Los refugios de piedra (80 page)

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Authors: Jean M. Auel

BOOK: Los refugios de piedra
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Ésta era una de las partes que más le gustaba. Le recordaba su propia experiencia, en especial la parte en que decía que el esfuerzo valía la pena por la gran alegría, por el maravilloso hijo.

Se marchó de su lado cuando la Gran Madre dormía
,

mientras fuera se arremolinaba la oscuridad vacía
.

Por todos los medios, las tinieblas procuraron al hijo tentar,

y él, fascinado por el gran torbellino, se dejó cautivar
.

A su hijo arrebataba. Al joven que tanto brillaba
.

Tal como Broud le había arrebatado a ella su hijo. La Zelandoni narraba la historia tan bien que Ayla, sin darse cuenta, empezó a sentir inquietud por la Madre y el hijo. Seguía aprendiendo; no quería perderse una sola palabra.

Y su luminoso amigo no iba ya a ceder más terreno

ante el ladrón que mantenía retenido al hijo de su seno
.

Juntos pugnaron por el rescate del hijo que Ella adoraba
.

Sus esfuerzos no fueron en vano, su luz de nuevo alumbraba
.

Recobraba la energía. Su resplandor volvía
.

Ayla dejó escapar un suspiro y miró alrededor. No era ella la única emocionada con la historia. Todos estaban absortos por la voz de la corpulenta mujer.

En el corazón de la Madre anidaba una inmensa pena
,

su hijo y Ella por siempre separados, ésa era la condena
.

Suspiraba por el niño que en otro tiempo fuera su centro
,

y una vez más recurrió a la fuerza vital que llevaba dentro
.

No podía darse por vencida. Su hijo era su vida
.

Las lágrimas resbalaron por las mejillas de Ayla, y notó una repentina punzada de dolor por el hijo que se había visto obligada a dejar con el clan, y un profundo y empático pesar por la Madre.

Cuando llegó la hora, manaron de Ella las aguas del parto
,

devolviendo la verde vida a un mundo seco como el esparto.

Y las lágrimas por su pérdida, profusamente derramadas
,

tornáronse arco iris y gotas de rocío, maravillas inusitadas
.

La Tierra recobró su verde encanto, pero no sin llanto
.

Ayla estaba segura de que nunca podría volver a pensar en el rocío de la mañana o el arco iris del mismo modo que antes. A partir de ese momento siempre le recordarían el llanto de la Madre.

Partió en dos las rocas con un atronador rugido
,

y en sus profundidades, en el lugar más escondido
,

nuevamente se abrió la honda y gran cicatriz
,

y los Hijos de la Tierra surgieron de su matriz
.

La Madre sufría, pero más hijos nacían
.

La siguiente parte no era tan triste, pero era interesante. Explicaba cómo eran ahora las cosas y por qué.

Aunque todos eran sus hijos y la colmaban de satisfacción
,

consumían la fuerza vital que hacía latir su corazón
.

Pero aún le quedaba suficiente para una génesis postrera
,

un hijo que supiera y recordara quién era la Suma Hacedora
.

Un hijo que la respetaría y a protegerla aprendería
.

La Primera Mujer nació ya totalmente desarrollada y viva
,

y recibió los dones que necesitaba, ésa era su prerrogativa
.

La Vida era el Primer don, y como la Madre naciente
,

al despertar del gran valor de la vida era ya consciente
.

La Primera en salir de la horma, las demás tendrían su forma
.

Ayla alzó la vista y advirtió que la Zelandoni la observaba. Miró a quienes tenía alrededor y luego dirigió de nuevo la mirada a la donier, que ya había desviado la vista en otra dirección.

La Madre recordó la experiencia de su propia soledad
,

el amor de su amigo y su caricia llena de inseguridad
.

Con la última chispa que le quedaba, el parto empezó
,

para compartir la vida con la Mujer, al Primer Hombre creó
.

De nuevo alumbraba; otro más alentaba
.

A la Mujer y al Hombre había deseado engendrar
,

y el mundo entero les obsequió a modo de hogar
,

tanto el mar como la tierra, toda su Creación
.

Explotar los recursos con prudencia era su obligación
.

De su hogar debían hacer uso, sin caer en el abuso
.

A los Hijos de la Tierra la Madre concedió

los dones precisos para sobrevivir, y luego decidió

otorgarles la alegría de compartir y el don del placer
,

por el cual se honra a la Madre con el goce de yacer
.

Los dones aprendidos estarán cuando a la Madre honrarán
.

La Madre quedó satisfecha de la pareja que había creado
.

Les enseñó a amarse y a respetarse en el hogar formado
,

y a desear y buscar siempre su mutua compañía
,

sin olvidar que el don del placer de la Madre provenía
.

Antes de su último estertor, sus hijos conocían ya el amor
.

Tras a los hijos su bendición dar, la Madre pudo reposar
.

Ayla estaba un poco confusa respecto a los dos últimos versos. Rompían la pauta establecida, y se preguntó si faltaba algo o había algún error. Cuando miró a la Zelandoni advirtió que la mujer la estaba mirando fijamente, lo cual la incomodó. Bajó la mirada, pero cuando volvió a alzarla, la Primera seguía observándola.

Tras disolverse la reunión, la donier se acercó a Ayla.

–He de ir al campamento de la Novena Caverna, ¿te importa que te acompañe?

–No, claro que no –contestó la joven.

Caminaron en plácido silencio. Ayla se sentía aún abrumada por la leyenda, y la donier esperaba a ver qué decía.

–Ha sido precioso, Zelandoni –declaró Ayla por fin–. Cuando vivía en el Campamento del León a veces todos hacían música y cantaban o bailaban juntos. Había algunos con hermosas voces, pero ninguna como la tuya.

–Es un don de la Madre. No he hecho nada para que así sea; nací con esta voz. La Leyenda de la Madre se llama Canto a la Madre, porque a algunas personas les gusta cantarla –explicó la Zelandoni.

–Jondalar me recitó un poco del Canto a la Madre durante nuestro viaje. Me dijo que no lo recordaba todo, pero algunas de sus palabras no coinciden exactamente con las tuyas.

–Eso no es raro. Existen versiones con ligeras diferencias. Él aprendió la versión del antiguo Zelandoni, y yo memoricé la de mi mentor. Algunos de los otros zelandonia la cantan también con pequeños cambios. No hay inconveniente, siempre y cuando no se altere el significado y se mantenga el ritmo y la rima. Si suena bien, la gente tiende a adoptar las variaciones. Si no, las olvidan. Yo compuse mi propia canción porque me apetecía, pero hay otras maneras de cantarla.

–Creo que la mayoría de la gente repite el mismo canto que tú, pero ¿qué significan las palabras «ritmo» y «rima»? Creo que Jondalar nunca me lo ha explicado –dijo Ayla.

–Posiblemente no. El canto y la narración de historias nunca han sido su fuerte, aunque ha mejorado mucho desde que cuenta sus aventuras.

–Tampoco yo estoy dotada para ello. Soy capaz de recordar una historia, pero no sé cantarla. Aunque me encanta escuchar.

–El ritmo y la rima ayudan a la gente a memorizar. El ritmo es el sentido del movimiento. Te transporta como si caminaras a un paso regular. La rima se refiere a las palabras con un sonido semejante. Se suman al ritmo, pero también ayudan a recordar las siguientes palabras.

–Los losadunai tienen una Leyenda de la Madre parecida, pero cuando la memoricé no me produjo la misma sensación –admitió Ayla.

La Zelandoni se detuvo y miró a Ayla.

–¿La memorizaste? El losadunai es una lengua distinta.

–Sí, pero se parece mucho al zelandonii; no es difícil aprenderla.

–Sí, se parece, pero no es igual, y a algunas personas les resulta muy difícil. ¿Cuánto tiempo pasaste con ellos? –preguntó la Zelandoni.

–No mucho, menos de una luna. Jondalar tenía prisa por cruzar el glaciar antes de que el deshielo de primavera lo hiciera más peligroso. De hecho, el último día empezó a soplar un viento cálido, y tuvimos algunos problemas –explicó Ayla.

–¿Aprendiste su lengua en menos de una luna?

–No perfectamente. Cometía aún muchos errores, pero memoricé algunas de las leyendas de Losaduna. He intentado aprender la Leyenda de la Madre en su versión como Canto a la Madre, y recitarla tal como tú la cantas.

La Zelandoni la observó un momento y luego reanudó la marcha hacia el campamento.

–Te ayudaré con mucho gusto –se ofreció.

Mientras caminaban, Ayla pensó en la leyenda, sobre todo en la parte que le recordaba a Durc y a sí misma. Estaba segura de comprender los sentimientos de la Gran Madre cuando tuvo que aceptar que su hijo se había alejado de ella para siempre. También ella anhelaba a veces tener a su hijo a su lado y esperaba con ilusión el nacimiento de su nuevo niño, el hijo de Jondalar. Recordó algunas de las estrofas que acababa de oír y empezó a caminar al ritmo del canto a la vez que las recitaba en silencio.

La Zelandoni advirtió un ligero cambio en su paso. Algo le resultó familiar. Miró de soslayo a Ayla y vio en su semblante una expresión de intensa concentración. «El lugar de esta joven está en la zelandonia», se dijo.

Cuando llegaban al campamento, Ayla se detuvo e hizo una pregunta:

–¿Por qué al final hay dos versos en lugar de uno solo?

La corpulenta mujer la escrutó con la mirada por un instante antes de contestar.

–Ésa es una duda que se plantea de vez en cuando. No conozco la respuesta. Siempre ha sido así. La mayoría de la gente piensa que el propósito es dar a la leyenda un final claro, un verso para acabar la estrofa y otro verso para acabar la narración.

Ayla movió la cabeza en un gesto de asentimiento. La Zelandoni no estaba segura de si ese gesto equivalía a aceptación de la explicación, o sencillamente a comprensión de la afirmación. «La mayoría de los acólitos ni siquiera habla de los aspectos más sutiles del Canto a la Madre. Sin duda, el lugar de esta joven está en la zelandonia», se repitió.

Caminaron un poco más. Ayla notó que el sol descendía hacia el horizonte. Pronto oscurecería.

–Me parece que la reunión ha ido bien –comentó la Zelandoni–. Los zelandonia han quedado impresionados con tu manera de encender el fuego, y te agradezco que hayas accedido a enseñársela a todos. Si encontramos piedras de fuego suficientes, pronto todo el mundo podrá encender el fuego así. Pero no sé qué haremos si no hallamos todas las piedras necesarias. En ese caso quizá será mejor utilizarlas sólo para encender fuego en ceremonias especiales.

Ayla frunció el entrecejo.

–¿Y la gente que ya tiene una piedra de fuego o que puede llegar a encontrar una? –preguntó–. ¿Puedes pedirles que no la usen?

La Zelandoni se detuvo y miró a Ayla a la cara. Al cabo de un momento dejó escapar un suspiro.

–No, no puedo. Puedo pedir a la gente que intente aceptarlo, pero tienes razón: no puedo obligarlos, y siempre habrá quienes hagan lo que quieran. Supongo que pensaba en voz alta acerca de una situación ideal, pero de hecho no daría resultado, después de aprender todo el mundo a hacer fuego de esta manera. –Adoptó una irónica expresión–. Cuando los zelandonia de la Quinta y la Decimocuarta planteaban la posibilidad de mantenerlo en secreto, simplemente expresaban lo que creo que deseamos la mayoría de nosotros, y ahí debo incluirme. Para nosotros sería un instrumento muy valioso, pero no podemos privar de algo así a la gente. –Reanudó la marcha una vez más–. No planearemos la ceremonia matrimonial hasta después de la primera cacería. En eso participarán todas las cavernas. Es un asunto que pone muy nerviosa a la gente. Creen que si la primera cacería acaba bien, es un buen augurio para todo el año; pero en caso contrario trae mala suerte. Los zelandonia realizarán una búsqueda de caza. A veces eso ayuda. Si hay manadas cerca, un buen buscador puede ayudar a localizarlas, pero ni siquiera el mejor buscador puede encontrar caza si no la hay.

–Yo ayudé a Mamut en una búsqueda. Fue una sorpresa para mí la primera vez, pero aparentemente existía una afinidad entre nosotros, y quedé atrapada en su búsqueda –dijo Ayla.

–¿Participaste en una búsqueda con tu Mamut? –preguntó la Zelandoni sorprendida–. ¿Qué sentiste?

–Es difícil explicarlo, pero sentí algo parecido a lo que debe sentir un pájaro al volar sobre el terreno, pero no había viento y el terreno no parecía exactamente igual.

–¿Estarías dispuesta a ayudar a la zelandonia? Tenemos algunos buscadores, pero cuantos más haya, mejor –dijo la donier, y de inmediato notó en Ayla cierta reticencia.

–Me gustaría ayudar…, pero… no quiero ser una Zelandoni. Sólo quiero emparejarme con Jondalar y tener hijos –afirmó Ayla.

–Si no quieres, no tienes por qué serlo, nadie puede obligarte, Ayla, pero si una búsqueda nos lleva a una cacería afortunada, será un buen presagio para la ceremonia matrimonial, o eso se cree, y producirá uniones largas y hogares felices –adujo la Primera.

–Sí, bueno, supongo que puedo intentar ayudaros, pero no sé si seré capaz.

–No te preocupes, nadie tiene nunca esa seguridad. Lo único que puede hacerse es intentarlo.

La Zelandoni se sintió satisfecha de sí misma. Era evidente que Ayla era reacia y trataría de resistirse a ser una Zelandoni. La búsqueda sería una forma de iniciarla. «Necesita formar parte de la zelandonia, pensó. Tiene mucho talento, muchas aptitudes, hace preguntas muy inteligentes. Tiene que ser incluida en el grupo o podría causar disensiones fuera de él.»

Capítulo 25

Cuando se acercaban al campamento, Lobo corrió a saludarla. Ayla lo vio venir y se preparó por si, en su entusiasmo, le saltaba encima, pero a la vez le indicó con una seña que no se levantara. El animal se detuvo, pero dio la impresión de que eso era lo único que podía hacer para controlarse. Ella se agachó y le permitió que le lamiera el cuello mientras lo mantenía sujeto hasta que se calmó. Luego Ayla se irguió. Lobo la miró con una expresión de esperanza y anhelo, y finalmente ella asintió con la cabeza y se dio unas palmadas en los hombros. Él se levantó entonces sobre las patas traseras y apoyó las delanteras donde ella había indicado. Luego emitió un grave gruñido y rodeó con sus dientes la mandíbula de ella. Ayla le devolvió el gesto y cogió entre sus manos la magnífica cabeza del animal para mirarlo a los ojos, salpicados de brillos dorados.

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