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Authors: Kim Stanley Robinson

Marte Verde (83 page)

BOOK: Marte Verde
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No lo recordaba.
Jugando con las agujas cuando son las raíces las que están enfermas
. La frase flotaba allí, aislada, separada de un contexto que podría haberle dado sentido. Pero Maya tenía la profunda certeza de que Frank sabía de la existencia de un gran cúmulo de resentimiento y resistencia oculto; ¡nadie había sido más consciente de eso que él! ¿Cómo podía ignorarlo el escritor? ¿Como podía cualquier historiador, sentado en una silla y escogiendo entre los informes, determinar qué cosas habían sabido ellos, o siquiera capturar el ambiente de ese momento, la naturaleza fragmentaria y caleidoscópica de la crisis diaria, cada momento de la tormenta que ellos habían vivido...?

Intentó recordar la cara de Frank, y surgió una imagen de él, sentado con aire desgraciado a una mesa de café, el asa blanca de una taza girando a sus pies. Ella había roto la taza, pero ¿por qué? No lo recordaba. Pasó deprisa las páginas del libro, volando sobre los meses con cada párrafo, el análisis seco completamente divorciado de lo que ella podría recordar. Entonces un frase llamó su atención, y leyó como si una mano la aferrase por el cuello y la forzara a hacerlo.

Desde su aventura en la Antártida, Toitovna ejerció una influencia sobre Chalmers que nunca se interrumpió, sin importar cuánto interfiriese en los planes de él. Asi, cuando Chalmers regresó de Elysium el mes anterior al inicio de la Sublevación, Toitovna se reunió con él en Burroughs, y pasaron una semana juntos, durante la cual fue evidente para todos que las cosas no iban bien entre ellos. Chalmers quería quedarse en Burroughs mientras durase la crisis; Toitovna quería que regresara a Sheffield. Una noche, él se presentó en uno de los cafés junto al canal tan perturbado y furioso que los camareros se inquietaron. Y cuando apareció Toitovna, creyeron que él estallaría. Pero se quedó sentado mientras ella le recordaba todo lo que habían compartido, lo que se debían, todo su pasado juntos. Y finalmente él cedió a sus deseos y regresó a Sheffield, donde fue incapaz de controlar la revolución.

Maya miró la pantalla. ¡Todo eso era mentira, mentira, nada de eso había sucedido! ¿Una aventura en la Antártida? ¡No, nunca, nunca!

Pero ella lo había enfrentado una vez en un restaurante... seguramente los habían observado... era difícil precisarlo. Ese libro era estúpido, pura especulación, en absoluto histórico. Quizá uno descubriría que todas las historias eran falsas si tuviese la posibilidad de regresar y ver las cosas. Todo mentiras. Intentó rememorar, apretó los dientes y se puso rígida, y los dedos se le curvaron como si quisiesen hurgar en su mente. Pero era como intentar clavarlos en la roca. No acudió a su mente ninguna imagen del encuentro en el café; las frases del libro las cubrían.

¡Ella le recordaba todo lo que habían compartido!
¡No! Una figura encorvada sobre una mesa, ahí estaba la imagen... y entonces él levantó los ojos hacia ella...

Pero la cara que le miraba era el rostro juvenil en la cocina de Odessa.

Maya gimió, se mordió los puños apretados y sollozó.

—¿Te encuentras bien? —preguntó Coyote, soñoliento.

—No.

—¿Has encontrado algo?

—No.

Frank estaba siendo borrado por los libros. Y por el tiempo. Los años habían pasado, y para ella, incluso para ella, Frank Chalmers se estaba convirtiendo en una diminuta figura histórica entre otras muchas, remota, como si la hubiese enfocado con el extremo equivocado del telescopio. Un nombre en un libro. Alguien sobre el que leer, junto a Bismarck, Talleyrand, Maquiavelo. Su Frank... desaparecido para siempre.

Pasaba varias horas al día estudiando los informes de Praxis con Art tratando de encontrar pautas y de comprenderlas. Recibían tanta información a través de Praxis que ahora tenían el problema inverso al del período previo a la crisis de 2061; entonces no tenían información, ahora tenían demasiada. Cada día la situación se agravaba con una multitud de crisis, y Maya solía acabar al borde de la desesperación. Varias naciones miembros de la UN, todas clientes de Consolidados o de Subarashii, habían pedido la abolición del Tribunal Mundial, puesto que sus funciones eran superfluas. Muchas metanacionales habían secundado de inmediato la propuesta, y puesto que en sus comienzos el Tribunal Mundial había sido una agencia de la UN, había quienes decían que sería una acción legal y que obedecía a una razón histórica. Pero la primera consecuencia sería la interrupción de algunos arbitrajes en curso, lo que provocaría una guerra entre Ucrania y Grecia.

—¿Es que no hay responsables? —exclamó Maya—. ¿Quién ha planeado esta jugada?

—Algunas metanacionales tienen presidentes, y todas tienen consejos ejecutivos, que se reúnen y discuten las cosas, y deciden qué órdenes dar. Es como Fort y los dieciocho inmortales en Praxis, aunque Praxis es más democrática que la mayoría. Los consejos de las metanacionales designan un comité ejecutivo para la Autoridad Transitoria, y ésta toma algunas decisiones locales. Podría darte sus nombres, pero no creo que sean tan poderosos como los que llevan la batuta.

—No importa. —Por supuesto que había responsables. Pero nadie controlaba nada. Sucedía lo mismo en los dos bandos, sin duda. Al menos ése era el caso en la resistencia. El sabotaje, contra las plataformas del océano de Vastitas sobre todo, era pandémico ahora, y ella sabía de quién había sido la idea. Discutió con Nadia la conveniencia de comunicarse con Ann, pero Nadia negó con la cabeza.

—No hay ninguna posibilidad. No he conseguido hablar con Ann desde Dorsa Brevia. Es una de las rojas más radicales.

—Como siempre.

—Bien, no creo que antes lo fuera. Pero eso no importa ahora.

Maya meneó la cabeza con disgusto y volvió al trabajo. Pasaba cada vez más tiempo trabajando con Nirgal, recibiendo su instrucción y aconsejándole a su vez. Más que nunca él era su mejor contacto con la juventud, el más poderoso y además moderado. Nirgal quería esperar el desencadenante y entonces organizar una acción conjunta, igual que ella, y ésa era una de las razones por las que ella gravitaba en torno a él. Pero también influía el carácter de Nirgal, su calidez y su buen ánimo, la consideración que le demostraba. No podía ser más diferente de Jackie, aunque Maya sabía que los unía una compleja relación que se remontaba a la niñez. Pero últimamente parecían distanciados, lo que a ella no le desagradaba, y enemistados políticamente. Jackie, como Nirgal, era un líder carismático, y reclutaba mucha gente para las filas booneanas del grupo de Marteprimero, que abogaba por la acción inmediata, y eso la alineaba más con Harmakhis que con Nirgal. Maya hizo cuanto estuvo en su mano para apoyar a Nirgal en esta división entre los nativos: en las reuniones, defendía las políticas y acciones verdes, moderadas, no violentas, y coordinadas desde un centro. Pero advertía que a la mayoría de los nativos de las ciudades recientemente politizados les atraía Jackie y Marteprimero, radicales, rojos, violentos y anárquicos... Al menos ella lo veía así. Y las cada vez más frecuentes huelgas, manifestaciones, refriegas callejeras, sabotajes y ecotajes tendían a darle la razón.

Y no eran sólo los nativos los que se unían a Jackie; había también muchos inmigrantes descontentos, los que hacía poco que habían llegado. Esta tendencia desconcertaba a Maya, y lo comentó con Art.

—Bien —dijo el diplomáticamente—, es bueno tener el mayor número de inmigrantes posible de nuestra parte.

Cuando no estaba colgado del enlace con la Tierra, Art se pasaba el tiempo yendo y viniendo entre los grupos de la resistencia, tratando de ponerlos de acuerdo; aquélla era su línea de acción.

—¿Pero por qué se unen a ella precisamente? —preguntó Maya.

—Caramba... —dijo Art, agitando una mano—, ya sabes, esos inmigrantes llegan y ven las manifestaciones. Y preguntan y oyen historias, y creen que si participan en esas manifestaciones los nativos serán muy amables con ellos, ¿comprendes? Tal vez alguna joven nativa se mostrará muy cordial. Muy cordial. Así que allá van, pensando que si ayudan alguna de esas muchachas altas se los llevará a casa al final del día.

—Vamos, Art —dijo Maya.

—Bueno, ya sabes —dijo Art—, a algunos les pasa.

—Y de esa manera nuestra Jackie consigue sus nuevos reclutas.

—Bien, no me parece descabellado pensar que ocurre lo mismo con Nirgal. Y no estoy seguro de que la gente haga fiestas distintas entre ellos. Eso es un detalle, algo que tú percibes mejor que ellos.

Maya no contestó. Recordó a Michel diciéndole que era importante luchar por lo que amaba, además de hacerlo contra lo que odiaba. Y ella amaba a Nirgal, era cierto. Era un joven extraordinario, el mejor entre los nativos. No había que despreciar ese tipo de motivaciones, esa energía erótica que arrastraba a la gente a las calles... Sin embargo, si la gente fuese un poco más sensata... Jackie estaba llevándolos directamente hacia otra revuelta desordenada y espasmódica, y los resultados podían ser desastrosos.

—Ése es también uno de los motivos por los que la gente te sigue a ti, Maya.

—¿Qué...?

—Me has oído perfectamente.

—Vamos. No seas tonto.

Aunque era agradable oírlo. Quizás ella podría extender la lucha por el control a ese nivel también. Aunque estaría en desventaja. Crearía un partido de viejos. Bien, en realidad eso eran. En Sabishii habían acordado que los issei asumieran el control de la resistencia y la guiaran por la senda recta. Y muchos de ellos llevaban muchos años dedicados a eso. Pero lo cierto era que no había funcionado. Porque la nueva mayoría era una especie nueva con ideas propias. Los issei sólo podían cabalgar sobre el tigre, hacer lo que pudieran. Maya suspiró.

—¿Cansada?

—Exhausta. Este trabajo me matará.

—Descansa un poco.

—A veces, cuando hablo con esa gente me siento como una cobarde conservadora y cauta que no sabe decir otra cosa que no. No hagan esto, no hagan aquello, siempre. Estoy tan harta. Me pregunto a veces si Jackie no tendrá razón.

—¿Bromeas? —dijo Art abriendo mucho los ojos—. Tú eres quien está manteniendo en pie el espectáculo, Maya. Tú, Nadia y Nirgal. Y yo. Pero tú tienes el aura. —La fama de asesina, quería decir él—. Sólo estás cansada. Ve a descansar. Es casi el lapso marciano.

Algunas noches después, Michel la despertó: en el otro lado del planeta, unidades de seguridad de Armscor, supuestamente integradas en Subarashii, se habían apoderado del ascensor y habían echado a la policía regular de Subarashii. En la hora de incertidumbre que siguió, un grupo de Marteprimero había tratado de apoderarse del Enchufe, en las afueras de Sheffield. El intento fracasó y la mayor parte de los atacantes había muerto. Subarashii se había apoderado entonces de Sheffield, Clarke y todo lo que había en medio, y de buena parte de Tharsis. Ahora caía la tarde allí, y una gran muchedumbre se había lanzado a las calles para protestar por la violencia, o por la invasión, no lo habían acabado de decidir. Era inútil. Medio dormida, Maya vio con Michel a la policía, con trajes y cascos, romper la manifestación en segmentos y dispersarla con gases lacrimógenos y porras de goma.

—¡Estúpidos! —gritó Maya—. ¿Por qué hacen eso? ¡Van a conseguir que todo el poder militar terrano caiga sobre nosotros!

—Parece que se están dispersando —dijo Michel mirando la pequeña pantalla—. Quién sabe, Maya. Imágenes como éstas pueden encender a la gente. Ellos habrán ganado esta batalla pero perderán apoyo en todas partes.

Maya se tendió en un sofá frente a la pantalla, aún no lo suficientemente despierta como para pensar.

—Quizás —dijo—. Pero será más difícil que nunca refrenar a la gente el tiempo que Sax necesita.

Michel no le dio ninguna importancia al comentario.

—¿Cuánto tiempo espera que sigas ingeniándotelas?

—No lo sé.

Escucharon a los reporteros de Mangalavid describir los disturbios como acciones terroristas. Maya gimió. Spencer hablaba por otra IA con Nanao en Sabishii.

—El nivel de oxígeno está subiendo muy deprisa, tiene que haber algo ahí fuera sin genes suicidas. ¿Los niveles de dióxido de carbono? Si, están bajando deprisa también... Hay un puñado de bacterias fijadoras del carbono realmente eficaces ahí fuera, proliferando como las malas hierbas. Le he preguntado a Sax pero él sólo parpadea... Sí, está tan descontrolado como Ann. Y ella anda por ahí saboteando cualquier proyecto que se le pone a tiro.

Cuando Spencer cortó, Maya le preguntó:

—¿Cuánto tiempo pretende Sax que aguantemos? Spencer se encogió de hombros.

—Hasta que tengamos lo que él llama un desencadenante. O una estrategia coherente. Pero si no podemos detener a los rojos y Marteprimeros, poco importará lo que Sax quiera.

Las semanas pasaron lentamente. En Sheffield y Fosa Sur empezó una campaña de manifestaciones callejeras. Maya pensaba que sólo incrementaría la represión, pero Art las defendió.

—Tenemos que demostrarle a la Autoridad Transitoria lo amplia que es la resistencia, para que cuando llegue el momento no traten de aplastarnos por pura ignorancia, ¿me comprendes? En estos momentos necesitamos que se sientan rechazados y sobrepasados en número. Demonios, las grandes masas de gente en las calles son casi lo único que asusta a los gobiernos.

De todas maneras, Maya no podía hacer nada. Pasaban los días y ella sólo podía trabajar duro, viajando y hablando con grupos, mientras sus músculos se convertían en alambres tensos y casi no dormía, salvo una hora o dos cerca del alba.

Una mañana de la primavera septentrional de M-52, año 2127, Maya se despertó más descansada que de costumbre. Michel aún dormía. Se vistió y salió. Cruzó el gran paseo central hacia los cafés junto al canal. Eso era lo extraordinario de Burroughs: a pesar del estricto control de las fuerzas de seguridad en las puertas y estaciones, uno aún podía pasear por la ciudad a ciertas horas, y entre las multitudes el riesgo de ser detenida era ínfimo. Así que se sentó y bebió café y comió pastas y observó las bajas nubes grises que pasaban sobre la ciudad y seguían la pendiente de Syrtis hacia el dique, al este. La circulación del aire dentro de la tienda era rápida, para proporcionar un contrapunto cinético a lo que ocurría sobre sus cabezas. Era extraño. Se había acostumbrado a que el aspecto del cielo no se correspondiera con el viento de las tiendas. Los esbeltos tubos arqueados del puente entre el Monte Ellis y Hunt Mesa estaban poblados de figuras humanas, puntos de color que parecían hormigas, gente ocupada en sus tareas matinales, desarrollando vidas normales. Se puso de pie, pagó la cuenta e inició un largo paseo. Caminó junto a las hileras de blancas columnas Bareiss, subió hasta las nuevas tiendas por Princess Park, recorrió las colinas pingo, que se habían convertido en el emplazamiento de los apartamentos de moda. Allí, en el alto distrito occidental, uno podía mirar atrás y ver toda la ciudad, los árboles y los tejados divididos por el paseo y sus canales, las mesas enormes y muy separadas, semejantes a vastas catedrales. Sus extraños flancos de roca estaban cuarteados y estriados, y las centelleantes hileras de ventanas eran lo único que revelaba que habían sido vaciados y convertidos en ciudades, pequeños mundos sobre la roja llanura de arena, bajo la inmensa tienda invisible, conectados por pasarelas colgantes que brillaban como las burbujas de jabón. ¡Ah, Burroughs!

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