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Authors: Maj Sjöwall,Per Wahlöö

Tags: #novela negra

Los terroristas (26 page)

BOOK: Los terroristas
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—Ya ves.

—Por cierto, te felicito por la discreta y elegante resolución del asesinato de Petrus.

Demasiado tarde para felicitar, y demasiado ceremonioso.

—Gracias —dijo Martin Beck—, En realidad, fueron más bien Aasa y Benny los que lo descubrieron; sobre todo Aasa.

—¿Aasa?

Malm tenía problemas para conocer a su propia gente.

—Aasa Torell —aclaró Martin Beck—, de la comisaría de Märsta.

—¡Ah, ya! —dijo Malm vagamente, pues no acababan de hacerle el peso los policías femeninos.

—¿Era eso lo que querías decirme? —preguntó Martin Beck.

—No —dijo Malm—, desgraciadamente, no.

—¿Qué pasa, pues?

—El jefe de la aviación acaba de llamar al director general de la policía.

«Sí que van deprisa», pensó Martin Beck, y exclamó:

—¡Ajá!

—Parece ser que el general está...

—¿Cabreado?

—Bueno, bueno, vamos a decir que parecía tener sus dudas sobre la voluntad de colaboración de la policía en este asunto.

—¡Ah, vaya!

Malm se aclaró la garganta.

—¿Estás resfriado?

«Vaya porquería de jefe», pensó Martin Beck, aunque en seguida se dio cuenta de que en realidad aquella vez el jefe era él en cierto modo, y estaba por encima de Malm. Entonces dijo:

—Tengo mucho trabajo, ¿qué quieres?

—Hombre, es que consideramos que nuestras relaciones con la defensa son muy delicadas y muy importantes, y por eso sería de agradecer que las conversaciones con las fuerzas armadas se celebraran en un espíritu de mutua comprensión. Bueno, ya sabes que no soy yo quien habla.

Martin Beck se rió por lo bajo y dijo:

—¿Pues quién coño habla? ¿Alguna especie de fantasma telefónico?

—Martin —dijo Malm suplicante—, tú sabes en qué posición me encuentro. No es fácil...

—De acuerdo —le atajó Martin Beck—, ¿algo más?

—De momento, no.

—Adiós, pues.

—Adiós.

Durante esa conversación Benny Skacke también había entrado en la habitación. Miró interrogante a Martin Beck, que dijo:

—El jefe administrativo Malm; una personalidad interesante, como seguramente tendrás ocasión de comprobar a menudo durante tu carrera.

Gunvald Larsson estaba al otro extremo, junto al plano. Sin volver la cabeza dijo:

—No exageres. Malm es tan sólo un burócrata con la cabeza hueca; toda la organización está infestada por gente como él.

El teléfono volvió a sonar y contestó Melander; aquella vez era Möller, que quería hablar de lo que él llamaba su lucha contra las fuerzas subversivas de la sociedad; dicho más sencillamente: los comunistas.

Todos dejaron que Melander mantuviera la conversación; para aquel tipo de cosas era el hombre idóneo, contestaba con brevedad y con gran paciencia a todo, no perdía jamás de vista el meollo del asunto y no alzaba nunca la voz. Cuando terminaba la conversación, el que había llamado generalmente no sacaba nada en claro, pero no podía quejarse, porque le habían tratado amablemente.

Los demás estudiaban el recorrido del cortejo.

El programa para la visita del poco grato senador era muy sencillo.

Su avión especial, que probablemente chequeaban diez veces diarias unos mecánicos escogidos, aterrizaría en Estocolmo—. Arlanda a la una del mediodía. Allí sería recibido por algún representante gubernamental y entrarían en la sala de los VIP. El gobierno había rechazado amablemente la idea de que una compañía le rindiera honores militares. El representante del gobierno y el visitante estadounidense subirían al coche blindado para dirigirse al Parlamento, en la plaza Sergel. Más tarde, el mismo día, el senador o, mejor dicho, cuatro oficiales de un buque de guerra norteamericano que se encontraba en el puerto de Oslo, colocarían una corona de flores como homenaje al anterior rey.

Se habían producido numerosas discusiones en torno a ese homenaje al fallecido monarca. Todo había empezado cuando le preguntaron al senador si tenía algún deseo especial, y él respondió que le apetecía visitar un campamento lapón, donde los lapones vivieran igual que quinientos años atrás. Este deseo produjo una cierta decepción entre los miembros del gobierno que apoyaron la decisión de invitar a aquel hombre que demostraba tan sublime desconocimiento de Suecia en general y de los lapones en particular. Se habían visto obligados a responder que no existía tal cosa y se le propuso, a cambio, visitar y examinar el buque de guerra
Wasa,
del siglo
XVII
; el senador había respondido que no le interesaban los barcos viejos y que en cambio quería rendir homenaje al recientemente desaparecido rey, ya que dicho monarca era el sueco más representativo, no sólo personalmente a ojos del senador, sino para gran parte del pueblo de los Estados Unidos.

A nadie le alegró demasiado la idea. A muchos ministros les había chocado la explosión desenfrenada de realismo que se había desatado a raíz de la muerte del anciano rey y la proclamación de su sucesor. Primero pensaron que tanto fasto empezaba a resultar excesivo, y, a través de los canales diplomáticos, habían intentado averiguar qué era lo que el senador quería decir realmente con lo de «recientemente», porque ya había pasado un año desde la muerte de Gustavo VI Adolfo, y después manifestaron enérgicamente que el gobierno no estaba interesado en colaborar en la idolatrización de reyes muertos. Pero el senador fue inflexible; se había empeñado en depositar una corona de flores y así se haría.

La embajada de Estados Unidos se ocupó de encargar una corona, tan grande que tuvieron que trabajar en ella dos empresas de floristería; el propio senador había señalado el diámetro que debería tener y qué clase de flores habría que utilizar. Los cuatro oficiales de marina llegaron ya a Estocolmo el 12 de noviembre y eran unos tipos robustos y atléticos, ninguno de los cuales medía menos de un metro noventa sin zapatos. Esto daba idea del tamaño de la ofrenda floral, pues era impensable que marinos de menor formato pudieran acarrear aquel jardín redondo.

Tras esta ceremonia, a la que el jefe del gobierno había prometido asistir, después de mucho estira y afloja, el cortejo se dirigiría al Parlamento. Por la tarde, el senador se reuniría con varios consejeros de Estado para celebrar conversaciones políticas informales.

Por la noche, el gobierno ofrecería un gran banquete en el Patio de Caballerizas, en el que incluso los líderes de la oposición y sus esposas tendrían ocasión de charlar con el hombre que un día casi llegó a la presidencia de los Estados Unidos.

El calibre político del senador era tal que el líder de la izquierda sueca, el portavoz del Partido Comunista, prácticamente rechazó la invitación para compartir la cena con semejante personaje.

Tras la cena, el senador pernoctaría en las dependencias para invitados de la embajada.

El programa del viernes era aparentemente sencillo. El rey ofrecería un almuerzo en Palacio. El servicio de protocolo no había especificado todavía cuál sería el programa, pero de momento ya se sabía que el rey recibiría a su huésped en el patio de Logaard, desde el cual ambos entrarían en el edificio palaciego.

Después del almuerzo, el senador, junto con uno o varios miembros del gobierno, se dirigiría al aeropuerto de Arlanda, donde se despediría y viajaría rumbo a los Estados Unidos. Punto final.

No había nada especialmente complicado ni notorio en todo ello. En realidad, era absurdo que se ocupasen tantos policías de todas clases en proteger a una sola persona.

Estaban todos delante del mapa, todos excepto Melander, que continuaba hablando por teléfono.

De repente, Rönn fue presa de una risa convulsiva y ahogada, sin ninguna razón aparente, y Gunvald Larsson le preguntó:

—¿Qué tienes, Einar?

Y Skacke:

—¿Te ha vuelto a dar el flato?

Gunvald Larsson miró con reproche a Skacke, que enrojeció y guardó silencio durante un rato.

—No —dijo Rönn—, es que pensaba en que el títere ese quiera ver lapones. Podría venir a casa y mirar a Unda; sólo mirarla, claro.

Unda era la mujer de Rönn, y era de raza lapona, menuda y con un cabello negro como el azabache y brillante, y ojos de color de nuez. Tenían un hijo, Mats, que había cumplido diez años en marzo.

El chico era rubio y de ojos azules, igual que el propio Rönn, pero en cambio había heredado el temperamento explosivo de la madre, lo que hacía que Rönn representase la calma en el seno de una familia en la que cualquier nimiedad pronto desencadenaba un drama acompañado de griterío y algaradas violentas.

Melander terminó también aquella conversación telefónica, se levantó y se dirigió hacia donde estaban los demás.

—Mmm —dijo—, ahora ya he leído, como todos vosotros, el material existente sobre ese grupo saboteador.

—¿Y dónde situarías la carga explosiva? —inquirió Martin Beck.

Melander encendió la pipa y repuso con indiferencia:

—¿Dónde colocaríais vosotros esa hipotética bomba?

Cinco dedos señalaron inmediatamente el mismo punto del plano de la ciudad.

—¡Frío, frío! —exclamó Rönn.

Todos se sintieron un poco ridículos. Por fin, Gunvald Larsson comentó:

—Si cinco personas como nosotros llegamos a la misma conclusión, ésta debe ser más falsa que Judas.

Martin Beck se apartó unos pasos a un lado, apoyó los codos en un archivador que había junto a la pared y dijo:

—Fredrik, Benny, Einar y Gunvald: dentro de diez minutos quiero tener una propuesta por escrito, y cada cual escribirá la suya. Yo también escribiré una. Tiene que ser breve.

Entró en su despacho. Sonó el teléfono, pero dejó que siguiera sonando. Metió una hoja en la máquina de escribir y tecleó con el dedo índice:

«Si ULAG comete un atentado, todo parece indicar que emplearán una bomba accionada a distancia. Con el tipo de servicio de seguridad que tenemos montado, contra lo que parece más difícil defenderse es contra la colocación de una bomba en las conducciones del gas. En parte, también, porque en ese caso se producen una serie de explosiones en cadena. He indicado un lugar del recorrido desde el aeropuerto a la ciudad, justo a la entrada, precisamente porque ese recorrido es difícil de alterar sin grandes complicaciones, sobre todo en lo que se refiere a las fuerzas del orden y su cambio de posiciones. Precisamente en ese lugar existen muchos pasillos y corredores subterráneos, la mayor parte correspondientes al sistema de comunicaciones del metro y que pasan por allí, y también una complicada red de alcantarillado. También se puede llegar hasta ese punto a través de varias bocas de alcantarilla y otros accesos, si es que conocen la red de conexiones subterráneas de la ciudad. Debemos contar también con la posibilidad de la colocación de explosivos en otros lugares como refuerzo, y hay que procurar localizarlos en sus posiciones más previsibles. Beck».

Skacke entró con su informe justo en el momento en el que Martin Beck terminaba. Después llegaron Melander y Gunvald Larsson. Rönn llegó el último; la redacción le había exigido veinte minutos, pues no era hombre de letras.

Todos tenían puntos de vista similares, pero el estudio de Rönn era el más digno de leerse. Había escrito:

«El bombardero subterráneo, aunque utilice la detonación por control remoto, ha de poder introducir la bomba en una tubería de gas allí donde las haya. Hay muchas (cinco) en el lugar que yo he señalado, y, si tiene que meter la bomba en algún sitio, ha de excavar por sí mismo como un topo y construir un túnel, o bien utilizar los pasadizos subterráneos que ya existen. Precisamente en el lugar que he señalado hay numerosos pasadizos, y si la bomba es tan pequeña como dice Gunvald, es imposible que la encontremos a no ser que organicemos la expedición de un grupo de policías subterráneos, con lo que nos veremos obligados a crear un comando especial subterráneo, pero como no tienen ninguna experiencia no servirán para nada. «Pero no sabemos si hay terroristas de los que colocan bombas para atentados en el suelo, pero si los hay, ni la policía de superficie ni la policía subterránea podrán encontrarlos, pero también puede ser que vayan nadando por las cloacas y entonces, además, necesitaremos un comando de cloacas formado por hombres rana.»

El narrador se retorcía mientras Martin Beck leía, pero éste ni siquiera sonrió, sino que dejó el documento sobre un montón de papeles. Rönn pensaba bien, pero escribía de una forma un tanto rara; tal vez fuera ésa la razón por la que no había sido ascendido a inspector. De vez en cuando, alguien hacía circular maliciosamente sus escritos, suscitando carcajadas burlonas. Desde luego, los informes que solían escribir los policías eran a menudo un desastre, pero muchos opinaban que, por ser Rönn un buen detective, bien podía escribir algo mejor.

Martin Beck se acercó a la nevera, bebió un vaso de agua, apoyó el codo a su manera habitual, se rascó la cabeza y dijo:

—Benny, ¿quieres decir que no nos pasen ninguna llamada y que no dejen entrar ninguna visita, sea quien sea?

Skacke se dispuso a obedecer, pero advirtió:

—¿Y si vienen el director general o Malm?

—A Malm le pegamos una patada y ya está —contestó Gunvald Larsson—; en cuanto al otro, tendrá que armarse de paciencia. En el cajón de mi mesa hay una baraja y puede hacer un solitario. Es de Einar, que la heredó de Aake Stenström.

—De acuerdo —dijo Martin Beck—. Primero, Gunvald quiere explicarnos una cosa.

—Se trata de la técnica de colocación de bombas de ULAG —dijo Gunvald Larsson—. Inmediatamente después del atentado del cinco de junio, el comando de artificieros de la policía, junto con expertos del ejército, empezó a buscar otros explosivos en la red de tuberías de gas de la ciudad. Resulta que han aparecido dos cargas sin explotar, pero eran tan pequeñas y estaban tan camufladas y tan astutamente colocadas, que la primera la encontraron al cabo de tres meses y la segunda apareció la semana pasada. Estaban nada menos que en puntos del recorrido previsto para el día siguiente y tuvieron que excavar metro a metro. Las bombas eran un modelo muy mejorado de las cargas de plástico que en su día se emplearon en Argelia. El dispositivo de detonación por radio era técnicamente muy avanzado.

Calló y Martin Beck dijo:

—Está bien. Ahora hemos de hablar de otra cosa, y es un detalle que no tiene que salir de aquí bajo ningún concepto. Sólo nosotros cinco hemos de saber de qué va la cosa, nadie más. Bueno, hay una excepción, pero ya hablaremos de ello más adelante.

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