—¿Tienes sed?
Glyneth se encogió de hombros y Visbhume sacó vino del armario y sirvió dos copas.
—Querida, al fin estamos solos y en la intimidad. ¿No es una idea estimulante? He ansiado mucho tiempo este momento, ignorando insultos y desprecios, tal como conviene a un cortés caballero. Tales asuntos sólo preocupan a las mentes estrechas. La nobleza me permite dejarlos de lado, tal como una gallarda nave cabalga sobre la espuma y las salpicaduras de las envidiosas olas. ¡Bebe, Glyneth, bebe! ¿Qué? ¿Rechazas el vino, dejas la copa? ¡Pues no me gusta nada! En vez de ojos chispeantes y una boca excitada encuentro una mirada esquiva, una postura encorvada, una nariz goteante, una conducta huraña. ¡Éste es un momento de alegría! Me desconcierta tu actitud. Te acurrucas medrosa, como si yo fuera una rata desayunando queso. ¡De pie! ¡Actuemos como delicados amantes! ¡Ten la amabilidad de aflojarte la ropa para mostrarme tus adorables y flexibles miembros!
Glyneth sacudió la cabeza.
—No haré tal cosa.
—¿De veras? —sonrió Visbhume—. ¡Qué pena que no disponga del tiempo suficiente para seguir cada uno de tus juegos! Pero el tiempo apremia, y hemos de proceder improvisadamente. Ante todo, por razones que pronto comprenderás, debo saber aquello para lo cual te traje aquí. ¡Deprisa, para que podamos dedicar más tiempo a nuestros placeres!
Para hacer tiempo, Glyneth preguntó:
—¿Qué deseabas saber?
—¡Ja! ¿No lo adivinas?
—Pues no. Estoy confundida.
—¡Te lo diré con exactitud! ¿Por qué no decírtelo, después de todo? ¡Sin duda jamás emplearás este conocimiento para perjudicarme! ¿Estoy en lo cierto?
—Sí.
—¡Claro que estoy en lo cierto! ¡Escucha! El rey Casmir oyó una profecía acerca del primogénito de la princesa Suldrun. Hay un misterio relacionado con el hijo de Suldrun. La princesa Madouc ocupó su lugar, pero ¿qué ocurrió con el niño que se llevaron las hadas? Había un niño que se fue de Thripsey Shee y viajó contigo. Se llama Dhrun, pero parece demasiado mayor para ser el hijo de Suldrun. ¿Quién es, pues, la madre de Dhrun? ¿Dónde está el niño que las hadas se llevaron a cambio de Madouc? Este niño tendría ahora cinco o seis años. Según la predicción, se sentará en Evandig antes de Casmir, o algo parecido, y Casmir desea encontrarlo.
—¿Para matar al niño?
Visbhume sonrió y se encogió de hombros.
—Así son los reyes. Ahora comprenderás el porqué de mi curiosidad, ¿no?
—¡Sí!
—¡Excelente! Te pido amablemente, pues, que me digas lo que sepas sobre el asunto. Te hago esta sencilla e inofensiva pregunta: ¿quién es la madre de Dhrun?
—Dhrun no conoció a su madre —respondió Glyneth—. Fue criado por las hadas y pasó una infancia muy extraña. Una vez me dijo el nombre de la madre de Madouc; ella había tenido comercio con los hombres y se llamaba Twisk.
—¡Palabras, palabras, palabras! —exclamó Visbhume—. ¡No respondes a mi pregunta! Una vez más, ¿quién es o quién era la madre de Dhrun?
Glyneth sacudió la cabeza.
—Aunque lo supiera, no te diría nada, pues podría servir de ayuda al rey Casmir, nuestro enemigo.
—¡Agotas mi paciencia! —protestó Visbhume—. ¡Pero tengo un remedio! —Sacó la botellita verde de su talego—. Esta, como recordarás, es la genuina Esencia de Amor. Una gota despierta anhelos en cada rincón del alma femenina y alienta prodigios de vigor sexual en el varón. Supongamos que te obligo a ingerir no sólo una gota, sino dos, o incluso tres. En tu apremiante ardor me dirías lo que deseo saber en un santiamén, y no te mostrarías tan quisquillosa para quitarte la ropa.
Rodaron lágrimas por las mejillas de Glyneth. ¡Qué lamentable final para su vida! No cabía duda de que Visbhume se proponía matarla o, en el mejor de los casos, dejarla en Tanjecterly.
Visbhume se le acercó con la botella.
—Vamos, zorra, abre esa boquita. Te daré una gota; una gota bastará. De lo contrario, probaremos con dos.
En su celda de la ciudad de Pude, Kul frotó las cuerdas de los brazos contra un borde afilado del quicio de la puerta y las cortó. Se desató las cuerdas de las piernas, derribó la puerta de la celda de un empellón y salió al patio. Un par de guardias intentaron interceptarlo y los tumbó. Kul se dirigió a la garita a recoger su espada; salió a la calle y corrió por el camino hacia el este.
Fulgis, el magistrado, organizó una partida para perseguirlo. Entre los que salieron iba el formidable Zaxa, una criatura híbrida, mitad hombre y mitad hespid batrache, con brazos como troncos, y una piel gruesa y gris inmune a las lanzas, las flechas, las garras y los colmillos. Zaxa montaba un lento gusopo, y empuñaba su fabulosa espada Zil, mientras que los demás integrantes de la partida iban en diversas monturas.
La partida se lanzó a una frenética persecución y pronto alcanzó a Kul, quien se internó en el Bosque Profundo. Los perseguidores lo siguieron dando alaridos e intercambiando alardes. Kul los sorprendió lanzándose desde un árbol, mató a ocho guerreros y huyó. La partida lo siguió con mayor prudencia haciendo consultas e intercambiando instrucciones, con Zaxa a la cabeza. Kul los sorprendió por la retaguardia y causó nuevos estragos. Cuando Zaxa llegó al lugar, Kul había vuelto a escapar. Brincó desde las sombras, capturó al magistrado Fulgis y le partió la cabeza contra un tronco, pero Zaxa lo encontró al fin.
—Feroce —bramó Zaxa—, eres listo y valiente, pero ahora debes pagar por tus asesinatos, y el precio será alto.
—Zaxa —respondió Kul—, permíteme una sugerencia: sigue tu camino y yo seguiré el mío. Así ninguno perjudicará al otro. Es un plan que redunda en beneficio de los dos. ¿Adviertes la sabiduría de mi propuesta?
Zaxa parpadeó mientras consideraba la idea.
—Sin duda tienes parte de razón —dijo al fin—. Pero he venido hasta aquí con el expreso propósito de cortarte la cabeza con mi buena espada Zil, y me parece descabellado dar la vuelta y cabalgar hasta Pude con las manos vacías. La gente preguntaría: «Zaxa, ¿no te fuiste de la aldea para destruir al sanguinario roce?». Y yo sólo podría responder: «¡Es verdad! ¡Eso pretendía!». Entonces dirían: «¡Ah, pero la astuta bestia consiguió escapar!». Y yo tendría que responder: «¡Al contrario! Nos enfrentamos, intercambiamos corteses palabras y volví a casa». Los aldeanos quizá no dirían nada en voz alta, pero yo perdería mi prestigio. Así que, aun a riesgo de ciertas incomodidades, me veo obligado a matarte.
—¿Y si mueres primero?
Zaxa bramó y se golpeó el enorme pecho.
—En cuanto te ponga las manos encima, será asunto concluido. Prepárate para conocer toda la extensión del infinito más allá.
Los dos se trabaron en lucha. Al final, jadeando, sangrando, con un brazo roto, Kul se irguió sobre el cadáver de Zaxa. Miró alrededor, pero los aldeanos supervivientes, al ver el aspecto que tomaba la batalla, habían huido. Kul contempló el gran cadáver gris y casi sintió una punzada de piedad.
Cogió la magnífica espada Zil, trepó a la montura de Zaxa, subió al asiento y partió en busca de Visbhume y Glyneth.
A poca distancia avistó el gusopo anclado y la casa. Se acercó con sigilo, desmontó y fue a la puerta. Dentro oyó un ruido de cristales rotos.
Kul abrió la puerta y se detuvo en el umbral. Visbhume, que intentaba arrancar las ropas a Glyneth, alzó los ojos con pánico. Había una botella rota en el hogar, adonde la había arrojado Glyneth. Kul arrojó a Visbhume con tal fuerza contra la pared que el mago cayó al suelo desmayado.
Glyneth corrió llorando hacia Kul.
—¿Qué te han hecho? ¡Oh, tu pobre brazo! ¡Mi querido y maravilloso Kul, estás herido!
—Pero no demasiado —respondió Kul—. Yo estoy vivo, y Zaxa está conociendo toda la extensión del infinito.
—Siéntate en la silla, y veamos qué podemos hacer por ti.
Una vez más, el gusopo corrió rumbo a Asphrodiske, junto a la Carretera de las Piedras Redondas. En un armario de la casa Glyneth había encontrado vestidos para reemplazar los que le había roto Visbhume: pantalones de campesina de rayas grises, negras y blancas, y una blusa de tosco lino azul. Había hecho lo posible para curar las heridas de Kul, limpiándolas y entablillándole el brazo para soldar el hueso fracturado. Zaxa había hundido los colmillos en el hombro de Kul, inyectándole una saliva ponzoñosa, y la herida se había infectado.
—Coge el cuchillo y corta —instruyó Kul—. Deja que fluya la sangre. Luego frótame con la cera.
La consternada Glyneth respiró hondo y hundió el cuchillo en la herida, liberando un torrente de substancia infectada y luego un chorro de saludable sangre roja. Kul gruñó de alivio y acarició el cabello de Glyneth. Luego suspiró de nuevo y apartó los ojos.
—A veces se me presentan extrañas visiones —dijo Kul—. Pero no estoy hecho para soñar, y menos si se trata de sueños imposibles.
—A mí también me visitan sueños imposibles —comentó Glyneth—. Me confunden y me intimidan. Sin embargo, ¿cómo no voy a amarte, cuando eres tan valiente, amable y cortés?
—Así me han hecho —rió Kul sin alegría. Se volvió hacia Visbhume—. Te mataría ahora mismo, pero aún necesitamos tus instrucciones. ¿Cómo sigue la luna?
Visbhume se levantó trabajosamente.
—¿Y si os guío bien?
—Se te permitirá vivir.
Visbhume mostró la caricatura de una sonrisa airosa y confiada.
—Aceptaré esta condición. La luna negra está cerca de la pulsación. Has tardado demasiado.
—Pongámonos en marcha.
Visbhume intentó recuperar el talego, pero Glyneth le ordenó que retrocediera. Redujo la casa y la guardó. Los tres subieron al gusopo y de nuevo cabalgaron hacia la estrella rosada, que ahora casi rozaba la luna negra.
Como antes, Glyneth iba sentada en el asiento superior de la pérgola; Kul, agazapado entre los cuernos del gusopo; y Visbhume en las ancas, mirando a los lados con ojos líquidos y grandes como los de un lémur.
Glyneth era presa de emociones contradictorias, y temía que cualquiera de ellas le rompiera el corazón. A pesar de los ungüentos y los polvos, Kul no era el mismo de antes; tal vez hubiera perdido demasiada sangre, pues su tez había palidecido y sus movimientos ya no eran tan ágiles. Glyneth suspiró, pensando en su regreso a la Tierra. Tanjecterly se había convertido en la realidad y la Tierra en un mundo de fantasía más allá de las nubes.
Las leguas iban quedando atrás, y la carretera cruzaba ahora la Llanura de los Lirios. A lo lejos surgió una hilera de colinas bajas, una aldea de casas grises y, hacia el norte, una cúpula baja de reluciente metal plateado.
Visbhume se acercó a la pérgola.
—Querida —le dijo a Glyneth—, necesitaré el Almanaque para encontrar el gran eje.
Glyneth extrajo la llave y le entregó el Almanaque a Visbhume, quien leyó el texto con atención y luego estudió un pequeño mapa.
—¡Aja! —dijo Visbhume—. Dirígete al costado de la cúpula. Tendríamos que encontrar una plataforma, y allí un poste de hierro.
Glyneth señaló.
—¡Veo la plataforma! ¡Veo el poste!
—¡Entonces apresurémonos! La luna negra ha dado la pulsación, y aquí el tiempo es breve, sin pausa ni descanso.
El gusopo corrió a campo traviesa a toda velocidad, y llegó al lado de la cúpula.
—Éste es un antiguo templo, que tal vez ahora esté abandonado —comentó Visbhume—. A la plataforma. ¡Glyneth, la llave!
—Todavía no —dijo Glyneth—. Y, en todo caso, yo usaré la llave.
Visbhume chasqueó la lengua con fastidio.
—No es así como lo he planeado, y me parece poco práctico.
—Aun así, no pasaras hasta que Kul y yo hayamos atravesado el portal.
—¡Bah! —masculló Visbhume—. ¡Bien, a la plataforma! ¡Alto! ¡Glyneth, baja! ¡Kul, desciende! ¡Al poste!
Glyneth fue a la escalinata que subía a la plataforma. Kul bajó lentamente y la siguió. Visbhume sacó el silbato del bolsillo y tocó un arpegio estridente y discordante. El gusopo bramó furioso, agachó la cabeza y cargó contra Kul. Visbhume bailaba con las rodillas en alto, soplando melodías furiosas. Kul trató de esquivarlo, pero había perdido agilidad. El gusopo lo atravesó con los cuernos y lo arrojó al aire.
Glyneth bajó corriendo hacia el cuerpo caído. Miró a Visbhume con horror y odio.
—¡Nos has traicionado una vez más!
—¡No más que tú! ¡Mírame! ¡Soy Visbhume! ¡Hablas amorosamente con esta criatura bestial y sólo en parte humana! ¡Es antinatural! ¡Y, sin embargo, desprecias al orgulloso y noble Visbhume!
Glyneth lo ignoró.
—¡Kul vive! ¡Ayúdame!
—Jamás! ¿Estás loca? ¿Vive? ¿He de llamar al gusopo para que lo pisotee?
—¡No! —exclamó Glyneth horrorizada.
—Dime quién es la madre de Dhrun. ¡Dímelo!
—No le digas nada —susurró Kul.
—No —dijo Glyneth—. Se lo diré. Ya no puede cambiar mucho las cosas. Suldrun fue la madre de Dhrun, y Aillas su padre.
—¿Cómo es posible, si Dhrun tiene ahora doce años?
—Un año en el shee de las hadas equivale a diez años de vida en otra parte.
Visbhume soltó un graznido de euforia.
—¡Éste era el dato que buscaba! —Arrebató la llave a Glyneth y saltó hacia atrás como siguiendo el ritmo de una música que sólo él oía. Hizo un florido ademán—. ¡Qué estúpida eres, Glyneth! Si hubieras hablado tiempo atrás, nos habríamos evitado problemas y dolores que en nada me aprovechan. ¡Poco le importa a Casmir! Sólo apreciará los resultados y se limitará a decir que soy eficaz.
»Vamos. ¿Vendrás a la Tierra sumisamente, y me obedecerás en todo?
Glyneth trató de dominar la voz.
—No puedo abandonar a Kul —volvió la cabeza para no mirar a Visbhume—. Llévanos a ambos a la Tierra y haré tu voluntad.
Visbhume levantó un dedo.
—¡No! ¡Kul debe quedarse! Se ha rebelado una y otra vez, y merece un castigo. ¡Ven, Glyneth!
—No puedo irme sin él.
—¡Así sea! ¡Quédate a adorar a esa bestia que amas con tan extraña pasión! ¡Ahora, dame el talego!
—No te lo daré.
—Entonces soplaré mi silbato.
—Y yo te arrojaré un Frasco del Tormento. ¡Debí haberlo hecho antes!
Visbhume soltó un juramento, pero no se atrevía a retrasarse más.
—¡Me voy a la Tierra, donde disfrutaré de honores y fortuna! ¡Adiós!
Visbhume brincó a la plataforma, insertó la llave y desapareció.
Glyneth se arrodilló junto a Kul, quien tenía los ojos cerrados. Glyneth le acarició la frente.