Lyonesse - 2 - La perla verde (49 page)

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Authors: Jack Vance

Tags: #Fantástico

BOOK: Lyonesse - 2 - La perla verde
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—¡Ay, pesadumbre, y pena sobre la pesadumbre! ¡La aureola se ha desvanecido! ¡La puerta está cerrada!

Glyneth también se detuvo alarmada. La aureola dorada que rodeaba la abertura había desaparecido por completo, dejando sólo la carcomida madera.

Visbhume se volvió lentamente hacia Glyneth con ojos amarillos. Glyneth retrocedió.

—¡Ahora debo hacer justicia! —exclamó Visbhume con voz gutural— ¡Por tu culpa estoy encerrado en Tanjecterly, donde he de vivir un tiempo largo e incierto! ¡Tuya es la culpa y tuyo será el castigo! ¡Prepárate para acontecimientos tan dulces como amargos, y de larga duración!

Se abalanzó sobre ella con la cara contorsionada. Glyneth lo esquivó, pero Visbhume levantó los brazos extendiendo los dedos. Glyneth miró desesperadamente por encima del hombro y sólo vio un montón de cadáveres. En todo caso, se arrojaría al río… Una sombra se irguió sobre Visbhume. Kul, sangrando por un sinfín de heridas, cogió a Visbhume por el cuello, lo levantó y lo arrojó al suelo, donde Visbhume gimió y se contorsionó. Kul avanzó con la espada, pero Glyneth lo detuvo.

—¡No! ¡Tenemos que sonsacarle información!

El exhausto Kul se sentó en el umbral de la choza. Glyneth se le acercó.

—¡Estás herido! ¡Pierdes sangre! ¡Y no tengo modo de cuidarte!

Kul sacudió la cabeza.

—No te preocupes.

Glyneth se volvió hacia Visbhume.

—¿Qué medicinas y bálsamos hay en este talego?

—¡Ninguno!

Glyneth lo miró de hito en hito.

—¿Cómo te curaste las heridas cuando te apuñalé?

—Sólo llevo cosas de uso personal —chilló Visbhume—. Ahora, dame el talego, pues lo necesitaré.

—Visbhume, ¿cómo te curaste la mejilla?

—¡No importa! —protestó Visbhume—. Es asunto mío.

Glyneth cogió con esfuerzo la espada de Kul.

—Visbhume, habla o te cortaré la mano y veré cómo curas tu herida.

Alzó la espada en el aire. Visbhume, mirando sorprendido aquella cara pálida y tensa, metió la mano en un bolsillo de la manga. Extrajo primero el silbato de plata, luego el violín y el arco, reducidos mágicamente; los dos fragmentos del puñal roto y por fin una caja blanca y redonda que entregó a Glyneth con un ademán desdeñoso.

—Frota la herida con esta cera. No la desperdicies. Es muy valiosa.

Glyneth bajó la espada con cautela y pasó la cera por las heridas, tajos, magulladuras y rasguños de Kul, a pesar de las protestas de Visbhume por el generoso empleo de sus bienes personales. La maravillada Glyneth vio cómo las heridas cicatrizaban ante la magia del bálsamo. Kul suspiró. Glyneth, trabajando tan suavemente como podía, preguntó alarmada:

—¿Por qué suspiras? ¿Te duele?

—No… Raras ideas entran en mi mente… Escenas en lugares donde nunca he estado…

Visbhume se puso en pie y se colocó bien la ropa.

—Ahora cogeré mi talego, montaré mi gusopo y me iré de este sitio desdichado —declaró con fría dignidad—. Me has causado daños incalculables, hiriéndome e impidiendo que escapara de Tanjecterly. Aun así, dadas las circunstancias, dominaré mi amargura y haré frente a la situación del mejor modo posible. ¡Glyneth, mi talego! Luego me alejaré de vosotros en mi gusopo.

—Siéntate en el suelo —le ordenó Kul—. Estoy demasiado cansado para perseguirte. Glyneth, busca cuerdas entre los cadáveres, y los cintos de los arneses.

—¿Qué? —exclamó Visbhume—. ¿No me habéis causado bastantes problemas?

—Todavía no —sonrió Kul.

Glyneth trajo cintos y Kul hizo un collar para Visbhume, con una correa de cinco metros. Mientras tanto, Glyneth exploraba las vestimentas de Visbhume en busca de bolsillos secretos y le arrebataba todos los artefactos mágicos para guardarlos en el talego. Visbhume al fin interrumpió sus protestas y guardó un rencoroso silencio. El gusopo de ocho patas había permanecido a poca distancia y pastaba plácidamente en el césped con los tubos de alimentación. Kul trepó a su lomo largo y plano, y arrojó un par de anclas para impedir que se alejara.

—Ahora —le dijo Glyneth a Visbhume—, ¿responderás preguntas y nos dirás todo lo que queramos saber?

—Pregunta —gruñó Visbhume—. Ahora debo servirte o arriesgar mi pobre pellejo, que ya siente el dolor de purpúreas magulladuras. Una persona de mi jerarquía sufre así gran humillación.

—Si tenemos hambre, ¿qué hemos de comer?

Visbhume reflexionó y se lamió los labios.

—Como yo también tengo hambre, os diré dónde podéis encontrar comida en abundancia. En el talego encontrarás una caja. Toma de allí un paño y extiéndelo. Deja caer sobre él una gota de vino, una migaja de pan y una tajada de queso.

Glyneth siguió las instrucciones y el trapo se expandió al instante convirtiéndose en un mantel de damasco cubierto con toda clase de manjares. Los tres comieron hasta saciarse y la tela se redujo de nuevo.

—Visbhume —dijo Glyneth—, algo estás tramando. Si te sale bien, nuestra será la culpa, así que te vigilaremos, y demostraremos poca misericordia si nos enfureces.

—¡Bah! —masculló Visbhume—. Podría tramar varios planes en un instante, o mostrarlos como esos árboles muestran las hojas. Pero ¿de qué serviría?

—Si yo lo supiera, no te lo diría.

—¡Ah, Glyneth, cómo me duelen tus palabras! Por un momento hubo tiernos sentimientos entre nosotros. ¿Tan pronto lo has olvidado?

Glyneth hizo una mueca pero calló sus comentarios.

—¿Cómo podemos enviar un mensaje a Murgen?

Visbhume pareció realmente asombrado.

—¿Con qué propósito? ¿Sabe él que estás aquí?

—Para que pueda abrir una nueva puerta y rescatarnos.

—Por grande que sea el poder de Murgen, no puede abrir una nueva puerta cuando el péndulo está oscilando.

—Explícate, por favor.

—Hablaba en forma figurada. No hay péndulo. En determinada pulsación, el tiempo es estático tanto aquí como en la Tierra, y la puerta se puede abrir en un nódulo u otro. ¿Ves la negra luna que se desplaza por el cielo septentrional? Conecta un radio con un polo central y en alguna parte del radio se puede abrir un nódulo, siempre que las pulsaciones estén sincronizadas. Es una cuestión de laborioso cálculo, pues el tiempo se mueve con diferente ritmo aquí y en la Tierra. A veces el tiempo va deprisa aquí y lento en la Tierra; otras sucede lo contrario. Sólo cuando el tiempo transcurre al mismo ritmo, según lo determinan las pulsaciones, se pueden abrir las puertas. Si no fuera así, las puertas se podrían abrir en cualquier parte y en cualquier momento.

—¿Cómo se puede abrir de nuevo la puerta, y cuándo, y dónde?

Visbhume se puso en pie como si estuviera aburrido, o quizá sumido en sus pensamientos, y trató de quitarse el collar. Kul tiró de la correa y Visbhume tuvo que hacer una ridícula cabriola para conservar el equilibrio.

—No vuelvas a hacerlo —advirtió Kul—. Agradece que la correa sólo te rodea el cuello y no te atraviesa perforaciones de las orejas. Responde la pregunta y no trates de confundirnos con tu verborrea.

—Tomaríais todo mi valioso conocimiento a cambio de nada —gruñó Visbhume—, y aún me tendríais atado del cuello, como un perro o una Anguila Progresista.

—Estamos aquí gracias a ti. ¿Lo has olvidado?

Visbhume hinchó los delgados carrillos.

—Agua pasada no mueve molino. Lo hecho hecho está, nos guste o no. ¡Éste es mi lema! En la inflexión del prisma conocida como «ahora» sólo debemos interesarnos en cuestiones inmediatas.

—En efecto. Responde la pregunta «ahora».

—¡Seamos prácticos! —dijo altivamente Visbhume—. Yo debo guiaros, pues mío es el conocimiento, y vosotros debéis confiar en mí en bien de nuestros mutuos intereses. De lo contrario, tendré que instruiros con intrincados detalles acerca de… —Visbhume calló cuando Kul empezó a tensar la correa.

—¡Responde! —ordenó Kul.

—¡Estaba preparando mi cuidadosa respuesta! —gimió Visbhume—. Tu conducta no es nada caballerosa —se aclaró la garganta—. El asunto es complejo, y temo que escape a vuestra comprensión. El tiempo se mueve por una fase en la Tierra y por otra aquí. Cada fase consiste en nueve temblores, o pulsaciones o, aún mejor, contracciones que entran y salen del nódulo central de lo que denominamos sincronización. ¿Está claro? ¿No? Lo que suponía. No tiene sentido seguir. Debéis confiar en mi juicio.

—Aún no me has contestado —dijo Glyneth—. ¿Cómo regresamos a la Tierra?

—¡Eso intento! Entre la Tierra y Tanjecterly, la sincronía dura entre seis y nueve días, y, tal como has visto, acaba de finalizar. Luego se aleja a lo largo del radio de la luna negra con el nódulo central. En la próxima pulsación, la puerta se abrirá en otro lugar, pero ninguno tan cómodo como Tanjecterly. Hidmarth y Skurre son mundos demoníacos; Underwood está desierto excepto por un gemido ululante; Pthopus es una sola alma aletargada. Fueron descubiertos y explorados por Twitten, el Archimago, quien compiló un almanaque de gran valor.

Glyneth extrajo del talego un libro largo y estrecho con cubiertas de metal negro. El lomo era como una vaina que albergaba una vara de metal negro de nueve lados con un pomo dorado en la punta. Glyneth extrajo la vara y vio que cada uno de los nueve lados tenía tallados distintos caracteres dorados.

Visbhume extendió la mano.

—Déjame ver. He olvidado mis cálculos.

Glyneth apartó el libro.

—¿Cuál es el propósito de la vara?

—Es un instrumento auxiliar. Guárdala en la vaina y dame el libro.

Glyneth guardó la vara y abrió el libro. La primera página, plagada de garabatos con colas reptantes y crestas ondulantes, era ilegible, pero alguien, quizá Visbhume, había añadido una página de lo que parecía una traducción del texto original. Glyneth leyó en voz alta:

Estos nueve lugares, junto con la Tierra Gea, forman los diez mundos de Cronos, y él los ha ensartado en su eje. Mediante sagaz esfuerzo he dominado el eje, y lo he mantenido fijo; tal es la magnitud de mi logro.

De esos nueve mundos, advierto contra Paador, Nith y Woon; Hidmarth y Skurre son lugares purulentos infestados de demonios. Cheng quizá sea hogar de sandestins, pero no hay datos seguros, mientras que Pthopus es realmente insípido. Sólo Tanjecterly tolera a los humanos.

En cada sección el almanaque detalla el ciclo de pulsaciones e indica las pautas para el ingreso y la salida. Con el almanaque está la llave, y sólo esta llave atravesará la trama y permitirá el tránsito. ¡No perdáis la llave, porque el almanaque sería inútil!

Los cálculos se deben realizar con precisión. En la periferia de la pulsación la llave abre una puerta allí donde se la inserte. El nódulo central es inmutable. En la Tierra se encuentra allí donde lo he fijado. En Tanjecterly, reside en el centro de la Plaza Parlamentaria, en la ciudad de Asphrodiske, donde moran muchas almas tristes.

Tal es el dominio de Cronos. Algunos dicen que él ha muerto; mas si alguien descubriera el fantasma, sólo tendrá que torcer el eje para conocer su propia verdad.

Así lo declara Twitten de la Tierra Gea.

Glyneth apartó la mirada del almanaque. En alguna parte más allá de la llanura… un largo viaje.

—¿Y desde allí podemos regresar a la Tierra?

—Con la pulsación baja.

—¿Y eso cuándo será?

—Déjame ver el almanaque.

Glyneth extrajo la llave y le dio el almanaque a Kul.

—Deja que mire, pero no le sueltes la garganta.

—¡Dame la llave! —exclamó trágicamente Visbhume—. ¿No has leído la advertencia de Twitten?

—No la perderé. Lee lo que desees.

Visbhume estudió los índices y los cálculos que ya había realizado:

—El tiempo se medirá por la luna negra, en su trayectoria hacia la oposición con el ahora.

—¿Cuánto tiempo significa eso?

—¿Una semana? ¿Tres semanas? ¿Un mes? No hay más medida que la luna negra. En la Tierra será un tiempo muy diferente, corto o largo. Lo ignoro.

—Y si usamos la llave en Asphrodiske, ¿en qué parte de la Tierra saldremos?

—En Rincón de Twitten —rió Visbhume—. ¿Qué pensabas?

—¿Tenemos tiempo para llegar a Asphrodiske?

—Está tan lejos de aquí como Watershade del Rincón de Twitten.

—No es mucha distancia —reflexionó Glyneth. Extendió la mano—. Dame el almanaque.

—¡Y yo que te consideraba una muchacha suave, bonita y coqueta! —gruñó Visbhume, obedeciendo de mala gana—. Eres dura como el acero.

—Allá está el gusopo de Visbhume, o como se llame; está tranquilo y dispuesto. ¿No deberíamos cabalgar hacia Asphrodiske con toda comodidad?

Kul tiró de la correa.

—¡Levántate! Ordena a tu bestia que se prepare.

Visbhume obedeció a regañadientes. Izaron las anclas; con Glyneth y Kul en la pérgola, y Visbhume sentado desconsoladamente en las ancas, el gusopo emprendió la marcha por las planicies de Tanjecterly.

XVI
1

La choza se erguía desolada en el bosque. Toda su magia había desaparecido. Un oblicuo rayo de sol atravesaba la puerta y trazaba un rectángulo en el suelo, dejando a oscuras la vieja mesa y el banco. El silencio sólo era turbado por el suspiro del viento entre los árboles.

Todo lo que había ocurrido en la choza, o lo que pudiera haber ocurrido, formaba parte del triste y estéril pasado, y había desaparecido para siempre.

En Watershade, Aillas, Dhrun y Shimrod pasaron siete días de desconsuelo. Shimrod, sombrío en aquella ocasión, sólo pudo informar que Murgen no había abandonado su interés en el asunto.

Los tan familiares aposentos resultaban demasiado tristes sin la bulliciosa presencia de Glyneth. Shimrod se dirigió a Trilda mientras Aillas y Dhrun regresaban a Dorareis.

El castillo Miraldra estaba lúgubre. Aillas se ocupó de los asuntos rutinarios del estado mientras Dhrun se esforzaba para reanudar sus estudios. Varios mensajes de Ulflandia del Sur llamaron la atención de Aillas. Los ska habían reunido y preparado un poderoso ejército en la Costa Norte, con el claro propósito de atacar Ulflandia del Sur, destruir los ejércitos ulflandeses y ocupar Suarach, Oáldes y quizá la misma Ys.

Aillas y Dhrun se embarcaron rumbo a Ulflandia del Sur con nuevas tropas de Dascinet y Scola. Atracaron en Oáldes y cabalgaron hacia Doun Darric.

En una conferencia, Aillas supo que últimamente no se habían producido combates importantes, lo cual le alegró. Su estrategia se basaba en infligir al enemigo grandes pérdidas mientras su propio ejército sufría un mínimo de bajas: una clase de guerra para la cual había preparado a su ejército y que ponía en jaque a los ska. En efecto, los ska habían perdido el control de la mitad meridional de Ulflandia del Norte, excepto la zona aún protegida por el castillo Sank. Aillas dirigió una carta a Sarquin, rey-elector de los ska:

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