—¿Está diciendo que le proporcionó información confidencial a un civil que estaba fuera del caso? —preguntó malintencionadamente Travieso.
—No me venga con esas, comisario. Usted —acusó con el dedo índice— y Pemán han tratado de poner al frente de la investigación al mismo hombre a quien ahora están inculpando de cuatro asesinatos. Únicamente la intervención de Mejía y de la juez pudieron evitarlo. ¡Seamos serios! ¿O cree que soy estúpido? —cuestionó dando un violento e inesperado golpe en la mesa.
A Travieso se le trastabillaron las cuerdas vocales.
—Doy por terminada esta reunión —sentenció Travieso—. Mañana hablaré con la juez Miralles para exponerle nuestras conclusiones.
En ese momento, Sancho cayó en la cuenta del motivo por el que un hombre como Travieso había llegado a comisario provincial: sus tragaderas.
—No me incluya en su informe —pidió Sancho en tono exigente.
—No será necesario —concluyó Travieso en tono excluyente.
Residencia de Ramiro Sancho
Barrio de Parquesol
A las 3:12, Sancho llegó a la conclusión de que aquel no era el momento propicio para meter la tijera a la barba y, sin embargo, sí lo era para escuchar a su fiel consejero irlandés. Antes de marcharse de la comisaría, le pidió a Peteira que se patearan todos los estancos de la ciudad con el nuevo retrato robot del sospechoso. Esa marca de tabaco, Moods, solo podía comprarse en estancos y podría tener la oportunidad que buscaba para no cerrar el caso definitivamente si habían acertado con el retrato. Era su última opción.
En la urna de cristal, sobre los tres pilares de hielo, vertió cuatro segundos de sabiduría. Dejó que el frío envolviera los conocimientos ancestrales antes de instruirse de un trago. Fueron necesarias tres lecciones para tomar una decisión.
Estaba solo, pero escarbaría en los escombros para continuar adelante. A cualquier precio.
El Norte de Castilla
29 de diciembre de 2010
Un exinspector de policía se suicida tras cometer presuntamente cuatro asesinatos en Valladolid
JBM, considerado el principal sospechoso de los asesinatos de tres mujeres y un hombre, se quitó la vida de un disparo en la cabeza en su domicilio particular el pasado 24 de diciembre.
Los últimos crímenes violentos acontecidos en Valladolid tenían, según fuentes de la investigación, un único autor. Se trataría de un exinspector del Grupo de Homicidios de Valladolid con las iniciales JBM, prejubilado en 2006 y con veinticinco años de servicio en el cuerpo de Policía. El estrechamiento del cerco policial sobre el que se consideraba el principal sospechoso, Gabriel García Mateo, cuyo cadáver fue encontrado horas antes y del que se cree que actuaba como cómplice del asesino, empujó a JBM a poner fin a su carrera criminal de un disparo en la cabeza.
Coincidencia en el modus operandi y primer sospechoso
La serie de crímenes que ha asolado a la capital castellano-leonesa se inició el 12 de septiembre con el asesinato de María Fernanda Sánchez, la joven que apareció muerta y mutilada en el parque Ribera de Castilla y que estremeció a toda la ciudad. Sin embargo, la dilatada experiencia del presunto homicida en los procedimientos de investigación criminal hizo que fuera muy complicado el avance de las pesquisas policiales que, en un principio, apuntaron erróneamente a un crimen pasional.
El 31 de octubre apareció la segunda víctima, Mercedes Mateo Ramírez, de cincuenta y dos años, muerta por asfixia y también mutilada en su domicilio del barrio de Arturo Eyries. Fue entonces cuando la policía empezó a barajar la posibilidad de que ambos crímenes estuvieran conectados por el mismo modus operandi: muerte por asfixia y mutilación post mórtem. A pesar de ello, y como en el anterior homicidio, fueron muy pocas las pruebas recogidas en el escenario del crimen, por lo que los esfuerzos se dirigieron a investigar el entorno cercano de la víctima. La policía investigaba la pista de Gabriel García Mateo, hijo natural de Mercedes Mateo Ramírez, a la que se le retiró la custodia y patria potestad de su único hijo por malos tratos en 1984. Todo parecía que pudiera tratarse de un ajuste de cuentas familiar, teoría que venía apoyada por el testimonio de varios vecinos que colocaban al por entonces principal sospechoso en los alrededores de la vivienda materna dos días antes de que se cometiera el crimen. La policía cursó entonces una orden de búsqueda y captura como autor de ambos crímenes, pero sin obtener resultado alguno.
La firma del asesino volvió a aparecer el pasado 20 de noviembre en el trágico asesinato de la doctora Martina Corvo, cometido en su domicilio de la zona centro y cuya autoría se atribuyó de inmediato a la misma mano. Este medio de comunicación tuvo conocimiento del hecho, pero decidió no publicarlo en aquel momento con el objeto de no entorpecer la investigación del Grupo de Homicidios. Según nos han confirmado fuentes oficiales, la doctora venía colaborando en la investigación como especialista psicolingüística, y ese podría haber sido el motivo por el que se habría convertido en un nuevo objetivo del primer asesino en serie en la historia de Valladolid.
Desenlace inesperado
Finalmente, este lunes se produjo un giro radical en la investigación al encontrarse el cadáver de Gabriel García Mateo, con múltiples fracturas en el cráneo, en un descampado situado en el término municipal de La Cistérniga. A las pocas horas, la policía halló el cuerpo sin vida del presunto autor de los crímenes, el exinspector de policía JBM, tras suicidarse de un disparo en la cabeza en su domicilio, situado a escasos metros del lugar en el que se encontró el cadáver de su presunta última víctima.
Un hombre atormentado y con serios problemas con el alcohol
Según fuentes consultadas por este medio, JBM era un hombre atormentado tras su forzada prejubilación por motivos que la propia policía no ha querido explicar, pero que, según parece, podrían estar ligados con el abuso de alcohol. JBM, de cincuenta y cinco años, era natural de Cistierna (León), pero había desarrollado toda su carrera en Valladolid, llegando a ocupar el cargo de jefe del Grupo de Homicidios entre los años 1984 y 2006. Al parecer, sus problemas con el alcohol se habían incrementado en los últimos cuatro años, y ese podría haber sido el detonante que le habría llevado a cometer esta serie de atroces asesinatos.
Es todavía pronto para esclarecer los hechos, pero todo parece indicar que JBM, utilizando como cebo a Gabriel García Mateo, un drogodependiente con graves carencias afectivas, emprendió una carrera criminal con el macabro fin de demostrar su valía a aquellos que unos años antes habían provocado su salida del cuerpo.
Las muertes van mucho más allá de las estadísticas, pero sería muy extraño que en Valladolid, una ciudad cuya media anual de muertes por homicidio se mantiene entre tres y cuatro, se produjeran cuatro asesinatos en tan solo cuatro meses y que no estuvieran conectados entre sí. Confiemos en que la normalidad vuelva a nuestras calles lo antes posible, aunque lo que es seguro es que las familias y allegados de las víctimas tardarán mucho más en recuperarse.
Rosario Tejedor
Redactora jefe de Local
El Norte de Castilla
Nuevo Hospital Pío del Río Hortega
Barrio de las Delicias
Las bajas temperaturas y una perpetua niebla se habían adueñado de las calles desde primera hora de la mañana con la firme intención de aguantar unas cuantas horas más dominando la ciudad castellana. Era uno de esos días en Valladolid en los que sus habitantes se acordaban con añoranza de esas jornadas estivales en las que el calor dificultaba la respiración.
Hacía apenas una semana que el inspector Sancho había visitado a Mejía, y había podido comprobar que el hombre que había debajo de la máscara de oxígeno era solo una calcomanía dolorosa de lo que antes era el comisario. Había perdido peso y tenía la tez de color ceniza, lo cual resultaba una alegoría del motivo que le había llevado a vivir sus últimas horas postrado en esa cama. Antes de dejarles solos, Matilde le agarró por el brazo y le llevó con discreción hacia la puerta.
—Se nos puede ir en cualquier momento. Casi no puede respirar, y ya ni come —le informó la mujer atenazada por el miedo.
—Lo siento mucho —consiguió articular con voz resquebrajada y titubeante—. Lo único que podemos hacer es estar con él.
—No sabes cómo te lo agradezco. Todavía no me hago a la idea. No sé qué voy a hacer.
—Sal a respirar un poco. Yo estaré aquí hasta la hora de comer.
Aquel «gracias» condecorado de lágrimas con el que se despidió Matilde se prolongó en un suspiro que pareció no tener fin. Sancho trató de recomponerse antes de coger una silla y sentarse cerca de Mejía.
—¿Qué te ha dicho esa bruja? —susurró el comisario con dificultad.
—Te va a echar de menos, está sufriendo mucho.
—Lo sé. Siento hacerle pasar por el mal trago, espero que esto no dure mucho.
Sancho reprimió las ganas de cogerle la mano y la aflicción se adueñó de su rostro.
—Vamos a tratar de no ponernos muy melancólicos. Me cuesta mucho hablar, pero todavía escucho bien. Matesanz me ha puesto al día de los últimos acontecimientos, pero quiero saber tu versión.
Mejía sucumbió al esfuerzo cuando terminó las tres frases y se colocó de nuevo la mascarilla. Sancho cedió a su petición y le agarró con firmeza la mano durante la media hora larga en la que estuvo exponiéndole las conclusiones a las que había llegado y su decisión irrevocable de continuar adelante con la investigación.
—Estás peor que yo, inspector.
—Es posible, pero no puedo hacer otra cosa.
—Sí que puedes.
Al terminar cada frase, el comisario tenía que recurrir al oxígeno de la mascarilla.
—Seguramente tengas razón, pero no quiero mirar hacia otro lado.
—Eso es otra cosa, asume las consecuencias.
—Soy un tipo consecuente, ya me conoces.
—Precisamente eso, un tipo inconsciente, ya te conozco —bromeó intentando hacer una mueca de complicidad.
Cuando se aseguró de que se había dormido profundamente, dejó caer algunas lágrimas que eran fruto del desconsuelo y de la impotencia.
Por la tarde, le comunicaron oficialmente en comisaría que el peso de las pruebas encontradas era tan abrumador que no existía forma posible de no cerrar el caso. Sancho llamó a la juez Miralles directamente para no recibir información intoxicada y, tras más de una hora de conversación, el inspector dio por concluida la jornada. En cierto modo, se sentía aliviado. Tener un objetivo tan marcado simplificaba mucho las cosas.
Residencia de Augusto Ledesma
Barrio de Covaresa
Augusto no recordaba la última vez que había salido una Nochevieja, y ni siquiera estaba seguro de que esa no fuera la primera. Últimamente le pasaba con frecuencia: cuando echaba la vista atrás en busca de recuerdos y los encontraba, tenía la sensación de haberlos vivido en tercera persona. Sabía que había estado allí, pero no tenía la impresión de haber vivido ese momento. Era tan inquietante como reconfortante.
El taxi tardó en llegar a la puerta de casa, pero ni siquiera se irritó y se enorgulleció por ello. Había cenado solo, nada especial; después, se preparó una copa y se sentó a ver
Blade Runner
. Tenía cuidadosamente guardada la edición de coleccionista que había comprado en las Navidades de 2007, a la que ni siquiera le había quitado el plástico del maletín, similar al que llevaba el protagonista interpretado por Harrison Ford, Rick Deckard. Había visto esa película decenas de veces en sus años oscuros, pero esperaba el momento propicio para deleitarse con aquella joya remasterizada del celuloide. Había llegado el día. La escena en la que el replicante, Roy Batty —interpretado por Rutger Hauer—, pronunciaba una de las frases míticas en la antología del cine permanecía muy fresca en el congelador de su memoria: «Yo he visto cosas que vosotros no creeríais, atacar naves en llamas más allá de Orión. He visto rayos C brillar en la oscuridad cerca de la Puerta de Tannhäuser. Todos esos momentos se perderán en el tiempo como lágrimas en la lluvia. Es hora de morir».
La última noche del año se despedía siendo indulgente con la temperatura y, como hacía habitualmente, mandó parar al taxista en la plaza de Poniente para caminar el resto del camino hasta el bar. Todo parecía encajar a la perfección. La policía ya tenía a su culpable, y él, la fórmula que le permitiría sobrepasar la frontera de la supervivencia y disfrutar de su propia existencia gracias a la de otros. Había quedado con Violeta en el Zero y el hecho de que no le hubiera importado en absoluto que fuera acompañada con unos compañeros de la Escuela de Arte Dramático fue el detonante para comprender que, definitivamente, algo en él estaba cambiando. Se preguntaba si, por fin, habría vencido su inseguridad y sus temores.
Cuando llegó al Zero se podía ver poca gente, y Paco
Devotion
estaba tratando de calentar el ambiente con un tema de Methods of Mayhem,
Metamorphosis
. Hacía tiempo que Augusto no escuchaba esa canción y exteriorizó la coincidencia cantando antes de llamar la atención de Luis.
I’m a father to my son, yeah
,
I’m a son to my father
.
You cannot dismiss
I’m living proof of metamorphosis
.