Ya hemos visto muchos de estos temas en otros capítulos: el seductor avance hacia la medicalización de la vida cotidiana, las fantasías en torno a las píldoras (las convencionales y las de los curanderos), y las ridículas afirmaciones en materia de salud que se lanzan a propósito de los alimentos (terreno en el que los periodistas son tan culpables como los nutricionistas). Pero, a continuación, deseo centrarme en aquellas noticias que nos pueden indicar mejor qué percepción se tiene de la ciencia hoy en día y qué pautas (repetitivas, estructurales) se siguen para llevarnos reiteradamente a engaño en lo que respecta a las cuestiones científicas.
Mi hipótesis básica es la siguiente: las personas que dirigen los medios de comunicación son titulados en áreas de humanidades con escasos conocimientos sobre ciencia, que, además, se enorgullecen de su ignorancia en la materia. En secreto, en lo más hondo de sus corazones, tal vez alberguen algún resentimiento por el hecho de haberse negado a sí mismos el acceso a los avances más significativos en la historia del pensamiento occidental de los últimos doscientos años; pero lo cierto es que en toda cobertura informativa que los medios dedican a los temas de ciencia, hay implícito una especie de ataque: en su elección de noticias y en su modo de tratarlas, los medios generan una especie de parodia de la ciencia. Dicha parodia configura una plantilla conforme a la cual la ciencia es descrita como un conjunto de enunciados sobre la verdad, pretendidamente didácticos pero incomprensibles y sin base, que pronuncian los científicos, unas figuras de autoridad socialmente poderosas y arbitrarias, que no están sujetas a elección popular. Se los considera distanciados de la realidad: gente que realiza un trabajo descabellado o peligroso. Y, en cualquier caso, todo lo relacionado con la ciencia se ve como algo poco fundado, contradictorio, probablemente destinado a cambiar en breve y (lo más ridículo de todo) «difícil de comprender». Tras haber creado semejante parodia, los comentaristas la atacan, como si estuvieran criticando el verdadero original de la ciencia.
Las noticias sobre ciencia se enmarcan generalmente en una de tres posibles categorías: las historias descabelladas, los «avances» de trascendencia histórica y las noticias «alarmistas». Cada una de ellas socava y distorsiona la ciencia a su particular modo. Las repasaremos por orden.
Historias descabelladas: tanto dinero para nada
Si lo que queremos es que nuestra investigación salga en los medios de comunicación, tiremos la autoclave a la basura, dejemos de usar las pipetas, borremos nuestra copia del programa estadístico Stata y vendamos nuestra alma a una compañía especializada en relaciones públicas y publicidad.
En la Universidad de Reading, hay un doctor llamado Kevin Warwick que lleva algún tiempo siendo una fuente constante de noticias llamativas. Se implanta el chip de una tarjeta de identificación en el brazo, luego muestra a los periodistas cómo puede abrir con él las puertas de los despachos de su departamento y, al final, proclama: «Soy un ciborg, una fusión entre hombre y máquina».
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Y los medios quedan debidamente impresionados, cómo no. Una de las noticias favoritas sobre investigaciones científicas salidas de su laboratorio (aunque, desde luego, no se haya publicado nunca en ninguna revista académica) fue aquella en la que pretendió demostrar que ver
Richard and Judy
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mejora el rendimiento de los niños en los test de inteligencia de manera mucho más eficaz que cualquier otra clase de estímulo que pudiéramos esperar que les sirviera de mejor ayuda, como hacer ejercicios de práctica o beber café.
El problema es que aquél no fue un chiste marginal o periférico, sino que se convirtió en noticia y, a diferencia de la mayoría de las auténticas noticias científicas, dio pie a un editorial en el mismísimo
The Independent
. No tengo que escarbar mucho para hallar más ejemplos: hay quinientos entre los que elegir, como ya he mencionado. «La infidelidad es genética», dicen los científicos. «La alergia a la electricidad es real», dice un investigador. «En el futuro, todos los hombres tendrán miembros grandes», dice un biólogo evolutivo de la London School of Economics.
Todas estas noticias son puro relleno huero y estrambótico que se nos hace pasar por ciencia, y alcanzan su forma más depurada en aquellas historias en las que los científicos han «descubierto» la fórmula de algo. Mira que están chiflados esos «cerebritos». Puede que, últimamente, hayan disfrutado del modo perfecto de comer un helado (A×Tp×Tm/Ft×At+V×LT×Sp×W/Tt=3d20), de la perfecta comedia televisiva de situación (C=3d[(R×D)+V]×F/A+S, según el
The Telegraph
), del huevo duro perfecto (
Daily Mail
), del chiste perfecto (de nuevo en el
The Telegraph
) y del día más deprimente del año ([W+(D–d)]×TQ M×NA, en casi todos los periódicos del mundo). Y podría seguir así mucho rato.
Quienes escriben todas estas noticias son siempre periodistas especializados en ciencia. Dichas historias son luego seguidas muy de cerca por artículos de opinión a cargo de titulados en humanidades que, sabedores de la aprobación general que cosechan con esos comentarios, aprovechan para recordarnos lo desquiciados e irrelevantes que son los científicos. Y es que, conforme a la mentalidad de «búnker» que se les atribuye a éstos en la «parodia» de la ciencia que antes mencionaba, el atractivo de esas noticias reside precisamente ahí: juegan con el estereotipo popular de la ciencia como un asunto de «cerebritos», como algo tan irrelevante como marginal.
Pero esas historias también aparecen en los medios para generar negocio, para promocionar productos y para llenar páginas y páginas de forma muy económica, con el mínimo esfuerzo periodístico. Tomemos algunos de los ejemplos más destacados. El doctor Cliff Arnall es el rey de las noticias sobre ecuaciones matemáticas especiales, y entre su producción más reciente se incluyen las fórmulas para calcular el día más deprimente del año, el más feliz, el puente festivo perfecto y otras muchas (muchísimas) más. Según la BBC, es el «profesor Arnall». Por lo general, los medios se refieren a él como «el doctor Cliff Arnall, de la Universidad de Cardiff». En realidad, es un empresario que organiza cursos de fomento de la confianza y gestión del estrés, y que ha impartido algo de docencia a tiempo parcial en la Universidad de Cardiff. La oficina de prensa de dicha institución, sin embargo, está encantada de destacarlo en sus informes mensuales sobre los miembros de su personal de cuyos éxitos se han hecho eco los medios de comunicación. Así de bajo hemos caído.
Quizás alberguen ustedes tiernos sentimientos para estas fórmulas: tal vez piensen que dan «relevancia» y un aire más «divertido» a la ciencia (algo así como lo que sucede con el llamado rock cristiano). Pero deberían saber que provienen de empresas de publicidad y relaciones públicas que, en muchos casos, están especializadas en tales menesteres y dispuestas a asociar el nombre de un científico a sus actividades. De hecho, las empresas de relaciones públicas no ocultan en absoluto a sus clientes esta práctica. Todo lo contrario: se refieren a ese tipo de exposición —la que se obtiene al lanzar una noticia asociándole el nombre de uno de sus clientes— con la denominación de «equivalente publicitario».
La fórmula de Cliff Arnall para calcular el día más deprimente del año se ha convertido ya en un clásico anual de los medios de comunicación. La de este último año fue patrocinada por Sky Travel y apareció en enero (el momento perfecto para reservar unas vacaciones). Su fórmula para calcular «el día más alegre del año» aparece en junio (de hecho, el
The Telegraph
y el
Mail
han vuelto a mencionarla en 2008) patrocinada por los helados Wall. La fórmula del profesor Cary Cooper para clasificar los triunfos deportivos estaba patrocinada por la cadena de supermercados Tesco. La ecuación del efecto del alcohol (concretamente, del consumo de cerveza) en nuestra percepción del atractivo sexual de otras personas (conocido como efecto «gafas de cerveza») fue desarrollada por el doctor Nathan Efron, profesor de Optometría Clínica de la Universidad de Manchester, y patrocinada por el fabricante de productos ópticos Bausch & Lomb. La fórmula del penalti perfecto, del doctor David Lewis (de la Universidad John Moores, de Liverpool), estaba patrocinada por la casa de apuestas deportivas Ladbrokes. La fórmula del modo perfecto de estirar de los «petardos de Navidad» (
Christmas crackers
) para que hagan el máximo ruido posible, obra del doctor Paul Stevenson, de la Universidad de Surrey, fue un encargo de Tesco. La fórmula de la playa perfecta, del doctor Dimitrios Buhalis, de la Universidad de Surrey, se calculó bajo el patrocinio de la agencia de viajes Opodo. Hablamos aquí de miembros del personal docente e investigador de universidades, que comprometen sus nombres para que las empresas de relaciones públicas puedan vender «equivalentes publicitarios» en forma de exposición mediática.
Yo sé cómo pagan al doctor Arnall, porque, cuando me referí críticamente en mi diario a las interminables noticias sobre sus fórmulas, justo antes de Navidad, él me envió este mensaje de correo electrónico, ciertamente encantador:
Gracias a su mención de mi nombre en compañía del de la empresa Walls, acabo de recibir un cheque de ésta. Gracias y felices fiestas, Cliff Arnall.
No es ningún escándalo: sólo es una estupidez. Esas noticias no son informativas: son actividad promocional disfrazada de información. Juegan (de forma bastante cínica) con el hecho de que la mayoría de los redactores de los medios no reconocerían una historia verdaderamente científica ni aunque ésta bailara desnuda ante ellos. Juegan también con el hecho de que los periodistas andan faltos de tiempo, pero necesitan llenar páginas, ya que ahora hay menos personal y cada uno de ellos tiene que escribir más palabras que antes. En el fondo, todo esto constituye un ejemplo perfecto de lo que el periodista de investigación Nick Davies ha denominado
churnalism
(o «periodismo de agitar y servir»):
[1]
un refrito acrítico de comunicados de prensa diversos convertidos en contenido periodístico. Y, en ciertos sentidos, es simplemente un microcosmos de un problema mucho más amplio y generalizado en todas las áreas del periodismo. Según un estudio realizado en la Universidad de Cardiff en 2007, el 80 % de todas las noticias de los diarios serios habían sido «construidas total, principal o parcialmente a partir de material de segunda mano proporcionado por agencias de noticias y por empresas y organismos del sector de las relaciones públicas».
Me sorprende que aún podamos leer notas de prensa en Internet sin tener que pagar por ellas en los quioscos.
«Todos los hombres tendrán miembros grandes»
Pese a su condición de bazofia absurda salida de los gabinetes de prensa y de relaciones públicas, estas noticias pueden tener una penetración extraordinaria. Los «miembros» a los que aquí me refiero se encuentran en el titular con el que el
The Sun
encabezó una noticia sobre un nuevo y radical «informe sobre la evolución» del doctor Oliver Curry, «teórico evolutivo» del centro de investigación Darwin@LSE. La noticia es un clásico de su género.
Allá por el año 3000, el ser humano medio medirá prácticamente dos metros, tendrá la piel de color café y vivirá unos 120 años, según predice un nuevo estudio. Y lo bueno no termina ahí. Los hombres estarán contentos de saber que también sus miembros se harán más grandes… y que las mujeres tendrán pechos más exuberantes.
Esto fue presentado como un importante «nuevo estudio» en casi todos los periódicos británicos. En realidad, sin embargo, no se trataba más que de un trabajo imaginativo de un teórico político de la London School of Economics. Pero ¿se tenía en pie, aun así?
No. Para empezar, el doctor Oliver Curry cree, al parecer, que la movilidad geográfica y social es algo novedoso y que, dentro de mil años, habrá producido seres humanos de un uniforme color café. Oliver tal vez no ha estado nunca en Brasil, donde africanos negros, europeos blancos y americanos nativos llevan siglos teniendo hijos juntos. Y los brasileños no se han vuelto de color café: de hecho, continúan evidenciando una amplia gama de pigmentaciones cutáneas, desde la más negra a la meramente bronceada. Los estudios realizados sobre la pigmentación de la piel (algunos de los cuales se han realizado específicamente en Brasil) muestran que ésta no parece guardar relación con la amplitud de nuestra herencia africana, y sugieren que el color puede estar codificado en un número bastante reducido de genes, por lo que, probablemente, no se mezcla ni se nivela, como sugiere Oliver.
¿Y sus demás ideas? Él teorizaba que, en última instancia y debido a la existencia de divisiones socioeconómicas extremas en la sociedad, los seres humanos se dividirán en dos especies: una de tipos altos, delgados, simétricos, limpios, sanos, inteligentes y creativos, y otra de tipos achaparrados, asimétricos, mugrientos, enfermizos y no tan brillantes en el plano intelectual (algo así como los pacíficos eloi y los caníbales morlocks de
La máquina del tiempo
, de H. G. Wells).
La teoría de la evolución es probablemente una de las tres ideas más importantes de nuestro tiempo y malinterpretarla es una verdadera lástima. Ese ridículo conjunto de afirmaciones recibió cobertura informativa como noticia en todos los periódicos británicos, pero a ninguno de ellos se le ocurrió mencionar que las subdivisiones en especies distintas, del tipo de la que Curry cree que acabará por sucedernos, no se suelen producir si no es mediante presiones muy intensas, como la resultante de una prolongada separación geográfica. Los aborígenes de Tasmania, por poner un caso, tras un aislamiento de 10.000 años, seguían siendo capaces de tener hijos con otros seres humanos procedentes del exterior cuando éstos llegaron a la isla hace un par de siglos. La «especiación simpátrica», es decir, la división en especies cuando los dos grupos viven en el mismo lugar y sólo están separados por factores socioeconómicos (que es la que Curry propone), es aún más difícil. De hecho, hubo un tiempo en que muchos científicos creían que jamás se producía. En cualquier caso, exigiría que esas líneas divisorias fueran absolutas. Pero la historia muestra que las mujeres pobres y atractivas y los hombres feos y ricos pueden ser muy ingeniosos salvando obstáculos cuando de amor se trata.