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Authors: Jovanka Vaccari Barba

Tags: #Relato

Mamá, ¿por qué las mujeres son tan complicadas? (7 page)

BOOK: Mamá, ¿por qué las mujeres son tan complicadas?
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2) La masturbación aumenta la acidez de la mucosa debido a los movimientos uterinos de succión. Cuando los espasmos orgásmicos concluyen, una parte de esa mucosidad es expulsada junto a otro puñado de organismos infecciosos, pero otra parte se quedará en el cuello del útero. ¿Parece repetido? Parece, pero toda estrategia es poca para deshacerse de inquilinos indeseables: ni espermatozoides ni bacterias gustan de sobrevivir en un medio ácido.

¿Y qué momentos son los «preferidos» por las mujeres para masturbarse?

A la sombra de la cultura, cuando el diablo nos tienta. A la luz de la biología, cuando quieren las hormonas: el impulso de masturbarse es mayor durante la fase fértil del ciclo menstrual, más o menos una semana antes de la ovulación, pues es cuando más ganancias pueden obtenerse de estar lubricada para el sexo y limpita para la fecundación.

¿Y qué tienen que ver las hormonas?

Las mujeres que toman la píldora anticonceptiva no presentan «picos» durante esa fase ni tienen sueños nocturnos húmedos, lo que lleva a pensar que el impulso masturbatorio está gobernado por las hormonas más que por el cerebro. ¡Qué alivio, ¿no?! ¡Ya no debemos culpa cultural de nuestras «guarradas» biológicas! ¡Y encima es católicamente correcto!: la masturbación es una práctica que mejora las condiciones reproductivas iniciales. ¿Qué más se puede pedir?

Naturalmente también se sienten luciferinas ganas de masturbarse en los periodos infértiles, pero siempre queda el recurso, si nos descubren con las manos en la flor, de decir que no confiamos en la medicina alopática y que estábamos combatiendo una cistitis con métodos naturales.

¿HASTA QUE LA MUERTE..?

...Y Dios se enfadó grandemente con las criaturas que había creado, y les expulsó del Jardín del Edén por comer el fruto prohibido del árbol del bien y del mal que proporcionaba conocimiento, y devinieron mortales, y fueron conscientes de su sexualidad, y sintieron vergüenza por su desnudez y se taparon con hojas de parra, y la serpiente fue condenada a reptar sobre su vientre, y Adán a ganarse el pan con el sudor de su frente, y Eva a parir con dolor.

¿Pero por qué fueron castigados con la mortalidad animales y plantas, en principio inocentes?

La muerte no siempre existió. Se calcula que ésta evolucionó hará solamente unos 1000 millones de años, cuando 2 primitivos organismos —bautizados por la tradición hebrea como «adán» y «eva»— practicaron por primera vez el sexo de fusión, esto es, cuando recombinaron genes procedentes de fuentes diferentes para producir un nuevo individuo. Hasta entonces, la muerte era ajena a los primeros cuerpos (microbios y bacterias) que, en origen, eran inmortales, como refleja acertadamente el relato bíblico.

La reproducción uniparental sin sexo fue la única modalidad durante los primeros 2000 millones de años de la vida en la Tierra. Una molécula de ADN creaba otra molécula idéntica a ella por división celular, pudiendo multiplicarse ilimitadamente sin que por allí apareciera ningún cadáver. Teniendo energía, agua, alimento y espacio suficientes, todas las bacterias y otros organismos son, literalmente, inmortales.

Pero «adán» y «eva» inauguraron una modalidad muy conocida por los humanos, pues somos su resultado: practicaron sexo, dando lugar a individuos similares pero no idénticos. Técnicamente, el sexo es la mezcla o unión de genes (moléculas de ADN) procedentes de más de una fuente. Aunque «sexo» no tiene porqué ser genital, ni equivaler necesariamente a reproducción: cualquier organismo puede recibir nuevos genes —entregarse al sexo— sin reproducirse. Nosotros asociamos sexo con reproducción porque quedaron ligados durante la evolución de nuestros ancestros animales.

Efectivamente, el envejecimiento y la muerte eran desconocidos en el «Jardín del Edén», es decir, antes de la aparición del sexo. La vejez y la muerte natural, tal como las conocemos los mamíferos, evolucionaron en protoctistas arcaicos (unos descendientes de las bacterias). Estas diminutas células individuales tuvieron que fundir sexualmente sus núcleos para sobrevivir. Como consecuencia, partes de las células, duplicadas por la fusión, se hicieron redundantes e innecesarias. La muerte se hizo inevitable, y la conexión sexo/muerte también.

Por ello no es casual que religión y cultura asocien el sexo con la muerte. Freud atribuyó toda actividad psicológica al impulso sexual (eros) y al impulso de la muerte (tánatos), pues en nosotros la vida tiene que ver tanto con la creación sexual de una identidad nueva, única y singular como con su destrucción: los organismos que se reproducen sexualmente existen como individuos discretos (en significado físico) durante un tiempo limitado.

El sexo es una manifestación de la tendencia natural a mezclar las cosas, de la vocación de la materia a derivar hacia otros estados y de una «idea» del tiempo: El Big Bang, el estallido primordial que dio lugar a todo, aún no ha acabado. En el «Jardín del Edén», pues, estaban presentes todos los desarrollos posibles, tanto si luego tuvieron lugar como si no. Por eso sorprende la reacción de las Iglesias contra Darwin.

Hace muy poquito reconocía ¡por fin! un célebre y racional astrofísico, que si se admite la teoría del Big Bang hay que admitir que todo,
todo,
está compuesto de la misma materia primordial —»energía que no se crea ni se destruye, se transforma»—, que «somos descendientes de las estrellas» y hasta que podemos volver a creer en la astrología.

El morir, pues, se revela como algo accidental. La muerte, por el contrario, como algo sustancial. Justamente lo contrario que nos ha hecho creer la religión judía: de ahí el pesimista juramento matrimonial «Hasta que la muerte nos separe».

No guardo rencor porque nunca me he casado y ya soy vieja para emociones demasiado conocidas, pero sí pido al Vaticano, sino es molestar, dos cositas relacionadas con este asunto: a) que digan la verdad, es decir: «Hasta que la muerte nos vuelva a unir»; y b) satisfacción a una curiosidad personal: ¿cómo se desplazaba la serpiente antes del castigo?

¿PERMITE QUE META LAS NARICES EN SUS ASUNTOS?

Un elefante macho aparta la cola de «su» hembra y... No, no, empecemos de nuevo. Un elefante macho levanta la trompa, aparta la cola de su hembra y... Tampoco. Lo intentaré otra vez: un elefante macho levanta la trompa, echa hacia atrás las orejotas, aparta la cola de su hembra y... Vamos a ver, vamos a ver... Una última vez: un elefante macho levanta la trompa, echa hacia atrás los chuletones, encaja bien los colmillos, aparta la cola de su hembra, ésta levanta una de sus patas traseras y...

Oigan, que no me salen las cuentas: la mayoría de los mamíferos practican el sexo oral, es decir, que acarician, huelen o lamen los genitales de sus compañeros. Pero, a pesar de que las elefantas tienen una vagina importante y un clítoris de 40 centímetros, no consigo imaginar cómo lo hacen. Así que, por favor, ayúdenme ¿vale?: yo pongo el palabrerío y Uds. la imagen.

¿Verdad que la mayoría hemos creído que
cunnilingus
y
fellatio
eran declaraciones de amor espetadas en los juegos reproductivos humanos? Je,je. Pues no. Monos, ratas, musarañas, jirafas, hienas y hasta perezosos los practican y no les concedemos romanticismo alguno.

Cuando los hombres hociquean los genitales femeninos o introducen los dedos en la vagina de las mujeres oliéndolos y lamiéndolos después, no están averiguando de dónde viene el viento: están recogiendo información sexual, igual que los simios o los marsupiales.

Generalmente nos gusta creer que un hombre lame a una mujer por lubricante generosidad. Pero no hay una razón intrínseca que haga que una mujer se excite más cuando la lamen que cuando la pisan. En algún momento de nuestros antepasados, hocicar y dejarse hocicar significó interés por fusionar cromosomas, esto es, por fornicar, y simplemente se corporizó excitantemente.

Olor y tacto tienen papeles principales en el comportamiento sexual de los mamíferos. Los olores de uno u otro género, provocados por las hormonas, actúan como estimulantes directos en la localización de pareja, en la elección, en el cortejo, en el apareamiento y en el funcionamiento de los sistemas reproductores.

Los flujos odoríferos son imprescindibles para muchos grupos de mamíferos, aunque el nuestro no goce ya de buen olfato. Quizá por eso los machos humanos hayan de acercarse tanto a nuestros genitales... y nos ha parecido que era amor. Ja.

Aviso, chicas: cuando los hombres nos hacen un
cunnilingus,
básica y biológicamente están buscando respuesta a tres preguntas: 1) ¿Está esta hembra sana?; 2) ¿Es o está fértil?; y 3) ¿Ha tenido relaciones sexuales con otro macho hace poco?

En relación a la primera pregunta, las enfermedades vienen y van —más con los incontables intercambios de fluidos que la gente practica— por lo que es comprensible hacer de vez en cuando una inspección sanitaria, tanto si se está tramando tener relaciones con una mujer nueva como con una compañera estable.

En relación a la segunda, el olor de todas las hembras es claramente diferente según las fases del ciclo menstrual. Les ahorro, por guarros, los detalles de un estudio hecho con tampones que varias mujeres llevaron puestos durante las distintas fases del ciclo y que fueron olfateados, a modo de cata ciega, por una comisión de «expertos». El estudio concluye que el olor que resulta más agradable a los hombres es el del periodo fértil; el más desagradable, el del periodo de menstruación. ¿Adivinan por qué? Bien.

Una vez que el macho obtiene pruebas de salud y fertilidad, necesita saber si la hembra ha estado con otro macho recientemente, pues de ello depende: a) la cantidad de espermatozoides que debe producir: sí, sí, los hombres «ajustan» la cantidad de esperma que eyaculan en cada ocasión, pues en el caso de que la hembra haya tenido relaciones sexuales con otro, estará metido de glande en una «guerra» espermática, de la que quiere salir, lógicamente, vencedor; y b) en caso de esposa, saber si ha sido astado, que no es moco socialmente.

Aun cuando el hombre no logre lamer consciente e inmediatamente la infidelidad de su pareja, su cuerpo está obteniendo información. De ser muy sensible, estaría siendo condicionado para comportamientos posteriores. A medio plazo podría valorar la necesidad de vigilar más a su hembra o de buscar otra compañera: «Tener la mosca detrás de la oreja», vaya. A largo plazo, juzgar la conveniencia de abandonarla. Pero en realidad no suele haber sensib... estooo, peligro. Todavía siguen creyendo que el sexo oral es sólo para penetrarnos mejor después.

Perdón, suena el teléfono...

Lo lamento, quería extenderme un poquito más pero ha llamado mi novio, que hace tiempo que no nos vemos y que viene, así que lo dejaré aquí. Compréndanlo, tenemos
asuntos
en los que meter las narices.

¡MIRA MI AMOR,SIN MANOS!

Semiaturdidos por la intromisión humana en sus frondosos territorios, una población de orangutanes cumple con los mandamientos de la vida. Los orangutanes son los primos que no invitaríamos a una fiesta: muy solitarios, sólo se reúnen durante el periodo de celo; «muy» monógamos, no excursionean otros genitales; muy parcos, van directo al grano reproductivo: no practican rarezas eróticas.

Sin embargo, no pasa desapercibida la cantidad de felaciones y eyaculaciones al aire que podrían verse en las esquinas del televisor si apartáramos el follaje pero, sobre todo, si apartáramos el puritanismo del director científico del documental.

Muchas mamíferas olemos, chupamos o lamemos el pene masculino como parte de los encuentros eroto-reproductivos. Algún bigardo inventó que esta práctica debía ser sólo de estímulo previo y que a ello debería seguir la penetración para, lógicamente, acabar en embarazado regocijo.

Pero el comportamiento de los orangutanes, tan poco dados ellos a despilfarros lúdicos o espermáticos, sugiere que una «lluvia blanca» contraviene la orden religiosa de intentar fecundarse con cada eyaculación, pero, paradójicamente, aumenta la posibilidad de éxito en la reproducción.

¿Por qué? Atención:

Porque cuando un macho busca o permite el sexo oral, tanto en las relaciones nuevas como en las estables, está dando dos pruebas: la de salud y la de «fidelidad». Eyacular abiertamente es un acto electoralista: el candidato expone su capacidad eréctil y potencia espermática a la vista, olfato, tacto y gusto de la hembra, quien, consciente o inconscientemente, valorará con detalle el interés de inseminarse de su priápico compañero.

Los hombres creen que lo que más interesa a las mujeres de su desnudo es el tamaño del pene. Pero lo que examinamos, porque es lo que más información da, es el trasero. La mejor pista acerca de la salud hormónica de un hombre es la proporción entre su cintura y su culo: una proporción de aproximadamente el 90% entre una y otro nos hace ensalivar; y aunque no es infalible, unas nalgas firmes y apretadas indican calidad fecundadora y, por tanto, estética.

Con los primeros contactos, entonces, se comprueba que el hombre no es/está impotente. Con los segundos —el acercamiento bucal, los besitos y los lameteos ahí...— lo más romántico: ausencia de erupciones o irritaciones y un sabor razonablemente agradable son buena señal: hay salud. Y con la fase pirotécnica de eyaculación, cerramos el ciclo informativo: un semen líquido, blancuzco y con olor normal, ¡bien!; una tonalidad amarillenta, naranja fuerte, mal olor, o restos de sangre,
chungo
: infección. Que insemine a su urólogo.

En pocos minutos, pues, el cuerpo de la mujer obtiene una información valiosísima para la especie que la ceguera machistoide ha despreciado: si después de esta aproximación la mujer no quiere más, es que es una «calienta-aves»... o como se diga. Y sí, podemos parecer
eso
, pero sanas y sin tripota.

Lo anterior, en relación con la prueba de la salud. Respecto a la fidelidad, la mujer también obtiene beneficios haciendo que un hombre muestre su eyaculación: si no puede eyacular o eyacula poca cantidad es como una revista de peluquería, te enteras de todo enseguida porque el espectro de posibilidades es estrecho y monótono: o se ha masturbado o ha inseminado a otra recientemente, ya que el volumen de eyaculación no vuelve a sus niveles normales hasta doce horas después de la infidelidad.

Como en el fondo
sabemos
de todo esto, hemos desarrollado cientos de engaños para seguir practicando la promiscuidad, que es lo que naturalmente nos gusta. El más simplote es cuando los hombres creen hacer un
dribling
y, sin que nadie se lo pida, eyaculan «en nuestras narices»; seguro que entonces no ha habido infidelidad, y aprovechan «para dejarnos tranquilas» un tiempo. El tiempo que les permite cometerla.

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