Marea estelar (20 page)

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Authors: David Brin

BOOK: Marea estelar
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El camino está libre.

Yo lo creo.

Vayámonos ahora

Y bajar estos respiradores

Para hablar como terrestres

De nuestro trabajo.

Y encontrar nuestro futuro,

Hermanos pilotos.

Dirigió el trineo hacia el agujero y se elevó hacia él en medio de una nube de burbujas.

Los otros le siguieron.

22
CREIDEIKI

Aquella reunión informativa había durado más de lo debido.

Creideiki lamentaba haber permitido que Charles Dart asistiera a través de la holopantalla. El planetólogo chimp habría sido menos prolijo si hubiera estado allí, en la efervescente oxiagua de la crujía central, mojándose y teniendo que utilizar una mascarilla.

Dart permanecía cómodamente en su laboratorio, proyectando su imagen en el área de conferencias del compartimiento cilíndrico del Streaker. Parecía por completo ajeno a la impaciencia de sus oyentes. Respirar oxiagua durante dos horas frente a una consola era muy incómodo para un neodelfín.

—Naturalmente, comandante —estaba diciendo el chimp con su áspera voz de barítono proyectada en el agua—. Cuando usted escogió aterrizar cerca de un importante límite tectónico, lo aprobé de todo corazón. En ningún otro sitio habría tenido acceso a tanta información en un lugar tan reducido. Sin embargo, creo que tengo informes convincentes sobre otros seis o siete lugares repartidos por Kithrup donde podríamos verificar algunos de los interesantes descubrimientos que hemos hecho aquí.

Creideiki se sorprendió un poco por el empleo de la primera persona del plural. Era el primer signo de modestia que Charlie se permitía.

Observó a Brookida, que flotaba cerca de él. El metalúrgico, cuyas habilidades no eran requeridas constantemente para los equipos de reparación, había trabajado en diversas ocasiones con Charles Dart. Sin embargo, desde hacía más de una hora, guardaba silencio, dejando que el chimp derramara sus jarros de jerga científica ante los cuales Creideiki empezaba a sentir vértigo.

¿Qué pretende Brookida? ¿Acaso piensa que el comandante de un navío asediado no tiene nada mejor que hacer?

Hikahi, que acababa de salir de la enfermería, se tumbó de espaldas, respirando el efervescente y oxigenado fluido, con un ojo puesto sobre el holograma del chimpancé.

No debería hacer esto, pensó Creideiki. Ya tengo bastantes problemas para concentrarme sin necesidad de esto.

Aquellas inacabables reuniones siempre tenían el mismo efecto sobre Creideiki. Sentía que la sangre fluía alrededor de su conducto peneano. Todo lo que deseaba en aquel momento era nadar hasta Hikahi y morderla suavemente en multitud de puntos, arriba y debajo de sus costados.

¿Perversión? Sí. Sobre todo en público, pero al menos era honesto consigo mismo.

—Planetólogo Dart —suspiró el comandante—. Estoy haciendo verdaderos esfuerzos para intentar comprender lo que nos está diciendo. Creo haber seguido correctamente lo relacionado con las diversas anomalías cristalinas e isotópicas descubiertas en la corteza de Kithrup. En lo referente al estrato de subtracción...

—Una zona de subtracción es la que se halla en el límite, entre dos placas tectónicas, el lugar donde una de ellas se desliza sobre su vecina —le interrumpió Charlie.

Creideiki deseó poder abandonar su dignidad para maldecir al chimp.

—Mis conocimientos de planetología llegan hasta ese punto, doctor Dart —respondió cuidadosamente—. Y me alegra saber que estar tan cerca de una de esas zonas limítrofes le ha resultado útil. Sssin embargo, debe comprender que la elección del lugar de aterrizaje estaba basada en consideraciones tácticas. Necesitábamos los metales y el camuflaje que nos ofrecían las colinas de «coral». Nos hemos posado aquí para ocultarnos y para reparar la nave. Con todos esos cruceros hostiles sobre nuestras cabezas, no puedo pensar en mandar expediciones hacia otras partes del planeta. De hecho, debo rechazar su petición para extraer nuevas muestras del subsuelo de los alrededores. El riesgo es demasiado grande ahora que han llegado los galácticos —el chimp frunció el ceño y sus manos empezaron a agitarse. Antes de que encontrara palabras para protestar, Creideiki continuó—. Además, ¿qué dice la microsección de la nave acerca de Kithrup? ¿No ha contribuido en nada la Biblioteca para aclarar los problemas con que se enfrenta?

—¡La Biblioteca! ¡Ese maldito saco de desinformación! —La voz de Charlie se convirtió en un aullido—. ¡No tiene nada sobre las anomalías! ¡Ni siquiera menciona las colinas metálicas! Su último informe sobre Kithrup data de cuatrocientos millones de años, cuando el planeta fue puesto bajo el control de los karrank%...

Charlie se atragantó de tal manera que estuvo a punto de ahogarse, como si aquel nombre hubiera estado a punto de matarlo. Desorbitó los ojos y se golpeó el pecho, tosiendo.

Creideiki se dirigió a Brookida.

—¿Es eso cierto? ¿Es tan deficiente la Biblioteca en lo referente a este planeta?

—Sssí —asintió Brookida con lentitud—. Cuatrocientas épocas es mucho tiempo. Por norma general, cuando un planeta es puesto en reserva se le deja en barbecho mientras nuevas especies evolucionan en él hasta el nivel presensitivo requerido para la elevación, o proporciona un lugar tranquilo para el declive de una antigua raza que ha entrado en la senectud. Los planetas en esta situación tanto pueden utilizarse como guardería o como asilo. Kithrup parece haber sido las dosss cosas. Hemos descubierto una raza presensitiva cuya ascensión al parecer se ha efectuado desde la última puesta al día de la Biblioteca, Ademásss, los... karrank%... —También Brookida tenía problemas con aquel nombre—... habían aceptado el planeta como lugar apacible para morir, lo que en apariencia han conseguido. Parce que ya no existen karrank% por aquí.

—Pero cuatrocientas épocas sin la menor inspección es algo difícil de aceptar.

—Sí. Lo normal es que el Instituto de Migración reasigne un planeta mucho antes. Pero Kithrup es un mundo muy extraño... pocas especies escogerían vivir aquí. Además, las rutas de acceso son escasas. Esta región del espacio es muy baja gravitacionalmente.

Ésa esss una de las razones por las que vinimos aquí.

Charles Dart, tras recuperar su ritmo respiratorio, bebía un gran vaso de agua. Creideiki aprovechó el descanso para reflexionar. A pesar de la argumentación expuesta por Brookida, ¿podía Kithrup haber estado durante tanto tiempo en barbecho, en una galaxia superpoblada en la que cada trozo de terreno era codiciado?

El Instituto de Migración era la única entidad administrativa de las Cinco Galaxias que podía rivalizar en poder e influencia con el todopoderoso Instituto de la Biblioteca.

Por tradición, todas las razas tutoras obedecían sus normas de mantenimiento de la ecósfera; abstenerse de seguir aquellas normas habría sido exponerse a provocar un desastre galáctico. En la balanza de aquel poderoso conservadurismo ecológico pesaba también la posibilidad de que algunas especies inferiores se convirtieran en pupilas y, más tarde, en tutoras.

La mayor parte de los galácticos aceptaban olvidar los informes sobre la Humanidad anteriores al Contacto. La masacre de los mamuts, de los grandes lemúridos y los manatíes le había sido perdonada al hombre debido a su carácter de «huérfano». La auténtica culpa recaía en el hipotético tutor del homo sapiens, aquella misteriosa y desconocida raza de la que todos decían que lo había abandonado en mitad de su proceso de elevación, miles de años antes.

Los delfines sabían que los mismos cetáceos habían estado a punto de extinguirse a manos de los hombres, pero nunca lo mencionaban fuera de la Tierra. Para bien o para mal, su suerte estaba ligada a la de la Humanidad.

La Tierra era de los humanos hasta que la raza se asentara en otra parte o se extinguiera. Las diez colonias planetarias, por el contrario, sólo les pertenecerían durante períodos reducidos de tiempo, calculados en función de complejos proyectos de eco-mantenimiento. La cesión más corta era por seis milenios. Al término de aquel plazo, los colonos de Atlast deberían partir, dejando en barbecho al planeta de nuevo.

—Cuatrocientos millones de años —pensó Creideiki en voz alta—. Parece anormal que durante tanto tiempo no se haya hecho un nuevo examen de este mundo.

—¡Ésa es exactamente mi opinión! —vociferó Charlie, recuperado ya por completo de su crisis—. ¿Y si les dijera que existen señales evidentes de la ocupación de Kithrup por una civilización mecanizada hasta sólo hace unos treinta mil años? ¿Por qué no hay noticias en la Biblioteca sobre esto?

Hikahi giró sobre sí misma para acercarse.

—Doctor Dart, ¿cree usssted que esas anomalías en la superficie podrían ser los residuos de una civilización no autorizada?

—¡Sí! —gritó—. ¡Exacto! ¡Bien dicho! Usted sabe que muchas razas eco-sensitivas se establecen en las zonas de subtracción de un planeta. Por eso, cualquier residuo de su estancia allí es absorbido hacia el interior de la corteza y desaparece cuando vuelve a estar en barbecho. Algunos creen que ése es el motivo de que no existan signos en la Tierra de civilizaciones anteriores a la del hombre.

—¿Y si alguna especie se hubiera instalado ilegalmente aquí...? —dijo Hikahi.

—¡Lo hizo al menos una, sobre una placa limítrofe! La Biblioteca sólo inspecciona los planetas a intervalos de varias épocas. ¡La evidencia de la incursión estaría por entonces absorbida bajo tierra!

El chimp miraba con ansiedad desde su visor holo a los presentes.

A Creideiki le costaba trabajo tomarse en serio todo aquello. En boca de Charlie parecía una novela policíaca. Sólo que en este caso los culpables eran civilizaciones, las pistas ciudades enteras, y la trama bajo la que se ocultaba la prueba definitiva, ¡la corteza de un planeta! ¡El crimen perfecto! Ya que el policía de la esquina sólo hacía su ronda cada varios millones de años, y no tenía ninguna oportunidad de atrapar al culpable en flagrante delito.

Creideiki se dio cuenta repentinamente de que cada uno de los puntos de aquella metáfora que acababa de elaborar pertenecía a la cultura humana. Bueno, no era extraño.

Había circunstancias, como el pilotar por la curvatura espacial, en las que las analogías cetáceas resultaban más adecuadas. Pero cuando se tomaban como tema de meditación las demenciales intrigas políticas de los galácticos, era de utilidad haber visto un montón de películas policíacas de los antiguos humanos, y haber leído volúmenes sobre la demente Historia humana.

Brookida y Dart estaban ahora discutiendo acaloradamente sobre algún dudoso dato técnico... y Creideiki no podía pensar en nada, excepto en el peculiar sabor que tenía el agua cercana a Hikahi. Ardía en deseos de preguntarle si aquella fragancia significaba realmente lo que él creía. ¿Se había perfumado, o era una feromona natural?

Con alguna dificultad, se obligó a regresar al tema que se estaba tratando.

En otras circunstancias, el descubrimiento de Charlie y Brookida habría sido apasionante.

Pero esto no me ayuda a salvar mi nave y mi tripulación, y tampoco a transmitir nuestros datos al Concejo de Terragens. Incluso la misión a la que he enviado a Keepiru y Toshio, para investigar sobre los aborígenes es más urgente que la búsqueda de indicios enterrados bajo antiguas rocas alienígenas.

—Discúlpeme, comandante. Lamento haberme retrasado. No obstante, llevo un rato escuchándole en silencio.

Creideiki se volvió para descubrir cerca de él al doctor Ignacio Metz. El canoso y desgarbado psicólogo pedaleaba con lentitud en el agua para mantenerse en el lugar escogido. Una pequeña protuberancia estomacal rompía el esbelto corte de su marrón traje-seco.

Brookida y Dart seguían discutiendo, ahora sobre cifras de calor por radiactividad, gravedad e impacto meteórico. Hikahi parecía fascinada por la conversación.

—Incluso tarde, es usted bienvenido, doctor Metz. Me alegro de que haya llegado.

Creideiki estaba sorprendido por no haber oído llegar al hombre. De ordinario, Metz hacía tanto ruido que se le oía desde el otro lado del puente. A veces, irradiaba un zumbido de dos kilohertzios a través de su oreja derecha. Ahora apenas era detectable, pero en ocasiones resultaba en extremo molesto. ¿Cómo podía un hombre que había trabajado tanto tiempo con los fines no haberse dado cuenta de aquel defecto?

¡Empiezo a parecerme a Charlie Dart!, se reprochó. ¡No seas cascarrabias, Creideiki!

Silbó una estrofa que sólo resonó en el interior de su propio cráneo.

Los que viven

Vibran todos,

Todos.

Y participan

En el canto del mundo.

—Comandante, en realidad mi presencia aquí se debe a otro motivo, pero el descubrimiento de Dart y Brookida quizá tenga cierta relación con lo que tengo que decir.

¿Podemos hablar en privado?

Creideiki se mostró inexpresivo. Tenía sólo unos momentos para dormir y hacer un poco de ejercicio. El exceso de trabajo estaba acabando con él, y el Streaker no podía permitírselo.

Pero este humano debía ser tratado con cierto miramiento. Metz no podía darle órdenes, ni a bordo del Streaker ni en ningún otro lugar, pero tenía influencias y poder en un terreno particularmente decisivo. Creideiki sabía que su propio derecho a la reproducción estaba asegurado fuera cual fuese el final de aquella misión. Y sin embargo la evaluación de Metz tendría una importancia considerable. Todos los delfines de a bordo se comportaban con Metz lo más «sensitivamente» posible. Incluso el comandante.

Quizás ése es el motivo de que trate de evitar una confrontación, pensó Creideiki. Pero tomó la decisión de hacer que el doctor Metz respondiera a algunas preguntas relativas a ciertos miembros de la tripulación del Streaker.

—Muy bien, doctor —respondió—. Espere un momento. Creo que acabaré en seguida.

A una señal de Creideiki, Hikahi se aproximó. Sonrió a Metz con un pequeño aleteo de sus pectorales.

—Hikahi, por favor, termina la reunión en mi lugar. No les dejes más de diez minutos para resumir susss propuestas. Dentro de una hora te espero en la piscina de recreo 3-A para oír tus opiniones.

Ella contestó de la misma forma en que él le había hablado, en un ánglico subacuático muy rápido y acentuado.

—Bien, bien, comandante. ¿Eso es todo?

¡Maldición! Creideiki sabía que el sonar de Hikahi captaba todo lo relacionado con su agitación sexual. Un macho no podía ocultar aquellas cosas. Para obtener una información parecida sobre ella, Creideiki debería recurrir a un sondeo sónico de las vísceras, y eso no era correcto. ¡Las cosas eran mucho más sencillas en los viejos tiempos!

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