Lyonesse - 2 - La perla verde (57 page)

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Authors: Jack Vance

Tags: #Fantástico

BOOK: Lyonesse - 2 - La perla verde
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—Deploramos esas atrocidades —dijo Glyneth—, pero ahora no tenemos tiempo para actuar. A decir verdad, llevamos prisa y ya viajamos con retraso.

—¿Ah, sí? —exclamó el caballero púrpura—. Entonces parece que mi hermano se ha precipitado al tocar el desafío.

—¡Ya lo creo! Ahora nos vamos y debéis explicaros ante Lulie como mejor podáis.

—Kul, vámonos deprisa.

—Demasiado tarde —les cortó el paso el caballero púrpura—. Veo que Lulie baja de su castillo en este preciso instante.

Glyneth observó con desaliento cómo se acercaba Lulie. Iba sentado sobre un gusopo en una silla maciza como un trono, y empuñaba una lanza de más de diez metros de largo. Vestía una media armadura: coraza, grebas y un casco con forma de cabeza de demonio, con una cresta de tres plumas negras.

Lulie frenó su montura a unos treinta metros.

—¿Quién hizo sonar el cuerno con tal insolencia, turbando mi descanso? —bramó—. Estoy muy enfadado.

—Soplamos el cuerno —respondió el caballero azul— para anunciar la presencia del invencible Kul, quien ya ha matado a tu hijo Zaxa y ahora quiere ver el color de tu hígado.

—¡Cruel aspiración! —gritó Lulie—. Kul, ¿por qué persigues fines tan violentos?

—Parece ser mi destino —murmuró Kul—. En este caso, sin embargo, eres un padre enlutado y me abstengo. Vuelve a tu castillo con tu pesar, y nosotros seguiremos nuestro camino. Nuestros mejores deseos para todos. Adiós.

—Kul —exclamó el caballero púrpura—, evidentemente hablabas en broma cuando describiste a Lulie como «el perro de un perro» y «un cobarde cuyos actos apestan aún más que su propia persona».

—No soy excesivamente remilgado —gruñó Lulie—, pero esas palabras son ofensivas.

—Lulie —dijo Kul—, tu pelea es con estos dos caballeros, no conmigo. Por favor terminemos esta charla, pues estamos ansiosos por seguir nuestro camino.

—Sin embargo, has matado a mi hijo Zaxa, y llevas su espada. Ese acto, cuando menos, merece una represalia.

—Lo maté en defensa propia. Si me atacas, encontraré un modo de matarte.

—¡Ja! Interpreto esa frase como un reto.

—No ha sido mi intención. Por favor, déjanos continuar.

—No sin saldar nuestras cuentas. Baja de ahí. Lucharemos a pie, y esgrimirás la espada de Zaxa contra su padre, si te atreves.

Kul se volvió hacia Glyneth.

—No te retrases por mí. Viaja hacia el oeste lo más rápido que puedas, y que la suerte te acompañe.

Kul bajó del gusopo, no con la incómoda espada de Zaxa, sino con su espada corta. Avanzó hacia Lulie con ese andar desmañado que lo caracterizaba.

Lulie desenvainó la espada y la enarboló.

—¡Bestia diabólica, mira mi espada Kahanthus! ¡Tu hora ha llegado!

En el asiento superior de la pérgola, Glyneth insertó un acaro de fuego en el tubo, apuntó con cuidado y sopló. El proyectil, extendiendo y batiendo las alas, entró en la visera del casco de Lulie y explotó con un fuego blanco. Lulie aulló y se aferró el casco, soltando la espada. Kul asestó un tajo al codo de Lulie, de manera que el antebrazo quedó colgando de la articulación. Lulie pateó, más por reflejo que con propósito definido, e hizo volar por el aire a Kul, quien cayó al suelo y se quedó rígido. Lulie se quitó el casco y parpadeó con el único ojo que le quedaba; vio a Kul y trató de estrangularlo. Kul alzó la espada y la punta penetró en el cuello de Lulie, bajo la barbilla, y se hundió en el cerebro. Lulie se desplomó sobre su contrincante y el pincho que sobresalía de la coraza se hundió en el pecho de Kul.

Con gran esfuerzo, Glyneth empujó el cadáver de Lulie. Para detener la sangre que manaba de la herida de Kul, puso un pañuelo en el orificio y luego corrió hacia el talego de Visbhume. Sacó el ungüento y lo aplicó con desesperada prisa. En cuanto cerró la herida del pecho de Kul, Glyneth descubrió consternada que brotaba sangre de la herida de la espalda, por donde había salido la punta del pincho.

Las heridas del pecho y la espalda de Kul cerraron al fin, pero durante un rato Kul se quedó arrodillado, la cabeza floja, tosiendo y escupiendo una espuma roja de los pulmones. Al fin se volvió hacia Glyneth con una sonrisa resuelta.

—¡Una vez más estoy bien! Volvamos al gusopo. ¡La luna sigue su camino!

Se levantó trabajosamente; con la ayuda de Glyneth logró trepar a la pérgola, donde se desplomó en el banco.

El caballero púrpura y el azul habían partido hacía rato, y Glyneth los vio cabalgando hacia el castillo de Lulie, ya fuera para reclamar los tesoros o para liberar a los prisioneros.

Glyneth se armó de coraje, apretó los dientes y extrajo la espada de Kul del cadáver. La limpió en la ropa de Lulie y la puso sobre el gusopo.

La espada de Lulie, Kahanthus, yacía en la hierba; una hoja de metal azul y una empuñadura con placas de ébano tallado que culminaba en un reluciente cabujón rojo. Era pesada; Glyneth la llevó con esfuerzo hasta el lomo del gusopo, trepó a la bestia y reanudaron la marcha hacia el oeste.

Kul iba tendido, los ojos cerrados, pálido, el aliento entrecortado por la sangre que aún le sofocaba la garganta. Glyneth trató de ponerlo cómodo. Se sentó junto a él y observó las fluctuantes emociones que aparecían en su rostro. Se volvieron cada vez más intensas y definidas, y Glyneth empezó a sentir escalofríos ante lo que creía ver. Al fin tocó la delgada mejilla.

—¡Kul, despierta! ¡Tienes pesadillas!

Kul despertó. Gruñó y se incorporó. Glyneth le escrutó ansiosamente la cara; para su alivio, sólo vio al Kul a quien amaba y en quien confiaba.

—¿Recuerdas tus sueños? —preguntó.

—Ahora se han ido —dijo Kul—. No quiero recordarlos.

—Quizá deberíamos detenernos a descansar, hasta que te encuentres mejor.

—No necesito descanso. Debemos ir tan lejos y tan deprisa como podamos.

El gusopo siguió su carrera, legua tras legua por la hierba azul. Al sur unos lobos bípedos aparecían de cuando en cuando. Estudiaban al gusopo, deliberaban y luego se perdían entre los árboles.

Viaje, descanso, viaje a través de la estepa de Tang-Tang, un paisaje cuyo aspecto al fin se hizo familiar. Pasaron ante la alta mansión del caballero salteador a quien Visbhume había burlado con su espejo; en esta ocasión nadie salió de la morada. Sobre el horizonte del oeste surgieron sombrías montañas, y pronto el río Mys bajó del norte para correr paralelo al trayecto de ellos. Los lobos bípedos, que se habían mantenido prudentemente alejados, se reunieron con una nueva manada cuyos líderes, gesticulando hacia el gusopo, parecían aconsejar tácticas más audaces. La banda se fue acercando poco a poco para correr a ambos flancos del gusopo, y también detrás. Uno trató de roer una de las patas del gusopo; el enorme animal pateó a la criatura y la aplastó sin perder el ritmo de la marcha.

Kul se levantó con esfuerzo y empuñó la espada, y durante un rato los lobos se alejaron. Luego, decidiendo que Kul no planteaba una amenaza inmediata, volvieron a aproximarse. Dos saltaron a la alfombra, detrás de la pérgola. Glyneth tenía el tubo preparado y sopló un acaro de fuego al más cercano. Estalló en el pecho de la criatura con llamas azules y anaranjadas; el lobo aulló y cayó entre convulsiones. Glyneth apuntó el tubo al segundo lobo, que saltó prudentemente al suelo y se alejó.

Al cabo de unos minutos, los lobos corrieron hacia el sur, formaron un círculo y deliberaron acerca de su táctica, asintiendo y chasqueando las delgadas y negras lenguas. Entretanto, Kul azuzó al gusopo. Delante, donde las montañas se erguían junto al río, estaba la choza.

Los lobos volvieron al ataque. De acuerdo con su plan, se acercaron por ambos flancos al gusopo y se abalanzaron sobre Kul. Este blandió la espada cortando brazos y cabezas, y despejó el flanco derecho sólo para descubrir que más lobos lo atacaban desde la izquierda. Glyneth soltó un acaro de fuego tras otro, hasta que un brazo velludo bajó del techo de la pérgola para aferrarle el cuello, y una cara de largas fauces sonrientes se acercó a la suya. Jadeó, se zafó y sopló un acaro de fuego en la negra boca. La criatura se alejó, ahora sólo preocupada por su doloroso destino.

La choza estaba a sólo cien metros, pero los lobos habían derribado a Kul del gusopo, y el animal se detuvo bruscamente mientras los lobos se apiñaban alrededor del guerrero. Al fin lo tumbaron y se lanzaron sobre él en una masa velluda y ululante.

Kul reunió fuerzas y se incorporó; tenía los brazos de succión de los lobos pegados en todo el cuerpo. Maldiciendo y pateando, se zafó de ellos. Luego, embistiendo con la espada en alto, pareció por un instante el Kul de antes. Pero los lobos habían probado su sangre y no se retiraban. Con dentelladas y aullidos se lanzaron sobre Kul: él lanzaba estocadas, pero sus golpes ya no tenían fuerza.

—¡Haz crecer la casa y refúgiate! Es mi fin.

Glyneth miró frenéticamente a ambos lados, saltó al suelo y se dispuso a obedecer.

En la puerta de la choza apareció un hombre de cabello rubio. Glyneth lo miró incrédulamente y las rodillas se le aflojaron de alegría.

—¡Shimrod!

—El portal está abierto, pero por poco tiempo. Ven.

—¡Debes salvar a Kul!

Shimrod salió a la llanura. Alzó la mano; de sus dedos brotaron dardos de fuego negro que redujeron a los lobos a puñados de ceniza gris. Algunos huyeron gimiendo hacia el este; los dardos negros los siguieron y los abatieron uno por uno, y todos desaparecieron.

Glyneth corrió hacia Kul y trató de sostenerlo.

—¡Kul! ¡Estamos salvados! ¡Ha venido Shimrod!

Kul la miró con ojos apagados.

—Shimrod —graznó—, he obedecido lo mejor que he sabido.

—Kul, has actuado bien.

—En realidad ya estoy muerto. Ahora me tenderé y quedaré quieto.

Kul se derrumbó.

—¡Kul, no mueras! —exclamó Glyneth—. ¡Shimrod te fortalecerá de nuevo!

—Querida Glyneth —jadeó Kul—, regresa a la Tierra. Yo no puedo ir contigo. Soy una mezcla de criaturas, sostenida con sangre roja, y ahora mi sangre se ha ido. Glyneth, adiós.

—¡Kul! —suplicó Glyneth—. ¡Sólo unos minutos más! ¡No mueras! ¡Te amo profundamente y no puedo dejarte aquí! ¿Kul? ¿Puedes hablar?

Shimrod le cogió el brazo y la ayudó a incorporarse.

—Glyneth, es hora de partir. No puedes ayudar a Kul. Va a regresar a sus orígenes y es mejor que tú vengas conmigo. El cuerpo de Kul ha muerto, pero su amor por ti todavía vive. Ven.

4

Shimrod condujo a Glyneth a la choza. Ella se detuvo.

—En el gusopo hay dos grandes espadas. Por favor, Shimrod, tráelas con nosotros.

Shimrod la llevó hasta la puerta.

—Atraviesa el umbral. Yo iré a buscar las espadas. Pero no salgas. Espérame en la choza.

La aturdida Glyneth atravesó la puerta y entró. Por un instante atisbo por encima del hombro para ver a Kul, y en seguida desvió la mirada.

Algo era diferente. Respiró hondo. Éste era el aire de la Tierra; traía el querido aroma de su propio follaje y de su propio suelo.

Shimrod entró en la choza, trastabillando bajo el peso de las dos espadas. Las puso sobre la mesa y, volviéndose a Glyneth, le asió las manos.

—Amabas a Kul, y me parece normal. De lo contrario te habría considerado desalmada y antinatural. Lo cual sería imposible, pues conozco muy bien tu temperamento afectuoso. Kul era un ser mágico, construido a partir de dos patrones: el syaspic feroce y un bárbaro pirata de una luna lejana, llamado Kul, el Asesino. Estos dos patrones, sobreimpresos, crearon una criatura terrible, implacable e indómita. Para proporcionarle vida y alma, con amor y lealtad hacia ti, le dimos la sangre de alguien que te ama. En realidad, dio casi toda su sangre y también toda la fuerza de su alma. Kul está muerto, pero esos sentimientos aún viven.

Glyneth, llorando y sonriendo al mismo tiempo, preguntó:

—¿Y quién era esa persona que me ama? ¿Debo saberlo? ¿O tendré que adivinarlo?

—Dudo que necesites adivinar.

Glyneth lo miró pícaramente.

—Tú me amas y Dhrun me ama, pero creo que hablas de Aillas… ¿Está fuera?

—No. No le comenté que la pulsación estaba abierta. Si no hubieras llegado a la choza o hubieras sufrido daño, él sólo se habría torturado de nuevo. Kul te sirvió bien y Murgen tuvo éxito; y aquí estás. Ahora traeré a Aillas con procedimientos mágicos. Puedes salir cuando te llame.

Shimrod salió de la choza. Glyneth fue a la mesa y contempló las espadas Zil y Kahanthus, y recordó Tanjecterly y todo el viaje hasta Asphrodiske. Por un instante se preguntó por la suerte de Visbhume.

Transcurrieron unos instantes. Oyó voces en el exterior. Quiso salir, pero recordó las instrucciones de Shimrod y esperó.

—¡Glyneth! —gritó Shimrod—. ¿Estás ahí? ¿O has vuelto a Tanjecterly?

Glyneth fue hasta la puerta y salió a la luz del bosque. Aillas la esperaba junto a un carruaje.

Shimrod llevó las espadas al carruaje.

—Os espero en Watershade —dijo—. ¡No os retraséis en el camino!

Se internó en el bosque y desapareció.

Aillas se adelantó y abrazó a Glyneth.

—Mi amada Glyneth, nunca más te dejaré ir.

Al cabo de un instante la soltó y le miró la cara.

—¿Por qué me miras así? —preguntó Glyneth, sonriendo.

—Porque ante mis ojos te has convertido en la más bella y atractiva de las doncellas.

—¿De verdad, Aillas? ¿A pesar de mis mugrientas ropas y mi sucia cara?

—Sí.

Glyneth rió.

—A veces creí que nunca te llamaría la atención.

—No temas por eso. En realidad sufro todas las indecisiones y dudas del enamorado inseguro. Estoy ansioso por conocer tus aventuras. ¿Cómo te sirvió Kul, tu paladín?

—¡Me sirvió tan bien que llegué a amarlo! Diría que llegué a amar la parte de Kul que eras tú. Vi atisbos del feroce y de Kul, el Asesino, y ambos me asustaron. Luego tú parecías presentarte para arreglar las cosas.

—Por lo visto he hecho muchas cosas que no recuerdo —musitó Aillas—. Bien, no importa. Kul te ha traído de regreso, así que no debo estar celoso. Aquí está nuestro carruaje. Vamos a Watershade, y a los más felices banquetes que esas viejas piedras han conocido.

EPILOGO

La Perla Verde está encerrada en una botella y el disfraz de Tamurello, el esqueleto de una comadreja agazapada dentro de una gelatina verde, quizá sea el más incómodo que ha usado.

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