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Authors: Kim Stanley Robinson

Marte Verde (84 page)

BOOK: Marte Verde
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Regresó con las nubes, por calles estrechas flanqueadas de bloques de apartamentos y jardines, a Hunt Mesa y a su hogar bajo la academia de baile. Michel y Spencer habían salido, y ella estuvo un buen rato mirando por la ventana, viendo las nubes veloces sobre la ciudad, tratando de hacer el trabajo de Michel, echarle el lazo a sus estados de ánimo y arrastrarlos a una especie de centro estable. En el techo se oyeron unos golpes. Otra clase empezaba. Pero luego oyó golpes provenientes del vestíbulo, delante de la puerta, y llamaron con violencia. Abrió con el corazón agitado.

Eran Jackie, Antar, Nirgal, Art, Rachel, Frantz y el resto de los ectógenos, que entraron en tropel hablando a la velocidad del sonido, de manera que no pudo entender qué decían. Ella los recibió con toda la cordialidad que pudo, dada la presencia de Jackie, y entonces recobró el dominio y apartó todo rastro de odio de sus ojos, y habló con todos, incluso con Jackie, de sus planes. Habían ido a Burroughs a ayudar a organizar una manifestación en el parque del canal. Habían hecho correr la voz entre las células, y esperaban que un gran número de ciudadanos no alineados se unieran a ellos.

—Espero que esto no precipite ninguna represalia —dijo Maya. Jackie le dedicó una sonrisa triunfal, por supuesto.

—Recuerda, nunca podrán regresar —dijo.

Maya puso los ojos en blanco y fue a calentar agua, tratando de sofocar la amargura. Se reunirían con los líderes de todas las células de la ciudad, y Jackie se apropiaría de la reunión y exhortaría a la revolución inmediata, sin sentido ni estrategia. Y Maya no podía hacer nada para impedirlo...

Así que recogió los abrigos de todos, repartió plátanos y apartó pies de los cojines del sofá, sintiéndose como un dinosaurio en un clima nuevo, entre criaturas veloces y calientes que desdeñaban sus movimientos pesados.

Art la ayudó con las tazas de té, desaliñado y tranquilo como siempre. Maya le preguntó qué noticias tenía de Fort, y él la dio el informe diario sobre la Tierra. Subarashii y Consolidados eran atacadas por los ejércitos de lo que parecía ser una alianza fundamentalista, aunque ilusoria, porque el fundamentalismo cristiano y el musulmán se odiaban, y ambos despreciaban a los hindúes. Las grandes metanacionales habían utilizado a la nueva UN para advertir que defenderían sus intereses con las fuerzas necesarias. Praxis, Amexx y Suiza habían pedido la intervención del Tribunal Mundial, y también la India, pero nadie más.

—Al menos aún temen al Tribunal Mundial —dijo Michel.

Pero para Maya era evidente que el metanatricidio estaba degenerando en una guerra entre los acaudalados y los «mortales», que podía ser mucho más explosiva: guerra total, y no decapitación.

Art y ella conversaron sobre la situación mientras servían el té. Espía o no, Art conocía la Tierra, y tenía un juicio político incisivo que a ella le parecía muy útil. Era como una versión dulce de Frank, y aunque no podía precisar por qué, la complacía oscuramente. Nadie advertiría nunca tal semejanza en ese hombre corpulento y sigiloso, sólo ella.

Entonces empezó a llegar más gente al apartamento, los líderes de las células y visitantes de fuera de la ciudad. Maya se sentó y escuchó hablar a Jackie. Todos los miembros de la resistencia, pensó Maya, actuaban sólo en representación de sí mismos, pero la manera en que Jackie utilizaba a su abuelo como un símbolo, haciéndolo ondear como sí fuera una bandera para reunir a sus tropas, era repugnante. No era John lo que había atraído a los seguidores, sino la blusa escotada de sucia mujerzuela de Jackie. No le extrañaba que Nirgal se hubiese distanciado de ella.

Ahora los arengaba con su mensaje incendiario de costumbre, defendiendo con entusiasmo la rebelión inmediata, sin importar que hubiese una estrategia acordada. Y para los llamados booneanos, Maya no era más que una vieja amante del gran hombre, o quizá la razón por la que había muerto: una odalisca fósil, una vergüenza histórica, el objeto del deseo de los hombres, como Helena de Troya convocada por Fausto, insustancial y extraña. ¡Aj, era desesperante! Pero mantuvo una expresión de calma, se levantó y fue a la cocina con el pensamiento en otra parte, haciendo lo que se esperaba de las amantes, mantener a la gente cómoda y alimentada. No podía hacer otra cosa.

En la cocina, se quedó mirando los tejados por la ventana. Había perdido la influencia que alguna vez había tenido sobre la resistencia. Todo iba a desmoronarse antes de que Sax o alguno de ellos considerase que estaban listos. Jackie vociferaba con animación en la sala de estar, organizando una manifestación que tal vez reuniría a diez mil personas en el parque, o quizá a cincuenta mil, nadie podía decirlo. Y si las fuerzas de seguridad respondían con gases lacrimógenos y porras, habría heridos, incluso muertos; muertos sin ningún propósito que podrían haber vivido mil años. Y sin embargo, Jackie seguía hablando, entusiasmada, flamígera. El sol centelleó en lo alto a través de un claro entre las nubes, como plata brillante, ominosamente grande. Art entró en la cocina y se sentó a la mesa; activó su IA y pegó la cara a ella.

—He recibido una nota de la sede de Praxis. —Leyó la pantalla, con la nariz pegada a ella.

—¿Es que eres corto de vista? —exclamó Maya con irritación.

—No creo... ¡Dios mío! ¿Está Spencer ahí fuera? Dile que venga rápidamente.

Maya fue hasta la puerta y le hizo señas a Spencer. Jackie continuaba hablando. Spencer se sentó junto a Art, ahora apoyado en el respaldo, con los ojos fuera de las órbitas y boquiabierto. Spencer leyó durante cinco segundos y también se echó hacia atrás y miró a Maya con una extraña expresión.

—¡Ya lo tenemos! —dijo.

—¿Qué?

—El desencadenante.

Maya se acercó a él y leyó por encima de su hombro.

Se agarró a Spencer, invadida por una extraña sensación de ingravidez. Ya no tendría que retener más la avalancha, había cumplido con su misión, lo había conseguido. A las puertas del fracaso, el destino había vuelto las tornas.

Nirgal entró en la cocina para preguntar qué ocurría, atraído por el tono de sus voces. Art se lo explicó con la mirada brillante, sin poder ocultar su excitación. Nirgal se volvió a Maya y preguntó:

—¿Es cierto?

Ella lo habría podido besar. En vez de eso, se limitó a asentir con la cabeza, desconfiando de su voz, y fue a la sala de estar. Jackie seguía con su arenga y a Maya le causó un placer inmenso interrumpirla.

—Se suspende la manifestación.

—¿Qué quieres decir? —exclamó Jackie, sorprendida y molesta—. ¿Por qué?

—Porque vamos a iniciar una revolución.

Décima Parte
Cambio de fase

Estaban haciendo surfing-pelícano cuando los saltos de los aprendices en la playa les indicaron que ocurría algo grave. Volaron hasta la orilla, se posaron en la arena húmeda y se enteraron de las noticias. Una hora después despegaban a bordo del Gollum, un pequeño avión espacial Skunkworks. Pusieron rumbo al sur, y cuando alcanzaron los 50.000 pies estaban sobre Panamá. El piloto enderezó el morro y activó los cohetes, y el impulso aplastó a los viajeros en los sillones de gravedad durante varios minutos. Los tres pasajeros iban sentados en la cabina, detrás del piloto y el copiloto. La plancha exterior del avión, que parecía de peltre, empezó a calcinarse y rápidamente adquirió un intenso resplandor broncíneo que se fue haciendo cada vez más brillante. Los pasajeros se sintieron como Sadrac, Mesac y Abednego, sentados en el horno llameante y sin sufrir daño alguno.

La plancha se enfrió un poco y el piloto cambió de trayectoria horizontal. Se encontraban a unas ochenta millas de la Tierra y debajo veían el Amazonas y la hermosa columna vertebral de los Andes. Mientras seguían avanzando hacia el sur, uno de los pasajeros, geólogo, les explicó a los otros la situación.

—El hielo de la Antártida Occidental descansa sobre una cadena montañosa submarina de tipo alpino, prolongación de la placa continental, que tiene una gran actividad geotérmica.

—¿La Antártida Occidental? —preguntó Fort entrecerrando los ojos.

—Esa es la mitad menor, la parte de la península que apunta hacia América del Sur y la Barrera de Ross. El casquete occidental se encuentra entre las montañas de la península y las Montañas Transantárticas, en el centro del continente. Miren, he traído un globo terráqueo. —Sacó un globo inflable del bolsillo, lo hinchó y lo pasó a sus compañeros de cabina.

»Por tanto el casquete de hielo occidental descansa sobre roca que se encuentra por debajo del nivel del mar. Pero el suelo está caliente porque hay volcanes bajo el hielo, y el hielo del fondo empieza a derretirse. Esta agua se mezcla con los sedimentos de los volcanes y aflora, una sustancia llamada till, que tiene una consistencia semejante a la de la pasta dentrífica. Cuando el hielo se desliza sobre esta sustancia, avanza más deprisa de lo normal. Por eso había corrientes de hielo en la zona occidental, una especie de glaciares rápidos sobre hielo más lento. La Corriente de Hielo B amansaba dos metros por día, por ejemplo, mientras que el hielo que la flanqueaba se desplazaba a dos metros por año. Y B tenía cincuenta kilómetros de ancho y uno de profundidad. En resumen, que del casquete nacían una media docena de lenguas glaciares que desembocaban en el Mar de Ross. —Señaló esas corrientes invisibles en el mapa.— En este punto, las corrientes de hielo y el casquete se separan del lecho de roca y flotan sobre el Mar de Ross. Es la llamada línea de varado.

—¿A causa del calentamiento global? —preguntó uno de los amigos de Fort.

El geólogo meneó la cabeza.

—El calentamiento global ha influido muy poco. Ha elevado ligeramente la temperatura y el nivel de los océanos, pero si hubiera sido sólo eso apenas habríamos notado los efectos. El problema es que todavía estamos en el período de calentamiento que empezó al final de la última glaciación, y ese calentamiento propaga lo que los geólogos llamamos impulso térmico a través del hielo polar. Ese impulso ha estado creciendo durante los últimos ocho mil años. Y la línea de varado ha ido desplazándose durante ese tiempo. Hace tres meses, uno de los volcanes bajo el hielo entró en erupción. El retroceso de la línea de varado se había acelerado en los últimos años y la había situado muy cerca de ese volcán. Y por lo que parece la erupción ha trasladado la línea sobre el mismo volcán. Ahora el agua oceánica circula entre el hielo y el lecho de roca, justo sobre la erupción, y como resultado de eso el casquete se está resquebrajando: se alza, se desliza hacia el Mar de Ross y es arrastrado por las corrientes.

Volaban sobre la Patagonia. El geólogo respondió sus preguntas señalándoles los accidentes del relieve de los que hablaba en el globo inflable. Eso ya había ocurrido varias veces antes, explicó. La Antartida Occidental había sido océano, tierra firme o casquete de hielo muchas veces desde que los movimientos tectónicos la depositaran en esa posición hacía millones de años. Y al parecer existían puntos inestables en el ciclo de los cambios climáticos, los «puntos de inestabilidad», que provocaban cambios brutales en pocos años.

—Esos cambios son instantáneos en términos geológicos. Por ejemplo, en los hielos de Groenlandia hay indicios de que una vez pasamos de una glaciación a un período interglacial en sólo tres años. Imagínense.

—¿Y esa ruptura de los hielos? —preguntó Fort.

—Bien, pensamos que se detendrá en el espacio de doscientos años, bastante deprisa geológicamente hablando. Un suceso desencadenante. Pero esta vez la erupción del volcán ha agravado la situación. Miren, ahí está el Cinturón Banana.

Señaló abajo. Al otro lado del Estrecho de Drake alcanzaron a ver una estrecha península montañosa helada que apuntaba en la misma dirección que el coxis de Tierra del Fuego.

El piloto viró a la derecha y luego a la izquierda, describiendo un amplio círculo. Abajo apareció la imagen familiar de la Antártida como se veía en las fotografías de satélite, pero con colores mas brillantes: el azul cobalto del océano, la guirnalda de margaritas de los sistemas ciclónicos alejándose hacia el norte, la textura barnizada que el sol confería al agua, el centelleo de la gran masa de hielo y las flotas de diminutos icebergs blancos destacando en el azul.

Pero había algo extraño en la familiar Q del continente: detrás de la coma de la Península Antártica se abrían unas grietas oscuras en el blanco inmaculado. Y el Mar de Ross aparecía surcado por largos fiordos de un azul oceánico y una estructura radial de grietas de color turquesa. Y unos icebergs tabulares, trazos del continente en verdad, flotaban frente a las costas del Mar de Ross en dirección al Pacifico Sur. El más grande tenía la extensión de la Isla Sur de Nueva Zelanda.

Comentaron con asombro el tamaño de los icebergs y el relieve del quebrado y ahora reducido hielo occidental (el geólogo les indicó el punto donde creía que estaba el volcán, que no difería del resto de la capa de hielo), y luego callaron y siguieron contemplando el panorama.

—Esa es la Barrera de Ronne —dijo el geólogo unos minutos después—, y el Mar de Weddell. Sí, hay desprendimientos en las profundidades. Allí, en el extremo de la Barrera de Ross, estaba la Estación McMurdo. El hielo cruzó la bahía y arrasó la base.

El piloto inició una segunda pasada sobre el continente.

—¿Qué efectos tendrá esto? —preguntó Fort.

—Bien, los modelos teóricos indican que el nivel de los mares subirá unos seis metros.

—¡Seis metros!

—Bueno, pasarán algunos años antes de que las aguas alcancen ese nivel, pero es definitivo. Esta ruptura catastrófica elevará el nivel del mar dos o tres metros en el plazo de unas semanas. El hielo restante resistirá unos meses, o como mucho unos años, y después añadirá tres metros más.

—¿Cómo es posible que el nivel de todo el océano suba tanto?

—Es mucho hielo.

—¡No puede haber tanto!

—Pues la verdad es que sí. Contiene la mayor parte del agua dulce del planeta. Afortunadamente el este de la Antártida Oriental es estable. Si se derritiera, los mares subirían sesenta metros.

—Seis metros ya es suficiente —murmuró Fort. Completaron la segunda vuelta. El piloto dijo:

—Deberíamos regresar.

—Esto es el fin de todas las playas del mundo —dijo Fort apartándose de la ventana. Luego añadió—: Será mejor que vayamos a rescatar nuestras cosas.

Cuando empezó la segunda revolución marciana, Nadia estaba en el cañón superior de Shalbatana Vallis, al norte de Marineris. De hecho, podría decirse que ella la inició.

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