una acción evasiva.

Como estaba desarmado y no había habido respuesta, sólo podía esperar. La computadora no respondía a ninguna de sus indicaciones que implicara algo fuera de la nave.

En el interior, al menos, todo funcionaba bien.

Los sistemas de apoyo vital se hallaban en perfecto estado, de modo que él y Pelorat estaban físicamente cómodos. Por alguna razón, esto no le producía ningún alivio. Los minutos pasaban con extraordinaria lentitud y la incertidumbre de lo que iba a suceder le resultaba insoportable. Observó con irritación que Pelorat parecía tranquilo. Como para empeorar las cosas, mientras Trevize no tenía nada de apetito, Pelorat abrió un pequeño recipiente de pollo troceado, que al ser abierto se calentó rápida y automáticamente. Ahora estaba comiéndoselo metódicamente.

Trevize exclamó con irritación:

—¡Por el espacio, Janov! ¡Eso apesta!

Pelorat pareció sorprendido y olió el recipiente.

—A mí me da la impresión de que huele bien, Golan.

Trevize meneó la cabeza.

—No me haga caso. Estoy preocupado. Pero utilice un tenedor. Los dedos le olerán a pollo durante todo el día.

Pelorat se miró los dedos con asombro.

—¡Lo siento! No me había fijado. Estaba pensando en otra cosa.

Trevize preguntó con sarcasmo:

—¿Acaso quiere adivinar a qué tipo de seres no humanos pertenecen las criaturas de esa nave? —Se avergonzaba de estar menos tranquilo que Pelorat.

El era un veterano de la Armada (aunque, naturalmente, nunca hubiese visto una batalla) y Pelorat era un historiador. Sin embargo, su compañero se mostraba más calmado.

Pelorat contestó:

—Sería imposible imaginar qué dirección tomaría la evolución en circunstancias distintas de las imperantes en la Tierra. Quizá las posibilidades no sean infinitas, pero si tan extensas que es lo mismo. Sin embargo, puedo predecir que no son insensatamente violentos y que nos tratarán de un modo civilizado. Si eso no fuera verdad, ahora ya estaríamos muertos.

—Al menos usted aún es capaz de razonar, amigo mío; aún es capaz de estar tranquilo. Mis nervios parecen ser más fuertes que el calmante a que nos han sometido. Siento un extraordinario deseo de levantarme y pasear. ¿Por qué no llegará esa maldita nave?

—Soy un hombre acostumbrado a la pasividad, Golan. Me he pasado toda la vida encorvado sobre algún documento mientras esperaba la llegada, de otros. No haga más que esperar. Usted es un hombre de acción y se angustia cuando no puede actuar.

Trevize notó que parte de su tensión le abandonaba.

—Subestimo su buen juicio, Janov —murmuró.

—No, en absoluto —contestó Pelorat plácidamente—, pero incluso un ingenuo académico, puede encontrar sentido a la vida algunas veces.

—E incluso el más astuto de los políticos puede no hacerlo algunas veces.

—Yo no he dicho eso, Golan.

—No, pero yo sí. En fin, pasemos a la acción. Todavía puedo observar. La nave está suficientemente cerca para parecer claramente primitiva.

—¿Sólo parecer?

—Si es el producto de mentes y manos no humanas, lo que puede parecer primitivo, de hecho, puede ser simplemente no humano.

—¿Cree que podría ser un artefacto no humano? —preguntó Pelorat, mientras su cara enrojecía ligeramente.

—No lo sé. Sospecho que los artefactos, por mucho que varíen de una cultura a otra, nunca son tan plásticos como podrían ser los productos de diferencias genéticas.

—Eso sólo es una suposición por su parte. Lo único que conocemos son distintas culturas. No conocemos distintas especies inteligentes y, por lo tanto, no podemos juzgar lo distintos que podrían ser los artefactos.

—Los peces, delfines, pingüinos, calamares, e incluso los ambiflexos, que no son de origen terrícola, suponiendo que los otros lo sean, resuelven el problema del movimiento a través de un medio viscoso con un perfil aerodinámico, de modo que su aspecto no es tan diferente como su constitución genética podría inducimos a creer. Podría ocurrir lo mismo con los artefactos.

—Los tentáculos del calamar y los vibradores helicoidales del ambiflexo —replicó Pelorat —son enormemente distintos el uno del otro, así como de las aletas y las extremidades de los vertebrados. Podría ocurrir lo mismo con los artefactos.

—En todo caso —declaró Trevize—, me siento mejor. Hablar de tonterías con usted, Janov, me calma los nervios. Además, sospecho que pronto sabremos en lo que nos hemos metido. La nave no podrá acoplarse a la nuestra y lo que esté en ella se deslizará por una anticuada correa, o nos obligarán de algún modo a hacerlo nosotros mismos, ya que una sola antecámara no sirve de nada. Al menos que algún no humano emplee otro sistema totalmente distinto.

—¿De qué tamaño es la nave?

—Sin poder usar la computadora para calcular la distancia de la nave por radar, no podemos saber el tamaño.

Una correa serpenteó hacia el Estrella Lejana.

Trevize dijo:

—O hay un humano a bordo o los no humanos utilizan el mismo sistema. Quizá la correa sea lo único efectivo.

—Podrían utilizar un tubo —sugirió Pelorat—, o una escalera horizontal.

—Son cosas inflexibles. Sería demasiado complicado intentar establecer contacto con ellas. Se necesita algo que combine la resistencia y la flexibilidad.

La correa produjo un débil sonido metálico sobre el Estrella Lejana cuando el sólido casco (y en consecuencia el aire del interior) se puso a vibrar. Tuvo lugar el deslizamiento habitual mientras la otra nave realizaba los debidos ajustes de velocidad requeridos para igualar el avance de las dos embarcaciones. La correa estaba inmóvil en relación a ambas.

Un punto negro apareció sobre el casco de la otra nave y se dilató como la pupila de un ojo.

Trevize gruñó:

—Un diafragma dilatable, en vez de un panel deslizante.

—¿No humano?

—No necesariamente, supongo. Pero interesante.

Una figura salió al exterior.

Pelorat apretó los labios durante un momento y luego dijo con evidente decepción:

—Lástima. Un humano.

—No necesariamente —replicó Trevize con calma—. Lo único que vemos son cinco proyecciones.

Podrían ser una cabeza, dos brazos y dos piernas, pero también podrían no serlo… ¡Espere!

—¿Qué?

—Se mueve con más rapidez y suavidad de la que esperaba. ¡Ah!

—¿Qué?

—Hay algún tipo de propulsión. Por lo que puedo ver, no es a base de cohetes, pero tampoco avanza pasando una mano sobre la otra. No es necesariamente humano.

Les pareció una espera muy larga a pesar del rápido avance de la figura a lo largo de la correa, pero finalmente se oyó el ruido del contacto.

Trevize dijo:

—Sea lo que sea, está a punto de entrar. Mi intención es golpearle en cuanto aparezca, —Cerró el puño.

—Creo que deberíamos tranquilizarnos —sugirió Pelorat—. Quizá sea más fuerte que nosotros. Controla nuestras mentes. Sin duda hay otros en la nave. Esperemos hasta saber algo más.

—Se muestra cada vez más sensato, Janov —comentó Trevize—, y yo cada vez menos.

Oyeron que la antecámara de compresión se abría y finalmente la figura apareció en el interior de la nave.

—Aproximadamente del tamaño normal —murmuró Pelorat—. El traje espacial podría servir para un ser humano.

—Nunca había visto u oído hablar de un diseño así, pero no está fuera de los límites de la manufactura humana, creo yo. No dice nada.

La figura revestida con el traje espacial se hallaba ante ellos y uno de los miembros delanteros ascendió hacia el casco redondeado que, si era de vidrio, sólo tenía transparencia por un lado. Lo que había en su interior no se veía.

El miembro delantero tocó algo con un rápido movimiento que Trevize no percibió claramente y el casco se desprendió del resto del traje, Se levantó.

Lo que quedó al descubierto fue la cara de una mujer joven e indiscutiblemente bonita.

71

El inexpresivo rostro de Pelorat hizo lo que pudo para mostrarse estupefacto.

—¿Es usted humana? —dijo vacilante.

La mujer enarcó las cejas y frunció los labios. Era imposible saber si el idioma le resultaba desconocido y no comprendía o si comprendía y le extrañaba la pregunta.

Se llevó rápidamente una mano hacia el lado izquierdo del traje, que se abrió en una sola pieza como si estuviera provisto de bisagras. Dio un paso adelante y el traje se mantuvo derecho sin contenido durante unos momentos. Luego, con un leve suspiro que pareció casi humano, cayó al suelo.

La mujer parecía incluso más joven, ahora que se había despojado del traje. Su ropa era suelta y translúcida, con las reducidas prendas interiores visibles como sombras. La túnica exterior le llegaba a las rodillas.

Tenía el busto pequeño y la cintura estrecha, caderas redondeadas y anchas. Sus muslos, que se veían en una nebulosa, eran generosos, pero sus piernas se estrechaban hasta los bonitos tobillos. Tenía el cabello oscuro y largo hasta los hombros, los ojos marrones y grandes, los labios gruesos y ligeramente asimétricos.

Se miró de arriba abajo y luego resolvió el problema de su comprensión del idioma diciendo:

—¿No parezco humana?

Habló en galáctico con cierta indecisión, como si estuviera esforzándose para lograr una buena pronunciación.

Pelorat asintió y declaró con una leve sonrisa:

—No puedo negarlo. Muy humana. Deliciosamente humana.

La joven abrió los brazos como invitándoles a examinarla mejor.

—Así lo espero, caballero. Muchos hombres han muerto por este cuerpo.

—Yo preferida vivir por él —dijo Pelorat con una vena de galantería que le sorprendió ligeramente.

—Una buena elección —manifestó la joven con solemnidad—. Una vez se ha conseguido este cuerpo, todos los suspiros se convierten en suspiros de éxtasis.

Se echó a reír y Pelorat se rio con ella.

Trevize, cuya frente se había arrugado en un ceño a lo largo de la conversación, le espetó:

—¿Qué edad tiene?

La mujer pareció encogerse un poco.

—Veintitrés… caballero.

—¿Por qué ha venido? ¿Qué se propone?

—He venido para escoltarles hasta Gaia. —Su dominio del galáctico no era total y tendía a redondear las vocales en diptongos. Pronunció «venido» como «venidao» y «Gaia» como «Gayao».

—Una muchacha para escoltarnos.

La mujer se irguió y de repente adoptó la actitud del que tiene el mando.

—Yo —dijo —soy Gaia, tanto como otra persona. Era mi turno de trabajo en la estación.

—¿Su turno? ¿No había nadie más a bordo?

Con orgullo:

—No se necesitaba nadie más…

—¿Y ahora está vacía?

—Yo ya no estoy en ella, caballeros, pero no está vacía. Ella está allí.

—¿Ella? ¿A quién se refiere?

—A la estación. Es Gaia. No me necesita. Retiene esta nave.

—Entonces, ¿qué hace usted en la estación?

—Es mi turno de trabajo.

Pelorat había cogido a Trevize por la manga y había sido repelido. Volvió a intentarlo.

—Golan —dijo, en un susurro apremiante—. No le grite. Sólo es una niña. Permítame encargarme de esto.

Trevize meneó la cabeza airadamente, pero Pelorat preguntó:

—Jovencita, ¿cómo se llama?

La mujer sonrió con repentina alegría, como en respuesta al tono más suave, y dijo:

—Bliss.

—¿Bliss? —repitió Pelorat—. Un nombre muy bonito. Sin duda eso no es todo.

—Claro que no. No se puede tener un nombre de una sílaba, se duplicaría en todas las secciones y no distinguiríamos a uno de otro, de modo que los hombres se morirían por el cuerpo equivocado. Blissenobiarella es mi nombre completo.

—Eso es demasiado largo.

—¿Qué? ¿Siete sílabas? No es mucho. Tengo amigos con nombres de quince sílabas y nunca logran encontrar la combinación perfecta para el diminutivo. Yo me decidí por Bliss al cumplir quince años.

Mi madre se llamaba «Nobby», ¿se lo imagina?

—En galáctico, «bliss» significa «éxtasis» o «extrema felicidad» —dijo Pelorat.

—En gaiano, también. No es muy diferente del galáctico, y «éxtasis» es la impresión que yo pretendo comunicar.

—Yo me llamo Janov Pelorat.

—Lo sé. Y este otro caballero, el que grita, es Golan Trevize. Recibimos un mensaje desde Syshell.

Trevize se apresuró a preguntar, con los ojos entornados:

—¿Cómo recibió usted el mensaje?

Bliss se volvió a mirarlo y respondió con calma:

—No fui yo. Fue Gaia.

Pelorat dijo:

—Señorita Bliss, ¿podemos mi compañero y yo hablar en privado unos momentos?

—Sí, por supuesto, pero tenemos que darnos prisa, compréndalo.

—No tardaremos. —Tiró con fuerza del codo de Trevize y éste le siguió de mala gana hasta la otra habitación.

Trevize dijo en un susurro:

—¿Qué es todo eso? Estoy seguro de que nos está oyendo. Lo más probable es que lea nuestras mentes, maldita criatura.

—Tanto si lo hace como si no, necesitamos un poco de aislamiento psicológico. Escuche, viejo amigo, déjela en paz. No podemos hacer nada, y es absurdo ensañarse con ella. Probablemente ella tampoco puede hacer nada. Sólo es una mensajera. En realidad, mientras permanezca a bordo, probablemente estemos a salvo; no la habrían enviado aquí si pensaran destruir la nave. Siga atacándola y quizá la destruyan, así como a nosotros, en cuanto la saquen de aquí.

—No me gusta sentirme indefenso —gruñó Trevize.

—Ni a usted ni a nadie. Pero actuar como un pendenciero no le hace menos indefenso. Sólo le hace un pendenciero indefenso. Oh, mi querido amigo, no pretendo atacarle y debe perdonarme si soy excesivamente crítico con usted, pero la muchacha no tiene la culpa de nada.

—Janov, es suficientemente joven para ser su hija menor.

Pelorat se irguió.

—Más motivo para tratarla amablemente. No sé qué quiere insinuar con estas palabras.

Trevize reflexionó unos momentos, y luego su rostro se iluminó.

—Muy bien. Tiene razón y yo estoy equivocado. Sin embargo, es irritante que hayan enviado a una muchacha. Habrían podido enviar a un militar, por ejemplo, dándonos la sensación de tener algún valor, por así decirlo. ¿Una simple muchacha? ¿Y se empeña en hacer recaer la responsabilidad sobre Gaia?

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