Read Misterio de los mensajes sorprendentes Online
Authors: Enid Blyton
—Recoge tus cosas, Ern —dijo Fatty— y vente conmigo, pues aunque tu tío diga que este misterio se ha solucionado, hay que recorrer todavía un buen trecho hasta llegar al esclarecimiento total.
—¡Repámpano, Fatty! ¿De verdad puedo ir contigo? —contestó admirativamente el otro.
Subió las escaleras corriendo y al cabo de unos segundos estaba de vuelta con su bolsa de mano y ni siquiera dijo adiós a su tío.
—En fin, debemos tener una reunión inmediatamente sugirió Fatty—. Telefonearé a... no... será mejor dejarlo para otro momento; hay cosas más urgentes que llevar a cabo. Probablemente los Smith estarán todavía en Fairlin Hall, empaquetando sus cosas para la marcha y desmontando los pocos muebles que les quedan. Vamos a visitarlos.
—Lo que tú digas —contestó Ern, admirando a su amigo. ¡Repato! Fatty era cien veces mejor que su tío Goon, porque siempre sabía cómo encaminar el problema hacia la mejor solución. Era indudable que el muchacho admiraba a Fatty.
Montados en sus bicicletas, se plantaron en unos minutos en Fairlin Hall y como siempre rodearon la casa hasta llegar a la puerta de la cocina. Tal y como supuso Fatty, los Smith todavía estaban allí, si bien ¡no estaban haciendo preparativos de marcha!
El señor Smith estaba tumbado en el suelo y su mujer, arrodillada a su lado, lloraba desconsoladamente, al mismo tiempo que secaba el sudor que caía sobre la frente de su marido con un trapo sucio.
—¡John! —decía ella—. ¡John, estoy aquí! Voy a buscar al doctor. ¡Abre los ojos! ¡John, por favor!
La pobre mujer estaba tan desesperada que ni siquiera se dio cuenta de la presencia de los dos muchachos. Fatty se acercó y le tocó un brazo para llamarle la atención. La señora Smith dio un salto con expresión de pánico en su rostro.
—Señora Smith, yo iré a buscar el médico —se ofreció el muchacho—, y ahora permítanos a Ern y a mí que ayudemos a su marido para que se meta en la cama, pues parece muy enfermo.
—En efecto, ha sufrido un tremendo shock nervioso por una causa justificada. Nos obligan a abandonar la casa y ¿adonde iremos ahora? —preguntó, reconociendo a Fatty y recordando que él fue quien estuvo en la farmacia para buscar la medicina de su marido.
—Ahora escuche —dijo el chico amablemente—, en primer lugar acostemos a su marido, luego iremos a buscar el doctor y también una ambulancia, porque estoy seguro que su marido tendrá que ser internado en el hospital sin perder momento.
Los dos muchachos consiguieron con muchos esfuerzos meter al enfermo en la cama, el cual tenía los ojos semi-abiertos y murmuraba algo. Después empezó a toser de una manera terrible y su mujer le pasó el trapo por la cara dándole ánimos. Ern tenía los ojos cuajados de lágrimas y miró desesperadamente a su amigo.
—No te preocupes, Ern —dijo Fatty—, esto lo solucionaremos en seguida. Quédate aquí y haz lo que puedas para ayudar a la señora Smith. Mientras tanto voy a llamar por teléfono al doctor.
—¿Quién es su médico, señora Smith? —preguntó.
La interpelada le dio un nombre haciendo que el muchacho hiciera un gesto.
—También es el mío —dijo—; esto simplificará las cosas. Vuelvo en seguida.
El chico corrió hacia el quiosco más cercano para telefonear al doctor Rainy, quien le escuchó, sorprendido.
—¡Caramba! —exclamó el médico—, ayer le visité y recomendé a su esposa que lo mejor sería ingresarlo en el hospital, pero ella no quiso de ningún modo. Bueno, ahora mismo mandaré una ambulancia y reservaré una cama en el Cottage Hospital ¡Hasta la vista!
Fatty volvió a Fairlin Hall, sin dejar de correr. El enfermo parecía estar algo aliviado ahora que estaba en la cama.
—¿Qué va a ser de nosotros? —continuaba diciendo a su esposa, que le tenía las manos cogidas—. Mary, ¿qué será de nosotros? Siempre te traigo dificultades; toda mi vida ha pasado lo mismo.
—No, no —replicó ella—. Yo he sido una carga para ti. Además, tú nunca hubieras vendido esos planos secretos si no hubieras tenido que pagar a los médicos que estuvieron tratándome durante mi larga enfermedad y ¡jamás hubieras estado en la cárcel!
Al terminar de decir estas palabras se volvió hacia Fatty y poniéndole una mano en el hombro le dijo:
—Usted es muy bueno y, sobre todo, no juzgue a mi marido severamente, diga lo que diga. Está pagando con creces lo que hizo. Pero yo estaba muy enferma y no teníamos dinero para el tratamiento; ¡todo ocurrió porque me amaba!
—No se preocupe por nada, señora Smith —dijo Fatty, afectado por la confidencia—; pronto se restablecerá en el hospital. La ambulancia llegará de un momento a otro.
—Cuando salió de la cárcel cambiamos nuestro apellido —continuó la mujer, sollozando otra vez—. La gente te señala con el dedo cuando has hecho algo malo. Tratamos de escondernos, pero siempre había alguna persona que finalmente descubría nuestra identidad. Entonces fue cuando la señora Hasterley nos admitió generosamente como guardas de la finca.
—¡La señora Hasterley! —exclamó Fatty, sorprendido—. ¿Vive todavía? Esta señora era la dueña de la casa cuando se llamaba todavía «Las Yedras», ¿no es así?
—En efecto, todavía vive, pero la pobre es ya muy anciana. Bastante más anciana que yo —dijo la mujer—. ¿Has oído hablar de Wilfrid Hasterley, su hijo? Éste planeó el atraco más importante de diamantes que se ha llevado a cabo y después se escapó, pero aunque nadie supo jamás dónde los escondió, fue encarcelado y murió en la prisión llevando la desgracia a sus padres, que acusaron el golpe para el resto de sus días. Después vendieron la casa porque todos los periódicos del país la llevaban fotografiada.
—Después de todo esto le cambiaron el nombre y la llamaron Fairlin Hall —interrumpió Fatty, escuchando con gran interés.
—Sí, pero así y todo no hubo forma de volverla a vender —siguió relatando la señora Smith—; tenía mala reputación, pues el pobre Wilfrid era amigo de personas muy poco recomendables. Para colmo, no era el cerebro del grupo, pues los otros dos eran mucho más inteligentes que él. Uno de ellos fue a dar con sus huesos en la cárcel, lo mismo que Wilfrid; el tercero escapó del país y nunca se le cogió. ¡La cárcel es un mal sitio, joven! Vea las consecuencias en mi marido.
A todo esto Fatty se quedó quieto, como escuchando.
—Creo oír la ambulancia, Ern —dijo levantando la cabeza—. ¿Quieres comprobarlo? Si así fuera, di que se acerquen todo lo que puedan.
El enfermo abrió los ojos.
—Mary, ¿qué vas a hacer? ¿Adonde irás? —preguntó, inquieto.
—No, no lo sé, John; no lo sé —contestó su 'mujer—, pero no te preocupes por mí; yo me encuentro bien, gracias a Dios. Vendré a verte al hospital.
En aquel momento la ambulancia llegó y se paró lo más cerca que le fue posible de la puerta. Ern entró en la casa, diciendo:
—Vienen dos hombres y una camilla; además, también una enfermera muy guapa. El doctor no ha podido acompañarles, pero la enfermera tiene instrucciones.
Una chica de mejillas sonrosadas apareció en la puerta, echando un vistazo rápido al interior.
—¿Es éste mi paciente? —preguntó muy vivaracha a la señora Smith.
Cruzó la puerta y se acercó al enfermo.
—No se preocupe, señora Smith, nosotros le cuidaremos —dijo amablemente.
—Traiga la camilla aquí, Potts.
Todo se hizo rápidamente y bien. En menos de un minuto el señor Smith estuvo dentro de la ambulancia y el enfermo ni tan siquiera pudo despedirse de su mujer, porque le sobrevino un ataque de tos; sin embargo, su mujer no soltó su mano hasta el último momento. Seguidamente cerraron la puerta del vehículo, cruzaron el jardín y la verja, tomando la dirección del hospital con toda ligereza.
La señora Smith se quedó muy triste; al cabo de unos segundos dijo entrecortadamente.
—No puedo irme esta noche, no puedo ir a ningún sitio.
—Puede quedarse aquí esta noche —dijo Fatty— y en tanto trataré de encontrar algún trabajo para usted. Al mismo tiempo mi madre también la ayudará, pero de momento está usted muy cansada y preocupada para poder trabajar.
—Yo me quedaré con usted —dijo Ern súbitamente.
En toda su vida había vivido un episodio tan apasionante, y deseaba hacer una obra de caridad, sea cual fuere la causa, pero lo importante era hacer algo, así es que al mirar a esta pobre y entristecida mujer lo único que se le ocurrió fue decirle que se quedaría con ella.
—Tienes un buen corazón, Ern —le dijo su amigo—. Muchas gracias. Yo pensaba ofrecerte una cama en mi casa, puesto que tu tío te ha dejado en la calle, pero si te quedas aquí estoy seguro que la señora Smith te lo agradecerá profundamente.
—Desde luego —dijo la anciana, sonriéndole—. Hay un sofá en la habitación contigua que puedes utilizar. Te llamas Ern, ¿verdad?; has sido muy amable ofreciéndote para acompañarme, de modo que te prepararé una buena cena.
—En fin, voy a casa y le hablaré a mi madre de usted, señora Smith —dijo Fatty.
—No olvide que puedo trabajar —repuso la mujer, agradecida—, y como usted puede comprobar tengo la casa limpia; además sé coser. Yo me ganaré el sustento, no lo dude.
—No lo dudo —contestó Fatty, sorprendido por los ánimos que demostraba la mujer—. Pero, de momento, mi amigo cuidará de usted, y a propósito, Ern, ¿por qué no preparas una taza de té para la señora Smith?
—Ahora mismo —repuso el muchacho, al mismo tiempo que acompañaba a Fatty hasta la puerta y una vez allí le dio un significativo codazo, diciéndole en voz baja—: Oye, Fatty, ¿de qué le hablaré para hacerle olvidar sus preocupaciones?
—Pues... ¿trajiste tu libro de anotaciones? —contestó el otro—. ¿Por qué no le lees alguna de tus poesías? Estoy seguro de que le gustarían y además se sorprenderá de tus aficiones poéticas.
—¡Repato, nunca pensé en ello! —dijo Ern, entusiasmado—. En efecto, esto podría distraerla. Bueno, Fatty, ¡Hasta mañana!
—¡Hasta mañana, Ern, y muchas gracias por tu ayuda! —
contestó Fatty, haciendo enrojecer a su compañero hasta las orejas.
Ern estaba completamente convencido de que no encontraría a otra persona igual que Fatty en este mundo.
En esto, la madre de Fatty se sorprendió mucho al ver llegar a su hijo a la hora del té y que además parecía preocupado, cosa que no le pasó inadvertida.
—Mamá, ¿puedes dedicarme un par de minutos, pues tengo que decirte algo? Necesito tu ayuda.
—¡Federico, hijo! ¿No te habrás metido en otro lío? —
contestó un poco alarmada.
—No más de lo normal —dijo el muchacho con una mueca que confirmaba la sospecha de su madre—. Escucha, mamá, «es una historia un poco larga».
Dicho esto, empezó a relatarle el caso de las notas anónimas, la búsqueda de casas cubiertas de yedra, el relato del señor Grimble, los Smith y el trato que les dio el señor Goon. Su madre escuchaba en silencio e interesada. ¿Cómo era posible que Federico se metiera en estos líos?
Finalmente Fatty llegó al punto principal de la cuestión
—Mamá, como el señor Smith está en el hospital y su esposa se encuentra sola, sin tener a donde ir, ¿podrías ayudarle de algún modo? —preguntó el chico—. La señora Smith puede hacer las faenas y coser.
—Si quiere puede trabajar aquí —contestó su madre súbitamente—. Podrá coserme las nuevas cortinas, hacer los quehaceres domésticos, darme una mano en la cocina y al mismo tiempo me sentiré contenta de poder ayudarla. Además, como no vivimos lejos del hospital nos será fácil visitar a su marido cada día. Dile que venga, Fatty .
El muchacho se levantó y besó a su madre.
—Sabía que encontrarías una solución —dijo—. ¡Estoy orgulloso de tener una madre como tú!
—Bueno, Federico, me siento feliz al oír esto —exclamó la señora Trotteville, complacida—. Me gustaría que la señora Smith viniera ahora mismo, pues no me resulta grato pensar que esta pobre mujer vaya a pasar la noche sola en una casa tan grande.
—No te preocupes, porque Ern está con ella —contestó Fatty—, y creo que le leerá todos sus poemas. ¡Ern pasará una noche muy divertida, mamá!
¡Pero Fatty estaba equivocado!, porque su amigo no pasó una noche divertida, ni por asomo. En efecto, el muchacho vivió una de sus peores noches.
—Federico, supongo que no olvidarás tu promesa de ir a recoger los trastos a casa de mis amigos antes de la semana próxima —dijo la señora Trotteville la mañana siguiente, durante el desayuno—. Ya te dije que pidieras prestado un carretón para tal fin.
—En efecto, lo había olvidado —contestó Fatty—, pero no te preocupes y dame las direcciones que procurará ir hoy mismo. En este momento voy a Fairlin Hall para recoger a la señora Smith y traerla aquí. Creo que lo más conveniente será que deje sus enseres allí hasta que sepa cuándo va a regresar su marido del hospital o hasta que decidan abandonar la casa definitivamente.
—No veo por qué no puede hacerlo —dijo su madre—. Si la anciana señora Hasterley les empleó como guardas, ese gordo de policía no tiene ningún derecho en ponerles los muebles en la calle y si lo hace, me lo dices, porque iré a verle.
—¡Repato, me gustaría estar presente durante la entrevista! —exclamó Fatty—. ¿Tienes miedo de alguien, mamá?
—No seas tonto —contestó la señora Trotteville—. Desde luego, no tengo miedo del señor Goon. Coge un taxi para traerte a la señora Smith con sus maletas y deja lo demás en la casa; cierra la puerta de la misma. Tal vez sería una buena idea escribir a la señora Hasterley, contándole cuanto ocurre.
—Exacto —dijo el chico levantándose—, voy a pedir un taxi por teléfono y le diré al conductor que vaya a Fairlin Hall dentro de una hora. Así me dará tiempo suficiente para acercarme allí y procurar que la señora Smith esté preparada.
—Me parece muy bien —contestó su madre—, pero, por favor, no te olvides de pasar por estas direcciones que te he dado.
—No te preocupes, las tengo en mi bolsillo —replicó el muchacho.
Fatty salió de la habitación y telefoneó a la parada de taxis, luego recogió su bicicleta y salió.
Mientras tanto dudaba si telefonear o no a Larry y a los demás para explicarles las últimas noticias; pero se dio cuenta de que no disponía de tiempo para ello.
La mañana era muy fría, tanto que la carretera estaba recubierta de hielo y el muchacho montando en su bicicleta, no pudo correr tanto como de costumbre. Esta circunstancia le hizo pensar que no le disgustaría encontrarse con el señor Goon en alguna esquina y que éste resbalara. Era indudable que Fatty todavía le guardaba rencor por la jugada que hizo a los Smith.