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Authors: Kim Stanley Robinson

Marte Verde (80 page)

BOOK: Marte Verde
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—¡Tenemos que demostrarles que no pueden hacer esto impunemente! —dijo Jackie por la red.

Incluso Art estaba de acuerdo con ella:

—Creo que las protestas cívicas de buena parte de la población los detendrán. Obligará a esos bastardos a pensárselo dos veces antes de repetir algo así.

No obstante, la situación no tardó en estabilizarse. Sabishii volvió a aparecer en las noticias y el regular movimiento de trenes y la vida allí se reanudaron, aunque ya no fue como antes: una gran fuerza policial ocupaba la ciudad; controlaban las puertas de la estación y trataban de descubrir todas las cavidades del laberinto. Durante ese período, Maya mantuvo largas conversaciones con Nadia, que estaba trabajando en Fosa Sur, y con Nirgal y Art, e incluso con Ann, que llamó desde uno de sus refugios particulares en el Aureum Chaos. Todos coincidían en que sin importar lo que hubiese sucedido en Sabishii, por el momento necesitaban abstenerse de intentar una insurrección general. Sax llamó a Spencer para decirle que necesitaba tiempo. Esto tranquilizó a Maya, pues aquél no era el momento apropiado. Sospechaba que los habían provocado con la esperanza de que intentaran una revolución prematura. Ann, Kasei, Jackie y los otros radicales —Dao, Antar, incluso Zeyk—, se mostraron inquietos y tristes por la espera.

—Ustedes no comprenden —les dijo Maya—. Hay un nuevo mundo desarrollándose ahí fuera, y cuanto mas esperemos más fuerte será. Esperen un poco.

Mas o menos un mes después del cierre de Sabishii, recibieron un breve mensaje de Coyote en los ordenadores de muñeca, una breve imagen de su cara asimétrica, inusualmente seria, diciéndoles que había escapado por los túneles y que estaban en el sur, en uno de sus escondites.

—¿Qué hay de Hiroko? —preguntó Michel— ¿Qué ha pasado con Hiroko y los demás?

Pero Coyote ya había cortado.

—No creo que hayan capturado a Hiroko —dijo entonces Michel, caminando por la habitación—. ¡Ni a Hiroko ni a ninguno de ellos! Si los hubiesen capturado, la Autoridad Transitoria lo habría anunciado a bombo y platillo. Apuesto a que Hiroko ha llevado al grupo a la clandestinidad. No estaban muy conformes con la situación desde Dorsa Brevia, a ellos no les gusta comprometerse, ésa fue la razón de su marcha la primera vez. Todo lo sucedido desde entonces sólo los ha reafirmado en su opinión de que no pueden confiar en que nosotros construiremos la clase de mundo que ellos quieren. Así que han aprovechado la ocasión para desaparecer otra vez. Quizá la caída de Sabishii los forzó a hacerlo sin advertirnos primero.

—Tal vez —dijo Maya, procurando aparentar que era una posibilidad digna de consideración. Sonaba como si Michel intentase negar la realidad, pero si eso le ayudaba ¿a quién le importaba? Además, Hiroko era capaz de cualquier cosa. Pero tuvo que dar a su respuesta un carácter propio de Maya, o él pensaría que sólo trataba de tranquilizarlo—. Pero ¿adonde irían?

—Otra vez al caos, supongo. Aún quedan muchos de los viejos refugios.

—¿Pero y tú?

—Se pondrán en contacto conmigo más adelante. Michel meditó un momento, y luego la miró.

—O quizá saben que tú eres mi familia ahora.

De manera que él había sentido su mano en esa hora terrible. Le dedico una sonrisa tan desvalida que a ella se le encogió el corazón y lo abrazó estrechamente, tratando de mostrarle cuánto lo quería y qué poco le gustaba esa mirada desolada.

—En eso tienen razón —dijo con voz ronca—. Pero deberían ponerse en contacto contigo de todas formas.

—Lo harán. Estoy convencido de que lo harán.

Maya no sabía qué pensar de la teoría de Michel. Coyote había escapado a través del laberinto, y seguramente había ayudado a otros a hacer lo mismo. E Hiroko habría sido la primera de la lista. La próxima vez que viese a Coyote lo sometería a un minucioso interrogatorio sobre el particular, aunque él nunca le había contado nada. En fin, Hiroko y su círculo habían desaparecido. Muertos, capturados o escondidos, sin importar el golpe cruel que aquello significaba para la causa, pues Hiroko era el alma de gran parte de la resistencia.

Pero Hiroko era tan extraña. Una parte de Maya, inconsciente y reprimida, no se sentía del todo descontenta por la salida de escena de Hiroko. Maya nunca había sido capaz de comunicarse normalmente con ella, de comprenderla, y aunque la quería, la ponía nerviosa tener un poder tan imprevisible rondando cerca complicando las cosas. Y también la irritaba que Hiroko tuviese tanta influencia entre las mujeres, una influencia sobre la que Maya no tenía ningún poder. Por supuesto, sería terrible que hubiesen capturado a su grupo, o que los hubiesen matado. Pero si habían decidido desaparecer otra vez no sería una mala cosa, simplificaría la situación en un momento en que necesitaban desesperadamente la simplificación, y a Maya le proporcionaría un mayor dominio sobre lo que estaba por venir.

Así que deseó de todo corazón que la teoría de Michel fuese cierta, y asintió y simuló aceptar con reservas realistas el análisis que el había hecho. Luego fue a una reunión a aplacar los ánimos de una comuna de nativos furiosos. Transcurrieron las semanas, y luego los meses. Parecía que habían sobrevivido a la crisis. Pero la situación degeneraba en la Tierra, y Sabishii, su ciudad universitaria, la joya del demimonde, vivía bajo una especie de ley marcial; e Hiroko, el alma de la resistencia, había desaparecido. Maya, al principio contenta en parte por verse libre de ella, se sentía cada vez más oprimida por su ausencia. El concepto de un Marte Libre formaba parte de la areofanía después de todo... y verlo reducido a mera política, a la supervivencia del más apto...

La vida parecía haber perdido el espíritu. Y a medida que avanzaba el invierno, y las noticias de la Tierra hablaban del progresivo agravamiento de los conflictos, Maya advirtió que la gente parecía buscar la diversión desesperadamente. Las fiestas se hicieron más ruidosas y salvajes. La cornisa era una celebración nocturna continua, y algunas noches señaladas, como la
Fassnacht
o la de Noche Vieja, toda la ciudad se apretujaba mientras bailaban y bebían y cantaban con una alegría feroz bajo los pequeños lemas rojos pintados en todas las paredes. NUNCA PODRAN REGRESAR. MARTE LIBRE. ¿Pero cómo? ¿Cómo?

La fiesta de Año Nuevo de ese invierno fue especialmente frenada. Era el año marciano 50, y la gente celebraba el aniversario como era debido. Maya paseó con Michel por la cornisa, y desde detrás de su máscara de dominó observó con curiosidad las ondulantes filas de bailarines que pasaban junto a los jóvenes cuerpos danzantes, las figuras enmascaradas, pero casi desnudas de cintura para arriba, como salidas de una antiquísima ilustración hindú, pechos y pectorales agitándose al compás del nuevo calipso. ¡Era tan extraño! ¡Esos jóvenes alienígenas eran ignorantes, pero tan hermosos! ¡Tan hermosos! Y esa ciudad que ella había ayudado a construir, erguida sobre el puerto seco... Sintió que se elevaba, que cruzaba el equinoccio y alcanzaba la gloriosa euforia. Quizá sólo fuese un desequilibrio bioquímico, seguramente debido a la situación sombría de los dos mundos,
entre chien el loup
, pero la impulsó a arrastrar a Michel, y bailaron hasta que estuvo cubierta de sudor. Se sintió muy bien.

Luego estuvieron un rato sentados en el café; casi una pequeña convención de los Primeros Treinta y Nueve: ella y Michel, Spencer, Vlad, Ursula y Marina, y Yeli Zudov y Mary Dunkel, que había escapado de Sabishii un mes después de su ocupación, y Mijail Yangel, que venía de Dorsa Brevia, y Nadia, que había subido desde Fosa Sur. Diez.

—La décima parte —observó Mijail. Pidieron una botella tras otra de vodka, como si quisieran ahogar el recuerdo de los otros noventa, incluyendo al desdichado equipo de la granja, que en el mejor de los casos se había ocultado, y en el peor había sido asesinado. Los rusos del grupo, curiosamente mayoría esa noche, propusieron brindis de su país.

¡Llenemos la bodega! ¡Bebamos hasta los ojos! ¡Remojémonos el gaznate!... Tenían tantas variedades que Michel, Mary y Spencer se quedaron boquiabiertos. Era como los esquimales y la nieve, les explicó Mijail.

Y luego siguieron bailando, los diez formando una fila que zigzagueaba peligrosamente entre la multitud de jóvenes. ¡Cincuenta largos años marcianos y aún estaban vivos, aún bailaban! ¡Era un milagro!

Pero como ocurría siempre en la demasiado predecible fluctuación de los estados de ánimo de Maya, al llegar a lo alto perdió velocidad y empezó la repentina bajada. Empezó cuando notó los ojos rosados detrás de las máscaras, cuando advirtió que todo el mundo trataba de evadirse a su mundo privado, en el que no tendrían que conectar con nadie salvo con el compañero de cama de esa noche. Y ellos no eran diferentes.

—Vamonos a casa —le dijo a Michel, que seguía saltando delante de ella al compás de la música, disfrutando de la vista de todos esos esbeltos joven marcianos—. No soporto esto.

Pero él quería quedarse, y también los otros, y al final ella volvió sola a casa. Cruzó el jardín y subió las escaleras hasta el apartamento. El escándalo de la fiesta la persiguió.

Y allí, sobre la fregadera, el joven Frank le sonreía a su aflicción. Claro que las cosas funcionaban así, decía la mirada intensa del joven. Ya conozco esa historia, la aprendí a golpes. Aniversarios, bodas, momentos felices... todo voló. Desapareció. Nunca significó nada. La sonrisa firme, fiera, determinada; y los ojos. Era como mirar las ventanas de una casa vacía. Derribó una taza de café, que se hizo añicos en el suelo. El asa quedó girando y ella gritó, se dejó caer en el suelo, se rodeó las rodillas con los brazos y lloró.

Con el nuevo año se enteraron de que también en Odessa se habían reforzado las medidas de seguridad. Al parecer la UNTA había aprendido la lección con Sabishii y atenazaría las otras ciudades de una manera más sutil: nuevos pasaportes, comprobaciones de seguridad en los garajes y las puertas de la ciudad, acceso restringido a los trenes. Se rumoreaba que andaban detrás de los Primeros Cien en particular, acusándolos de intentar derrocar a la Autoridad Transitoria.

A pesar de todo Maya deseaba continuar asistiendo a las reuniones de Marte Libre, y Spencer siguió llevándola.

—Mientras podamos hacerlo —dijo ella. Y así, una noche subieron juntos las largas escaleras de piedra de la parte alta de la ciudad. Michel la acompañaba por primera vez desde el ataque a Sabishii, y Maya pensó que se estaba recuperando del golpe de aquella noticia, de la noche terrible que siguió a la llegada de Marina.

Pero en esa reunión encontraron a Jackie Boone y el resto de su pandilla, Antar y los zigotos, que habían llegado a Odessa en el tren circumHellas, huyendo de las tropas de la UNTA en el sur, y furiosos por el asalto de Sabishii, más militantes que nunca. La desaparición de Hiroko y su grupo había llevado a los ectógenos al límite; Hiroko era madre de muchos de ellos, después de todo, y todos parecían de acuerdo en que había llegado el momento de empezar una revolución a gran escala. No había un minuto que perder, dijo Jackie a la concurrencia, si querían rescatar a los sabishianos y a los colonos ocultos.

—No creo que capturasen a la gente de Hiroko —dijo Michel—. Creo que volvieron a ocultarse con Coyote.

—Deseas que sea así —dijo Jackie, y Maya sintió que una mueca despectiva le cubría la cara.

—Nos habrían mandado algún mensaje si estuviesen en dificultades —argumentó Michel.

Jackie sacudió la cabeza.

—Ellos nunca se ocultarían otra vez, menos ahora que la situación es crítica. —Harmakhis y Rachel hicieron gestos de asentimiento—. Y además, ¿qué hay de los sabishianos y del asedio de Sheffield? Y también ocurrirá aquí. No, la Autoridad Transitoria está apoderándose del planeta.

¡Tenemos que actuar ahora!

—Los sabishianos han demandado a la Autoridad Transitoria —dijo Michel—, y siguen en Sabishii, caminando libremente.

Jackie lo miró con desprecio, como si Michel fuese un imbécil, un imbécil asustado y débil, demasiado optimista. El pulso de Maya se aceleró, y rechinó los dientes.

—No podemos actuar ahora —dijo con aspereza—. Aún no estamos preparados.

Jackie le echó una mirada feroz.

—¡Si fuera por ti, nunca estaríamos preparados! Esperaremos hasta que tengan todo el planeta en sus garras, y entonces ya no podremos hacer nada aunque queramos. Que es exactamente lo que tú quieres, estoy segura.

Maya saltó de la silla.

—Hay cuatro o cinco metanacionales disputándose Marte, igual que están disputándose la Tierra. Si nos metemos en medio, el fuego cruzado acabará con nosotros, sencillamente. Necesitamos escoger el momento conveniente para nosotros, y ese momento llegará cuando se hayan herido de muerte entre ellas. Entonces tendremos la posibilidad real de tener éxito. De otro modo, ellas impondrán su ritmo, y tendremos otro sesenta y uno, ¡sólo caos y muerte!

—Sesenta y uno —exclamó Jackie—. Siempre sales con el sesenta y uno. ¡La excusa perfecta para no mover un dedo! ¡Sabishii y Sheffield están cerradas, y también Burroughs, Hiranyag y Odessa serán las siguientes, y el ascensor trae policías a diario, que están matando o deteniendo a centenares de personas, como a mi abuela, que es la verdadera líder de todos nosotros, y de lo único que sabes hablar es del sesenta y uno! ¡El sesenta y uno te ha hecho una cobarde!

Maya se adelantó y golpeó a Jackie en un lado de la cabeza, y Jackie se abalanzó sobre ella y la derribó sobre una mesa. Casi sin aliento, Maya se las arregló para aferrar una de las muñecas de Jackie, que le estaba dando puñetazos, y mordió el antebrazo tan fuerte como pudo, como si quisiera arrancarle la carne. Entonces Jackie grito: «¡Ramera!, ¡ramera!, ¡asesina!», y Maya escucho las palabras que también salían de su propia garganta: «Estúpida mujerzuela, estúpida mujerzuela». Le dolían las costillas y los dientes. Alguien le tapó la boca, y a Jackie también, y la gente siseaba: —¡Shsss, shsss, cállense, nos van a oír, informarán sobre nosotros, y vendrá la policía!

Finalmente Michel apartó su mano de la boca de Maya y ella siseó «¡Estúpida mujerzuela!» una última vez. Luego se sentó y les echó una mirada que dejó petrificados al menos a la mitad de los presentes. Soltaron a Jackie, que empezó a insultar a Maya en voz baja, y Maya escupió un «¡Cállate!» tan salvaje que Michel se interpuso entre ellas otra vez.

—Arrastrando a todos los chicos de tu harén por la polla y dándotelas de líder —gruñó Maya—. ¡Y todo eso sin una sola idea en tu cabeza vacía!

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