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Authors: Jean-Christophe Grangé

Tags: #Policíaco, Thriller

Los ríos de color púrpura (32 page)

BOOK: Los ríos de color púrpura
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Niémans se ajustó de nuevo las gafas. Pareció reflexionar unos minutos y después, esquivando el mentón como un boxeador, animó a Karim a proseguir.

—Tengo novedades, comisario. He descubierto en casa de los Caillois una inscripción grabada en una de las paredes. Una inscripción firmada «Judith» y que habla de «ríos de color púrpura». Usted buscaba un punto común entre las víctimas. Le propongo al menos uno, entre Caillois y Sertys: Judith. Mi pequeña, mi cara borrada. Sertys profanó su sepultura. Y Caillois recibió un mensaje firmado con su nombre.

El comisario se dirigió hacia la puerta.

—Ven conmigo.

Vermont se levantó, encolerizado.

—¡Eso es, lárguense! ¡Sigan con sus misterios!

Niémans ya empujaba a Karim hacia el exterior. La voz del capitán chillaba:

—¡Ya no forma usted parte de la investigación, Niémans! ¡Está relevado! ¿Lo comprende? Ya no tiene ningún peso… ¡Ninguno! ¡Es usted un soplo, una corriente de aire! Váyase a escuchar los delirios de este advenedizo… Un ilegal y un golfo… ¡Vaya equipo! Yo…

Niémans acababa de entrar en una oficina vacía, a varias puertas de allí. Empujó a Karim, encendió la luz y cerró la puerta, cortando en seco el discurso del gendarme. Agarró una silla y se la ofreció. Su voz murmuró simplemente:

—Te escucho.

44

Karim no se sentó y empezó en un tono frenético:

—La inscripción de la pared decía concretamente: «Subiré a la fuente de los ríos de color púrpura». Con sangre en lugar de tinta. Y una hoja en lugar de buril. Una visión para hacerte temblar el resto de tus noches. Con tanta mayor razón cuanto que el mensaje está firmado «Judith». Sin duda alguna: «Judith Hérault». El nombre de una muerta, comisario. Desaparecida en 1982.

—No entiendo nada.

—Yo tampoco —murmuró Karim—. Pero puedo imaginar algunos hechos que han marcado este fin de semana.

Niémans permanecía en pie. Meneó lentamente la cabeza. El
beur
continuó:

—Son éstos. El asesino elimina primero a Rémy Caillois, digamos, durante el día del sábado. Mutila el cuerpo y luego lo incrusta en la pared de piedra. No tengo la menor idea del porqué de todo este teatro. Pero a partir del día siguiente se aposta en algún lugar del campus. Vigila los actos y gestos de Sophie Caillois. Al principio, la joven no se mueve, pero después acaba por salir digamos que a mediodía. Tal vez se va a buscar a Caillois a las montañas, no lo sé. Durante este tiempo, el asesino entra en su casa y firma su crimen en la pared: «Subiré a la fuente de los ríos de color púrpura».

—Continúa.

—Más tarde, Sophie Caillois vuelve a su casa y descubre la inscripción. Capta el significado de las palabras. Comprende que el pasado se está despertando y que sin duda han matado a su marido. Dominada por el pánico, viola el secreto y telefonea a Philippe Sertys, que es o ha sido cómplice de su marido.

—Pero, ¿de dónde sacas todo esto?

Karim se inclinó y dijo en voz baja:

—Mi idea es que Caillois, Sertys y su mujer son amigos de infancia y cometieron un acto culpable cuando eran niños. Un acto que tiene cierta relación con los términos «ríos de color púrpura» y la familia de Judith.

—Karim, ya te lo he dicho: en los años ochenta, Caillois y Sertys tenían diez o doce años, ¿cómo puedes imaginar…?

—Déjeme acabar. Philippe Sertys llega a casa de los Caillois. Descubre a su vez la inscripción. Él también capta la alusión a los «ríos de color púrpura» y empieza a asustarse en serio. Pero se previene contra lo más urgente: disimular la inscripción, que hace referencia a algo, un secreto que es preciso ocultar a toda costa. Estoy seguro de esto: a pesar de la muerte de Caillois, a pesar de la amenaza de un asesino que firma su crimen como «Judith», Sertys y Sophie Caillois sólo piensan en estos momentos en borrar la marca de su propia culpabilidad. El auxiliar de enfermería va entonces a buscar rollos de papel pintado que pega sobre el mensaje. Por eso huele a cola en todo el apartamento.

La mirada de Niémans brilló. Karim comprendió que el poli también había notado ese detalle, sin duda durante el interrogatorio de la mujer. Prosiguió:

—Esperan durante todo el domingo. O intentan otra búsqueda, no lo sé. Al final, al atardecer, Sophie Caillois se decide a avisar a los gendarmes. En el mismo momento se descubre el cadáver en el precipicio.

—¿Tienes la continuación?

—Aquella noche, Sertys corre en la oscuridad hacia Sarzac.

—¿Por qué?

—Porque el asesinato de Rémy Caillois está firmado por Judith, muerta y enterrada desde hace quince años en Sarzac. Y Sertys lo sabe.

—Es muy rebuscado.

—Tal vez. Pero la noche anterior Sertys estaba en mi pueblo, con un cómplice que podía ser nuestra tercera víctima: Edmond Chernecé. Registraron los archivos de la escuela. Fueron al cementerio y abrieron el panteón de Judith. Cuando uno busca a un muerto, ¿adónde va? A su tumba.

—Continúa.

—Ignoro qué encuentran Sertys y el otro en Sarzac. Ignoro si abren el ataúd. No he podido investigar mucho en el registro del panteón. Pero presiento que no descubren nada que les satisfaga plenamente. Entonces regresan a Guernon con el miedo en el cuerpo. Por Dios, ¿puede imaginárselo? Está en circulación un fantasma decidido a eliminar a todos los que le han hecho daño…

—No tienes ninguna prueba de lo que estás contando.

Karim eludió la observación.

—Estamos en el amanecer del lunes, Niémans. A su vuelta, Sertys es sorprendido por el fantasma. Es el segundo asesinato. Nada de tortura, nada de suplicio. Ahora el espectro ya sabe lo que quería saber. Sólo falta llevar a cabo su venganza. Sube al teleférico con el cuerpo a cuestas hasta las montañas. Todo está premeditado. Ha dejado un mensaje en su primera víctima. Debe dejar otro en el cuerpo de la segunda. Y ya no se detendrá más. Su tesis de la venganza es correcta, Niémans.

El comisario se sentó, con la espalda dolorida. Estaba empapado de sudor.

—¿La venganza de quién? ¿Y quién es el asesino?

—Judith Hérault. O mejor: alguien que ha adoptado el papel de Judith.

El comisario guardó silencio con la cabeza gacha. Karim se acercó todavía más.

—He vuelto a la sepultura de Sylvain Hérault, Niémans, al crematorio del cementerio. Sobre la muerte propiamente dicha, no he encontrado nada de particular. Hérault murió aplastado por un mal conductor. Tal vez se podría rascar algo más a este respecto, aún no lo sé… Pero esta noche ha sido la propia sepultura la que me ha ofrecido un nuevo elemento. Ante el tragaluz había un ramillete de flores frescas. Me he informado: ¿sabe quién va a depositar allí flores cada semana desde hace años? Sophie Caillois.

Niémans meneó la cabeza, como presa de un vértigo.

—¿Qué vas a decirme ahora como explicación?

—A mi juicio, son remordimientos.

El comisario no se tomó la molestia de contestar. Abdouf se irguió y gritó:

—¡Todo encaja, por el amor de Dios! No consigo imaginarme a Sophie Caillois en la piel de una verdadera culpable. Pero compartía un secreto con su marido y siempre le apoyó, por amor, por miedo o por cualquier otra razón. No obstante, a escondidas, deposita desde hace años ramos de flores ante la urna de Sylvain Hérault, por respeto a esa familia perseguida por su amigo.

Karim se arrodilló a un paso del comisario principal.

—Niémans —ordenó—, reflexione. El cuerpo de su marido acaba de ser descubierto. Este asesinato firmado «Judith» constituye la venganza evidente de una niña del pasado. Y a pesar de todo eso, la mujer va hoy a depositar flores sobre la tumba de su padre. Estos asesinatos no engendran el odio en el corazón de Sophie Caillois. Refuerzan sus recuerdos. Y sus pesares. Joder, Niémans, estoy seguro de tener razón. Antes de volatilizarse, esta muchacha ha querido rendir un último homenaje a los Hérault.

El poli de cabellos a cepillo no respondió. Sus facciones se habían acentuado hasta el punto de lanzar sombras profundas como grietas. Los segundos se prolongaron. Por fin Karim se levantó y prosiguió con voz ronca:

—Niémans, he leído atentamente su informe de la investigación. En él hay otros indicios, otros detalles que apuntan a Judith Hérault.

El comisario suspiró.

—Te escucho. No sé qué gano con ello, pero te escucho.

El teniente magrebí se puso a andar arriba y abajo de la habitación como una fiera enjaulada.

—En su expediente consta que sólo tiene una certeza sobre el asesino: sus aptitudes de alpinista. Pues bien, ¿cuál era la profesión de Sylvain Hérault? Cristalero. Escalaba las cumbres para arrancar cristales a la piedra. Era un alpinista de excepción. Pasó toda su vida en la ladera de los precipicios, a lo largo de los glaciares. Allí mismo, donde usted encontró los dos primeros cuerpos.

—Como varios centenares de alpinistas veteranos de la región. ¿Es eso todo?

—No. También está el fuego.

—¿El fuego?

—Me he fijado en un detalle del primer informe de la autopsia. Una observación extraña que me da vueltas en la cabeza desde que la he leído. El cuerpo de Rémy Caillois tenía trazas de quemaduras. Costes ha notado que el asesino había pulverizado gasolina en las llagas de la víctima. Habla de un aerosol comercializado, de un Kárcher.

—¿Y bien?

—Pues que existe otra explicación. El asesino podría ser un comefuegos que hubiese pulverizado gasolina con su propia boca.

—No te sigo.

—Porque ignora un detalle particular: Judith Hérault sabía escupir fuego. Es increíble, pero es verdad. Conocí al extranjero que le enseñó esta técnica varias semanas antes de su muerte. Una técnica que la fascinaba. Decía que quería usarla como un arma, para proteger a su «mamá».

Niémans se frotaba la nuca.

—¡Por Dios, Karim, Judith está muerta!

—Hay un último signo, comisario. Más vago todavía, pero que podría encontrar un lugar en este ovillo. En el primer informe de la autopsia, en relación a la técnica de estrangulación, el médico forense escribió: «Hilo metálico. Como un cable de freno o una cuerda de piano». ¿Han matado a Sertys de la misma manera?

El comisario asintió. Karim dijo a continuación:

—Puede no significar nada, pero Fabienne Hérault era pianista. Una virtuosa. Imagine por un instante que sea una cuerda de piano lo que ha matado a las tres víctimas, ¿no se podría ver en ello un vínculo simbólico? ¿Un hilo tendido hacia el pasado?

Pierre Niémans se levantó, esta vez gritando:

—¿Adonde quieres ir a parar Karim? ¿Qué buscamos? ¿Un fantasma?

Karim se encogió dentro de su chaqueta de cuero, como un chiquillo confuso.

—No lo sé.

Niémans se puso a andar a su vez y preguntó:

—¿Has pensado en la madre?

—Sí, claro —contestó Karim—. Pero no es ella. —Bajó el tono de voz—. Y otra cosa, comisario. Le he guardado lo mejor para el final. Cuando estaba en casa de los Caillois, el fantasma me ha sorprendido. Un fantasma al que he perseguido pero que se me ha escapado.

—¿Qué?

Karim esbozó una sonrisa contrita.

—Estoy avergonzado.

—¿Qué aspecto tenía él? —preguntó enseguida Niémans.

—Qué aspecto tenía
ella:
era una mujer. He visto sus manos. He oído su respiración. No cabe la menor duda al respecto. Mide alrededor de un metro setenta. Me ha parecido bastante alta y fuerte, pero no es la madre de Judith. La madre es un coloso. Mide más de un metro ochenta y tiene los hombros de un descargador. Varios testimonios coinciden en este punto.

—Entonces, ¿quién?

—No lo sé. Llevaba un impermeable negro, un casco de ciclista, un pasamontañas. Es todo lo que puedo decir.

Niémans se levantó.

—Hay que difundir su descripción.

Karim le agarró del brazo.

—¿Qué descripción? ¿Un ciclista en la noche? —Karim sonrió—. Tengo algo mejor que eso.

Se sacó del bolsillo la Glock empaquetada en un sobre transparente:

—Sus huellas están aquí.

—¿Ha empuñado tu pistola?

—Incluso ha vaciado el cargador sobre mi cabeza. Es una asesina original, comisario. Asume una venganza de psicópata pero estoy seguro de que no quiere hacer ningún daño a nadie aparte de sus presas.

Niémans abrió la puerta con violencia.

—Sube al primero. Los muchachos del SRPJ han traído un comparador de huellas. Un CMM flamante, conectado directamente a MORPHO. Pero no saben hacerlo funcionar. Un tipo de la policía científica les ayuda: Patrick Astier. Sube a verle, debe de estar acompañado del médico forense. Esos dos muchachos están conmigo. Te los llevas aparte, se lo explicas y comparas tus huellas con las fichas dactilares de MORPHO.

—¿Y si las huellas no nos dicen nada?

—Entonces busca a la madre. Su testimonio es capital.

—Hace más de veinte horas que busco a esa buena mujer, Niémans. Se esconde. Y se esconde bien.

—Vuelve a estudiar toda la investigación. Tal vez has pasado por alto algún indicio.

Karim se electrizó:

—No he pasado por alto absolutamente nada.

—Sí, tú mismo me lo has dicho. En tu pueblo, la tumba de la niña está perfectamente bien cuidada. De modo que alguien viene a ocuparse de ella regularmente. ¿Quién? No es Sophie Caillois. Entonces, responde a esta pregunta y encontrarás a la madre.

—He interrogado al guarda. No ha vista nunca…

—Tal vez no viene en persona. Tal vez lo ha delegado en una sociedad de pompas fúnebres, qué sé yo. Encuéntrala, Karim. De todos modos tienes que volver allí para abrir el ataúd.

El poli árabe se estremeció.

—Abrir el…

—Hemos de saber qué buscaban los profanadores. O qué han encontrado. También descubrirás en el féretro las señas del enterrador. —Niémans le lanzó un guiño macabro—. Un ataúd es como un jersey: la marca está en el interior.

Karim tragó saliva. Ante la idea de volver al cementerio de Sarzac, de ir allí de noche para penetrar de nuevo en el panteón, el miedo le debilitaba los miembros. Pero Niémans recapituló, con una voz sin piedad:

—Primero las huellas. Después el cementerio. Tenemos tiempo hasta el amanecer para terminar este asunto. Tú y yo, Karim. Y nadie más. Luego tendremos que volver al redil y dar cuenta de todo.

El otro se levantó el cuello.

—¿Y usted?

—¿Yo? Regreso a la fuente de los ríos de color púrpura, hacia la pista de mi pequeño poli, Éric Joisneau. Sólo él había descubierto parte de la verdad.

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