Read Mañana en tierra de tinieblas Online
Authors: John Marsden
Tags: #Aventuras, Infantil y juvenil
Al decir eso me lanzó una sonrisa como si fuera algo que se le hubiera ocurrido a él. Parecía estar de mejor humor, así que le sonreí débilmente.
La reunión se terminó, y yo emprendí el camino de regreso a mi tienda junto a una mujer de unos treinta años, pelo castaño y aspecto sencillo que siempre parecía cansada e irritada, independientemente de lo que estuviera haciendo. Se llamaba Olive. Sharyn vio que nos marchábamos, pero no intentó seguirnos. Supongo que pensó que estaba en buenas manos, pero yo decidí arriesgarme y soltar algo irreverente.
—Estaba pensando a qué me recordaba esta reunión —dije—. Y por fin lo he descubierto. Es como una reunión del colegio.
Ella se rió, y luego miró a su alrededor con expresión de culpa.
—¿Sabes a qué se dedicaba el comandante Harvey antes de la invasión? —me preguntó—. ¿Lo dices por eso?
—Pues no tengo ni idea. ¿Era militar o algo por el estilo?
Ella volvió a reírse.
—Estarás de broma. Era el subdirector del instituto de Risdon.
—¡Qué dices! —Me sentí estafada. Todo aquel tiempo había estado pensando que era un héroe del Ejército—. ¿Y de dónde ha sacado sus conocimientos militares?
—¿Qué conocimientos militares? Este tinglado es tan militar como un club de bolos. Harvey estuvo en la reserva del Ejército durante dieciocho meses. Eso es todo.
—¿Y todo eso que cuenta de volar centrales eléctricas y vehículos enemigos?
—Tú lo has dicho, aquí se cuentan muchas cosas.
—¿Y eso es todo?
Ella se encogió de hombros.
—Bueno, es verdad que volaron dos centrales. Una era la red eléctrica del sur de Risdon y la otra la central eléctrica de Duckling Flat. Cuando lo hicieron, no debía de haber ni un soldado en diez kilómetros a la redonda. Y tampoco es que fueran reactores nucleares. Uno tenía el tamaño de un arco portátil, y el otro no era mucho más grande.
—¿Y qué hay de los vehículos?
—El primero era un camión de transporte de tropas que se había averiado y estaba abandonado. Le prendieron fuego y luego se colgaron las medallas. Los demás ataques a vehículos han sido iguales. Buscan camiones averiados o coches abandonados y les prenden fuego.
—No me lo puedo creer. —Estaba realmente desconcertada y furiosa.
Con los peligros que nosotros habíamos corrido, con todo el daño que habíamos hecho al enemigo y las cosas tan horribles que habíamos sufrido, y todo ese tiempo aquellos gordinflones, con sus mujeres maquilladas hasta las orejas, habían estado congratulándose de lo buenos que eran y poniéndose aún más gordos con su autocomplacencia. Eso por no mencionar la forma en que me había hablado el comandante Harvey, como si fuera un perro que hubiera hecho caquita en su alfombra nueva. ¡Yo había hecho diez veces más cosas que él! ¿Cómo se atrevía?
Fui a buscar a Robyn y a Fi para contárselo todo, pero estaban con sus cuidadoras. Entonces Sharyn me vio y me llevó hasta la zona de la cocina a pelar patatas. Pelar patatas cuando estás mosqueada no es muy buena idea. Cuando iba por la tercera, me hice un tajo en el pulgar izquierdo y empecé a sangrar a lo bestia, y eso me cabreó aún más. Olive vino y me puso una venda: me había dicho que era enfermera, y me hizo un vendaje profesional. Se empleó a fondo.
Antes de que pudiera hablar con los demás, se produjo un cambio radical en el ambiente del campamento. Varios grupos de hombres pasaron junto a la zona de lavar los platos mientras yo le enseñaba a Sharyn a hacer un escurridor para la vajilla. Sin mediar palabra, ella soltó el palo que estaba sujetando y se puso a seguirlos. Yo también solté mis trozos de madera y los seguí también. Nadie decía nada, pero había un aire de nerviosismo. Todos andaban inclinados hacia delante, como si eso les fuera a hacer ir más rápido. Me fijé en que algunos de ellos iban armados con fusiles automáticos. Sus armas eran mucho mejores que las nuestras.
Nos volvimos a reunir en el mismo sitio de antes. Esta vez fue el capitán Killen quien se subió al tocón para dirigirse a nosotros. Me pregunté qué habría sido antes de la invasión: ¿un contable, quizá? No había ni rastro del comandante Harvey.
—La Operación Fantasma está lista para empezar —anunció con su voz débil y áspera. Apenas podía oírlo, a pesar de estar a unos veinticinco metros de él—. Aunque solo será necesario un grupo reducido de hombres en activo, los que quieran ver la operación desde una posición estratégica podrán hacerlo desde el cortafuegos que hay sobre la carretera de Cannamulla.
¡Espectadores, qué fuerte!
¿Y cuánto cuestan las entradas?, me entraron ganas de decir. Pero aún me quedaba la suficiente sensatez como para permanecer callada. Miré a Homer, esperando a que él se diera cuenta, pero tenía la mirada fija e inexpresiva en el capitán Killen, y no miró para atrás.
—La Operación Fantasma asestará un golpe a la parte más vulnerable del enemigo —continuó diciendo—. Le daremos donde más le duele. Esta será la mayor operación jamás lanzada por los Héroes de Harvey, y el mayor objetivo militar jamás atacado. Para la operación han sido elegidos los siguientes hombres: Olsen, Allison, Babbage…
Había doce nombres en total. Al parecer, aquella era la idea que el capitán Killen tenía de un grupo reducido. Me alegró comprobar que ni Homer ni Lee estaban entre ellos. Y no había posibilidad alguna de que nos eligieran a Robyn, a Fi o a mí. Las chicas no cuentan en los Héroes de Harvey más que para cocinar y limpiar. Pero cuando Sharyn me preguntó si quería ir a mirar, no me lo pensé dos veces. A mí me parecía muy cómico, pero se ve que a Sharyn y a las demás no: en el campamento había un ambiente serio y silencioso mientras la gente se preparaba. Desde luego que era algo serio, me recordé un poco molesta conmigo misma —cualquier contacto con el enemigo era algo serio—, pero solo deseaba que dejaran de comportarse como los personajes de una película americana de guerra. Todo era muy distinto de como nosotros lo hacíamos. Nuestros violentos enfrentamientos con el enemigo empezaban a parecer pesadillas imposibles; tanto, que empezaba a costarme creer que hubiera sucedido realmente.
No parecía haber razón alguna para que hubiera espectadores, salvo para hacer que el capitán Killen y los demás héroes se sintieran importantes. Pero aquello no me preocupaba. Supuse que podía ir a echar un vistazo sin que eso implicara que reconociera a aquellos tíos como una leyenda. Así que me uní al grupo, con la esperanza de que el comandante Harvey no me viera y me prohibiera ir. Éramos unos quince, incluidos nosotros cinco. Pero, cómo no, antes de salir tuvimos que aguantar el gran sermón del capitán Killen.
—Y ahora —dijo, mirándonos muy serio, como si fuéramos una clase de primaria antes de una visita a un museo lleno de objetos delicados—. Quiero que os quede claro que estamos en acto de servicio. Se os permite acompañarnos a condición de que obedezcáis cualquier orden de manera inmediata. Deberéis estar callados, no estorbar y reducir cualquier conversación al mínimo. Tendréis que permanecer ocultos en todo momento. Y vosotros, niños —al comprobar que se refería a nosotros sentí una oleada de rabia—, a vosotros en concreto no os quiero oír ni media palabra. Permaneced al margen de la acción y comportaos como Dios manda.
No sé qué esperaba, quizá pensara que nos íbamos a poner a jugar al escondite, o a cantar canciones de campamento o algo así. Esta vez ni me atreví a mirar a Homer. Debía de tener la sangre a punto de hervir.
Yo estaba esperando a que apareciera el comandante Harvey, pero los demás emprendieron la marcha, así que tuve que correr para alcanzarlos. Entonces fue cuando me di cuenta de que el comandante no iba a venir. Estaba tan furiosa que se me tensó toda la mandíbula. Me quedé callada para no decir ninguna barbaridad. ¡Menudo líder! Lo despreciaba. Lo único que sabía era dar sermones.
Los doce guerrilleros estaba dirigidos por el capitán Killen; en seguida se separaron de nuestro grupo y bajaron por un arroyo seco que les llevó por el camino más directo.
Nuestro líder era un hombre mayor de aspecto serio y con gafas. Se llamaba Terry. No dijo ni una palabra, pero parecía saber lo que hacía. Nos llevó por un resalte que había entre los árboles. Yo esperaba que conociera bien el camino, porque cuando llegara el momento de volver ya habría oscurecido. Caminé junto a Fi y su cuidadora, Davina. Olive estaba justo delante de nosotras, y Robyn iba detrás con su compañera de tienda. Sharyn no vino. El ejercicio físico no era lo suyo. Homer y Lee iban al frente, detrás de Terry.
Caminamos durante una hora aproximadamente. Cuando se me hubo pasado el enfado, disfruté del camino. Me gusta el monte y mantenerme en forma, y ya estaba harta de estar todo el día en el campamento, con Sharyn como principal compañía. Yo no tenía sensación de peligro, así que mi ánimo no se vio ensombrecido por el miedo. El capitán Killen nos había dicho que íbamos a estar a bastante distancia del lugar de la acción, y tras mi conversación con Olive estaba segura de que el contacto con el enemigo iba a ser mínimo.
Poco a poco, la vegetación se fue volviendo menos densa y empezamos a vislumbrar el valle. Allá abajo, vi trozos amarillos de un camino de tierra, como las pistas de los coches de carreras de juguete cuando las desmontas para guardarlas en la caja. Pronto vimos trozos bastante largos del camino, a medida que el valle se extendía para formar un paisaje más ancho y llano. Ahora teníamos que evitar estar a cielo abierto, y mantenernos a cubierto tras la línea de árboles. Yo me pasé la mayor parte del tiempo andando con la cabeza inclinada hacia atrás. Era agradable volver a ver el cielo despejado. Al pasar por la parte más frondosa, habíamos conversado un poco, pero ahora todo el mundo estaba callado, así que ya no tenía que escuchar a nadie. Para mí era perfecto.
El cortafuegos era una franja larga y fea que cruzaba el monte de arriba abajo: un trazado de tierra arcillosa y algunas malas hierbas allanado por máquinas excavadoras y situado junto a una valla de madera. Terry nos hizo cruzarlo por parejas, corriendo con la cabeza agachada, cosa que tenía mucho sentido. Luego, cuando todos estuvimos al otro lado, subimos la montaña. El sol estaba empezando a ponerse; el aire se estaba volviendo más frío y las sombras de los árboles eran tan alargadas que se perdían entre los árboles del otro lado del camino. Pero la intensidad del ejercicio nos mantenía calientes. La pendiente era escarpada, y cuando llegamos a la cima estábamos todos colorados y jadeando. Aun así, valió la pena. Las vistas eran espectaculares. Aunque en los alrededores de Wirrawee la tierra era buena, aquella vega era lo más fértil que se podía encontrar en aquel rincón del mundo: allí caía más agua que en nuestra zona —creo que se debe a la forma de las montañas o algo así—, y algunos vecinos incluso regaban. En una parte había un montón de tuberías largas, con aspecto de maquinaría de ciencia ficción. Más allá había un vergel con una malla blanca sobre los árboles frutales, formando una especie de escultura. Incluso en aquella época del año, muchos de los prados estaban verdes, a pesar de que seguramente nadie los había regado desde la invasión. Solo a los lejos empezaba a verse una gran extensión seca y amarilla. El sol prominente parecía una enorme criatura vigilante, guardando ya reino. La tierra también parecía tranquila, tan antigua, serena y silenciosa, como si las penosas riñas de los humanos por vivir en su superficie no fueran de su incumbencia. Me recordaba a un verso de un poema de Chris: «El océano ignora al marino, el desierto me ignora a mí».
Yo ya estaba empezando a preocuparme por Chris y a sentirme culpable. El camino de vuelta al Infierno iba a ser un rollo. Me propuse ir a ver al comandante Harvey al día siguiente para hacerle entender lo importante que era que regresáramos. Sabía que, si en vez de Chris hubiera sido Fi la que estaba allí, yo habría ido dos días antes. Quizá debería convencer a Fi para que fuera conmigo a ver al comandante a la mañana siguiente.
Esta vez fue Homer el que encontró la forma de acercarse a mí, y me llevó al otro lado de la montaña. Sin pronunciar palabra, señaló abajo, hacia la carretera. Y allí estaba el objeto del capitán Killen. Era un objetivo jugoso, por no decir fácil. Atravesado en la carretera, con el cañón apuntando hacía el monte había un enorme tanque verde.
—Increíble —murmuré.
Incluso desde nuestra altura podía verse que el tanque había sufrido algún tipo de percance. Estaba volcado hacia un lado, y me pareció ver algunos boquetes en la parte de la carretera en que había perdido el control. La parte superior del tanque estaba abierta, y no había señales de vida alrededor.
—Igual que el vehículo de transporte de tropas —dije yo.
—¿A qué te refieres? —preguntó Homer, que estaba muy pendiente del tanque que de otra cosa, mirándolo con envidia, supuse.
—Pues que el primer vehículo enemigo que atacaron los Héroes de Harvey fue uno de transporte de tropas que estaba abandonado, igual que este. Igual que todos los demás que han atacado desde entonces.
Homer desvió la mirada hacia mí, más atento ahora.
—¿Qué quieres decir? —En ese momento nos interrumpió la voz de Robyn, llamándonos en voz baja.
—Ahí están —dijo.
Homer y yo miramos hacia abajo. Los guerrilleros iban bajando por la carretera, a aproximadamente un kilómetro de distancia del tanque, andando en fila india bajo la sobra de los árboles, pero sin tomar grandes precauciones. Reconocimos al capitán Killen a la cabeza.
—Se los ve muy confiados —dije yo.
—Supongo que ya se conocen el percal —añadió Robyn.
—Eso espero —dijo Homer—. Entonces ¿qué estabas diciendo de un vehículo de transporte de tropas?
—Es una cosa que me ha contado Olive. Esos tíos son unos gallinas. No atacan ningún objetivo a menos que sea totalmente seguro. Van a por vehículos averiados o que se han salido de la carretera, como este. Han atacado varios camiones siguiendo la misma estrategia.
Hablábamos con susurros, aunque no hacía falta. Homer empezó a tener una expresión extraña, de preocupación.
—¿Me están diciendo que hacen esto con frecuencia?
—Bueno, no sé con qué frecuencia. Pero, por lo que me dijo Olive, me da la impresión de que todos los ataques son iguales.
Homer empezó a ponerse bastante nervioso.
—¿Quieres decir qué…? ¿Crees que el enemigo va a dejarle seguir campando a sus anchas, acercándose a vehículos y volándolos? —Se dio la vuelta y se quedó mirando a los Héroes de Harvery, ansioso, incluso furioso. Vislumbramos a unos cuantos de ellos bajo las copas de los árboles mientras doblaban una curva de la carretera.