Lyonesse - 2 - La perla verde (52 page)

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Authors: Jack Vance

Tags: #Fantástico

BOOK: Lyonesse - 2 - La perla verde
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—¡Te repito que estos problemas son obra tuya!

Visbhume iba a negar esta afirmación, pero Glyneth lo interrumpió en seco.

—Ni Kul ni yo queremos perder tiempo en tonterías. En cambio —puso el talego sobre la mesa— dime, y te recuerdo la impaciencia de Kul ante tu reticencia, cómo puedo disparar ácaros de fuego con este tubo.

—No puedes —dijo Visbhume, sonriendo y tamborileando sobre la mesa al son de una melodía interior.

—¿Y cómo lo harías tú?

—Primero necesitaría los ácaros de fuego. ¿Hay alguno en el talego?

—No lo sé —respondió Glyneth, desconcertada. Extrajo un frasco—. ¿Qué hay aquí?

—El sensibilizador mental de Hipólito. Una gota agudiza la mente y ayuda a obtener una envidiable reputación de inteligencia e ingenio. Dos gotas realzan las inclinaciones estéticas hasta un grado exquisito, de modo que la persona así estimulada puede traducir el diseño de las telarañas en ciclos de cantares y sagas épicas.

—¿Tres gotas?

—Jamás lo ha intentado el ser humano. Quizá Kul desee experimentar una sublime experiencia estética. Para individuos como Kul, recomiendo cuatro o cinco gotas.

—Kul no es un esteta —replicó Glyneth—. Éstos son tus bálsamos y ungüentos curativos, y esto es tu tónico para el cabello… ¿Qué hay en esta botella verde?

—Esto, querida Glyneth —contestó delicadamente Visbhume—, es una tintura de sublimaciones eróticas. Derrite a castas doncellas que antes desoían razones y pasiones, y produce sensaciones maravillosas. Cuando la ingiere un caballero, aun de cierta edad, agudiza el ardor y vigoriza a esa persona que, por cualquier razón, se encuentra, por así decirlo, cada vez más distraída.

—Dudo que necesitemos este repulsivo tónico —dijo fríamente Glyneth. Extrajo más objetos—. Aquí están los frascos con insectos, el tubo y el espejo. Ropa, pan, queso, vino. Violín y arco; también un silbato. Alambres. ¿Para qué sirven?

—Son útiles cuando uno desea franquear un abismo o derribar paredes de piedra. Los conjuros perentorios son difíciles de usar.

—¿Y los ácaros de fuego?

Visbhume les quitó importancia.

—La cuestión es irrelevante.

—¡Kul, no lo mates! —exclamó Glyneth.

Kul regresó despacio a su asiento. Visbhume se acurrucó en el rincón. Con súbita inspiración, Glyneth señaló una hilera de botones decorativos que iban a lo largo de la manga de Visbhume.

—¡Los botones! Visbhume, ¿son éstos los ácaros de fuego…? Kul, se paciente. Arranca los botones.

—Mejor aún, Visbhume engullirá algunos.

—Jamás! —exclamó Visbhume, alarmado.

—¡Entonces, dámelos!

—¡No me atrevo! —exclamó Visbhume—. En cuanto alguien los arranca, hay que dispararlos por el tubo.

Kul cortó de las mangas de Visbhume largos retazos de tela negra a los cuales estaban cosidos los ácaros de fuego. Cuando Visbhume movía los brazos, sus huesudos codos blancos sobresalían por los agujeros.

Glyneth enrolló las tiras alrededor del tubo.

—Ahora explícame cómo usarlos.

—Arrancas el botón de la tela y lo pones en el tubo, luego soplas hacia la persona a quien deseas herir.

—¿Qué otras triquiñuelas nos ocultas?

—¡Ninguna más! ¡Me habéis despojado! ¡Estoy indefenso!

Glyneth lo guardó todo en el talego.

—Espero que digas la verdad, por tu bien; a pesar de todo me disgustaría verte sufrir.

Como antes, los tres durmieron por turnos. Visbhume se negó a dormir en el exterior por miedo a los lobos, y al fin lo dejaron dormir en la despensa, asegurando la puerta para que no huyera.

A su momento, el gusopo echó a correr de nuevo por la estepa: una sabana ondulante moteada de árboles esféricos de color un poco distinto, pues algunos eran ocres, negros y marrones, no rojos como los árboles del río Mys.

De pronto divisaron un gigantesco árbol de doscientos metros de altura. Las primeras ramas brotaban en un grupo de seis, espaciadas simétricamente alrededor del tronco, y cada una terminaba en una gran bola de follaje oscuro y amarillento, con otras capas de ramas espaciadas del mismo modo, y así hasta la copa. A lo lejos había varios árboles gigantes del mismo tipo, algunos aún más altos.

Cuando el gusopo pasó ante el primero, los viajeros vieron fascinados que en la corteza del tronco, a unos cincuenta metros del suelo, criaturas arborícelas y bípedas habían construido refugios interconectados por frágiles balcones. Los habitantes del árbol se excitaron cuando pasó el gusopo, y se asomaron a los balcones, haciendo señas y gestos de irritación. Los ademanes obscenos de Visbhume sólo los enardecieron más.

La luna negra se desplazaba inexorablemente en el cielo. Glyneth intentó calcular cuánto habían recorrido, pero sólo logró confundirse. Visbhume fingió ignorarlo; le ordenaron que bajara al suelo y corriera detrás del gusopo hasta que su comprensión se avivara, y casi en seguida pudo brindar datos precisos.

—¡Observad esa estrella rosada! Cuando la luna negra pase debajo de la estrella, el camino al Rincón de Twitten estará abierto. Mi estimación no está calculada al minuto —añadió altivamente—. Me resistía a hacer una afirmación inexacta.

—¿Y a qué distancia está Asphrodiske?

—Permitidme examinar el mapa del Almanaque.

Glyneth, quizá en un exceso de prudencia, extrajo la llave y le dio el Almanaque a Visbhume.

Visbhume señaló con el índice ganchudo.

—Creo que estamos aquí, cerca de este río, que es el Haroo. Me parece verlo allá delante, hacia la izquierda. La ciudad de Pude indica el comienzo de territorio habitado. Aquí está la Carretera de las Piedras Redondas; atraviesa el Bosque Oscuro y la Llanura de los Lirios y así llega a Asphrodiske, que es este símbolo. Después de Pude nos quedan unas treinta o cuarenta leguas; el tiempo se nos echa encima. Temo que hayamos dormido mucho y viajado poco.

—¿Y si perdiéramos esta oportunidad?

—Convendría esperar ante el eje.

—Pero si regresáramos a la choza donde empezamos, podríamos regresar antes, ¿no es cierto?

—¡En efecto! Eres una niña muy lista, casi tan inteligente como agradable para los ojos.

Glyneth apretó los labios.

—Por favor, guárdate los cumplidos. Tus insinuaciones me ponen enferma. ¿Cuándo se produciría la pulsación favorable en la choza?

—Cuando la luna llegue al mismo punto en el cielo. Mira estas anotaciones: se refieren al azimut de la luna negra.

Glyneth fue adelante para comunicar a Kul lo que había aprendido.

—Muy bien —determinó Kul—. Dormiremos menos y viajaremos más.

Dos o tres leguas después, un camino viraba hacia el norte, donde se podía ver una pequeña aldea de casas grises. Rodeaba un promontorio boscoso y se dirigía al este. Kul obligó al gusopo a seguir el camino, aunque la criatura prefería correr por la hierba azul, que era terreno más suave. Según Visbhume, aquel camino quizá conducía directamente a Asphrodiske. Señaló el mapa.

—Primero cruzaremos el río Haroo, aquí junto a la ciudad de Pude, luego tendremos Asphrodiske delante, más allá de la Llanura de los Lirios.

El río Haroo descendía por los declives de suaves montañas, atravesaba el valle y llegaba a Asphrodiske. La carretera conducía a un puente de piedra de cinco arcadas y seguía hacia el este bordeando la aldea que Visbhume había llamado Pude.

—¿Quiénes son los habitantes de la aldea? —le preguntó Glyneth a Visbhume—. ¿Nacieron aquí?

—Son gentes de la Tierra que a lo largo de los siglos han caído sin querer en Tanjecterly a través de agujeros. Magos como Twitten han creado agujeros por una u otra razón, y esas personas deben quedarse en Tanjecterly.

—Un amargo destino —reflexionó Glyneth—. ¡Es cruel que les separen de los seres queridos! ¿No opinas lo mismo, Visbhume?

Visbhume sonrió altivamente.

—A veces son necesarios severos castigos, en especial cuando se trata de doncellas obstinadas que se niegan a compartir la abundancia de sus tesoros.

Kul volvió la cabeza y dirigió una mirada a Visbhume, cuya sonrisa se borró de golpe.

Por el camino avanzaba una carreta con doce campesinos. Se volvieron para mirar asombrados el paso del gusopo. Kul les llamaba la atención, y varios saltaron de la carreta blandiendo estacas, como para defenderse de un ataque.

—¡Qué extraña actitud! —comentó Glyneth—. No los amenazamos en absoluto. ¿Son tímidos o simplemente hostiles a los forasteros?

Visbhume soltó una risita aguda.

—Tienen miedo por una buena razón. Hay muchos roces en las montañas, y sin duda se han ganado una merecida mala reputación. Preveo problemas. Sería prudente ocultar a Kul.

—Ven a la pérgola —indicó Glyneth a Kul— y corre la cortina, para no alarmar a los habitantes de la aldea.

Kul se deslizó a regañadientes en el banco inferior de la pérgola, y corrió las cortinas. Visbhume fue a ocupar el lugar donde estaba Kul.

—Si hacen preguntas —le dijo a Glyneth—, diré que somos peregrinos que visitamos los monumentos de Asphrodiske.

—Ve con cuidado de no decir otra cosa —advirtió la voz de Kul desde atrás de las cortinas.

La inquieta Glyneth miró el talego, extrajo un Frasco del Tormento y lo puso en su bolsa.

El gusopo trotó por el puente y entró en la calle principal. Visbhume, muy alerta, miraba hacia todas partes. Tocó una prominencia de la cresta del gusopo y la criatura redujo la velocidad.

—¿Qué haces? —rezongó Kul—. ¡Sigue avanzando deprisa!

—No deseo despertar antipatías —se justificó Visbhume—. Es mejor atravesar las zonas habitadas con paso moderado, para que no nos consideren insolentes e irresponsables.

Desde una alta estructura de piedra labrada bajaron tres hombres con ceñidos pantalones negros, voluminosas túnicas de cuero verde y sombreros de alas anchas. El primero levantó la mano.

—¡Alto!

Visbhume frenó el gusopo.

—¿A quién tenemos el privilegio de dirigirnos?

—Soy el honorable Fulgis, alguacil y magistrado de la aldea de Pude. ¿Y vosotros?

—Inocentes peregrinos que se dirigen a Asphrodiske, para ver sus monumentos.

—Muy bien, ¿pero habéis pagado peaje por el uso del puente?

—Aún no, señor. ¿Cuál es la tarifa?

—Para este grupo que veo ante mí, diez buenos dibbets de buen tolk.

—¡Muy bien! Temía que me pidieras una borla de la alfombra, pues cada una de ellas vale veinte dibbets.

—Me proponía incluir una borla en el peaje.

—¿Qué? —Visbhume saltó al suelo—. ¿No es algo excesivo?

—¿Prefieres dar la vuelta y cruzar el río a nado?

—No. Glyneth, pásame el talego, para que pague al caballero Fulgís lo que debemos.

Glyneth le dio el talego en silencio. Visbhume llevó a Fulgis aparte y le habló al oído.

—¡Nos está traicionando! —le susurró Kul a Glyneth—. ¡Haz correr al gusopo!

—¡No sé cómo!

Visbhume regresó y guió el gusopo hacia un patio amurallado.

—¿Qué estás haciendo? —gritó Glyneth.

—Me temo que debemos aceptar algunas formalidades. Quizá descubran a Kul. Si se pone violento, le harán daño. Tú, querida, puedes bajar de la pérgola.

Kul saltó de la pérgola, aferró los cuernos del gusopo y quiso sacarlo del patio. Unos guerreros se adelantaron y le arrojaron lazos; Kul fue derribado y quedó aturdido un instante; aprovechando la oportunidad lo sujetaron de pies y manos con muchas vueltas de cuerda, luego lo arrastraron a una celda enrejada a un lado del patio.

—¡Bien hecho! —le dijo el magistrado a Visbhume—. ¡Semejante feroce pudo haber causado mucho daño!

—Es una bestia inteligente —advirtió Visbhume—. Sugiero que la matéis ahora mismo, y pongáis fin a la amenaza.

—Debemos esperar al alcalde, quien quizá llame a Zaxa para procurarnos diversión.

—¿Y quién es Zaxa? —preguntó Visbhume con displicencia.

—El defensor de la ley y el verdugo. Caza a los feroce en las Montañas Glone y le encanta hacerles perder su orgulloso salvajismo.

—Zaxa se encargará de Kul. Nosotros debemos partir, pues llevamos prisa. Con todo mi agradecimiento, te doy dos ricas borlas, que valen muchos dibbets. Glyneth, debemos continuar. Es un placer librarse de esta bestia pendenciera.

4

El gusopo continuó viaje hacia el este siguiendo la Carretera de las Piedras Redondas. Visbhume viajaba orgulloso en el asiento superior de la pérgola y Glyneth iba acurrucada abajo. Visbhume inspeccionó el talego con suspicacia para asegurarse de que Glyneth no le hubiera birlado ninguna pertenencia. Después de comprobar que todo estaba en orden, sacó el Almanaque. Descubrió un error en sus cómputos y se apresuró a realizar nuevos cálculos, pero no encontró nada alarmante.

Tranquilo al fin, sacó su violín, extendió el arco, improvisó unas notas y luego tocó una selección de chillonas melodías, meciendo los codos mientras daba patadas en el tablado siguiendo el ritmo. Los campesinos que trabajaban al borde de la carretera miraban maravillados el paso del gran gusopo de ocho patas, con Visbhume tocando alegre música y Glyneth alicaída debajo. Cuando los campesinos regresaron a sus granjas, tuvieron mucho que contar acerca del extraño espectáculo que habían visto y la excelente música que habían oído.

De pronto Visbhume recordó un nuevo aspecto de los cálculos sobre el cual no había reflexionado. Dejó el violín y el arco, y realizó sus correcciones. Pronto decidió que la luna negra le daba tiempo de sobra para sus propósitos, lo cual le alegró en gran medida.

La carretera bordeaba ahora el linde del Bosque Oscuro. Visbhume guió el gusopo hacia un pequeño prado de hierba azul, a la sombra de tres oscuros árboles azules, donde se detuvo y arrojó el ancla. Bajó con aplomo al césped, puso la casita en el suelo y la hizo crecer. Al fin se volvió a Glyneth, que todavía estaba en la pérgola.

—Querida, puedes bajar.

—Prefiero quedarme aquí.

—Glyneth —advirtió Visbhume con voz amenazante—, baja del gusopo, por favor. Tenemos importantes cuestiones que discutir.

Glyneth bajó, ignorando la mano de Visbhume. Con una fría sonrisa, Visbhume le señaló la puerta de la casa. Ella entró y se sentó mientras Visbhume cerraba la puerta y echaba el cerrojo.

—¿Tienes hambre? —preguntó Visbhume.

—No —respondió Glyneth, y al instante comprendió que había cometido un error. Cualquier actividad que consumiera tiempo le resultaba conveniente.

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