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Authors: Jean M. Auel

Los refugios de piedra (79 page)

BOOK: Los refugios de piedra
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–Entonces que alguien hable de un asunto serio –propuso el Zelandoni de Heredad Sur.

Era el que había preguntado a la Primera si Ayla se encontraba allí en relación con los animales. La Heredad Sur era Roca del Reflejo, que albergaba la caverna de la que Denanna era jefa. Era el hombre que Ayla había pensado que la observaba, a ella o quizá a los animales, con cierta hostilidad, pero su tono no le había parecido poco cordial. Esperaría antes de sacar conclusiones.

–Joharran quiere plantear el asunto de si los cabezas chatas son o no personas –dijo la Zelandoni de la Undécima–. Ése es un asunto muy serio.

–Pero cierta gente no quiere oír siquiera tales ideas, y es muy posible que surja una discusión. No nos conviene dar comienzo a esta Reunión de Verano con sentimientos encontrados. Eso podría dar pie a disputas continuas por cualquier razón –adujo la Primera–. Debemos crear un ánimo receptivo antes de exponer ideas nuevas acerca de los cabezas chatas.

Ayla se preguntó si sería apropiado que ella introdujera un comentario.

–Zelandoni –se atrevió a decir por fin–. ¿Se me permite hacer una sugerencia?

Todos se volvieron a mirarla, y Ayla tuvo la impresión de que no a todos les complacía que hubiera tomado la palabra.

–Claro que sí, Ayla –dijo la Primera.

–Jondalar y yo visitamos a los losadunai de camino hacia aquí. Dimos a Losaduna y su compañera unas cuantas piedras de fuego… para toda la caverna, porque habían sido muy amables y nos habían ayudado mucho –explicó Ayla, titubeante.

–¿Sí? –la alentó a seguir la Zelandoni.

–En su ceremonia para presentar las piedras de fuego, había dos hogares –continuó la joven–. Uno estaba preparado para ser encendido, pero frío. El otro ardía. Apagaron éste por completo. De pronto quedó todo tan oscuro que era imposible ver incluso a la persona que uno tenía sentada al lado, y era evidente que ni siquiera una sola brasa del primer hogar despedía el menor resplandor. Entonces encendí el fuego de la segunda hoguera.

Se produjo un silencio.

–Gracias, Ayla –dijo por fin la Zelandoni–. Creo que es una buena idea. Quizá hagamos algo así. Podría ser una demostración impresionante.

–Sí, me gusta la idea –dijo el Zelandoni de la Tercera–. De esa forma podríamos tener fuego ceremonial desde el principio.

–Y una hoguera lista para ser encendida despertará la curiosidad de la gente –añadió la Zelandoni de la Heredad Oeste de la Vigésimo novena–. Se preguntarán para qué la hemos preparado, y eso dará lugar a cierta expectación.

–¿Cómo apagaremos el fuego? ¿Echando agua y provocando mucho humo? –dijo la donier de la Undécima–. ¿O echando arena y apagándolo en el acto?

–¿O echando barro? –planteó otro de los presentes a quien Ayla no conocía–. Eso haría aparecer un poco de humo, pero extinguiría las brasas.

–Me gusta la idea de usar agua y producir mucho humo –dijo alguien que Ayla tampoco conocía–. Causaría más efecto.

–No, creo que causaría más efecto apagarlo al instante. Hay luz y de pronto todo queda a oscuras.

Ayla no conocía a todos los zelandonia presentes, y a medida que la conversación se animaba, empezaron a hablarse con menos formalidad, y no pudo identificarlos. Ignoraba el grado de planificación y consulta que requería una ceremonia. Siempre había pensado que los acontecimientos simplemente ocurrían de manera espontánea, que los zelandonia y otros que trataban con el mundo de los espíritus eran sólo agentes de esas fuerzas invisibles. Ahora todos expresaban sus opiniones libremente, y Ayla empezó a comprender por qué algunos habían puesto objeciones a su presencia; pero mientras discutían cada pequeño detalle, su mente se fue por otros derroteros.

Se preguntó si los mog-ures del clan planeaban sus ceremonias con tanto detalle, y entonces cayó en la cuenta de que probablemente así era, aunque para ello seguirían otros procedimientos. Las ceremonias del clan eran antiguas, y se hacían del mismo modo que se habían hecho siempre, o de la manera más fiel posible. Comprendió un poco mejor en ese momento el dilema que debía haber representado para Creb, el Mog-ur, que ella desempeñara un papel significativo en una de sus ceremonias más sagradas.

Echó una ojeada al circular y espacioso alojamiento de verano de la zelandonia. La construcción de doble pared y paneles verticales que delimitaba el espacio era semejante a los alojamientos del campamento de la Novena Caverna pero más grande. Los paneles móviles que dividían el interior en áreas independientes habían sido apilados entre las plataformas de dormir adosadas a las paredes exteriores para crear una única y amplia estancia. Notó que las plataformas de dormir estaban agrupadas en un mismo sitio y que todas se hallaban elevadas, al igual que en el alojamiento de la Zelandoni en la Novena Caverna. Se preguntó por qué, y enseguida pensó que probablemente se debía a que eran utilizadas por los pacientes trasladados al alojamiento de la zelandonia; así era más fácil atenderlos.

El suelo estaba cubierto de esterillas, muchas de ellas con intrincados y hermosos dibujos tejidos, y había almohadillas, cojines y asientos dispuestos alrededor de varias mesas bajas de distintos tamaños, en la mayoría de las cuales había candiles, casi todos ellos de piedra arenisca o caliza, que por norma permanecían encendidos de día y de noche en el interior del alojamiento sin ventanas. Muchos tenían múltiples mechas. En su mayoría estaban minuciosamente modelados y decorados, pero algunos, como ocurría en la morada de Marthona, eran de piedra sin labrar, con concavidades formadas naturalmente o realizadas de forma tosca para el sebo fundido. Cerca de muchos de los candiles vio pequeñas tallas de mujeres, colocadas en recipientes tejidos llenos de arena. Todas eran parecidas y, sin embargo, distintas. Ayla había visto ya varias y sabía que eran representaciones de la Gran Madre Tierra, lo que Jondalar llamaba «donii».

El tamaño de las donii oscilaba entre diez y veinte centímetros de altura, pero todas podían sostenerse en la mano. Se caracterizaban por cierta abstracción y exageración. Los brazos y las manos aparecían apenas insinuados, y las piernas eran ahusadas, sin pies, para que la figurilla pudiera clavarse en la tierra o en la arena contenida en un recipiente y permanecer erguida. La talla no representaba a una persona en particular; no tenía rasgos para sugerir una identidad, aunque el artista podía haberse inspirado en una mujer real para realizar el cuerpo. No era una mujer joven y núbil de pecho firme al comienzo de su vida adulta, ni la figura enjuta de una mujer que caminaba a diario, continuamente en busca de comida.

Una donii representaba a una mujer obesa con cierta experiencia de la vida. No estaba encinta pero lo había estado. Las amplias nalgas estaban en consonancia con los pechos enormes que colgaban sobre el gran vientre, un tanto caído, de una mujer que había dado a luz y amamantado a varios hijos. Tenía la figura ancha de una mujer experimentada de cierta edad, una madre, pero su forma insinuaba mucho más que la fertilidad de la procreación. Para que una mujer tuviera esas formas redondas, la comida tenía que abundar y su vida tenía que ser bastante sedentaria. Aquella pequeña estatuilla pretendía sugerir la imagen de una madre afortunada y bien alimentada que mantenía a sus hijos; era símbolo de la abundancia y la generosidad.

La realidad no era muy diferente. Unos años eran peores que otros, pero la mayor parte del tiempo los zelandonii se las arreglaban bastante bien. En la comunidad había mujeres gruesas; los tallistas de las estatuillas tenían que conocer el aspecto de una mujer gruesa para representarlo con tanto detalle. A finales de la primavera, cuando la comida almacenada para el invierno casi se había acabado y las nuevas plantas comenzaban a brotar, podía ser una época de escasez. Lo mismo podía afirmarse de los animales. En primavera estaban flacos, y su carne era dura y correosa, con tan poca grasa que incluso la médula de los huesos estaba consumida. En esa época, la gente se privaba de ciertos alimentos, pero no se moría de hambre, al menos no frecuentemente.

Para quienes vivían de la tierra, cazaban y recolectaban todo lo que se requería para sobrevivir, la tierra era como una gran madre que alimenta a sus hijos. Les proporcionaba lo que necesitaban. No plantaban semillas, no cultivaban ni regaban la tierra y no pastoreaban a los animales, ni los protegían de los depredadores, ni recogían pienso para alimentarlos en invierno. Todo estaba a su disposición para tomarlo a voluntad, si sabían dónde buscar y cómo cosechar. Pero no podían darlo por hecho, porque a veces se los privaba de ello.

Cada donii que tallaban era receptáculo para el espíritu de la Gran Madre Tierra, y una demostración manifiesta para informar a las fuerzas invisibles que controlaban sus vidas acerca de lo que necesitaban para sobrevivir. Era magia simpática, destinada a hacer saber a la Madre qué querían y, por tanto, qué extraían de Ella. La donii era una representación de la esperanza de que las plantas comestibles fueran abundantes y fáciles de encontrar y recolectar, de que los animales proliferaran y se dejaran cazar con facilidad. Era un símbolo y una súplica de una tierra generosa y rica donde la comida abundara y la vida fuera cómoda. La donii era una figura idealizada, una evocación de las condiciones que más deseaban.

–Me gustaría dar las gracias a Ayla…

La joven abandonó sus ensoñaciones, sobresaltada, al oír su nombre. Ni siquiera recordaba en qué había estado pensando.

–… por acceder a mostrarnos esta nueva técnica para encender fuego a todos los zelandonia, y por la paciencia que ha tenido con aquellos de nosotros a quienes nos ha costado un poco más aprender –dijo la Primera.

Se oyeron muchas voces de asentimiento, e incluso la Zelandoni de la Decimocuarta Caverna pareció sincera en su agradecimiento. A continuación empezaron a discutir los detalles del resto de la ceremonia de inicio de la Reunión de Verano de ese año, y otras ocasiones ceremoniales inminentes, en particular la ceremonia de emparejamiento conocida como matrimonial. Ayla deseó que hubieran hablado más de eso, pero básicamente fijaron la siguiente reunión para tratar el asunto. Después la atención se concentró en los acólitos.

La Primera se puso en pie.

–Son los zelandonia quienes mantienen la historia de la gente. –Miró a los zelandonia en fase de formación, los acólitos, pero Ayla tuvo la impresión de que la Zelandoni ponía especial interés en incluirla a ella–. Parte de la preparación de un acólito consiste en memorizar las Historias y Leyendas de los Ancianos. En éstas se explica quiénes son los zelandonii y de dónde vienen. Memorizar también nos sirve para aprender, y existen muchas cosas que un acólito debe aprender. Demos por concluida esta reunión con Su Leyenda, el Canto a la Madre.

Guardó silencio y dio la impresión de que sus ojos miraban hacia dentro, extrayendo de los recovecos de su propia mente una historia que había aprendido de memoria mucho tiempo atrás. Era la más importante de todas las Leyendas de los Ancianos, porque era la que contaba los orígenes. Para que las leyendas fuesen más fáciles de memorizar, se narraban con rima, y para mayor sencillez todavía aquellos que tenían talento para componer música les añadían una melodía que los demás aprendían con gusto. Algunos de los cantos eran muy antiguos y tan conocidos que a menudo bastaba con la melodía para que la gente recordara la historia.

La Zelandoni Que Era La Primera, sin embargo, había creado su propia melodía para el Canto a la Madre, y mucha gente empezaba a aprenderla. Comenzó a cantar
a cappella
con una voz pura, vibrante y hermosa:

En el caos del tiempo, en la oscuridad tenebrosa
,

el torbellino dio a luz a la Madre gloriosa
.

Despertó ya consciente del gran valor de la vida
,

el oscuro vacío era para la Gran Madre una herida
.

La Madre sola se sentía. A nadie tenía
.

Al reconocer la letra Ayla notó un escalofrío y se unió a los demás cuando respondían al unísono pronunciando o entonando el último verso junto con La Que Era La Primera.

Al otro creó del polvo que al nacer traía consigo
,

un hermano, compañero, pálido y resplandeciente amigo
.

Juntos crecieron, aprendieron qué era amor y consideración,

y cuando Ella estuvo a punto, decidieron confirmar su unión
.

Él la rondó expectante. Su pálido y luminoso amante
.

Ayla recordó también el último verso de la segunda estrofa y lo recitó con los demás, pero luego escuchó atentamente varias estrofas más intentando atender al contenido, repitiendo para sí lo que recordaba. Deseaba memorizarlo fielmente porque le encantaba la historia, y le gustaba el modo en que la Primera la cantaba. El mero sonido de su voz casi le hacía saltar las lágrimas. Aunque sabía que nunca sabría cantarla, quería aprender la letra. Había aprendido la versión de los losadunai en su viaje cuando ella y Jondalar se detuvieron a visitarlos antes de atravesar el pequeño glaciar de la meseta situada al este, pero la lengua, el ritmo y parte de la narración eran bastante parecidos. Quería conocer la historia en zelandonii y escuchó muy atentamente.

El oscuro vacío y la Tierra yerma y vasta

aguardaron el nacimiento con ánimo entusiasta
.

La vida desgarró su piel, bebió la sangre de sus venas
,

respiró por sus huesos y redujo sus rocas a blancas arenas
.

La Madre alumbraba. Otro alentaba
.

Jondalar le había repetido algunas de las estrofas cuando viajaban, pero a Ayla le sobrecogía la resonancia y la fuerza espectacular que La Primera Entre Quienes Servían a La Madre confería a los versos. Jondalar tampoco había recitado la canción exactamente con las mismas palabras.

Al romper aguas, éstas llenaron mares y ríos
,

anegándolo todo, creando así árboles y plantíos
.

De cada preciosa gota, hojas y tallos brotaron
,

verdes y exuberantes plantas la Tierra renovaron
.

Sus aguas fluían. Nueva vegetación crecía
.

En violento parto, vomitando fuego a borbotones
,

dio a luz una nueva vida entre dolorosas contracciones
.

Su sangre seca se tornó en limo ocre, y llegó el radiante hijo.

El supremo esfuerzo valió la pena, ya todo era gran regocijo
.

El niño resplandecía. La Madre no cabía en sí de alegría
.

Se alzaron montañas, de cuyas crestas brotaban llamas,

y Ella alimenta a su hijo con sus colosales mamas
.

Chispas saltaban al chupar el niño, tal era su anhelo
,

y la tibia leche de la Madre trazó un camino en el cielo
.

Una vida se iniciaba. A su hijo amamantaba
.

BOOK: Los refugios de piedra
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