Mamá se quiere morir y no hay manera (12 page)

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Authors: Alfonso Ussía

Tags: #Humor

BOOK: Mamá se quiere morir y no hay manera
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Alcoceba
el Administrador
se puede llevar un disgusto. En nuestro idioma tendría que decirse «Arcoseba
er Aminitraó»,
pero aquí le dicen «Arcoseba
er Hijoputa»,
lo cual es susceptible de crearnos algún problema, que subsanaré con mi competencia habitual. Como a Mamá, que en privado los asalariados la conocen como la «Robaile», que nunca supe lo que significaba hasta que Tomás me lo sopló. La «Rotweiller».

Palabritas tenemos bastantes, y en algo hay que gastar el tiempo y la diversión.

María, la doncella y «ponebaños» de Mamá, pide autorización de acceso a mi despacho. Se lo concedo.

—Señor marqués, su madre desea hablar con usted.

—¿La «Robaile»?

María, roja como un tomate.

—Yo no le puse el mote, señor marqués. Fue Julio
el Rastrojero,
el sindicalista de Marinaleda.

—No te preocupes que no voy a chivarme.

—Gracias, señor.

—De nada, María. En dos minutos estoy con ella.

* * *

Por lo menos, se ha arreglado y vestido. Toma su café descafeinado con leche desnatada y sacarina. Una porquería que no tiene razón de existir. Me intereso por su quebrantada salud.

—En la recta final, Susú, pero una recta muy larga.

—¿Te gustó la fiesta del bicentenario?

—Muy divertida. Y el himno, emocionante. Me acordé mucho de tu padre, que estará impaciente por mi llegada para que lo saque del Purgatorio.

Ahí, simulando una lágrima que no le fluye ni por recomendación, me ha entregado un sobre.

—Mi esquela, Susú. Pero no quiero que te gastes demasiado publicándola. Y ya sabes la razón.

La razón es que nos hemos dado de baja en
ABC.
Llevábamos más de noventa años suscritos. Dice Mamá que no merece la pena estar abonado a un periódico cuya única noticia interesante que puede publicar es la de su fallecimiento. Pero algo haré, porque a Mamá le encantan las esquelas de
ABC,
y acostumbra a repetir que nadie «bien» se muere de verdad sino aparece su esquela en el
ABC
de Madrid o de Sevilla, o en ambos simultáneamente.

Ya en mi despacho, he abierto el sobre. Está el texto de la esquela escrito de su puño y letra. Grafía picuda del Sagrado Corazón, muy de perfil de cordillera. Sólo he corregido el tratamiento que se concede de «Excelentísima Señora», cuando tan sólo es «Ilustrísima». Un pequeño detalle de vanidad. La esquela dice así: Rogad a Dios en caridad por el alma (la cruz) de la Excelentísima Señora doña María Cristina Belvís de los Gazules y Hendings, marquesa viuda de Sotoancho. Fiel esposa que fue del Excelentísimo Señor don Ildefonso María Ximénez de Andrada y Valeria del Guadalén, VII marqués de Sotoancho, que falleció en X, el día X, del año X, habiendo recibido los Santos Sacramentos y la especial bendición de Su Santidad. Su desconsolado hijo, Ilustrísimo señor don Cristian Ildefonso María de la Regla Ximénez de Andrada y Belvís de los Gazules, VIII marqués de Sotoancho. Su hija política por lo civil, Ilustrísima Señora doña Margarita Restrepo Olivares, marquesa de Sotoancho. Sus nietos, los ilustrísimos señores don Ildefonso, futuro IX marqués de Sotoancho, don Francisco, marqués de la Dehesa del Guadalmecín, don Juan, marqués de Tubilla del Agua, don Ricardo, conde de Valmedrano (a pesar de que es muy feo), y don Tomás, conde de Buganda de Don Fadrique. Su prima, Ilustrísima Señora doña Casilda Hendings y Guzmán de Austria. Su director espiritual y capellán mayor de La Jaralera, don Crispín Honrubia de la Cuesta y Cogollos. Y sus fieles servidores, don Tomás Miranda y Carretón, doña María Preciosa Reñones Lemos, y doña Flora Bermudo Gutiérrez, ruegan una oración por su alma, y asistan a la solemne Misa de Gloria que se celebrará (DM) el día X, de X a las X horas en el altar mayor de la catedral de Sevilla, sin necesitar entrada para visitar sus obras de arte y monumentos. El entierro se celebró en la intimidad. La familia no recibe.

—Mamá, leída la esquela, no tengo más remedio que plantearte mis discrepancias.

—Es una esquela perfecta.

—No tan perfecta. En primer lugar, no eres «Excelentísima», sino «Ilustrísima».

—Una «Ilustrísima» con más de noventa y cinco años, se convierte automáticamente en «Excelentísima».

—¿Quién te ha contado esa patraña?

—Lo leí en las memorias de la Infanta Eulalia.

—Pues con el permiso de la Infanta Eulalia, he modificado el tratamiento.

—Hasta en la muerte me quieres humillar.

—No digas bobadas, Mamá. Segunda cuestión: el Papa no bendice «especialmente» a nadie.

—Porque no me conoce.

—Estoy seguro de ello. He tachado lo de la «bendición especial».

—Allá tú.

—Tercero: sufriré con tu desaparición, pero no eres nadie para imponerme un estado anímico. Lo de «desconsolado hijo» me pone en una situación difícil. Tú misma me has enseñado que el desconsuelo y el llanto son manifestaciones de los pobres.

—Un hijo único al que se le muere su madre, puede llorar.

—No lo haré. He tachado lo de «desconsolado».

—Lo veía venir.

—Cuarto: no tiene sentido que te refieras a Marsa como «hija política por lo civil».

—Lo es.

—Pero en una esquela no se tienen en cuentas esas cosas.

—Vives en adulterio ante Dios.

—Asunto censurado. Quinto: tu prima, mi tía Casilda Hendings y Guzmán de Austria, murió en 1997.

—Correcto. Pero su nombre queda muy bien en la esquela. Le da empaque.

—Empaque tachado. Sexto: no tienes derecho a insistir, y menos a publicar, el problema de la fealdad de mi hijo Dicky, que es tu nieto.

—Es sencillamente horroroso.

—Tu maldad me alarma. Séptimo: no puedo asegurarte que el funeral se celebre en el altar mayor de la catedral de Sevilla. Todo depende del cardenal-arzobispo.

—Mi alma es merecedora de ello.

—Y octava discrepancia: de nuevo intentas subordinar mi libertad a tu antojo.

Escribes en la esquela que «la familia no recibe». Es mentira. Voy a recibir.

—Me lo figuraba.

—Y además, a pesar de tu falsa modestia, voy a publicar la esquela en el
AB
C de Sevilla y el de Madrid. ¿De verdad no deseas que la publique?

—Me da bastante pena. Si no la pones, no van a escribir esa reseña aparte en la que recordarán que fui «una noble dama de acrisoladas virtudes».

—Acuerdo total. Pondré la esquela, con las oportunas correcciones.

—Tú mismo.

* * *

No salgo de mi asombro. Toda una vida al lado de una mujer zarandeada por los vientos de la perfidia. Me alegro de que Marsa no haya asistido a la negociación de la esquela. Me avisa Tomás de su vuelta. Entra en el despacho, mi último refugio para no verme envuelto en las maquinaciones maternas.

—Hola, mi amor.

—¿Qué tal en Sevilla?

—De maravilla, que además, rima.

—¿Algún novillero?

—No, mi vida. Eso fue un capricho absurdo. Para mí, no hay más hombre que tú.

No vuelvas a preguntarme con ese retintín odioso. Agua pasada.

—Con la Feria en puertas, de agua pasada, nada.

—Te lo voy a demostrar. No iremos a la corrida de la alternativa de Farolitos.

—Yo voy a ir. Quiero ver cómo le dan las almohadillas en la cabeza.

—Sevilla no es como Madrid. Tienes muy mala idea. Yo deseo su triunfo.

—Y yo, que le partan el alma.

—Te estás pareciendo a tu madre. Y perdón si te digo algo tan terrible.

—Bueno, pues que no le partan el alma. Pero que le caiga un abucheo de órdago.

—Tampoco me gusta.

—Pues un silencio despreciativo.

—Me hieren tus celos.

—De acuerdo, una ovación.

—Más.

—La vuelta al ruedo.

—Poco.

—Tres orejas y salida a hombros por la Puerta del Príncipe.

—Eso, mi amor. Hay que ser generoso. Iremos a la corrida.

Tomás, de nuevo:

—Señor marqués. Su madre. Lo siento.

—¡Qué pesada! acabo de hablar con ella. Voy.

* * *

Mamá sigue empeñada en su inmediata muerte. Desde que se inició su agonía, ha engordado cuatro kilos. Bebe más que nunca y merienda ensaimadas rellenas de sobrasada. Por las tardes, se distrae dando bolas con sus palos de golf. De un bolazo ha matado a una perdiz en vuelo rasante. Con lo que cuesta mantener las perdices de verdad, y la agónica que se las cepilla. Y lo peor, sus últimas voluntades.

—Susú, lo he decidido. Quiero ser enterrada en el Valle de los Caídos.

No salgo de mi estupor. Se me abre el conducto mingitorio. El problema se me antoja excesivamente grave.

—Mamá, no tienes derecho a enterrarte en el Valle de los Caídos. No has caído jamás. No eres víctima de la Guerra Civil. Intento comprenderte y no llego al entendimiento.

—Quiero descansar para siempre al lado del Caudillo. Y si no lo consigues, eres un cobarde y bastante marica.

Inaceptables el tono, el fondo y la forma. Y más aún, sus pretensiones.

—Y que presida mi entierro la hija del Generalísimo.

Punto y final. No soporto más sus exigencias.

—Mamá, tu panteón está de dulce de membrillo. Por otra parte, no intuyo un gran desmoronamiento en tu salud. Para enterrarse en el Valle de los Caídos hay que pedir permiso y darse al papeleo. Te recomiendo que te entierres en el panteón familiar. Desde ahí, subes en línea recta a la nube de Papá.

—Tu padre no está en una nube. Sufre en el Purgatorio por todas las cochinadas que hizo en vida. Pero te reconozco que era guapísimo y muy seductor. Estoy segura de que ha ligado con alguna penitente guarrita. Asumo que no es sencillo que me entierren en El Escorial, pero lo del Valle de los Caídos me lo he ganado a pulso.

Llama al Rey.

—De eso nada, Mamá. Bastante tiene el Rey con aguantar a Zapatero para que yo le moleste con tus pretensiones. Te entierro en nuestro panteón, y se acabó. Faltaría más.

—Eres un mal hijo y una persona vil. Me repugnas, Susú.

Después de proferir tan agradable sentencia, ha pedido a María, su doncella y ponebaños, un sándwich de sobrasada.

—Te vas a poner como una foca, Mamá.

—Me estoy muriendo.

—Discrepo en la totalidad. Estás como un rododendro en primavera.

—Eres un cursi. Mi último deseo es descansar para siempre junto al Caudillo.

—Pues te fastidias, Mamá.

—Me falta el aire.

—La sobrasada, Mami.

—Traidor.

* * *

Agotamiento severo. Ánimo agotado, cuerpo agotado. Me sobrepasan los problemas. Uno ya empieza a sentirse mayor, y no habiendo trabajado en su vida, todo lo que exige un pensamiento, cansa una barbaridad. Mamá se quiere morir y Marsa sueña con una salida a hombros del Farolitos por la Puerta del Príncipe de la Maestranza. Mamá desea ser enterrada en el Valle de los Caídos y Marsa cuenta los días para ver a su novillero hacer el paseíllo con el vestido de torear. Mamá me pone como una pila y Marsa me ha puesto los cuernos. Necesito una expansión. Cana al aire. Me voy de guarritas. Para esos menesteres no se precisan testigos molestos.

—Tomás, que me preparen el coche. Tengo que ir a Sevilla.

—¿A estas horas, señor?

—A estas horas, necesariamente.

—¿Aviso al chófer?

—No. Conduciré yo. Que me prepare el Bentley.

A Marsa le ha extrañado también mi repentina decisión de visitar la capital de Andalucía.

—Un pequeño negociete, mi vida.

—No vuelvas tarde. Y sobre todo, no bebas. Si quieres te acompaño.

—No, no. Prometo abstención alcohólica.

El plan es sencillo. Me tomaré una copita en el Colón, y posteriormente pasearé por el centro hasta encontrar un local de esparcimiento con buen aspecto. Desahogo rápido y vuelta a Casa. Lo hago también por venganza. No soy un casado que abra los deseos de las mujeres, y ninguna de las que conozco se atrevería a estar conmigo.

Tiene que ser de pago. Y preparado voy. Unos cuantos billetitos en el bolsillo, y en marcha.

El bar del Colón está animado. Huele a Semana Santa y a atardecielos de Feria.

Hay un catalán, bastante pesado, que no me conoce de nada y que me dice que no está de acuerdo con el Estatuto. Muy insistente en su postura, como si le fuéramos a preguntar en Sevilla si está o no está de acuerdo. Aquí no hacemos preguntas impertinentes ni perdemos el tiempo con pelmazos.

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