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Authors: Josephine Angelini

Tags: #Infantil y juvenil, Romántico

Malditos

BOOK: Malditos
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¿Puede olvidarse alguien del verdadero amor?

Helena es la única entre los vástagos de los inmortales griegos que es capaz de descender al inframundo a voluntad y por ello su misión es peligrosísima. Por las noches deambula por el Hades, intentando parar el interminable ciclo de venganza que maldice a su familia; durante el día, procura vencer al cansancio que está pasando factura a su cordura.

Sin Lucas a su lado, Helena no está segura de tener las fuerzas suficientes para seguir.

Sin embargo, justo cuando Helena está a punto de desfallecer, un nuevo y misterioso vástago aparece para rescatarla. Valiente y divertido, Orión la protege de los peligros del inframundo. Pero su tiempo se acaba: un enemigo feroz está intrigando en su contra y las Furias cada vez son más imposibles de silenciar.

Josephine Angelini

Malditos

ePUB v1.0

Siwan
24.08.12

Título original:
Dreamless

Josephine Angelini, mayo de 2012.

Traducción: María Angulo

Editor original: Siwan (v1.0)

ePub base v2.0

Prólogo

Las clases se cancelaron el lunes por la mañana. En algunas partes de la isla todavía no se había restablecido la luz y varias calles del centro del pueblo resultaban intransitables por los daños provocados por la tormenta.

«Sí, claro —pensó Zach mientras salía por la puerta principal de su casa—. Seguro que fue la tormenta la que dejó todo patas arriba, y no la nueva familia de raritos capaces de adelantar un coche.»

Aceleró el paso a lo largo de diversas manzanas, solo para alejarse un poco de su padre. No podía soportar estar en casa y oír sus continuas quejas sobre las faltas de asistencia del equipo, cuando, en realidad, lo que lamentaba era pasar un día más separado de sus tres atletas estrella, los fascinantes chicos Delos.

Zach tomó la calle India para echar un rápido vistazo a la escalinata del ateneo, que estaba completamente en ruinas. Docenas de lugareños observaban aquel escenario boquiabiertos. Todo el mundo decía que la noche anterior se había producido un cortocircuito en una alambrada eléctrica justo en mitad de la calle y que se calentó tanto que incluso llegó a fundir el pavimento. Zach miró el agujero del suelo y distinguió los cables eléctricos, pero sabía, sin temor al equívoco, que aquellos alambres no habían causado tales daños.

Del mismo modo que sabía que el cartel de salida del vestuario de las chicas no había podido chamuscar el gigantesco pedazo de jardín, pues estaba a casi cinco metros de distancia.

¿Por qué todo el mundo era tan estúpido? ¿Los jóvenes Delos habían deslumbrado a los pueblerinos hasta el punto de mostrarse dispuestos a pasar por alto el hecho que un maldito vendaval jamás podría resquebrajar los peldaños de mármol de la biblioteca? ¿Acaso nadie se daba cuenta de que estaba sucediendo algo más? Para Zach era más que evidente. Había tratado de advertir a Helena, pero la joven estaba tan prendada de Lucas que no podía ver con claridad ni pensar con lucidez. Zach sabía que, en cierto modo, era como ellos, pero, aun así, intentó prevenirla. Helena parecía estar tan embobada con ellos como el resto de la isla, igual que su propio padre. Cegada por los Delos.

Zach paseaba entre las callejuelas del centro mientras lanzaba miradas fulminantes a todos los bobalicones que pululaban por allí y se admiraban cuando veían el asfalto fundido. Matt le vio y le saludó con la mano.

—Fíjate —indicó cuando Zach se acercó a él, junto a la cinta de precaución que había colocado la policía—. Ahora están diciendo que habría sido la línea eléctrica principal de la isla la que provocó todo esto. Es increíble, ¿no?

—Un agujero. Qué increíble —respondió Zach con sarcasmo.

—¿No te parece interesante? —preguntó de nuevo Matt, alzando una ceja.

—La verdad, no creo que un cable eléctrico hiciera todo esto.

—¿Qué más podría haber sido? —contestó Matt con su típico tono analítico mientras señalaba la escena de destrucción, justo delante de los dos.

Zach sonrió con cautela. Matt era más listo de lo que mucha gente podría llegar a imaginar. Era atractivo, vestía con la ropa más apropiada para cada ocasión, era el capitán del equipo de golf y además pertenecía a una vieja familia que se había ganado el respeto de los demás. Por si fuera poco, sabía cómo actuar con todo tipo de personas y era capaz de hablar de temas interesantes, como de deportes. De hecho, Zach siempre había sospechado que podría haber sido uno de los adolescentes más populares del instituto si así lo hubiera querido, pero, por alguna razón que desconocía, Matt había cedido su lugar en la cuadrilla de los más populares para ser escogido el Rey de los Pazguatos. Sin duda, tenía algo que ver con Helena.

Zach todavía no lograba explicarse por qué Helena también prefería rodearse de pazguatos teniendo en cuenta que era más guapa que cualquier estrella de cine o modelo que él jamás hubiera visto. Elegir ser una chica tímida y vergonzosa formaba parte de su misterio, y también de su atracción. Era el tipo de mujer por la que los hombres estaban dispuestos a hacer cosas, como sacrificar su posición social, robar, o incluso luchar… —No estaba aquí —dijo Zach, respondiendo así finalmente a la pregunta de Matt—, pero me da la sensación que alguien lo hizo a propósito. Como si creyera que podría irse de rositas después de tal destrozo.

—Piensas que alguien… ¿Qué? ¿Qué hizo añicos la biblioteca, arrancó un cable eléctrico de diez mil vatios de potencia con las manos y después fundió el asfalto para crear un agujero de más de un metro…, para gastar una simple broma? —preguntó Matt sin alterar el tono de voz. Entrecerró los ojos y dedicó a Zach una sonrisita burlona.

—No lo sé —dijo al fin Zach. De repente, se le ocurrió algo—: Pero quizá tú sí lo sabes. Últimamente pasas mucho tiempo con Ariadna.

—Así es, ¿y? —replicó Matt manteniendo la calma—. No entiendo a qué te refieres.

¿Matt sabía algo? ¿Los Delos le habían contado lo que estaba ocurriendo y habían decidido así excluirlo de todo el asunto? Zach le observó con detenimiento durante unos instantes, pero enseguida se convenció de que estaba defendiendo a la familia Delos, tal y como hacía el resto del pueblo cada vez que mencionaba lo extraños que eran.

—¿Quién dice que me estoy refiriendo a algo? Solo digo que jamás he visto que un cable eléctrico hiciera algo parecido. ¿Y tú?

—Así pues, la policía, la Delegación de Aguas y Electricidad y todos los expertos en desastres naturales están equivocados, y tú, en cambio, en lo cierto, ¿es eso?

Lo dijo de tal forma que Zach se sintió un tanto ridículo. No podía soltar como si nada que una familia de superhombres estaba intentando apoderarse de su isla. Sonaría como una locura. Simulando un tremendo desinterés, echó un vistazo al otro lado de la calle, hacia los peldaños derribados del ateneo, y se encogió de hombros.

Fue precisamente en ese instante cuando reconoció a alguien, a alguien especial, como Helena, como aquellos malditos Delos. Pero este tipo era diferente. Había algo inhumano en él. Cuando el extraño se movía, parecía deslizarse como un insecto.

—Qué más da. En realidad, me importa bien poco lo que ocurrió —enmendó Zach, fingiendo que el asunto le aburría—. Diviértete mirando ese agujero.

Se alejó del gentío porque no quería perder ni un minuto más hablando con alguien que, obviamente, estaba del lado del clan Delos. Deseaba saber adónde se dirigía aquel extraño desconocido; quizá de ese modo, averiguar qué era lo que todos le estaban ocultando.

Siguió al forastero hacia el muelle y, una vez allí, contempló un velero maravilloso. Parecía sacado de un libro de cuentos de aventuras. Mástiles altísimos, cubierta de madera de teca, casco de fibra de vidrio y velas rojo carmín. Zach se acercó hacia la embarcación con la boca abierta. El velero era lo más hermoso que había visto jamás, a excepción de un rostro…, su rostro.

Zach notó que alguien le daba una palmadita en el hombro y, al darse media vuelta, el mundo se oscureció.

Capítulo 1

Gotas de sangre escarlata brotaban por debajo de las rasgadas uñas de Helena, y se acumulaban en la media luna de las cutículas y se escurrían como diminutos riachuelos entre los nudillos. A pesar del dolor, la muchacha se agarró con más fuerza al saliente con su mano izquierda para poder intentar deslizar la derecha hacia delante. Tenía los dedos resbaladizos por la cantidad de polvo y sangre que los recubría, y los calambres que sentía en la palma de la mano eran tan intensos que incluso empezaba a sufrir espasmos. Alargó la mano derecha, pero no tuvo la fuerza suficiente para auparse un poco más.

Se deslizó hacia atrás con un grito ahogado, pero logró quedarse colgada gracias a las yemas de sus dedos, que se aferraban al borde de la diminuta ventana con rigidez. Bajo sus pies, a unos seis pisos de profundidad, había un parterre marchito repleto de ladrillos y tejas hechas añicos que se habían desprendido del tejado de la destartalada mansión. No le hacía falta mirar hacia abajo para saber que ella también se rompería en mil pedazos si perdía el equilibrio y se soltaba del despedazado alféizar. Lo intentó una vez más y balanceó una pierna para tratar de alcanzar el sardinel. Sin embargo, cuanto más movía la pierna, menos seguro se volvía el agarre.

Sin dejar de morderse los labios, dejó escapar un sollozo. Llevaba colgada de ese alféizar desde que descendió al Submundo aquella noche. Le daba la sensación de que hacía horas que estaba allí, quizás incluso días, y empezaba a flaquear. Helena gritó, un chillido desesperado. Tenía que librarse de aquel dichoso alféizar para encontrar a las furias. Era la Descendiente y esa era su misión.

Debía encontrar a las furias en el Submundo, derrotarlas de algún modo y liberar a todos los vástagos de la influencia de las tres figuras. Se suponía que ella era la elegida para poner punto final al ciclo de venganza que obligaba a los vástagos a matarse entre ellos. Sin embargo, allí estaba, colgada de un alféizar y sin saber qué hacer.

No quería caerse, pero sabía que no lograría acercarse un ápice a las furias si permanecía allí colgada para siempre. Y, en el Submundo, una sola noche duraba una eternidad. Sabía que debía poner fin a esa noche para iniciar otra, con un poco de suerte, más productiva. Si no era capaz de escalar, aquella era la única opción que le quedaba.

Helena sintió un leve cosquilleo en los dedos de la mano izquierda y perdió el punto de apoyo. Trató de convencerse de que no tenía sentido batallar para mantenerse allí, que lo mejor sería dejarse caer porque de ese modo, al menos, todo habría acabado. Pero continuaba pendida del alféizar, concentrando toda la fuerza que le quedaba en la mano derecha. Le aterrorizaba la idea de soltarse. Se mordió el labio ensangrentado y la mano derecha se escurrió entre el polvo y las losas de la ventana. Al fin, se despegó del alféizar.

Cuando golpeó el suelo, escuchó con clara nitidez cómo se rompía su pierna izquierda.

Helena se llevó una mano a la boca para evitar soltar un chillido que alterara el silencio de su dormitorio, en la isla de Nantucket. Pudo distinguir el sabor del polvo de pedernal del Submundo entre sus dedos.

Bajo la luz azul peltre del alba, la joven escuchó con suma atención los diversos ruidos que hacía su padre mientras se preparaba para ir a trabajar. Afortunadamente, Jerry no parecía oír nada fuera de lo habitual, así que bajó las escaleras para hacer el desayuno, como si no ocurriera nada en absoluto.

BOOK: Malditos
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