Podría añadir más cosas (el comunicado de prensa completo está recogido en
The Sun
, pasando por el
The Telegraph
, el
The Scotsman
, el
Metro
y muchos más, regodeándose en ella sin crítica alguna.
¿Cómo puede suceder algo así? A estas alturas, ya no necesitarán que les cuente que esa «investigación» (o «trabajo») fue pagada por un tercero: concretamente, por Bravo, un «canal televisivo para hombres» (ya saben, bikinis y coches rápidos) que celebraba por esas fechas su 21º aniversario. (La misma semana del importante trabajo científico del doctor Curry, y sólo para que se hagan una idea del tono del canal televisivo en cuestión, se podía ver en él el clásico cinematográfico
Temptations
, con el siguiente argumento: «Un grupo de trabajadores y trabajadoras del campo se enteran de que el banco pretende ejecutar la hipoteca que pesa sobre su propiedad y deciden consolarse entregándose a una serie de tórridos revolcones». Esto tal vez explique la línea de los «pechos exuberantes» seguida en aquel «nuevo estudio».)
Hablé con varios amigos que trabajan en diversos periódicos, verdaderos periodistas especializados en ciencia, que me dijeron que habían tenido discusiones muy subidas de tono con sus superiores y compañeros de redacción tratando de explicarles que aquélla no era una noticia científica. Pero si se hubieran negado a escribirla, otro lo habría hecho (no es inhabitual descubrir que las peores noticias sobre ciencia están escritas por reporteros del llamado «periodismo del consumidor» o por redactores de información general), y si se me permite tomar prestado un concepto de la teoría evolutiva, la presión del proceso de selección sobre los empleados de los diarios nacionales favorece a aquellos periodistas que redactan dócil y diligentemente disparates inflados por los intereses comerciales como si fueran «noticias científicas».
Pero si hay algo que realmente me fascina es lo siguiente: el doctor Curry es un académico propiamente dicho (aunque sea un teórico político, no un científico). Yo no pretendo tirar su carrera por los suelos. Estoy convencido de que tiene una abundante y estimulante producción académica, pero, con toda probabilidad, nada de lo que haga como docente e investigador relativamente cabal de una destacada universidad del Russell Group
[*]
generará jamás tanta cobertura mediática (o logrará parecida penetración cultural) como ese infantil, lucrativo, extravagante y erróneo trabajo que no explica nada a nadie. Qué rara es la vida, ¿verdad?
«Jessica Alba tiene el contoneo perfecto, según un estudio»
Éste es un titular tomado del
The Daily Telegraph
que encabezaba una noticia que había sido recogida por Fox News, nada menos, y que en ambos casos venía acompañada de imágenes sugerentes de una mujer muy atractiva. Es la última noticia descabellada de la que hablaremos aquí y sólo la incluyo porque pone de relieve el «audaz» trabajo periodístico encubierto que fue necesario para producirla.
«Jessica Alba, la actriz de cine, tiene los perfectos andares sexis, según un equipo de matemáticos de Cambridge.» Este importante estudio fue obra (al parecer) de un equipo encabezado por el profesor Richard Weber, de la Universidad de Cambridge. Yo me sentí particularmente encantado de verlo finalmente reflejado en letra impresa, pues, en aras de la investigación científica (claro está), yo mismo hablé seis meses antes con Clarion, la empresa de publicidad y relaciones públicas responsable de la publicación del estudio, de la posibilidad de prostituir mi propia reputación en beneficio de dicho estudio, y no hay nada como ver crecer y florecer una planta desde que era una semillita.
Éste fue el mensaje inicial de correo electrónico que me enviaron:
Estamos llevando a cabo un estudio de las diez maneras de andar más sexis de las famosas para nuestro cliente Veet (la marca de cera depilatoria) y nos gustaría respaldar nuestro análisis con alguna fórmula de un experto que nos permita calcular qué famosa tiene el contoneo más seductor basándonos en la teoría. Nos gustaría contar con la colaboración de un doctor en psicología o alguien por el estilo que pueda idear ecuaciones que apoyen nuestros resultados, pues creemos que contar con el comentario de un experto y con una fórmula proporcionará más peso a la noticia.
Y tanto: ya hemos visto que incluso los aupó hasta las páginas de información del
The Daily Telegraph
.
Yo les respondí de inmediato. «¿Hay algún factor en particular que les gustaría incluir en la fórmula? —les pregunté—. ¿Algo de tipo sexual, quizás?» «Hola, doctor Ben —me respondió Kiren—. Nos gustaría mucho que entre los factores de la ecuación se incluyeran la ratio entre muslo y pantorrilla, la forma de la pierna, el aspecto de la piel y el contoneo de (o la manera de mover) las caderas. […] Hay establecidos unos honorarios de 500 libras por sus servicios.»
También estaba el tema de los datos del estudio. «No hemos realizado el estudio aún —me explicó Kiren—, pero sabemos qué resultados queremos obtener.» ¡Así me gusta! «Queremos que Beyoncé salga la primera, seguida de otras famosas de piernas curvilíneas, como J-Lo y Kylie, y que famosas como Kate Moss y Amy Winehouse, por ejemplo, queden últimas, porque las piernas flacas, pálidas y que no estén bien proporcionadas no son sexis.» El estudio finalmente consistió en un correo electrónico interno enviado a todos los empleados de la compañía. Yo rehusé su amable ofrecimiento y esperé. El profesor Richard Weber no. Y ahora lo lamenta. Cuando salió la noticia, le envié un mensaje de correo electrónico. Por lo que me contó, las cosas acabaron siendo aún más absurdas de lo necesario. Incluso después de amañar su estudio, los patrocinadores tuvieron que «reamañarlo»:
Yo no di mi aprobación a la nota de prensa de Clarion. Ésta es incorrecta desde el punto de vista factual, y engañosa en tanto que sugiere que ha habido algún intento serio de realizar cálculos matemáticos igualmente serios al respecto. La realidad es que no hay ningún «equipo de matemáticos de Cambridge» implicado. Clarion me pidió que les ayudara analizando los datos de ochocientos cuestionarios cumplimentados por otros tantos hombres encuestados a quienes se les había pedido que ordenaran a diez famosas según sus andares, «de más a menos sexi». Y Jessica Alba no quedó primera, sino séptima.
¿Tanto mal hacen estas noticias? No hay duda de que son inútiles y de que reflejan cierto desprecio por la ciencia. Son simples piezas promocionales para las empresas que las siembran, pero resulta revelador lo bien que saben éstas de qué pie cojean exactamente los periódicos. Como veremos enseguida, los datos falsos de las encuestas tienen muy buena salida en los medios.
¿Y de verdad consiguió Clarion Communications que ochocientos hombres respondieran a una encuesta enviada por correo electrónico interno para su estudio, en el que ya sabían de antemano el resultado que querían, y en la que Jessica Alba quedó séptima, pero acabó siendo misteriosamente ascendida al primer puesto tras pasar los datos por el tamiz del análisis? Sí, quizá Clarion forma parte de WPP, uno de los mayores conglomerados mundiales de «servicios de comunicación». Se dedica a la publicidad, a las relaciones públicas y a las actividades de presión política, factura anualmente en torno a los 6.000 millones de libras y da trabajo directo a unas 100.000 personas en un centenar de países.
Estas grandes corporaciones empresariales dirigen nuestra cultura y la acribillan a sandeces.
Estadísticas, curas milagro y alarmas ocultas
¿Cómo se explica la desesperada situación de la cobertura que los medios hacen de la ciencia? La falta de conocimientos es una parte de la historia, pero también hay otros elementos más interesantes. Más de la mitad del espacio que se dedica a la ciencia en un periódico tiene que ver con la salud, porque las noticias sobre lo que nos mata o nos cura son sumamente motivadoras para los lectores y, en ese campo, además, el ritmo de la investigación ha cambiado espectacularmente, como ya he mencionado en anteriores apartados. Les pongo ahora en mayores (e importantes) antecedentes sobre esto último.
Con anterioridad a 1935, los médicos eran básicamente inútiles. Disponíamos de morfina para aliviar el dolor (una droga con un atractivo bastante tramposo, por no decir otra cosa) y podíamos realizar operaciones bastante limpias, aunque con elevadas dosis de anestesia, pues no habíamos resuelto todavía el problema de hallar unos relajantes musculares de acción muy concreta y definida. De pronto, entre (más o menos) 1935 y 1975, la ciencia empezó a manar una cascada constante de curas milagro. Si alguien enfermaba de tuberculosis en la década de 1920, se moría, pálido y escuálido, al más puro estilo de los poetas románticos. Si una persona enfermaba de tuberculosis en la década de 1970, lo más probable es que viviera hasta bien entrada la vejez: tal vez tuviera que tomar rifampicina e isoniazida durante meses y meses, y éstos no son fármacos agradables de consumir, pues sus efectos secundarios pueden teñir de color rosa el blanco de los ojos y la orina, pero si todo iba bien, el paciente podía vivir hasta que se produjera algún nuevo avance inimaginable en su infancia.
No era solamente una cuestión de fármacos. Todo lo que hoy relacionamos con la medicina moderna ocurrió durante ese periodo de tiempo, en el que se produjo una auténtica cascada de milagros. Los aparatos de diálisis hicieron posible la supervivencia de muchas personas tras la pérdida de dos órganos tan vitales como son los riñones. Los trasplantes devolvieron a mucha gente a la vida tras la que hasta entonces había sido una sentencia de muerte. Los escáneres por tomografía computarizada permitieron obtener imágenes tridimensionales del interior de una persona viva. La cirugía cardiaca recibió un extraordinario impulso. Se inventaron casi todos los medicamentos que conocemos. La reanimación cardiopulmonar (el procedimiento destinado a devolverle el pulso a una persona mediante masajes cardiacos y descargas eléctricas) empezó a funcionar en serio.
No olvidemos la polio. Esta enfermedad paraliza los músculos y afecta en especial a los de la cavidad torácica, lo que impide literalmente que la persona pueda inspirar y espirar, por lo que muere. Los médicos se dieron cuenta de que la parálisis provocada por la poliomielitis remitía en ocasiones de forma espontánea, así que, quizá, si podían mantener a los pacientes respirando de algún modo (durante semanas y semanas, si fuera necesario), tal vez, con el tiempo, lograrían todos respirar de nuevo de manera independiente. Y tenían razón. Los pacientes acababan volviendo casi literalmente de entre los muertos. Así fue como nacieron las unidades de cuidados intensivos.
Además de estos milagros absolutamente innegables, durante esos años también dimos con algunas de esas soluciones simples, directas y ocultas hasta entonces que los medios tanto ansían elevar a los altares de sus titulares. En 1950, Richard Doll y Austin Bradford Hill publicaron un «estudio de control de casos» preliminar (uno de aquellos en los que se reúnen unos cuantos casos de personas que padecen una determinada enfermedad, por un lado, y otros cuantos de personas similares pero sanas, y se comparan los factores de riesgo en sus respectivos estilos de vida), estudio que mostraba una fuerte relación entre el cáncer de pulmón y el tabaco. Un estudio algo posterior —el conocido como British Doctors Study, de 1954— analizó a 40.000 médicos (los médicos son buenos casos de estudio porque figuran registrados en el Consejo General Médico [GMC, por sus siglas en inglés] de Gran Bretaña, por lo que resulta fácil localizarlos de nuevo en fechas posteriores para ver qué les ha ido acaeciendo en la vida) y confirmó el resultado de la investigación anterior. Doll y Bradford Hill llevaban algún tiempo preguntándose si el cáncer de pulmón estaba relacionado con el alquitrán (es decir, con el petróleo), pero para auténtica sorpresa de todos, fue el tabaco el que resultó causarlo en un 97 % de los casos. Para una larga digresión sobre el tema, consulten la nota al pie.
[*]
Aquella «edad dorada» —por mítico y simplista que ese modelo parezca— terminó en la década de 1970. Pero la investigación médica no se detuvo, todo lo contrario. La probabilidad de que un varón de mediana edad se muera sin alcanzar la vejez se ha reducido seguramente a la mitad en los últimos treinta años, pero esta mejora no se ha debido a ningún avance único, espectacular y acaparador de titulares informativos. La investigación académica médica de hoy en día procede a base de la aparición paulatina de pequeñas mejoras, tanto en nuestro conocimiento de los fármacos (de sus peligros y beneficios) como en las prácticas que hay que seguir a la hora de recetarlos, así como en el perfeccionamiento bastante especializado de algunas técnicas quirúrgicas poco conocidas, la detección de algunos modestos factores de riesgo y la lucha contra los mismos a través de programas de salud pública (como la campaña de las «cinco piezas de fruta y de verdura al día»), cuya validez, aun así, sigue siendo difícil de demostrar.
Éste es el principal problema de los medios de comunicación cuando tratan de informar sobre las investigaciones médicas en la actualidad: no pueden encajar estos pequeños pasos graduales (que, en su conjunto agregado, constituyen una considerable aportación a la salud en general) en el molde de las «curas milagro y peligros ocultos» antes existentes.
Yo iría aún más allá y diría que la ciencia misma funciona muy mal como noticia: por su propia naturaleza, es un tema más propio de la sección de «reportajes» de un periódico, ya que, por lo general, no procede mediante avances súbitos y trascendentales. Progresa a través de temas y teorías que emergen gradualmente, respaldadas por un cúmulo de pruebas provenientes de una serie de disciplinas y que operan a diversos niveles explicativos. Los medios, sin embargo, continúan obsesionados por los «nuevos avances».
Es perfectamente comprensible que los periódicos sientan que su trabajo consiste en escribir sobre las novedades. Pero cuando el resultado de un experimento constituye una noticia, es normal que lo sea por los mismos motivos por los que probablemente esté equivocado: porque es novedoso, inesperado y cambia lo que creíamos hasta ese momento, lo que significa que debe de tratarse de un dato en solitario o de una información aislada que se contradice con una gran cantidad de pruebas experimentales preexistentes.