Read Mañana en tierra de tinieblas Online
Authors: John Marsden
Tags: #Aventuras, Infantil y juvenil
Llevamos más o menos un mes sin salir del Infierno. Es difícil saber cuántos días han pasado exactamente, he perdido un poco la noción del tiempo. Por ejemplo, no tengo la menor idea de qué día del mes ni de la semana es hoy.
Hace frío, eso es lo único que sé.
Cuando llegamos, los aviones y helicópteros pasaban a diario. Creo que albergaban la sospecha de que nos escondíamos aquí arriba, en estas montañas, porque los helicópteros parecían tomarse su tiempo para buscarnos, moviéndose lentamente hacia delante y hacia atrás, como gigantescas libélulas. No fue nada fácil para nosotros. Tuvimos que asegurarnos de esconderlo todo para que no quedase visible desde el cielo, y mantenerlo oculto durante el día. Hace aproximadamente una semana que las cosas están más tranquilas. No recuerdo exactamente cuándo vino el último helicóptero. Me impresiona pensar en el daño que pudimos causar en Wirrawee aquella noche. Tres cuartos de esa emoción es el miedo, pero no deja de ser impresionante.
Sin embargo, puede que hayamos cometido un error. No caí en la cuenta hasta ayer, cuando Homer comentó que no vio vehículos aparcados en Turner Street cuando la cruzó para colarse en la casa que voló por los aires. Al menos, eso es lo que recuerda, pero dice estar bastante seguro. Por eso, ahora no sé qué pensar sobre el comandante Harvey. Su Range Rover estaba aparcado en Turner Street cuando salí de la iglesia. Quería quitar de en medio a Harvey, y por el momento no hay manera de comprobar si lo logramos o no.
Trajimos unas cuantas pilas nuevas, de modo que hemos podido escuchar la radio. La situación está algo estancada en buena parte del país. Por lo visto, no hemos perdido más territorio, pero tampoco lo hemos recuperado; y en lo que respecta a las zonas más fértiles, como nuestro distrito, parecen bastante optimistas. La radio dice que cien mil nuevos colonos se han establecidos en el país y que hay muchos más con las maletas ya hechas, preparados para venir. Los americanos ya no hablan mucho de nosotros en sus noticiarios, pero han aportado bastante dinero y logística. Sobre todo, aviones. Mandan su ayuda a Nueva Zelanda, desde donde se está organizando todo.
Los neozelandeses han demostrado tener muchas agallas. Han enviado fuerzas de desembarco y han luchado con uñas y dientes en tres lugares diferentes. Han recuperado el control en algunas zonas importantes, como Newington, que acoge una importante base de las Fuerzas Áreas. Sin embargo, no se han acercado mucho a nosotros. Por aquí solo ha habido combates en la bahía de Cobbler. Hace tres noches oímos pasar un montón de aviones, y Lee y Robyn creen haber oído bombardeos a lo lejos. Al amanecer, cuando subí a la Costura del Sastre para echar un vistazo, vi una nube de humo pendiendo sobre la bahía. Una buena señal.
Aún no ha terminado la guerra, o al menos así es como yo lo veo.
Supongo que pronto tendremos que intentar aportar nuestro granito de arena otra vez. No soporto siquiera la idea, aunque, en realidad, no tenemos mucha elección. Me pone los pelos de punta, porque esta vez será mucho más difícil. No quiero ni pensar en los cambios que encontraremos. Más colonos y unas medidas de seguridad más estrictas, por poner dos ejemplos. Es para preocuparse.
Anoche fue la primera vez que alguien sacó el tema.
—Cuando volvamos a salir, deberíamos atacar también nosotros la bahía de Cobbler —dijo Lee.
Nadie dijo nada. Estábamos comiendo y permanecimos con las cabezas gachas, engullendo. Sin embargo, yo sé lo que eso significa. Una cacatúa despega de la rama de un árbol y, de pronto, el cielo se llena de pájaros blancos. Lee acababa de convertirse en esa primera cacatúa.
Últimamente, Lee y yo parecemos un matrimonio de ancianitos. Imagino que nos hemos acostumbrado mucho el uno al otro. Somos buenos compañeros. Claro que, en algunos aspectos, no somos un matrimonio de ancianitos; me gusta demasiado tener un espacio para mí sola. No es que duerma mucho, pero prefiero hacerlo sola. Me agobia un poco dormir con alguien todas las noches. Pero ya hemos hecho el amor cinco veces. Es agradable. Me gusta esa sensación de hormigueo y excitación que empieza en algún punto y después se extiende por todo mi cuerpo hasta hacerme enloquecer. Lo único que me preocupa son los condones. No son infalibles del todo; solo tienen un noventa y pico porciento de fiabilidad, creo. No me parece presentarme ante mis padres con un bebé cuando todo esto acabe. Y hay algo más, y es que no sé qué haremos cuando agotemos la reserva de Lee. Solo nos quedan cuatro.
Tal vez esa sea la razón por la que quiere que volvamos a salir del Infierno.
Esta mañana, Fi me ha dicho que quiere hacerlo con Homer, y por poco se me atragantan los cereales. Jamás habría pensado que Fi se animaría. Yo creo más bien que tal vez tenga celos de mi relación con Lee, porque Homer y ella no están tan bien como antes. Pero tampoco es que tenga donde elegir. Y Lee, por supuesto, no está disponible.
Lo único que me queda por escribir para terminar de poner esto al día tiene que ver con Chris. Y lo que voy a contar no va a sonar muy lógico. Estoy muy confundida. Lo bajamos hasta aquí y lo enterramos en un lugar agradable: una zanja que se abría entre unas rocas gigantescas, a medio camino entre nuestro campamento y el punto donde el arroyo desaparece entre la vegetación. El terreno estaba cubierto de una hierba suave que parecía césped. Naturalmente, cuando empezamos a excavar vimos que el terreno en seguida se endurecía. Lo único suave era la superficie. Dentro estaba todo duro y pedregoso. Tardamos tres días en alcanzar la profundidad que queríamos. No estábamos muy bien organizados en ese aspecto. Cuando nos apetecía, íbamos hasta allí y cavábamos un poco más. Lo metimos en la zanja al atardecer y lo cubrimos de inmediato. Esa fue la peor parte. Fue horrible. Aún se me escapan las lágrimas al recordarlo. Cuando terminamos, nos quedamos un par de minutos allí plantados, pero como nadie parecía saber qué decir, al rato nos retiramos a nuestros respectivos espacios de intimidad para sentarnos a cavilar. No fuimos capaces de hacer por nuestro amigo lo que habíamos hecho por el soldado cuyo cadáver lanzamos en el barranco del valle del Holloway.
Eso sí, siempre hay una flor o dos sobre su tumba. Cada vez que alguien sale a dar un paseo, recoge una y la deja allí plantada. El problema entonces es evitar que nuestro último cordero se la coma.
Eso me lleva a preguntarme si el cuerpo del Ermitaño descansa también en algún lugar del Infierno. Tendría su gracia que ambos estuvieran aquí enterrados, porque creo que probablemente tenían muchas cosas en común.
En cualquier caso, eso no es lo ilógico del asunto. Lo ilógico es lo que siento al respecto. Me refiero a Chris. Por un lado, lo echo de menos y me siento fatal por cómo murió; me parece injusto, y una lástima. Pero por otro lado también siento otras cosas, sobre todo culpabilidad. Me siento culpable porque lo dejamos solo, porque no intentamos convencerlo. Cuando tenía esos cambios de humor, solíamos dejarlo por imposible y no hacíamos ningún esfuerzo por animarlo. Creo que debimos hacer algo más. Y también siento enfado. Estoy enfadada con él. Enfadada por ser tan débil y por no esforzarse más. Enfadada porque era un genio y no lo aprovechó.
A veces, solo es cuestión de echarle huevos. Tienes que ser fuerte. A veces, no puedes dejar que los pensamientos débiles se apoderen de ti. Tienes que acabar con esos demonios que se cuelan en tu cabeza e intentan asustarte. Tienes que luchar por seguir avanzando, aunque sea pasito a pasito, y esperar que, cuando sea el momento de retroceder, no sea mucho, para no tener que recuperar demasiado cuando retomes la marcha.
Esto es lo que he aprendido.
Se oye un rumor en la hierba que crece a la izquierda de mi tienda de campaña. Seguramente es algún animalito nocturno que espera poder robarnos comida. Lo mismo que nosotros, supongo, cuando rastreamos el campo intentando evitar a los depredadores, solo buscando lo suficiente para sobrevivir. Oigo a Homer roncar, a Fi hablar en sueños, a Lee cambiar de postura, a Robyn respirar de forma acompasada. Quiero a estos cuatro. Y por eso me siento tan mal por Chris. No lo quería demasiado.
Me llevarán al campo
.
Atravesaré remolinos de neblina
con el rocío empapándome la cara
.
Y el cordero se detendrá
a lanzar una mirada pensativa
.
Vendrán los soldados
.
Sobre el frío y oscuro suelo me tumbarán y con tierra mi rostro cubrirán
.
JOHN MARSDEN, es conocido principalmente por sus novelas para jóvenes adultos, que han sido traducidas a nueve idiomas.
Marsden trabajó como profesor hasta que comenzó a lograr sus primeros éxitos literarios, vendiendo más de cinco millones de ejemplares a lo largo de su carrera.